Por Eduardo Luis Aguirre.

La suerte de la Presidenta Dilma Rousseff, y de la democracia de la octava economía del mundo, parece estar echada. Todo hace suponer que mañana triunfará el golpe de estado en Brasil. 
A pesar de las conclusiones recientes y categóricas del Tribunal por la Democracia, un cuerpo de opinión compuesto por personalidades prestigiosas de todo el mundo, un sistema de poderes en pleno proceso de descomposición, asociado a factores de poder de hecho, entre los que deben mencionarse las grandes cadenas comunicacionales y los grupos más concentrados de la burguesía litoraleña del país hermano, se encuentran ahora en codiciones de desplazar mañana del poder a la presidenta votada por la mayoría del pueblo brasileño hace menor de dos años, con el 51,59% de los sufragios.
 
Las condiciones objetivas está dadas para que la interrupción constitucional avance mientras se celebran en Río de Janeiro los Juegos Olímpicos, y las consecuencias regionales y globales de este golpe blando no alcanzan a dimensionarse todavía. El Senado de Brasil decidió esta  madrugada favorablemente la moción de presentar cargos contra la suspendida presidentaRousseff -primera mujer que llega a ese cargo en Brasil- y someterla a juicio por violar las leyes de presupuesto, en un proceso de impugnación que ha paralizado a la política local desde enero.
 
 
Esto, a pesar de que Dilma no carga con un sólo hecho de corrupción, pese a la enmarañada y perversa campaña que sistemáticamente hicieron durante meses los grandes medios del país hermano, emulando las prácticas que en ese sentido hacen las grandes cadenas comunicacionales en todo el mundo. Cincuenta y nueve senadores votaron por la alternativa del enjuciamiento contra la presidenta constitucional, quien solamente obtuvo 21 votos, en una tumultuosa sesión conducida por el juez Ricardo Lewandowski, presidente del Supremo Tribunal Federal.
 
Si, como es dable esperar, otra decisión igualmente arbitraria decidiera poner fin a 13 años de gobierno petista, Rousseff sería alejada definitivamente de su cargo. Para lograrlo, los parlamentarios necesitan una mayoría especial de votos, que igualmente implican una cantidad menor que la alcanzada en la votación de este miércoles. Al parecer, un resultado cantado, solamente condicionado a los raros vaivenes y opacos vericuetos de la política brasileña.
Si se depusiera finalmente a Dilma, continuaría en su cargo el actual presidente interino, el derechista neoliberal Michel Temer, recientemente abucheado en su aparición en las olimpíadas, hasta el año 2018. Sólo faltaría que Gene Sharp, el creador de la doctrina de los golpes suaves, participara también en la clausura de los juegos, el próximo 21, en el mítico Maracaná. Quizás eso lo haría, finalmente, visible a los ojos de los pueblos.