El 28 de junio de 2014 se conmemoró el centenario del atentado protagonizado en Sarajevo por el militante Gavrilo Princip contra el heredero del trono del imperio austrohúngaro, Francisco Fernando, en el que también perdiera la vida su esposa Sofía Chotek. La historiografía occidental ha asumido esa fecha como el inicio de la Primera Guerra Mundial. En verdad, el ataque que, casi inesperadamente, llevó a cabo este joven nacido en Obljaj, Bosnia, en el marco de la extrema pobreza que imponía a naciones y pueblos oprimidos el absolutismo de los Habsburgo, fue un disparador que precipitó el conflicto, que dio comienzo formalmente casi un mes después. El 28 de julio, Austria Hungría declaró la guerra a Serbia. En el medio, hubo un inaceptable ultimátum que Viena cursó a Belgrado, intentando imponer condiciones humillantes, mientras terminaban de madurar las condiciones objetivas y subjetivas que conducían a la catástrofe. La gran guerra fue, en rigor, bastante más que la mera réplica a un atentado de ribetes épicos, que terminó concretando una operación que había fracasado pocas horas antes (el mismo día de San Vito y de la conmemoración de la batalla de Kosovo). Resumió las complejidades de una sorda lucha inter imperialista a la que Alemania, unificada recién en 1871, había llegado fatalmente tarde. Sabemos que el capitalismo recurrió históricamente a las guerras como forma de superar sus crisis cíclicas. Este caso no fue una excepción. Por el contrario, la conflagración estalló una vez que el capitalismo monopólico europeo había superado un modelo de baja escala y libre competencia, protagonizado por pequeños burgueses industriales y comerciantes, dejando paso a una disputa desembozada entre potencias lanzadas a la conquista de mercados de ultramar, nuevos recorridos comerciales, materias primas y otras riquezas de sus colonias o de otras a las que pensaban acceder a sangre y fuego.

La guerra, que duró más de cuatro años, contrariando las previsiones que a priori manejaban los estrategas de los bandos en pugna, significó la masacre de millones de personas, exhibió por primera vez en los campos de batalla nuevas tecnologías armamentísticas y permitió la puesta en práctica de tácticas y estrategias militares hasta entonces desconocidas. Durante la misma, se derrumbaron cuatro imperios, apareció una nueva potencia mundial y emergió el primer país socialista de la historia. Además se perpetró uno de los primeros genocidios de la historia moderna: el aniquilamiento de centenares de miles de armenios a manos de los turcos. Algunas de sus dramáticas consecuencias, empero, permanecieron invisibilizadas hasta ahora. Serbia sufrió la pérdida de una quinta parte de su población (según la Enciclopedia Libre Universal en Español, 650.000 civiles y 45000 bajas militares), conforme se lo destaca en el libro "Breve Historia de Yugoslavia" (Ed. Espasa Calpe, 1972, p. 169), estimada en cinco millones de habitante durante aquella época. Miles de ellos perecieron en campos de concentración austrohúngaros, durante el año 1915, víctimas de enfermedades tales como el tifus o la sarna.
