“Las guerras no comienzan con bombas, sino con mentiras” (Michel Collon)

El alineamiento acrítico con las categorías de Derechos Humanos occidentocéntricas han reproducido las condiciones de dominación y control en todo el mundo.
Un delicado entramado de baterías epistemológicas coloniales han impedido analizar el concepto de DDHH en clave emancipatoria. Los resultados están a la vista. Aunque, extrañamente, muchas veces permanecen invisibilizados, frente a la pleitesía que se rinde frente al Caballo de Troya postmoderno que implica el sistema orgánico e institucional del Derecho Internacional de los Derechos Humanos.
Estos precesos de alienación son particularmente hegemónicosen las escuelas de derecho latinoamericana.
No existen recorridos epistemológicos críticos que permitan porner en cuestión, desde los programas mediante los que se imparten conocimientos a miles y miles de alumnos, la verdadera esencia de la Organización de las Naciones Unidas, la Organización de los Estados Americanos, los Tribunales internacionales institucionales en tanto elemento legitimadores de un estado de cosas signado por el unilateralismo imperial.


Esta hegemonía es particularmente impactante en lo que concierne al “sistema” penal internacional.

En efecto, el arduo desarrollo que a partir de la segunda mitad del siglo XX fue alcanzando el sistema jurídico penal internacional (particularmente durante el período ubicado entre los juicios de Nüremberg y Tokio, el nacimiento de la Organización de las Naciones Unidas y la creación de la Corte Penal Internacional) estuvo condicionado por la necesidad de las potencias vencedora de brindar respuestas a los crímenes de masa y las grandes violaciones a los Derechos Humanos, pero fundamentalmente a garantizar la impunidad de las naciones más poderosas de la tierra.
Las respuestas que ese sistema jurídico ha proporcionado (solamente) a algunos hechos de exterminio, que repugnan a la conciencia colectiva de la humanidad, se limitaron casi exclusivamente (dejando al margen abominables y sumarias ejecuciones) a la aplicación de graves penas privativas de libertad a los vencidos en los conflictos armados[1].
El binarismo  que caracterizó a esta dinámica histórica y los logros relevantes obtenidos en materia de persecución y enjuiciamiento penal de personas físicas implicadas en delitos de lesa humanidad y genocidio, en efecto, no alcanzaron a disimular la asimetría de esos procesos de criminalización y la profunda selectividad que condicionaron desde su nacimiento al sistema penal internacional, el cual reprodujo en ese sentido las realidades de los sistemas penales de los Estados nacionales.
Se ha dicho, en punto a esta cuestión, y como forma de entender y explicar este desarrollo particular del sistema penal global, que “la Comunidad Internacional se encuentra, en la actualidad, donde el Estado-Nación se encontraba en los albores de su existencia: en la formación y consolidación de un monopolio de la fuerza en el ámbito del Derecho penal internacional, sobre cuya base se puede fundar el ius puniendi” de una ciudadanía mundial[2].
Pensamos, y esto debe quedar claro, que el sistema penal internacional no ha avanzado hacia formas menos violentas de resolución de los conflictos, precisamente porque la ideología punitiva hegemónica no ha permitido la incorporación de las mismas -a excepción del caso de algunos tribunales de opinión y otras escasas experiencias que también detallaremos a lo largo de este trabajo- con el objeto de reasegurar así el control punitivo de los diferentes y los disfuncionales, recurriendo a la guerra más como garantía de la preservación y reproducción de un orden determinado que como exigencia por las demoras que impone una “transición a la democracia” global.
Es más, probablemente no se alcanzará el tránsito democrático global hasta tanto se modifiquen determinadas condiciones estructurales e institucionales a nivel mundial, se remuevan sistemas de creencias fuertemente arraigados en la cultura de los hombres y se establezcan mecanismos más democráticos de convivencia entre las multitudes diversas y multiculturales del tercer milenio.
Lo cierto es que -como de ordinario ocurre con el Derecho penal de las naciones- el sistema penal internacional, invocando el interés del conjunto y  la representatividad de la mayoría de los países del mundo, no ha podido trascender los límites que la selectividad y la asimetría de los procesos de criminalización le han impuesto, y ha terminado en muchos casos reproduciendo un estado de cosas injusto, coincidente con los intereses de los poderosos y los vencedores del planeta.
