Por Lidia Ferrari

A partir del audio hiper viralizado de la cirujana de Nordelta y suponiendo que es auténtico, es decir, el relato genuino de esa persona, incluidos los detalles que trascendieron, como el hecho de ser monotributista, sería posible tomar esa pieza de audio como un texto para el análisis de la ideología. Por un lado, es una pieza humorístico-irónica de identificación de un tilingo argentino. Pero aunque no sea real, es coherente con cierto tipo de discurso circulante. Es ese texto el que me permitirá arrimar algunas ideas respecto de la construcción de un Yo ideológico, de la constitución de la imagen subjetiva y de las miserias en las cuales nos encontramos los seres humanos cuando se revela que nuestra imagen está sostenida con alfileres, encima puestos por otros.

A pesar de que en el relato ella es “poseedora” de tantas cosas, compró el departamento en Nordelta para que su hija pudiera codearse con un tipo de gente, de cierto nivel. Buscaba para construir su imagen a ciertos “otros” y se encontró con otros “otros”.

La imagen propia es lo menos propio que poseemos. El estadío del Espejo de Lacan es un buen concepto para pensar cómo la imagen nunca nos pertenece. La imagen propia (sería casi un oxímoron) nos es dada por el espejo, ese espejo que son los otros, nuestros semejantes, y el Otro, ese que cuando nos miramos al espejo nos dice lo lindo o feo que se refleja en él.

La cirujana (así se nombra ella) nos ha donado una pieza magistral para corroborar que la imagen propia se sostiene precariamente, pues fuga todo el tiempo. Hipoteticemos: la cirujana compra ese departamento pues allí supone que se podrá construir o sostener una imagen que, evidentemente, no posee totalmente. Enuncia las posesiones de que dispone para poder darle al otro con el que habla las coordenadas de su imagen: tiene dinero, es cirujana, podría comprar otra propiedad, vive en Palermo Chico, etc. Es evidente que estas posesiones no le alcanzan. Cuando se muda a la propiedad que le confirmará que es parte de una red de personas de “categoría” (palabra que insiste en su relato) hay allí un desajuste. Algo sucede ya que la imagen que le devuelve está alterada; “alterada” por esos otros que no son los que ella suponía.

El gran reclamo a ese Otro que le vendió el departamento es que allí hay una traición a su expectativa, ya que se encuentra con esos otros que no quiere ver, que detesta ver. Porque los que toman mate le devuelven una imagen deformada de ella misma. ¿Pero qué es esta deformación? Hace tiempo que sabemos que no hay una imagen real enfrente del espejo. Supongamos que a “la cirujana” le podría haber bastado poseer ese departamento, como parece haberle ocurrido a sus vecinos que invirtieron el mismo dinero que ella y disfrutan del lugar que han comprado. ¿Por qué a ella no sólo no le basta, sino que la angustia? (Si creemos ese relato podemos escuchar una angustia allí). Porque la compra de esa propiedad cumplía la función de confirmar o corroborar el lugar que se ocupa entre los otros. Y no lo encuentra, porque va allí a buscar otros que imagina o sueña fantasmática e ideológicamente.

Ella está poseída por la creencia en un Yo ideológico, ese que fue nutriendo sus ensueños diurnos, sus fantasmas y no sólo sus ambiciones económicas. En ese Yo ideológico tomar mate la expulsa del lugar al que quiere acceder. El perro que ladra, la reposera de Mar del Plata, la Bristol, la costanera, la conversación, el juego de los niños son todos objetos-signo de cierto lugar en lo social. Ella no desea estar en un lugar donde tenga que “ver” esos objetos que la expulsan del lugar imaginario que quiere ocupar. Se trata de la mirada, indudablemente. Por eso es muy precisa cuando enuncia su padecimiento como un padecimiento estético. Se trata de la mirada. Pero no es la mirada de ella sobre esos objetos: personas grasas, de cuarta, de décima categoría. Es lo que esos objetos le devuelven de ella misma, esa imagen que nunca termina de poseer. Porque ella ha sido construida esperando que los objetos o imágenes de cierto valor ideológico la reflejen. La cirujana está poseída por esas imágenes a las cuales debe responder, esa imagen que quiere dar, para ella misma y para los otros. Su imagen, como la de todos, se construye en los otros y para los otros.

El Yo es el lugar de desconocimieto, dice Lacan. No es algo que poseemos. Y ese Yo está construido en el discurso social, a partir del deseo y las marcas familiares y también de la época, de los discursos que circulan. Ese Yo fragmentario, precario, hecho de imágenes y de residuos de imágenes, también está hecho de ideologías que han circulado donde hemos nacido y los discursos ideológicos circulantes actuales. La cirujana está inmersa en un campo ideológico muy preciso. Lo menciona: ministro y gobierno son sus amistades, o al menos lo desearía. En un contexto en el que esa ideología es triunfante, hay allí la idea de un engaño. Le han prometido que comprando esa propiedad accedería a ese círculo áureo del triunfo, pero no.

