Por Eduardo Luis Aguirre
"Ahí es donde el tirano de pequeña envergadura, pero de ambiciones desmedidas, expiró por la gesta vengadora de un oprimido" (Le Figaro, edición del 18 de marzo de 1921).
Hay un libro maravilloso cuyo autor, extrañamente, se desconoce. El trabajo se titula "Un proceso histórico. Absolución al ejecutor del genocida turco Talaat Pasha". Fue editado por Editorial Ediar en el año 2012, cuenta con un prólogo de Leopoldo Schiffrin y un estudio preliminar de Raúl Zaffaroni.
El texto es una maravilla que duele. Que contextualiza una historia mínima del genocidio armenio, sin dejar de recorrer la crueldad infinita de la masacre.
Hace pie en una exigencia ética a la modalidad del ejercicio del poder en los estados modernos. Conduce a meditar sobre la forma de conducción política de una camada transicional recordada como los "jóvenes turcos" y el rechazo histórico, lapidario, que marcó el final de un estilo de hacer política que combinaba la intriga, una bárbara ferocidad más propia de inescrupulosos comerciantes que de políticos, un desdén jerárquico por el otro y un desprecio recalcitrante por la teoría y el argumento como forma de construcción social. Cegados por el fervor incontenible del hacer, de una gestión febril sin timón, produjeron la deriva de un holocausto caracterizado por la expulsión y la consecuente masacre. Una imposibilidad primitiva, violenta, brutal, para administrar racionalmente las diferencias los llevó a intentar la homogenización a partir de la cerrazón, el encapsulamiento y un rechazo que crecía en la subjetividad agraviada de una multitud cuyo repudio terminó siendo global. La expulsión implica confinar a la lejanía. Sumir a una multitud en un desierto que terminará completando el trabajo sucio de la segregación definitiva. ¿Pudo aquella camarilla prever su triste final de derrota? Sin duda. Sólo bastaba con evitar pensar como un todo homogéneo a una masa anónima y particularmente diversa. Creyeron ciegamente en los oropeles de una autoridad institucional que no estaba sustentada en ninguna autoridad simbólica. Mucho menos ética e intelectual. Por eso sus víctimas no se olvidaron de Talaat Pasha. Esa cerrazón formateada por una lógica gestiva conduce inexorablemente a la derrota. Eclipsa sin que los gestores lo adviertan, decanta cuando el pueblo pasa al acto. Ese paso al acto no necesariamente es violento, claramente es legítimo y puede expresar un estado de ánimo colectivo que se va amasando en la soledad de la incomprensión y la banalidad gutural de la prepotencia. Sólo exge que sea visualizado antes del acontecimiento. Después, será tarde para todo.