Álvaro Núñez Vaquero |
Por Ignacio Castro Rey (*)
Subsisten todavía dos tipos de imágenes. De un lado, los iconos publicitarios que nos rodean, mayoritarios y funcionales, remitiéndose unos a otros, envolviéndonos con una pared protectora que se engarza al tiempo lineal y a sus metas. Estas imágenes, que inundan a veces al arte, aparecen "colgadas" en la cronología social y crean cobertura porque su teleología nos permite seguir con la velocidad de la comunicación. Nos permiten interactuar, deslizarnos, consumir: ser salvados, por la religión de la circulación, del demonio de lo real, este espectro de lo inmóvil que recorre los bajos de este capitalismo cultural en el que convergen derecha e izquierda El referente de todas estas imágenes es la seguridad del desplazamiento continuo, que se ha convertido en nuestra idea fija. Individualismo y comunicación trenzan con esas imágenes una dialéctica sin fin.
Pocos se animan a evocar la conjetura trágica. Muchos, ni siquiera la perciben en una sociedad que avanza hacia el insondable abismo, bastante más previsible que sus formas. Formas que tal vez desde la opacidad de los poderes fácticos que articulan la escalada derechista (en el mundo, en general, y en la Argentina en particular) obedezcan a un diseño preconcebido que explique la violencia sin fin.
Por Eduardo Luis Aguirre
Por María Liliana Ottaviano (*)
“El otro ya ha sido suficientemente masacrado. Ignorado. Silenciado.
Por Eduardo Luis Aguirre