Pero además de este sesgamiento histórico notorio, las respuestas que el sistema penal internacional y la justicia universal han conferido en materia de genocidios y delitos de lesa humanidad, no han podido superar el binarismo punitivo respecto de determinadas personas o grupos de ofensores, que casi siempre carecen de poder o han perdido el que alguna vez tuvieron, consagrando una consecuente impunidad respecto de estremecedoras masacres llevadas a cabo por los “indispensables” del planeta.
Pueden nombrarse a título de ejemplo, y sin pretender agotar la posible enumeración de los casos que registra la historia moderna, aniquilamientos tales como los del Kurdistán, Dresden, Hiroshima y Nagasaki, Vietnam, Irak, Afganistán, las guerras de los Balcanes, etcétera, muchas de las cuales fueron denominadas “operaciones humanitarias” o esfuerzos realizados en aras de la instauración de la democracia, conforme el particular léxico etnocéntrico de los perpetradores.
             
Esta resignificación legitimante de la violencia jurídica, no puede disociarse de la nueva concepción política de la guerra, que como relación social permanente, tiende a convertirse en un organizador básico de las sociedades contemporáneas, prescindiendo de las conquistas y límites de las democracias decimonónicas en materia penal, asumiéndose como “la matriz general de todas las relaciones de poder y técnicas de dominación, supongan o no derramamiento de sangre”. (…) “En estas guerras hay cada vez menos diferencia entre lo interior y lo exterior, entre conflictos extranjeros y seguridad interna”[3], porque en todos esos casos se expresan intervenciones policiales perpetradas mediante medidas militares.
Intervenciones militares de baja intensidad y operaciones policiales de alta intensidad, no podrían ya diferenciarse apelando  a las categorías biopolíticas de principios de los siglos XIX y  XX.
Por ese motivo, la principal consecuencia de este estado de guerra es que las relaciones internacionales y la política interior se asemejan cada vez más entre sí, lo que provoca una asimilación del derecho penal internacional a los derechos internos, difuminando cualquier diferencia basada en distintos estados de desarrollo de las formas y las prácticas jurídicas.
Guerras de baja intensidad y operaciones policiales de alta intensidad, provocan, en consecuencia, que las ideas de Justicia y de Derecho no formen parte del concepto de guerra de la era postmoderna.
Las intervenciones a cargo de los organismos de control social punitivo resultan mecanismos aptos por igual,  para ocupar una nación preventivamente, o para incapacitar a sujetos o colectivos disfuncionales, aún a sabiendas de que guerra y derecho son nociones contrapuestas que se excluyen entre sí.
Un ejemplo de esta preeminencia desembozada de la fuerza lo encarna la política exterior asegurativa de los Estados Unidos, que se reconoce a sí mismo, explícitamente, como una excepción con respecto a la ley, que se exceptúa unilateralmente -vale destacarlo- nada menos que del cumplimienrto de los Tratados y Convenciones internacionales sobre medioambiente, derechos humanos y tribunales internacionales, arguyendo, por ejemplo, que sus militares no tienen por qué atenerse a las normas que obligan a otros en cuestiones tales como los ataques preventivos, el control de armamentos, las torturas, las muertes extrajudiciales y las detenciones ilegales.
En este sentido, la “excepción estadounidense remite a la doble vara de medir de que disfruta el más poderoso, es decir, a la idea de que donde hay patrón no manda marinero. Estados Unidos también es indispensable, según la definición de Albright, sencillamente porque tiene más poder que nadie”[4], y lo usa discrecionalmente dentro y fuera de sus fronteras (el prevencionismo extremo en materia internacional es un equivalente de las leyes de inmigración de Arizona, la doctrina de las ventanas rotas o la tolerancia cero que caracterizan su Política criminal, lo que da idea de lo que significa -también- un Derecho penal globalizado construido en esta misma clave).
Coexistimos con un estado de emergencia y, consecuentemente, con un “Derecho penal de emergencia” que se expresa en un pampenalismo que recurre de ordinario al aumento de las penas, la derogación o relajamiento de las garantías procesales y constitucionales, las medidas predelictuales y la afirmación de la tesis retribucionista extrema del “merecimiento justo” (de pena), en sustitución  del ideal resocializador.
