Por Eduardo Luis Aguirre

 


Hace más de un siglo que el sentido común hegemónico de este país repite como una letanía que los argentinos descendemos de los barcos. Esa inexactitud deja fuera de esa pretendida identidad a nuestros hermanos los indios, pese a que más del 50% de la población reconoce ancestros originarios. 

Por Eduardo Luis Aguirre


Una década al frente de una materia en la Maestría en Derecho Penal de la Universidad Torcuato Di Tella me han significado por partes iguales un esfuerzo saludable y una enorme responsabilidad.

Por Eduardo Luis Aguirre

 

 

 

Por Eduardo Luis Aguirre




La sucesión de elecciones provinciales anticipadas será un termómetro, sugiere el portal Cenital. Iván Schargrodsky (uno de los mejores) y los suyos prefieren pisar tierra firme y se aferran a esa conjetura. No es para menos. Nadie confiaría, hoy, en una medición cuantitativa en el Alto Valle, por ejemplo. 

Por Eduardo Luis Aguirre

 



A veces resulta interesante y hasta saludable apartarse del distractivo descontrolado que significa hoy la prensa progresista porteña, la que motiva y tranquiliza a las almas nobles del progresismo urbano. Digo esto porque nos consume tiempo, que a la mayoría le falta.

Por Eduardo Luis Aguirre

Hace unos meses ensayamos la tesis de que, por primera vez en la historia argentina, el progresismo, ese conglomerado de inusitada levedad que acompaña correctamente el “carnaval de los días felices” (como de alguna manera lo expresa Zizek) y coincide en cíclica y celosas rupturas ante sus frustraciones, había alcanzado en nuestro país una ontología propia.

Por Alejandro Galliano (*)

 

 

 

Las izquierdas han reemplazado su «economicismo» de antaño por nuevas formas de «politicismo». Si el determinismo económico era un problema, el abandono del debate sobre cuestiones económicas también lo es. 

Por Eduardo Luis Aguirre

 



La singular fragilidad de las democracias latinoamericanas admite una mirada continental, conjunta, holística, pero también es permeable a una apreciación distintiva de la situación de cada país y de cada región, de cada ciudad, de cada comunidad y de cada pueblo. Hasta allí, nada nuevo, o nada que pueda sorprendernos. Esas especificidades se vuelven verdaderos hallazgos imperativos cuando observamos que en la era de las "sociedades de riesgo", en Nuestra América esos riesgos asumen connotaciones estructurales. El caso de la violencia en México es emblemático para ejemplificar ese ejercicio transitivo.