Es un gran aporte para pensar la ideología en la Argentina. Una ideología según la cual para construir la identidad de uno es preciso liquidar la de otro. Una ideología que segrega y desprecia todo lo que pueda hacerse signo de lo popular. Como si la felicidad de la cirujana se alcanzara eliminando todo lo que huela a ese otro que ha aprendido a detestar y segregar. Esa ideología está radiando toda su expansión en un momento político cultural en el que se ha construido ese otro a segregar, para poder ubicarse en el lugar de un Yo impoluto de esas contaminaciones populares. Que además, con los detalles personales que han trascendido, está construida sobre ciertas premisas individualistas y ávidas de dinero, un dinero tramposo, ya que paga monotributo, como se supone que hacen los más humildes, mientras se vanagloria de poseer el dinero para comprar lo que quiere.

Hemos desarrollado en otro texto la idea de que puede existir una ética de la socialidad para cada contexto político, porque “ciertas configuraciones político-sociales pueden imprimir ciertos valores éticos en la vida de los ciudadanos. […] Diferentes éticas darán razones a cada sujeto respecto de lo que puede o no puede hacer en cada uno de esos contextos tanto como diferentes configuraciones ideológicas incidirán en lo que los sujetos quieran o no quieran hacer.” [1]

Pero aprendimos que el Yo es Otro. Tarea difícil para la cirujana alcanzar la calma que espera en el Nordelta y en cualquier otro lugar del mundo. Porque la cirujana, como casi todos nosotros, cree que hay un espejo que nos devuelve una imagen “real” de nosotros mismos, y no que estamos en estado alterado permanente.

El drama de la cirujana es similar al de ese Rey de Arabia Saudita que alardea de ser el primer hombre que posee un Boeing como avión privado, o el del chico que roba a otro para tener una zapatilla de marca. Estamos poseídos por esas imágenes que nos dicen los objetos-signo que debemos poseer para poder ser. Porque se trata de un modo del ser en la imagen.

Ahora bien, las burlas, sornas y reacciones desmedidas que ha ocasionado esta confesión –siempre que se trate de discurso auténtico- se pueden explicar porque la cirujana ha confesado lo inconfesable. Eso que no se le dice a nadie. Los sueños diurnos que no son sólo inconfesables, sino que también son inanalizables. Ellos nos poseen más que lo que nosotros poseemos a ellos. Otra posible razón para esa masiva reacción es que ella nos muestra el material del que estamos hechos. Los que tomamos mate, jugamos con perros en la pileta, charlamos en voz alta, también padecemos lo que la cirujana, necesitamos la imagen que nos devuelven los otros. También reivindicamos el mate porque alguien osó hacer de él algo visible en su crítica. En la cultura que habitamos las cosas nos suceden. El mate es parte de nuestra vida. Está allí y no pensamos en él. La cirujana nos lo puso delante como muestra de algo que es ajeno, no que es propio sin que lo sepamos, como debe ser todo acto de propiedad genuina. El mate es nuestro, pero ella lo enajenó, lo convirtió en un objeto de valor ideológico.

Me llamó la atención que en las imágenes reivindicatorias que circularon como reacción al discurso de la cirujana, había fotos de mates y mandarinas. Allí pensé cuánto de nuestro Yo es ideológico. Cuando vine a vivir a Italia, en las milongas de invierno, se ponía en el buffet pan dulce y mandarinas. La gente bailaba, durante la pausa pelaba y comía una mandarina o una porción de pan dulce y volvía a bailar. Recuerdo mi extrañeza. Estaba entre gente de una cierta “categoría” que comía mandarinas en una milonga. Comprendí que los objetos tienen un valor ideológico que nos viene de lejos, de los cuales no sabemos nada y que sólo cuando alguien o algo los convierte en extraño, tomamos consciencia de su valor. Allí me dí cuenta de que me parecía de mal gusto –intento pensar en las categorías de la cirujana- comer mandarinas en la milonga. Estaba en Europa. Y es que suponemos que hay un mundo de mayor categoría siempre en otro lugar. El Yo ideológico nos pasea por los objetos y sus rituales, las modas y lo que debemos usar, forzándonos siempre, porque siempre estamos fuera de moda o fuera de lugar, aunque seamos los primeros en tratar de estar à la page.

Nuestra tragedia es que siempre encontramos espejos deformantes que nos devuelven una imagen que no es la que queremos para nosotros. Siempre hay alguna mancha, algún broche para colgar la ropa, algún detalle minúsculo, una hilacha que se despunta de la pollera, un objeto que nos devuelve que somos una imagen bastarda que lucha continuamente por ser legítima. Cuáles son esos objetos denigrados y cuáles los objetos sublimes es algo que cambiará con las épocas y lugares. Deberemos estar aggiornados constantemente. Porque nunca, o casi nunca, estaremos a la altura de nosotros mismos y de nuestras aspiraciones.

[1] Ferrari, Lidia, La diversión en la crueldad. Psicoanálisis de una pasión argentina, Buenos Aires, Letra Viva, 2016.