Carlos Nino, uno de los filósofos del derecho más reconocidos en nuestro país, ha afirmado que, en materia de violaciones flagrantes a los Derechos Humanos, la IGM fue algo así como el preludio de lo que ocurriría entre 1939 y 1945: "Los intentos por impartir justicia en forma retroactiva tras la Primera Guerra Mundial enfrentaron dificultades similares a aquellas que frustrarían otros intentos a lo largo del siglo. Las potencias victoriosas de la Primera Guerra Mundial acusaron al gobierno alemán y a sus aliados de cometer atrocidades de guerra que incluían, entre otras, la despiadada invasión de Bélgica, el posterior ataque y destrucción de la milenaria ciudad de Lovaina; la toma de rehenes civiles y el posterior asesinato de muchos de ellos; la violación de mujeres; el asesinato de niños y adultos durante la ocupación de Francia; el lanzamiento de zeppelines sobre Londres, que ocasionó la muerte a doscientos civiles; el hundimiento del Lusitania que significó la pérdida de mil doscientas vidas civiles; y la ejecución de la directora de la escuela de enfermería de Bruselas, Edith Cavell. Según los escritos de Telford Taylor, estas atrocidades reflejaban la torpeza, arrogancia y absoluta brutalidad del gobierno alemán. Frente a tan repudiable conducta, el sentir popular, especialmente en Francia, exigió castigo para los autores, incluido el mismo Káiser, quien se refugió en Holanda. En respuesta, durante la Conferencia de Paz de París en 1919, las potencias victoriosas crearon la Comisión sobre la Responsabilidad de los Autores de la Guerra y para la Imposición de Sanciones. Dicha comisión emitió un informe acusando a Alemania y a sus aliados de violar las leyes de guerra, y recomendó la formación de un tribunal internacional integrado por veintidós miembros, para procesar a los responsables de estas atrocidades, incluido el Káiser. A los tribunales nacionales se les reconoció jurisdicción para procesar delitos de menor gravedad. La comisión determinó que la iniciación de guerra ofensiva no era un crimen bajo el derecho internacional, pero recomendó que dicho acto debía ser objeto de una condena moral y tipificarse en el futuro como un crimen internacional" (El castigo como respuesta a las violaciones a los Derechos Humanos. Una respuesta global", disponible en http://www.cdh.uchile.cl/media/publicaciones/pdf/18/56.pdf). En cambio, no resulta fácil encontrar datos en español sobre aquel martirio del pueblo serbio. Mucho menos, respecto de eventuales intentos de persecución o enjuiciamiento de sus responsables. Ni la efímera Sociedad de las Naciones, ni tampoco la Corte de la Haya (asociada a aquella) mostraron interés en llevar a cabo experiencias de ningún tipo, tendiente a revisar los crímenes masivos perpetrados contra la patria de Gavrilo. La Primera Gran Guerra fue, entonces, el puntapié inicial de un nuevo orden, impuesto unilateralmente por las potencias vencedoras, en el que los sujetos políticos subalternos no podían esperar un mínimo de justicia, memoria y verdad. Ni la segunda guerra, ni la creación de la ONU,  ni las experiencias de control global punitivo de la modernidad, han modificado en absoluto esas asimetrías y la escandalosa selectividad que caracteriza a los procesos de enjuiciamiento y condena de los perpetradores de delitos contra la humanidad. Más bien, las han profundizado.


La muerte del emblemático líder bolivariano ha producido un cimbronazo político que los pueblos latinoamericanos no han terminado de procesar. A su influjo, y bajo la gravitación de su liderazgo, la mayoría de los países de la región comenzaron, profundizaron, reanudaron o acompañaron una nueva forma de relacionarse con el mundo y, fundamentalemente, de ponerse de pie frente a las nuevas prácticas coercitivas imperiales. Caracterizadas por el control de cuatro flujos decisivos: la información, las finanzas, los gigantescos fenómenos de desplazamientos forzados y la capacidad de disuasión militar. América Latina, con el venezolano en vida, había logrado comenzar a disputar esos arduos territorios.
El proceso sostenido de integración regional, la autonomización -variopinta- de las economías nacionales, los intentos todavía inconclusos de fortalecimiento de los organismos de cooperación política, económica y cultural, y las posiciones dignas sostenidas frente a los escandalosos hechos de espionaje, intervención, preparación de distintas especies de golpes blandos, fueron, indudablemente, mucho más fuertes con el venezolano en vida.
También la resistencia respecto de organizaciones paraimperiales como la OEA o la CIDH, de las que América Latina debe independizarse más temprano que tarde. Como un objetivo estratégico, pero cada vez más urgente.
La tarea no será fácil. La búsqueda de un sistema emancipador común de regulación de la conflictividad es una asignatura pendiente que no puede postergarse. Nexos cada vez más visibles atraviesan transversalmente las vicisitudes de todo orden que los pueblos del Sur deben afrontar. Y los organismos creados por los países hegemónicos no son, precisamente, fiables. Mucho menos, justos. El imperio ha mostrado, en varias oportunidades, su rostro actual. Que nos toque ahora, nuevamente, a los argentinos, padecer la angustiosa ordalía de la deuda, es una más de estas prácticas de control y dominación. Por supuesto que trascendente. Pero no la única. Para eso es necesario no abandonar la idea de crear organismos propios que, desde el punto de vista del Derecho Internacional de los pueblos subalternos, nos permita crear un bloque sin tutelas ni coerciones que terminen impactando sobre nuestras futuras generaciones, hasta someterlas al vasallaje. Porque eso sería consentir nuevos crímenes contra la humanidad.