Es obvio que no puede ser éste el programa sobre el que se asiente el Derecho penal democrático del futuro, tanto a nivel interno de los Estados como en el plano  internacional.
La violencia que se ejercita en estos términos se concibe ahora como “fuerza  legítima”, en cuanto logra demostrar la efectividad de esa misma fuerza -a diferencia de lo que acontecía en el viejo orden internacional- resignificándose así el concepto de “guerra justa” a partir de la reducción del derecho a una cuestión de mera eficacia.
La otra gran perplejidad que nos plantea el sistema jurídico imperial radica, justamente, en la dudosa corrección de denominar “derecho” a una serie de técnicas y prácticas fundadas en un estado de excepción permanente y a un poder de policía que legitima el derecho y la ley únicamente a partir de la efectividad, entendida  en términos de imposición unilateral de la voluntad[5]
El Derecho supranacional, aún en pleno estado de desarrollo global, influye decididamente en los clásicos Derechos de los Estados-nación y los reformula en clave de estas lógicas binarias.
Ese proceso de reconfiguración de los Derechos internos se lleva adelante mediante la segunda peculiaridad del sistema penal internacional actual: el llamado “derecho de intervención”.
Los Estados soberanos o la ONU, como bisagra entre el derecho internacional clásico y el derecho imperial, ya no intervienen en caso de incumplimiento de pactos o tratados internacionales voluntariamente acordados, como acontecía en la modernidad temprana.
En la actualidad, estos sujetos políticos, legitimados por el consenso o la eficacia en la imposición de la voluntad y lógicas de control policial, intervienen frente a cualquier “emergencia” con motivaciones “éticas” tales como la paz, el orden o la democracia[6].
Algo análogo acontece al interior de los Estados-nación: las reiteradas reformas de los sistemas penales y procesales de las últimas dos décadas han apelado en todos los casos al adelantamiento de la intervención corcitiva, el endurecimiento de las penas, el aumento desmedido de la punición, el debilitamiento del programa de garantías penales y procesales, la desformalización del derecho y la anticipación de la reacción punitiva[7]
Por eso, tanto a nivel local como global, asistimos al fenómeno de una ciudadanía que  naturaliza  el aumento  geométrico del número de personas privadas de libertad y la policización de las reacciones contra las “clases peligrosas”[8], operaciones éstas que producen verdaderas masacres, descriptas como guerras de “baja intensidad” u operativos policiales  de “alta intensidad”, o el relajamiento de los derechos y garantías liberales.
El Derecho internacional, como todas las construcciones holísticas de la modernidad, entró en una severa crisis con el advenimiento de la sociedad postmoderna, a partir de la imposibilidad aparente de concretar las grandes utopías del siglo pasado, en especial la de construir una “paz duradera” (que era prometida ya en  las sociedades imperiales antiguas).
La crisis de los grandes relatos contribuyó, por una parte, a disolver los lazos de solidaridad, produciendo el paso de colectividades sociales al estado de una masa compuesta de “átomos individuales”[9], en la que los grandes proyectos colapsan a manos de un individualismo hedonista exacerbado, que no atiende ya a los antiguos “polos de atracción”; por la otra, esta revolución insondable de la postmodernidad impactó también, decididamente, sobre el derecho entendido como un conjunto de normas, de prácticas, de narrativas y de valores.
Si se acepta como correcta la tesis de la existencia de un organismo supranacional de producción normativa -la ONU- capaz de desempeñar un papel jurídico soberano, deberá agregarse la posible gestación de nuevos derechos al interior de las naciones sin estado, protagonizado por “minorías” subalternas que no responden a la verticalidad con la que se organiza dentro del Imperio el Derecho internacional[10].
Es un hecho notorio que Estados Unidos no apoyó la formación de la Corte Penal Internacional establecida por el Estatuto de Roma, ni tampoco ratificó el Estatuto que entrara en vigor el 1 de julio de 2002[11].
