Por Eduardo Luis Aguirre
Alentar la idea de la megalomanía de Trump, de sus improvisados exabruptos o de su ignorancia en materia internacional como forma de explicar la intervención bélica estadounidense en medio oriente es una simplificación ingenua y peligrosa. Por el contrario, la utilización inmediata de una violencia calculada revelan diversas formas de ejercicio de actualización del sistema de control mundial punitivo. En primer lugar, hay que observar la ruptura de una continuidad imaginaria: las guerras no las inician únicamente las administraciones demócratas. El presidente que había prometido no iniciar una sola guerra, conjurar en pocos días las hostilidades en Ucrania, los crímenes en Gaza y la tensión entre Israel e Iran ha hecho hasta ahora exactamente lo contrario. Ese rumbo no es aleatorio ni implica contradicción alguna. Varios ejemplos corroboran esta afirmación. Las informaciones dan cuenta de que espías ucranianos actúan clandestinamente en Irán. El bombardeo sobre diversas plantas donde Irán enriquecía uranio fue una muestra cronometrada de un intervencionismo sin precedentes y se llevó a cabo recién cuando Tel Aviv garantizaba el dominio aéreo. Estados Unidos engañó literalmente a Irán y comprendió desde el principio que la salvaguarda de Israel era una tarea indelegable de Washington. Decenas de miles de soldados norteamericanos controlan la región en bases ubicadas en países aledaños. La doctrina Trump no se limita a concebir la paz como un sojuzgamiento producido por la violencia armada sino que además apresura la derogación de la existencia ficta del derecho internacional. No hay límites, como no lo hubo nunca, para el unlateralismo coercitivo estadounidense. Trump lleva esa potestad al límite de lo imaginable. En esta cruzada se las ingenió para incumplir con imperturbable perfidia tres principios que todavía se creían vigentes en el consenso de las naciones. Eso explica el silencio de China, a pesar de que tiene importantes intereses en el país persa y la posición incómoda en la que aparece Rusia, advirtiendo a través de se canciller Lavrov que una guerra mundial está ahora más cerca. Nada de esto es producto de la improvisación. Israel podría extender su influencia en el medio oriente y terminar de capitalizar su alianza histórica con Marruecos, un vecino incómodo para España, convertida en un hallazgo geopolítico socialista donde su gobierno tambalea producto de errores propios y la presión de la ultraderecha peninsular. El ataque criminal, absurdo del terrorismo contra Israel en 2023 exhibe dos años después efectos y consecuencias imprevisibles, capaces de modificar drásticamente el mapa mundial y rediseñar los diferentes bloques de poder global. Es tiempo de reflexionar sobre la consistencia real de la especulación que desde hace años insiste con el mantra de la caída del imperio estadounidense.

Una nueva fisonomía en el sistema de control global (1)
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