Los pretendidos créditos de los buitres pueden dar lugar a instancias obligatorias de máxima crueldad. Se trataría, en principio, de embargos. Pero sabemos que la retórica imperialista es intencionadamente imprecisa. Si estos son embargos, lo de Cuba es un bloqueo, no un embargo. Y, en cualquier caso, ha durado décadas. Con perjuicios enormes a todo nivel para el pueblo caribeño. Por eso es necesario intentar la construcción de un derecho liberador. Y no parece prudente perder más tiempo.
A más de cincuenta años de su creación, producida en la histórica cumbre de Belgrado de septiembre de 1961 , el Movimiento de Países No Alineados llevó a cabo su XVI reunión en Teherán, recuperando, a partir de sus resoluciones, un protagonismo y una influencia internacional que no tenía desde la guerra fría. El reciente cónclave de Irán, puso de manifiesto que el anfitrión no es un paria internacional ni se encuentra “aislado del mundo”, conforme expresa una de las muletillas preferidas de Washington. Asistieron al mismo el propio secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, y representantes de más de 120 países que testimoniaron el fracaso de las políticas diplomáticas estadounidenses para cercar a Teherán. Este es un dato objetivo de la realidad, que llevó al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu a afirmar que la cumbre era una vergüenza para la humanidad. Semejante reacción se explica a poco que se explore el contendido de los casi 700 artículos que componen la resolución del NOAL. Entre los más importantes, se destacan aquellos que exigen un desarme nuclear global, un Estado palestino con fronteras seguras y la democratización de la ONU, reclamada en las propias narices de se Secretario General, cuya presencia en el encuentro fue duramente criticada por Estados Unidos e Israel, más allá de las claras señales de disciplinamiento que Ban hiciera, abogando por la libertad de los presos políticos del gobierno de Ahmadineyad, al que también exigiera el cumplimiento de las resoluciones de la ONU sobre su programa nuclear y la “cooperación plena” con el cuestionado Organismo Internacional de la Energía Atómica, cuya abolición lisa y llana se reclamara por su actitud negacionista en Chernobyl (http://www.profesionalespcm.org/_php/MuestraArticulo2.php?id=6510), análoga a su conocida inacción frente a la crisis nuclear de Japón, producto de su endogamia y reconocida proximidad con la industria nuclear . La respuesta del Grupo fue un respaldo a los derechos soberanos de Irán a desarrollar un programa nuclear con fines pacíficos, según informó la televisión estatal iraní. En consecuencia, la relevancia política internacional de estos pronunciamientos, devuelve al Movimiento un rol mucho más cercano al que tuviera desde su creación y hasta los años ochenta, en que la crisis entre algunos de sus miembros (la más recordada es, sin duda, la guerra entre Irak e Irán) constituyeron el preludio de un punto crítico que se expuso en toda su dimensión durante la década siguiente, cuando el colapso de la Unión Soviética, el derrumbe del Muro de Berlín, el fin de la guerra fría y el unilateralismo sobreviniente del mundo debilitaron las bases políticas que dotaron de sentido a un organismo que representó durante años, con su heterogeneidad y sus contradicciones, a los pueblos que luchaban por su liberación desde una posición autonómica. Hasta ahora. La densidad de la resolución del XVI encuentro y las circunstancias políticas que rodearon al mismo es comparable a la de 1961, cuando desde Yugoslavia se reivindicaban los derechos soberanos de los países emergentes y se ponía en crisis el dominio del imperialismo-colonialismo y el del neo-colonialismo en todas sus manifestaciones, como única manera de preservar la paz en un contexto de profunda sensibilidad internacional. Tal vez los más memoriosos recuerden algunos párrafos elocuentes de aquella primera cumbre, cuando los No Alineados declaraban que “Jamás la guerra ha amenazado a la Humanidad con consecuencias más graves que hoy en día. Por otro lado, nunca anteriormente ha tenido el hombre a su disposición poderes más fuertes para eliminar la guerra como instrumento de política en las relaciones internacionales”. “El imperialismo se está debilitando. Los imperios coloniales y demás formas de opresión extranjeras sobre los pueblos de Asia, Africa y América Latina están gradual mente desapare-ciendo de la escena de la historia. Se han conseguido grandes éxitos en la lucha de muchos pueblos por la independencia nacional y la igualdad. De la misma forma, los pueblos de América Latina continúan contribuyendo cada vez más eficaz mente a la mejora de las relaciones internacionales. Los grandes cambios sociales que están teniendo lugar en el mundo provocan necesariamente empeoramientos periódicos en el mundo; se acelera el fin de la época de la opresión extranjera de los pueblos, y ello hace que la cooperación pacífica entre los pueblos, basada en los principios de in dependencia e igualdad de derechos, sea condición esencial para su igualdad y progreso”. Cualquier parecido con la realidad actual no puede atribuirse a la casualidad. Tampoco, que la próxima cumbre del NOAL se realice en Venezuela.
