Por Eduardo Luis Aguirre

El mundo está en guerra, no guerra de religiones, es una guerra de intereses, por los recursos naturales, guerra por el dominio de los pueblos. Alguno puede pensar que estoy hablando de guerra de religiones. No. Todas las religiones queremos la paz. La guerra la quieren otros. ¿Entendido? (Papa Francisco)

 


Durante las últimas tres décadas, el mundo cambió drásticamente. Fue bipolar hasta el colapso de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín, devino luego unipolar, con la anunciada muerte de las ideologías y el fortalecimiento imperial de los Estados Unidos y, con una vertiginosidad sin precedentes históricos, se transformó en un gigantesco galimatías multipolar, fundamentalmente a partir del 11-S. Mientras todo eso ocurría, un enorme sistema de control global punitivo dotado de lógicas y prácticas propias se abatía sobre la humanidad en su conjunto e imponía condiciones de manera unilateral, aunque no gratuita ni desde luego pacífica. Para analizar los horrendos crímenes masivos, las intervenciones “humanitarias” y preventivas, las “guerras justas”, los nuevos enemigos creados por el imperio, la violencia “legítima” internacional y las réplicas terroristas, es preciso asumir que el sistema de control global punitivo ya no es una mera alternativa de disuasión. Por el contrario, implica un proceso de transformación sociológico y geopolítico fenomenal que recurre a prácticas y retóricas capaces de legitimar y reproducir este nuevo contexto de control global en estado permanente de “excepción”, que se abate sobre los insumisos y los débiles y provoca nuevas e inesperadas formas de confrontación armada. Cuando debatimos acerca de los cambios trascendentales, paradigmáticos, que deparó la globalización, necesariamente debemos evocar el declive de los Estados nacionales y del concepto de soberanía, pero también -y al mismo tiempo- el renacimiento de las reivindicaciones locales, regionales y sociales y la legitimación de la fuerza como mecanismo recurrente para resolver los conflictos y  reproducir las condiciones de hegemonía impuestas por el imperialismo. 
 


Por supuesto, esas prácticas militares y policiales salvajes han dado lugar a distintas formas de resistencia, frente a las cuales el sistema cruje, y sus principales debilidades comienzan a notarse al interior de los estados europeos de occidente. Lo que constituye una evidencia categórica de la selectividad que rige al interior del propio esquema de control, que claramente reservará el papel de eventuales campos de batalla a territorios que no comprometan al principal centro imperial, aunque se trate de sus aliados. Una especie de muro mucho más sofisticado que el que propone el propio Trump respecto de los inmigrantes latinos o el que impusiera Israel al pueblo palestino.
Los ejemplos de esta nueva guerra son múltiples y variados. Van desde los reconocidos golpes suaves en América Latina (y el arrollador saqueo de sus riquezas y consecuente empobrecimiento de sus pueblos perpetrados por las oligarquías locales aliadas al capital transnacional), Medio Oriente o Europa Central y oriental, hasta los desastres ambientales o las cruzadas policiales de alta intensidad o intervenciones militares de baja y media intensidad que sacuden el planeta en su totalidad. Entre esas nuevas conflictividades  incluimos especialmente la insólita pretensión de la OTAN de rodear las fronteras de Rusia con enclaves armados por parte de la alianza. También, el drama de los refugiados y el surgimiento previsible de reacciones xenófobas masivas, hasta las nuevas formas que asume el terrorismo global y estratégico. Estas últimas expresiones violentas, que siempre sirvieron -y sirven- para mantener a los pueblos del mundo en un permanente "estado de excepción", absolutamente funcional a la lógica del amo, hoy plantean otras preocupaciones a Occidente. Por primera vez una experiencia terrorista logra ocupar un espacio territorial tan extenso como el Reino Unido y generar un miedo colectivo sin precedentes, al punto de obligar a países como Bélgica a medidas de prevención nunca antes vistas, tales como el suministro de pastillas de yodo a su población, ante la sospecha de posibles ataques con armamento no convencional (¿los cada vez más conocidos explosivos NRBQ? ¿las armas químicas de países como Siria que se habrían "extraviado" una vez que el propio país lo entregara a los estados centrales como prueba de su vocación pacífica?). Huelga decir, en consecuencia, que se esperan más ataques terroristas y que no se descarta que los mismos impliquen nuevas modalidades de asesinatos masivos. Habría que preguntarse qué potencias influyeron decididamente en crear estos monstruos que ahora no pueden controlar. También, si los países occidentales han evaluado correctamente las réplicas que casi con seguridad podrían sobrevenir a las distintas formas de intervención imperial desplegadas como consecuencia de la implementación del ya referido sistema de control global punitivo. 
Las guerras asimétricas pasaron de ser una garantía de la vigencia de ese control a convertirse en un verdadero galimatías respecto del  cual el imperialismo no parece haber alcanzado formas de conjuración holísticas capaces de poner fin a un estado masivo de terror que tiene su epicentro fundamental y paradójico en Europa. 
El miedo, como sabemos, es también una de las formas históricas más eficientes de control social. Y allí también, las principales cadenas comunicacionales deben jugar inexorablemente el rol propagandístico y cultural que se les ha asignado en estas nuevas conflagraciones. O sea, reproducir el terror y el caos en las poblaciones de occidente, seguramente exacerbando las propuestas y prácticas racistas y anti inmigratorias. Pero, a su vez, las noticias inocultables de los crímenes terroristas provocan que el resto del mundo comience a cuestionar, ante la evidencia insuperable de las imágenes, las políticas públicas que a nivel global ponen en práctica los gobiernos de los países centrales. Esto supone una nueva batalla cultural, no querida ni prevista, donde se superponen y contraponen hegemonías contingentes cuyo resultado no se ha saldado todavía (ampliaremos).