Por Eduardo Luis Aguirre

 

Si bien es una categoría que se utiliza en la política internacional para describir las amenazas que un país poderoso y desbocado es capaz de proferir como anticipo de la utilización de los medios más violentos e ilegales para imponer sus intereses, incluso la fuerza bruta. La “teoría del loco” resuena con lógica propia una vez más en nuestro país, después de los crímenes perpetrados por el estado en la movilización de ayer.

En enero pasado, en su absurdo discurso pronunciado en Davos, Milei volvió a reiterar, de manera obsesiva que entre sus objetivos estaba “Plantar las ideas de la libertad en un foro contaminado por la agenda socialista”.

Cuesta creer que esta barbarie sea solamente producto del accionar de un desequilibrado ocasional. Y si así lo fuera, es bueno recordar las consecuencias que deparan no solamente lo que algunos llaman "discursos de odio" con discutible precisión conceptual, sino también las prácticas antidemocráticas, fascistas, los discursos racistas y binarios , el "ellos o nosotros" y centenares más por el estilo. Lo que se ha consolidado en los últimos años no es solo un constructo del orden de los sentidos. Es una ideología dogmática y profundamente excluyente. Una teología política. según lo expresa José Luis Villacañas: "La mayor significatividad de asociar el neoliberalismo con una teología política reside en desmontar el supuesto de que el neoliberalismo tiene algo que ver con la libertad y por lo tanto desenmascarar una ideología que en el fondo incorpora su semánthema de libertad, pero que es profudamente totalitaria, dice el autor. El neoliberalismo es el totalitarismo de nuestros días y en este sentido, se construye con la aspiración de toda teología política, que es constituir una teología política". El hecho es lo suficientemente grave como para concitar un estado de alerta y reflexión y necesitamos revertir esa tendencia a puro pensamiento, porque está en juego algo tan importante como la convivencia armónica común.

Seamos claros. Una vez más, para imponer una política de entrega, empobrecimiento, control y dominación, debieron recurrir al terrorismo de estado.

Pero ¿qué es la teoría del loco? Recapitulemos con ayuda de una vieja edición de la BBC para comprender lo que está ocurriendo en la Argentina a partir de barbarie de ayer.

La cúpula de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos recibió en octubre de 1969 una orden sorpresiva: aumentar la preparación para un posible enfrentamiento con la Unión Soviética.

Aviones bombarderos B-52 del Pentágono fueron cargados con armas nucleares y 18 de ellos despegaron desde la costa oeste de EE.UU., atravesaron Alaska y volaron cerca de territorio soviético antes de regresar.

Aquella alerta nuclear fue ordenada por el propio presidente estadounidense Richard Nixon (1969-1974) y se llevó a cabo de forma secreta, aunque parecía inevitable que Moscú y sus aliados tomaran nota de la arrojada acción.

En medio de la Guerra Fría y empantanado en la de Vietnam, la intención de Nixon era hacerles creer a sus enemigos que estaba dispuesto a usar una fuerza excesiva, incluso nuclear.

Según expertos, los antecedentes de esta estrategia pueden rastrearse cinco siglos en el pasado hasta Nicolás Maquiavelo, quien escribió que "a veces es una cosa muy sabia simular locura".

Ya en la era moderna, la teoría fue planteada en 1959 por Daniel Ellsberg, un estudioso de la estrategia nuclear (conocido luego por filtrar los Pentagon Papers) que señaló que un líder de un país podría hacer amenazas más efectivas a otra nación si lo perciben como demente.

Pero Nixon fue quien bautizó la teoría del loco, de acuerdo al libro The Ends of Power escrito por su exjefe de gabinete después de que ambos cayeran en desgracia por el escándalo Watergate.

Haldeman relató que el entonces presidente le habló de correr el rumor de que estaba obsesionado con el comunismo, era incontenible al enojarse y tenía "la mano en el botón nuclear".

"Quiero que los norvietnamitas crean que he alcanzado el punto en el que podría hacer lo que fuera para ganar la guerra", le dijo Nixon a Haldeman, de acuerdo a los escritos de este.

Desde que asumió la presidencia en enero de 1969 con Henry Kissinger como su consejero de Seguridad Nacional, Nixon tenía como objetivo negociar el fin de la guerra con el gobierno socialista de Vietnam del Norte en términos favorables a Washington.

"Probablemente [Nixon] creía que si pensaban que estaba un poco loco, entonces creerían que haría cualquier cosa para terminar la guerra, incluso usar armas nucleares", dice Roseane McManus, una profesora de Ciencia Política y Asuntos Internacionales en la Universidad Estatal de Pensilvania que escribe un libro sobre la teoría del loco”.

"Si el líder es capaz de transmitir que está loco de forma limitada a un tema concreto, entonces a veces puede tener éxito", sostiene McManus, quien es exanalista de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA por sus siglas en inglés) de EE.UU.

"Pero si creen que está totalmente loco, fuera de la realidad o quiere apoderarse del mundo, le será más difícil tener éxito porque la gente se preocupará más por el futuro", continúa. "Es muy difícil prometer la paz si tienes esa reputación de locura extrema".

Eso es la “teoría del loco” y es muy parecida, demasiado, a la represión criminal de anoche, un parteaguas en estas cuatro décadas de democracia. Otra vez, la discusión imprescindible entre capitalismo y democracia. Una discusión que apremia. El neoliberalismo exhibe ex profeso la amenaza de que está "un poco loco", lo suficiente como para cometer delitos indiscriminadamente en una planificación sistemática de retroceso de la democracia. Su lógica es la intimidación y el disciplinamiento a través del miedo. Desordenadamente, recuerdo que en 2009 Raúl Zaffaroni recibió el premio anual de Criminología que otorga anualmente el gobierno sueco. El breve trabajo que le permitió en ese momento al eminente académico argentino acceder a esa distinción, una suerte de premio Nobel de Criminología, era un abordaje de una temática crucial: qué debía hacerse para prevenir los crímenes masivos. Apretadamente, recuerdo que el tramo más impresionante de aquel aporte concluía que la forma más eficiente de frenar esos delitos cometidos por los estados es profundizar las democracias. Si las democracias se debilitan, habrá siempre una probabilidad verosímil de que esos crímenes se reiteren. Pero si el estado social de derecho se afirma, decrecen inexorablemente las posibilidades de que esos hechos se repitan. Esa debe ser nuestra lógica. Hay que recuperar y fortalecer la democracia ante un gobierno que la desprecia. Que no puede siquiera soportar los límites de los derechos y las garantías constitucionales. Los tiempos que vienen estarán marcados por esa disyuntiva. El fortalecimento y la profundización de la democracia en todos los espacios y en todos los ámbitos podrían convertirse en un reaseguro, acaso el último, contra el fascismo.