El portal Dialnet, de la Universidad de La Rioja, España, conserva todavía un artículo que escribí hace más de una década para el sitio "Derecho Deportivo en línea", al que titulé por entonces "La mercantilización de los futbolistas jóvenes en las sociedades de riesgo", actualmente disponible en el link http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=237991
En ese texto, había intentado poner de manifiesto mi preocupación  por el fenómeno incipiente de un proceso de mercantilización de jóvenes futbolistas, en un escenario histórico particularmente sensible para nuestro país. En ese contexto histórico de triunfo absoluto del neoliberalismo, aparecía mencionada en el artículo la figura del tráfico de personas, atento las modalidades que adquirían, en muchas oportunidades, este tipo de operaciones "comerciales" que encubrían sometimientos inhumanos y degradantes, con penosas consecuencias de todo tipo, de las que nadie se hacía cargo.
El cineasta Miguel Alcantud, en su película "Diamantes Negros", da cuenta ahora de lo que entiende una nueva forma de esclavitud que se extiende por el mundo: justamente la del tráfico de niños africanos y latinoamericanos para jugar al fútbol en los grandes clubes europeos. A pesar de que las normas de la FIFA prohíben que los clubes contraten a menores de fuera de Europa, algunos de los grandes equipos de España, Italia, Francia e Inglaterra lo hacen, según el director, que ha realizado una investigación sobre ello en África, Noruega y París, entre otros lugares, y que ha comenzado el rodaje de la película , con la que denunciará esta situación.
Según surge de una nota del diario español Público.es, actualmente, existen unos 20.000 menores africanos que han sido abandonados por los equipos y sobreviven en las calles de los países europeos. 
La mayoría de las veces, engañan a las familias, que esperanzadas por la posibilidad de una vida diferentes para sus hijos, veden sus propiedades o se endeudan de por vida para conseguir el dinero del viaje de los niños.
Cuando los niños llegan, nada es fácil para ellos. Si no responden como prometían o tienen una lesión, son abandonados a su suerte. Si los clubes deciden mantenerles, no existe para ellos una educación adecuada ni la posibilidad de que sean sus familias las que manejen su situación.
Esta es una realidad que fue denunciada en el Parlamento Europeo por el representante de la ONG Culture Foot Solidaire y ex futbolista camerunés Jean-Claude Mbvoumin.
Miguel Alcantud descubrió en Noruega a John Obi Mikel, un niño al que tenían escondido en este país los dirigentes del Chelsea, esperando que cumpliera 18 años. Allí, llevaron también a tres niños nigerianos para que Obi Mikel no "tuviera añoranza y la ‘inversión' se echara a perder". Además, el director contactó con Ronny Van der Meij, un abogado especialista en derecho deportivo, que fue quien le facilitó, entre otros, la información de los 20.000 niños africanos que vinieron a Europa a jugar al fútbol y hoy malviven en las calles. En París, Alcantud conoció a menores abandonados después de sufrir alguna lesión o tras fallar en sus primeras pruebas.
