Por Lidia Ferrari 

En unas pocas páginas en las que Sloterdijk se refiere a Lacan (al que no parece haber entendido) se filtra una atmosfera de rivalidad masculina que sobreviene en tantos textos de autores varones. También Lacan ha cultivado esa petulancia cultivada en luchas por prestigios intelectuales. Una lectura singular de los textos debería poder despejar los aportes conceptuales de interés de la verba de la rivalidad entre compadritos, para no confundir la parada narcisística con autoridad especulativa. Muchas veces los tonos hirientes de algunos intelectuales sobre sus compadres intentan lustrar el propio brillo, como si ser capaz de despreciar o injuriar a sus congéneres de valor, les donara lustre a ellos mismos. Esa petulancia de la cual Sloterdijk acusa a Lacan no es sino una mirada en el espejo. Lacan la ha practicado con otros y eso no debería restar interés a las cosas valiosas que pudiera decir. Lo mismo para Sloterdijk. Pero no es el talante con el que se transmiten las ideas lo que les da valor. Ese talante más bien funciona como hierba mala que interfiere en el cultivo de los conceptos. Hay que poder desmalezarla para no conceder una superioridad conceptual por el talante con el que se pronuncian. Es cierto que no es fácil, toda vez que vamos a los textos con nuestras valijas cargadas de prestigios imaginarios. El nombre propio de un autor está lleno de expectativas y suposiciones, fantasmas y velos con los que nos dirigimos a su lectura. Es imposible deshacernos de ellos. Pero una lectura debería, como propone Lacan también, desuponer el saber. Primero vamos hacia el texto con una suposición de saber, imprescindible para poner a funcionar la transferencia necesaria a querer abrir ese texto y entregarnos a su lectura. 
También deberíamos poder desmalezar el texto de los epítetos auto celebratorios. Algunos no se detectan como tales pues se disimulan detrás de la soberbia de menospreciar a los rivales intelectuales. Así, a mayor crítica de otros autores parecería encumbrarse quien critica. Obviamente, no se trata de eludir la imprescindible discusión entre pensadores y sus pensamientos, sino que ella no se vista de rivalidades imaginarias tan parecidas a luchas de cornamentas entre machos.