Por Eduardo Luis Aguirre

Seguramente Mark Zuckerberg no tiene una hora de sus días libre para pensar acerca de los cambios que él mismo ha producido con la tecnología que creó. Tampoco tienen ese tiempo libre los hombres más poderosos ni los líderes políticos de occidente. Están demasiado preocupados y ocupados con la carga emocional inherente a sus respectivas ocupaciones. Casi nadie es capaz de planificar a cinco años, como los chinos, ni a involucrarse en el pensamiento complejo. Están compelidos, arrinconados, aplastados por la fugacidad. La técnica produce dependencia y deshumanización en el mismo momento que aprendemos a utilizar un dispositivo sin saber cómo, por qué y para qué aquel ha sido concebido. Ni cuáles son sus funciones visibles ni, mucho menos, aquellas que ni siquiera nos representamos. El mundo es un sistema de control que crece y se transforma vertiginosamente, capaz de cambiar nuestras vidas tan radicalmente que nunca atinamos siquiera a plantearnos la matriz y direccionalidad de esas transformaciones. Reparamos en las grandes transformaciones cuando nos sorprende un nuevo coche y sus adelantos, nuevas formas de acumulación de capital o de producción o cuando directamente nos conmueve una guerra o un genocidio. Es paradójico, pero tal vez nuestras conversaciones giren durante mucho más tiempo alrededor de las particularidades de un automotor de última generación que respecto de las imágenes de una guerra o un genocidio que de manera recortada y durante prietos segundos nos llegan mediante una plataforma o la televisión. Pensar lo grave nos sigue estando vedado, aunque eso sea la clave misma del pensamiento, como lo señalaba Heidegger.
 A falta de su ejercicio, el ser humano ha perdido la capacidad de pensar holística, comprensiva, panorámica y críticamente. Cada vez son menos sus posibilidades de intercalar lo que siente y lo que piensa. Somos sujetos pasivos de frases cortas, subjetividades insatisfechas y libros de autoayuda. Frente a la angustia y la frustración existencial el neoliberalismo hace como que se ocupa de esos sufrientes e inventa herramientas como la hora de silencio. Es curioso, pero los estudios existentes previos dan cuenta que el nuevo malestar de la cultura poco o nada tiene que ver con esos ensayos de hechicería neoliberal.
 Esta es la era del enfrentamiento, según Christian Salmon. Es un tiempo que precede a otro donde los ricos serán una especia distinta de los pobres. como lo sostiene Harari. Una época donde reaparecen con formatos actualizados los conceptos de imperio y de imperialismo. El tiempo donde no sólo se registra una disputa por la técnica, las tierras raras y los recursos sino también por el espacio vital. Este es el tiempo más injusto de la historia humana. En el que la paz es solamente un esporádico y excepcional interregno entre las guerras. Bifo Berardi convoca a la deserción frente a una sociedad que, como enuncia Pino Aprile (imagen), tiende a ser liderada por la estupidez infinita, que se ha transformado en una ventaja adaptativa para la evolución humana en una sociedad de predadores y violentos. La cultura del éxito rápido, dice el intelectual italiano, ha contribuido a que hayamos derivado desde la biología a la tecnología, reconcentrados e infructuosamente solitarios en medio de una multitud en la que ya nadie ejercita la rutina del pensar.
 Zlavoj Zizek nos convoca a pensar si son la democracia y el fundamentalismo los conceptos que nos permiten imaginar las opciones civilizacionales estratégicas de los próximos años, o estos conceptos sobre codificados tan sólo invitan a una destrucción paroxística de un enemigo imaginario, que imposibilita el diagnóstico desapasionado del mundo en que vivimos. Menudo interrogante. Jorge Alemán destaca cómo en las sociedades moldeadas los dispositivos neoliberales se expande un sentimiento de vergüenza o de confusión de la que muy pocos quedan incólumes. Los responsables, los perpetradores y las víctimas. Esta parece ser la desigual contradicción de la barbarie contemporánea. El pensamiento crítico, antiimperialista, emancipatorio, humanista colisiona con una cantidad indecible de muros que las últimas expresiones del pensamiento insumiso parecen no poder delimitar y mucho menos superar. Las universidades derrapan frente a una realidad extemporánea y funcionan como feudos endogámicos complacientes, tolerantes con ideologías que derivan en lo peor de las expresiones derechistas. Ya no se ocupan tanto de los verdaderos clásicos como Smith, Ricardo o Marx para dar paso a sujetos extremos como Frédéric Bastiat, como bien distingue en su portal Rolando Astarita. Bastiat no resulta uno de los sujetos más conocidos para el común de la gente, pero es de los sujetos más individualistas que piensan "que la capacidad de elección y el impulso deben venir de abajo, no de arriba, y de los ciudadanos, no del legislador. La doctrina contraria me parece que conduce al aniquilamiento de la libertad y de la dignidad humanas". O sea, se trata de un referente de los que bregan por la minimalización del estado, a los que ahora denominamos anarco- libertarios. Como diría Bastiat, el Estado sería una ficción mediante la cual todo el mundo trata de vivir a costa de los demás y la vida, la libertad y la propiedad no fueron creadas por los hombres y lo anteceden como categorías absolutas. En lo que hace a esta última, Bastiat sostiene que “si las mercancías no cruzan libremente las fronteras, lo harán los soldados”. Fallecido en 1950, el pensador describe un mundo que nos confronta con lo arduo del mundo más injusto que conoció la humanidad. El imperialismo es la fase superior del capitalismo y la multiplicación de la guerra. Una guerra que se caracteriza precisamente por los avances tecnológicas y la mayor complejidad en su ejecución letal. Los soldados serán quienes, en definitiva, habrán de poner al mundo de rodillas ante el nuevo orden. Las teorías clásicas y objetivantes del valor ceden en el capitalismo moderno frente a una nueva apreciación subjetiva del mundo. El valor es producto no ya del trabajo sino de las necesidades, pulsiones y circunstancias subjetivas de los hombres. En este caso, en el nuestro, en el lejano sur, damos cuenta al mundo de que la desaprensión nos ha llevado a la emergencia de nuevas y brutales formas de concebir el capitalismo y a reducir al estado a su mínima expresión. Es curioso que estas concepciones hayan podido eludir los radares de quienes especulan sobre la subjetividad y lo subjetivo. Habita entonces entre nosotros un fundamentalismo que drena entre los perpetradores y las víctimas, que se vale de la estupidez atónita de los que debiendo haberlo previsto no lo hicieron. Lo peor no es el desembarco de estas consignas sino el hecho de no haber sido advertidas, de no haber sido sometidas a un ejercicio crítico de pensamiento anticipatorio. Ahora han avanzado demasiado. Al punto de que uno de sus cultores, un docente de la universidad pública, es nada menos que el candidato electoral de la ultraderecha. Definitivamente, ya no vivimos en un mundo incierto. Estamos siendo, impávidos, sobre la superficie incógnita de lo peligroso.