Para las familias africanas y latinoamericanas pobres es muy difícil, por no decir imposible, resistirse a la tentación de convertir a los niños en futbolistas profesionales en algún país de Europa. Ello facilita enormemente el tráfico de los menores, un delito siniestro que podría evitarse creando academias de fútbol en sus países de origen, aunque por supuesto eso implicaría un gasto un poco mayor para los millonarios clubes de fútbol.Diamantes negros contará esta realidad a través de la historia de dos niños, víctimas de este tráfico, que llegan a España, donde entrarán en un mundo de agente, dinero, intereses... y que se encontrarán con una vida que nada tiene que ver con la que les prometieron.  Uno de los niños es abandonado en Madrid y el otro en Lisboa. Y uno de ellos consigue volver a África, donde descubre los sacrificios que ha tenido que hacer su familia para que él pudiera viajar a Europa.Los niños malienses Setigui Diallo y Hamidou Samaké son los protagonistas de esta historia, en la que les acompañan Carlos Bardem, Willy Toledo, Carlo D'Ursi, Santiago Molero y Ana Risueño. Diamantes negros es una coproducción entre la española Potenza Producciones  y la portuguesa Fado Films, y se rodará en Madrid, Lisboa, Faro, Malo y norte de Europa a lo largo de nueve semanas. Además, el filme cuenta con el apoyo de la Junta de Castilla-La Mancha y el Instituto de Cine (ICAA) y con la colaboración de la Fundación Voces.La película se basa en una minuciosa investigación y en algunos ejemplos que desde hace años han estado saliendo a la luz. Así, algunos de los casos reales que han sido publicados en la prensa son, por ejemplo, el de conocidísimo Eto'o, que estuvo siete meses en Francia viviendo prácticamente en la calle cuando tenía once años, antes de llegar a triunfar, o el propio Messi, que fichó con el Barcelona con solo doce años. Menos trágicos que otras realidades, como la de Dungai Fusini, un chico de Costa de Marfil de catorce años que fue quien le dio nombre al tráfico de niños en Italia. El chaval no iba al colegio, no aprendía ningún idioma, dormía en el sótano de un restaurante... y tenía una sesión de entrenamiento vespertina cada día. Un día huyó y fue encontrado un mes después debajo de un puente.
El modelo del sistema internacional de conquista imperial, se legitima en un derecho  creado de manera unilateral y antidemocrática, tendiente a reproducir las relaciones de poder mundiales, funcional a los intereses del imperialismo. Éste expresa la fase superior del capitalismo, la disputa por los mercados del mundo, y, por ende, un derecho de esas características legitima la utilización de la fuerza con un criterio hobbesiano, reivindica el "realismo jurídico" y "político" con el que, contemporáneamente, han venido amenazando a la Humanidad Zbigniew Brzezinski, Henry Kissinger, Condoleezza Rice y Hillary Clinton, remitiendo a la vieja categoría del "vacío de poder" para ejercer su poder punitivo sobre el resto del planeta.
Para Estados Unidos, en consecuencia, el sistema internacional es un sistema de control internacional donde prima únicamente la relación de fuerzas.
Si, como sabemos, hace cuatro décadas, el pacto de Varsovia había advertido acerca de la matriz extraordinariamente vertical y antidemocrática de la concepción imperialista en materia de relaciones internacionales, podemos decir que la misma mantiene todavía una entera vigencia. Sólo que, en vez de construir como enemigos a los países socialistas (aunque también lo sigue haciendo todavía con alguno de ellos, como es el caso de la República Popular de Corea, Cuba, Bielorrusia o Venezuela), lo hace fundamentalmente con aquellos pueblos indóciles o poseedores de riquezas o recursos estratégicos escasos.
Eso explica que, pese a las profundas transformaciones que en materia de bloques de poder económico ha sufrido el mundo en los últimos años, la principal potencia militar siguen siendo los EEUU de Norteamérica.
Y lo es en base a un derecho portador de enunciados tales como la democracia, la paz, la civilización, etcétera, mediante los cuales se sienten habilitados para emprender operaciones policiales de alta intensidad o guerras de baja intensidad a lo largo y a lo ancho del planeta, casi todas ellas con la misma matriz ideológica.
En realidad, la propiedad privada y la explotación del hombre por el hombre, cuyo principal estímulo de producción es la obtención de la ganancia, adquiere centralidad absoluta para el capitalismo y su forma de concebir las relaciones y el derecho internacional.
Para lograr esos objetivos, la fuerza se constituye en un elemento excluyente de la política internacional y de la diplomacia imperial.
Esto implica una legitimación de las disputas violentas por la hegemonía, que como exteriorización del poder, supone someter la voluntad de los pueblos militarmente más débiles a los designios unilaterales del más fuerte.
