Por Eduardo Luis Aguirre

Este texto se vale del título del libro de la escritora londinense Ana Beer, que relata la importancia de las mujeres en la música clásica. Esta es la primera cuestión que pretendemos abordar. Si la armonía musical es posible de ser historizada, inmediatamente deberíamos pensar que la política, una actividad plagada de connotaciones artísticas, podría tener un lugar novedoso y protagónico en el pantanoso ciclo epocal que atravesamos. En un occidente enceguecido por la frustración, el rencor, el resentimiento y el descreimiento en las instituciones (ninguna sinonimia, siquiera accidental, con el discutible “odio” vociferado mediante traducciones desmañadas y cotidianas) la aparición de mujeres sorpresivamente ubicadas en los podios de las preferencias de los votantes pampeanos merece una reflexión que haga pie en el pago chico. O sea, aquel donde pisamos, donde estamos, habitamos, nacemos, morimos y con el cual nos identificamos. Esa identidad, en la vapuleada política actual, aparece como un correlato de la volatilidad de los cambios del tercer milenio, donde asistimos, según algunas opiniones hiper valoradas, a un nuevo ciclo político. Algo de eso dice Giuliano Da Émpoli, que logra la proeza teórica de agrupar en la categoría de populistas a distintos movimientos y personajes prescindiendo adrede de su ideología. Entonces, ya no hay diferencias entre Milei, Boris Johnson. Lula o el peronismo.

Esto refleja la nueva crisis de la política liberal, que es cierta, sólo que se presenta de una manera solapada, que impide distinguir las etiologías políticas de estas apariciones, que construyen democracias más afectas a la emoción que a los conceptos, a la locura que la racionalidad, a la empatización de los líderes con la gente a través de la mediación de nuevos gurúes que lo conducen a profundizar los conflictos, a exaltar las iras en un mundo plagado de disconformes. Los partidos son barridos por el enojo clamoroso de la multitud y entonces aparece un nuevo enemigo fetiche: “la casta”. Un invento desafortunado de Podemos en España que el prolífico Da Émpoli utiliza en sus textos y conferencias. No hay que subestimar este hecho: el autor señala que el o los libros sobre la casta llevan vendidos, solamente en Italia, 3 millones de ejemplares. Motor de la furia en o contra la política la casta y la cultura de plataformas operan sobre ese no posible descartado en el neoliberalismo. Sobre la excitación de los extremos y “la muerte del centro”. Para eso debe exacerbar la desconfianza y la enemistad. Más gritos y menos diálogo caracterizan la política actual. Fronteras estéticas y morales se difuminan. Sin embargo, esta irracionalidad hegemónica parece manifestarse con mayor fuerza en lo impersonal del abismo mundial.

Pero hay insularidades, evidencias promisorias que nos ayudan a reconciliarnos con la política y el compromiso como forma de su ejercicio. Quizás en aquellos lugares donde la urbanidad y la muchedumbre extrema no definen el paisaje social los vínculos conserven todavía un resto saludable de humanidad.

Hace unos días se publicó una encuesta política de Zuban-Córdoba en La Pampa. Leída con cuidado, como siempre ocurre, son muchos los detalles a ser atendidos en esa experiencia. Pero hay un caso que quiero mencionar expresamente. La pesquisa demuestra que dos mujeres peronistas están entre las que acaparan el favor de los encuestados y sus imágenes (con distintos estilos, recorridos y conocimiento colectivo) recolectan las preferencias de gran cantidad de comprovincianos. Son dos políticas que han renegado sistemáticamente del griterío abominable, del insulto primitivo, de los discursos construidos a hachazos. Ignoro si muchos coterráneos han analizado esas concusiones con el detalle que las mismas merecen. Debo decir que no recuerdo, desde la recuperación democrática, que se hayan producido dos emergencias con esas singularidades. Dos mujeres con ese posicionamiento, y ambas por fuera del ulular “odiante” (reitero mi desconfianza respecto de la precisión de ese lugar común) que hagan de la política y de lo político un trabajo cotidiano, severo, comprometido, que no ofrece blancos razonables a las pasiones bajas que enunciaba Spinoza. Si esta apreciación fuera correcta, si la duda metódica se despejara, tal vez podríamos guardar expectativas fundadas frente a los embates cruentos de un estado nacional convertido en el brazo ejecutor de políticas reaccionarias. Eso es un paso crucial e inexorable, que hay que dar en todo el país, si es que creemos que el retorno de un gobierno popular al poder es posible. Algo que, al parecer, no se ha resuelto siquiera como expectativa en otras provincias. La adustez y el respeto a la cosa pública configuran también elementos identitarios, humanamente perfectibles pero sedimentados con el paso del tiempo, que no dejan de reconocerse en todo el país, sin distinción de banderías.