Por Diego Tatián
La familia Ohannessian había huido de Hadjin tras el retiro de las tropas francesas en 1920, que dejó a la población armenia desamparada y a merced del ejército turco. Si la reconstrucción que permiten los restos de memoria llegados hasta nosotros es correcta (nunca estaremos completamente seguros de que lo sea), a la edad de nueve años mi abuela Azniv llegó al puerto de Buenos Aires junto a su hermano Hovhannes y su madre María, el 1 de abril de 1929, en la tercera clase del barco Mendoza. Habían embarcado en el puerto de Marsella y, según consta en la información de las listas de pasajeros ingresados ese día, al llegar a Buenos Aires se alojaron en el Hotel de los Inmigrantes.
No habrá sido fácil para María Dumanian viuda de Ohannessian el preparativo del viaje transoceánico junto a sus hijos. Para la tramitación de los documentos necesarios ante las autoridades libanesas, debió hacer una foto de ella con sus hijos, probablemente tomada en 1927, poco tiempo después del deceso de su marido Simón. Es una foto impresionante, cargada de tragedia y desafiante a la vez. Capta juntas la muerte y la vida, en un punto irresuelto. Los tres de negro. Cansados. Sin esperanza y sin miedo. Llenos de silencio. Harían un viaje lejos.
Me recordó una conocida foto del pequeño Archile Gorky -entonces Vostanik Adoian- con su madre. En esa imagen tenía ocho años, la misma edad que Azniv en el retrato libanés. Carga la misma tragedia, el mismo daño, la misma marca del dolor. Lo que no suelta. Deja ver una captura en lo invisible, que será para siempre. Sin haber logrado salir de Armenia, su madre murió de hambre mientras trataba de escapar del genocidio. Gorky llegaría a ser uno de los más altos exponentes del expresionismo abstracto norteamericano. Cuando llegó a Estados Unidos, pintó un conocido cuadro que estruja el alma -el más emblemático de la diáspora armenia-, junto a su madre, sin manos y sin la estampa del vestido, como si fuera una tela inconclusa. Solo conservaba del pasado esa vieja fotografía que le sirvió de modelo, tomada junto a ella en 1912, al parecer durante un momento festivo -que sin embargo no era suficiente para disimular la tristeza que rezuma la expresión de las figuras-. Poco tiempo después de pintar ese cuadro (en el que trabajó, con enorme dificultad, durante más de diez años), Gorky, o acaso Adoian, se mató en Connecticut.
La mirada de las cinco personas fotografiadas -que Archile declina en la pintura, donde se representa a sí mismo perdido o ausente- tienen un punto en común, que no es ningún temor por lo que hay delante: escrutan algo más allá, como si les fuera dado ver algo que nadie más puede ver. O tal vez algo ya sucedido, el asalto imprevisto de un recuerdo. No miran a la cámara sino algo que jamás revelarán, y que Archile Gorky, en su cuadro, ya no quiere seguir viendo.
En América, Archile fue pintor, Hovhannes relojero, Azniv zurcidora.
(*) Un Fragmento de "La tierra de los niños"