Esta praxis se sostiene en base a los postulados teóricos del denominado "realismo político", un hallazgo conceptual norteamericano de la época de la segunda posguerra, de resultas de la cual la  política de fuerza es concebida como una verdadera ley de la historia y por consiguiente, como la única política posible para el Estado. Su principal mentor fue el profesor de la Universidad de Chicago, Hans J. Morgenthau, que en 1948 editó el libro “Politics among Nations?”, en el cual se desarrolló  la idea de la imposición de la fuerza en las relaciones internacionales, lo que resultó absolutamente funcional al contexto histórico que se vivía con la aparición de la obra: la guerra fría.
Morgenthau consideraba que “la política internacional, como cualquier política, es una guerra por el poder. Dado que la tendencia por el poder es una característica que diferencia a la política internacional, como a cualquier política, la política internacional es inevitablemente política de fuerza".
Los gobernantes de los Estados imperialistas, sobre todo de Estados Unidos, continuamente violan el derecho internacional e intentan al mismo tiempo encubrir sus actividades ilegales jurando fidelidad al derecho internacional, en tanto y en cuanto los organismos en los que ejercen una influencia decisiva se presten a sus maniobras o decisiones a nivel global. O sea, convaliden aquel derecho sostenido únicamente por la fuerza y la vocación de control universal.
Esto hace que el sistema internacional encuentre en el derecho internacional una suerte de superestructura mundial que reproduce las relaciones de fuerzas entre los Estados. Ni siquiera la CPI ha logrado sustraerse de este sistema de disciplinamiento y control. Con mucha mayor razón, podemos decir que tampoco lo han hecho la ONU o los tribunales internacionales especiales, creados de manera ad-hoc y ex post facto, generalmente para juzgar la conducta de los vencidos en las guerras.
Sin embargo, los teóricos del modelo imperialista del sistema internacional se encuentran en una posición mucho más difícil. Como científicos que apoyan el predominio de la fuerza en las relaciones internacionales, están forzados a desconocer o en general a ignorar el derecho internacional, o bien a afirmar que éste no puede influir en la conducta de los Estados, y que se encuentra al servicio de la fuerza.
Con ello se intenta eliminar el derecho internacional, al que se considera un obstáculo para la política de fuerza. Es decir, no pueden a esta altura de la historia soportar la legalidad formal que ellos mismos han creado.

Las actitudes que asumieron el Reino Unido y los países de América Latina durante lo que algunos denominan “el caso Assange”, merece algunas reflexiones que no pretenden abordar la cuestión de la libertad de expresión implicada, los exabruptos del gobierno británico, sus históricas contradicciones respecto del instituto del asilo,  el interés indiscutible  de Estados Unidos en la resolución del diferendo, ni tampoco las verdaderas razones que llevan a perseguir al creador de wikileaks.
Las  motivaciones de esta nota pretenden dotar de historicidad y contextualizar  un episodio que conmueve a la opinión pública mundial y que puede ser analizado desde diferentes perspectivas, algunas de ellas no suficientemente exploradas todavía.
En esa inteligencia, deberíamos  preguntarnos cómo y por qué pudieron ocurrir, en este preciso momento histórico, la insólita amenaza británica de asaltar la embajada de Ecuador en Londres y la réplica consistente, robusta y unánime de los países de América Latina frente a una eventual decisión arbitraria y manifiestamente ilegal del Imperio.
El Reino Unido sabía de antemano que, con esa bravuconada, propia de lógicas coloniales, violaba groseramente, entre otras normas, el artículo 22 de la Convención de Viena, vigente desde hace casi medio siglo, que establece expresamente que los locales de las misiones diplomáticas  son inviolables. Este mismo artículo garantiza que los agentes del Estado receptor no solamente no podrán penetrar en las embajadas sin consentimiento del jefe de cada misión, sino que también  tiene la obligación especial de adoptar todas las medidas adecuadas para proteger los locales de la misión contra toda intrusión o daño y evitar que se turbe la tranquilidad de la misión o se atente contra su dignidad; y que dichos  locales, su mobiliario y demás bienes situados en ellos, así como los medios de transporte de la misión, no podrán ser objeto de ningún registro, requisa, embargo o medida de ejecución.
La norma difícilmente podría ser más clara, y es obvio que ninguna disposición interna del estado receptor resultaba suficiente para contradecir una convención internacional de esa jerarquía. Por ende, deberíamos preguntarnos cuáles pudieron ser los motivos que llevaron a Gran Bretaña a colocarse en una situación de semejante incomodidad diplomática.
