Por Eduardo Luis Aguirre
Mientras algunos analistas como el coronel Pedro Baños afirman que Europa está siendo conducida a una guerra mundial que impulsan el Reino Unido y los Estados Unidos y que podrían apoyar otras potencias como Alemania, otros acontecimientos precipitan una crisis del armado europeo.
En la hipotética guerra los dos países imperiales anglosajones deberían enfrentarse a Rusia y China. Uno de los frentes de batalla sería la región Asia Pacífico y el otro consistiría en un catalizador de la guerra en Ucrania. Lo terrible, según esos observadores, es que el resto de Europa está siendo arrastrada a un conflicto de proporciones imprevisibles. Ya conocemos los incidentes fronterizos entre el Kremlin, por un lado, y por el otro Finlandia y Suecia. A eso debe agregarse el rol de marcado belicismo de Polonia. Ese cuadro de situación, de por sí, recurre a especulaciones conjeturales, pero también a datos indiscutibles de la realidad objetiva. Uno de los sucesos que azuza las tensiones lo constituye, sin dudas, el resultado de la primera vuelta de las elecciones del domingo pasado en Rumania.
Ese país se enfrenta a la que tal vez es la elección más crucial de la era post -comunista. El candidato ultra pro-MAGA (según se lo denomina) George Simion, concurrió a los comicios en sustitución del proscripto Calin Georgescu, y ganó la primera vuelta con un 40% de los sufragios, provocando la inmediata dimisión del primer ministro, el socialdemócrata Marcel Ciolacu.
El nombre de Calin Georgescu ha quedado fuera de las papeletas rumanas tras confirmarse su cercanía con los llamados neo-legionarios, un grupo radical que reivindica la ideología de la recordada Guardia de Hierro, una organización ultraderechista activa en los años treinta.
Este vínculo ha provocado su exclusión en una contienda electoral especialmente tensa, donde los discursos de extrema derecha han ganado espacio y visibilidad. Sin embargo, puede acabar teniendo un papel especialmente relevante tal y como lo ha expresado Simion, también considerado, por supuesto, un pro ruso.
La primera medida que anunció es que, en caso de imponerse en la segunda vuelta, llevaría a Georgescu como primer ministro. Simion (imagen) y su espacio aparecen como drásticamente antieuropeístas y, como lo refleja su supuesta filiación ideológica, es nada más ni nada menos que un trumpista natural de uno de los países más pobres de Europa. Más aún, su victoria provisoria se explicaría por el hartazgo de los rumanos respecto de los dictados infructuosos de Bruselas, que no han hecho más que profundizar la crisis económica de Bucarest. Simion no ha cambiado una coma durante sus discursos más cercanos a la compulsa. Continúa bregando por "una Europa de naciones soberanas", rechaza el envío de ayuda militar a Ucrania y quiere una Rumania que, aunque continúe en la OTAN, preserve su neutralidad en el conflicto euroasiático. "El país debe permanecer neutral, porque la paz es lo que más me importa", señaló recientemente ante sus seguidores soberanistas. Las elecciones originarias, intervenidas por la justicia rumana, remiten a un pasado que vuelve. Calin Georgescu quedó fuera de las boletas una vez que se ratificó su cercanía con los legionarios de Guardia de Hierro, una agrupación derechista en la que el entonces candidato militó en los años treinta. Cien años después, los rumanos pueden repetir su vicisitud histórica. El resultado del balotaje es crucial. El triunfo eventual de un candidato de estas características (y George Simion parece serlo) introduce una cuña en las debilitadas democracias de Europa y consagra a un vecino de clara sintonía ideológica con el húngaro Víktor Orbán. Hay que recordar que tanto Hungría como Rumania lindan con la anti rusa Ucrania occidental. Este panorama nos remite a la preocupante hipótesis de Baños y de otros observadores. Lo que queda del “occidente” europeo espera que en Rumania haya un cordón sanitario que en la segunda vuelta logre acabar con las expectativas ultraderechistas. La emergencia de los nacionalismos después de la exhausta globalización y las dificultades para configurar bloques estables que permitan completar un multilateralismo robusto son dos factores centrales que no hacen sino sembrar incertidumbre en la vertiginosa realidad político internacional de estos tiempos.