Por supuesto, estaríamos tentados a responder que ha actuado así porque no le importa cumplir con el derecho internacional, porque sigue aplicando una suerte de derecho colonial de conquista, como lo ha hecho siempre, o porque se sabe integrante de un bloque de poder imperial- militar que lo pone a cubierto de cualquier represalia.
Todo esto puede ser indudablemente cierto, pero es también posible problematizar esa conducta con apego a otras claves.
El Reino Unido forma parte, como aliado preferencial, de un bloque de poder hegemónico desde el punto de vista militar. Habita un espacio privilegiado en un contexto disuasivo que reedita –al menos en ese plano- la “unipolaridad” del mundo decretada hace pocas décadas por el triunfo del neoliberalismo, el “fin de la historia” y el Consenso de Washington.
Pero también es parte esencial del epicentro de una crisis económica y financiera global sin precedentes, que expresa el fin del capitalismo globalizado, al menos en los términos en el que los concibieron los economistas ortodoxos que pronosticaban la muerte de las ideologías.
Desde esta perspectiva, el mundo se ha vuelto inesperada y dramáticamente multipolar para los principales portadores armamentísticos.
Por lo tanto, estas potencias no pueden ahora soportar las doctrinas de soberanía y coexistencia pacíficas creadas por ellas mismas, que tan útiles le fueran, por ejemplo, durante la guerra fría. Ni siquiera esa legalidad  formal, asimétrica, vertical, si se quiere ficta, pueden soportar frente a la emergencia fáctica de otros bloques de poder económico que han demostrado ser mucho menos frágiles frente a la debacle internacional que la propia Europa. Este escenario –vale aclararlo- coloca a la humanidad frente a la inminencia probable de la guerra, que es la forma mediante la que el imperialismo ha resuelto históricamente sus crisis cíclicas.
La de Londres sería así, una actitud desesperada de un capitalismo en bancarrota, que no puede tolerar los mecanismos de disciplinamiento y control que el mismo occidente había concebido, como salvaguarda de sus intereses permanentes de dominación.
Y ese colapso se produce cuando las amenazas de conflagración se multiplican en diversas regiones del planeta, justamente como consecuencia de la proliferación de misiones “humanitarias”, “intervenciones democráticas” y demás agresiones directas e interrupciones institucionales que lidera activamente el imperialismo.
América Latina, que ha apoyado explícitamente la posición ecuatoriana, constituye uno de esos bloques de poder emergentes que desafían la unipolaridad económica perdida que añoran las potencias de occidente. El MERCOSUR es la quinta potencia económica mundial, la región se ha consolidado en sus políticas unitarias democráticas, populares (que no “populistas”) y antiimperialistas. Ha fortalecido sus vínculos con China, Rusia y el BRICS. Reconoce y honra sus denominadores comunes –en particular su historia- defiende incondicionalmente la vigencia de la democracia y tiene, incluso con Gran Bretaña, una actitud docente en materia de Derechos Humanos. El UNASUR, por lo demás,  ha creado a instancias de Brasil, el Consejo Sudamericano de Defensa, con una concepción bastante diferente de la que preferiría Washington.
 Por otra parte, la entente del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile), prohijada también por la administración demócrata,  no ha podido convertirse  en una alternativa a la unidad del resto de los países de la región, que los superan  en base a sus políticas públicas inclusivas, sus estándares de desarrollo con mayor equidad social y sus indicadores promisorios de disminución de la pobreza y la exclusión social.
Si, como todo parece indicarlo, las elecciones de octubre le habrán de dar un holgado triunfo al presidente Chávez, se consoliderá entonces una tendencia en el Sur de América, que significará un nuevo avance del protagonismo de los pueblos y una complicación todavía mayor para los gendarmes universales.

La ocupación ilegal e ilegítima de las Islas Malvinas por parte del Reino Unido atraviesa casi dos siglos. Las formas que ha asumido ese avasallamiento emblemático del derecho internacional, se han ido modificando a través del tiempo, en consonancia con las diferentes lógicas imperiales de dominación, sus discursos y doctrinas. La última de esas prácticas, no solamente incluye la ocupación, la explotación predatoria de recursos naturales, la profanación del cementerio de Darwin (donde descansan soldados argentinos caídos en la guerra de Malvinas) y una creciente militarización de las islas, hasta transformarlas en una base estratégica de la OTAN , sino que también implican los intereses de la gran banca internacional. Efectivamente, las petroleras británicas han tenido el respaldo explícito y concreto de grandes entidades financieras en sus actividades extractivas, violatorias de resoluciones expresas de organismos internacionales. Según relata el corresponsal de RT Ignacio Jubilla,” entre los mayores accionistas de los trabajos de explotación en las islas Malvinas figuran los bancos estadounidenses Bear Stearns y JP Morgan, símbolo de la crisis de especulación en EE.UU., así como el banco suizo Credit Suisse y el banco británico Barclays”. “Hay ocho empresas y lo que se ve es que detrás de estas decisiones en buena parte se encuentran las entidades más importantes del sistema financiero, entre ellas Barclays, principal banco inglés que hace poco, durante el primer trimestre, fue sancionado con una multa millonaria por manipular las tasas Libor”, dijo a RT el periodista argentino Ignacio Chausis. “Actualmente, con autorización unilateral del Reino Unido, en las Malvinas operan ilegalmente tales empresas como Rockhopper, Borders and Southern Petroleum, Desire Petroleum, Falkland Oil & Gas, Argos Resources, Premier Oil y, en asociación con Rockhopper, la estadounidense Noble Energy”. Es previsible que las diferencias pudieran profundizarse a partir de la decisión soberana de Argentina de buscar petróleo en áreas colindantes a las islas, en un proyecto que coaliga a la recientemente recuperada YPF con la empresa estatal venezolana PDVSA. El emprendimiento conjunto, vale aclararlo, es absolutamente legítimo, se inscribe dentro de las más elementales normas del derecho internacional, expresa la potestad soberana de Argentina sobre su territorio, y únicamente podría ser controvertida desde una perspectiva colonial impensable en el siglo XXI. Semejante a la que el Reino Unido pone de manifiesto al amenazar a Ecuador por haber concedido asilo diplomático a Julián Assange.
El sistema internacional es un conjunto de normas y prácticas de interacción, vigente entre los actores internacionales, que abarca Estados, organismos y otras instituciones, ordenando, a través del conflicto, los interesas y las relaciones de fuerza o poder. Los actores del sistema internacional, además de los Estados, son los grupos subnacionales (por ejemplo, las minorías) o entidades análogas que luchan por su liberación ( naciones sin Estado o Estados en trance de formación), organismos interestatales internacionales, coaliciones o bloques de Estados (UE, G-20, CELAC, UNASUR), organizaciones de diversa índole (política, económica, religiosa) que operan transnacionalmente o que no tienen a gobiernos o sus representantes como miembros, conferencias internacionales, organizaciones internacionales no gubernamentales, el derecho internacional y sus organismos, estatutos y normas específicas. El sistema internacional, que abarca implicaciones políticas, económicas, militares, religiosas, históricas y filosóficas, donde la aparición del Estado-nación burgués impactó decisivamente sobre los sistemas de creencias y el sentido de pertenencia de los sujetos, funciona en base a los intereses permanentes de sus actores, articulando formas de relacionamiento asimétrico entre los mismos. Estas relaciones no son igualitarias, no han sido nunca democráticas, ni siquiera consensuales, pero no pueden dejar de mantenerse, por lo menos en lo inmediato. Expresan relaciones de fuerzas, formas de conflicto que se profundizan al proyectarse el capitalismo hacia su última fase imperialista, aunque su fundamento aparente sea la solidaridad, la paz, la convivencia pacífica, la seguridad y la armonía de los actores. La globalización dotó de una nueva razón de ser al sistema internacional, ya que la obligatoria interdependencia resignificó los motivos que le conferían sentido en la modernidad temprana, introduciendo alteraciones en los mapas políticos y en las nuevas alianzas que se correspondieron con la aparición de nuevos bloques y nuevos sujetos políticos que han demostrado, hasta ahora, una mejor capacidad de adaptación a la crisis internacional que los propios países hegemónicos. La aparición de estas naciones o grupos de naciones, tienen que coexistir con un sistema jerárquico, antidemocrático, que ha legitimado un estado de permanente excepción, como así también la imposición de normas y doctrinas compatibles con los intereses unilaterales de los poderosos, que se comportan como una suerte de gran gendarme universal. En ese contexto debe analizarse la relación entre el nuevo sistema internacional y la cuestión Malvinas.