A pesar de esta conducta renuente estadounidense a integrarse de manera igualitaria a la comunidad jurídica internacional, el 12 de julio de 2002, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó la resolución 1422 (2002) que impide investigar o procesar a funcionarios y personal, en funciones o no, de los Estados que no son parte en el Estatuto por acciones y omisiones relacionadas con operaciones para el mantenimiento de la paz autorizadas por las Naciones Unidas. El 12 de junio de 2003, la resolución 1487 (2003) renovó ese mandato por el término de un año a partir del 23 de julio de 2003[12].
Este tipo de resoluciones sucesivas podría sugerir una profundización de las asimetrías en función de la relación de fuerzas favorables a las superpotencias.
Además, y pese a no ratificar el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, Estados Unidos propuso un tribunal internacional para Saddam Hussein[13]. Conocemos el aberrante final de este “juicio”.
Lo propio ha pasado en experiencias escandalosas como las que exhibió el comportamiento del TPIY.
Por eso, cualquier interpretación que se intente hacer respecto de la sociedad de la modernidad tardía y sobre las particularidades del Derecho penal internacional actual -a partir de octubre de 2009- debe incluir una necesaria referencia a la crisis más profunda que registra el capitalismo global desde 1929.
Es de reconocer que el impacto ha sido de tal magnitud que ha logrado transformar las predicciones y certezas habituales de los analistas económicos, en incógnitas diversas, hasta ahora sin respuestas.
Las preguntas de los economistas y las distintas agencias estatales mundiales se reparten entre las irresueltas incógnitas que  intentan diagnosticar el alcance, la duración y la profundidad de estas drásticas transformaciones, y las que se plantean “qué hacer” frente a las mismas.
Hasta ahora, el sistema ha intentado recomponerse con rápidos reflejos y pragmáticas recetas, adoptadas a partir de la crisis estadounidense y luego mundial, mediante un paquete de medidas duramente ortodoxas que se direccionan a auxiliar financieramente a la banca, a costa de brutales ajustes y recortes del gasto público de los Estados, que impactan, como siempre ocurre, en el bolsillo y la economía de los sectores populares.
Pero las verdaderas y últimas razones de la crisis, su  naturaleza y sus consecuencias sociales, constituyen cuestiones no dilucidadas por parte de los operadores financieros, las corporaciones multinacionales y los medios de comunicación occidentales. La magnitud del quebranto ha provocado también disidencias al interior de los intelectuales progresistas de todo el mundo. 
Algunos piensan al respecto lo siguiente: “Esta crisis financiera no es el fruto del azar. No era imposible de prever, como pretenden hoy altos responsables del mundo de las finanzas y de la política. La voz de alarma ya había sido dada hace varios años, por personalidades de reconocido prestigio. La crisis supone de facto el fracaso de los mercados poco o mal regulados, y nos muestra una vez más que éstos no son capaces de autorregularse. También nos recuerda que las enormes desigualdades de rentas no dejan de crecer en nuestras sociedades y generan importantes dudas sobre nuestra capacidad de implicarnos en un diálogo creíble con las naciones en desarrollo en lo que concierne a los grandes desafíos mundiales”[14].
Otros, por el contrario, exigen desde el centro del poder financiero que “el sistema financiero debe ser recapitalizado, en este momento, probablemente con ayuda pública. En la base de esta crisis se encuentra el hecho de que el sistema financiero, como un todo, dispone de poco capital. Aun cuando el sistema se está encogiendo y los malos activos están siendo eliminados, muchas instituciones seguirán careciendo de capital suficiente para proveer de manera segura crédito fresco a la economía. Es posible para el Estado proveer capital a bancos en formas que no impliquen la nacionalización de éstos. Por ejemplo, muchos miembros del FMI en una situación similar en el pasado han combinado inyecciones de capital privado con acciones preferenciales y estructuras de capital que dejan el control de la propiedad en manos privadas”[15].
Los menos, prefieren la cautela y admiten la falta de insumos conceptuales para diagnosticar con alguna precisión las consecuencias futuras: “Cuando intentamos comprender un fenómeno tan complejo como la crisis financiera actual, la primera palabra que surge es modestia. Modestia respecto del alcance de los conocimientos que tenemos los economistas para entender lo que está sucediendo; no digamos para aventurar lo que pueda acontecer”[16].
Lo que no resulta materia de disputa, hasta ahora, es que la realidad social planetaria, a partir de la crisis, será mucho más “riesgosa” todavía, producto del descalabro de las grandes variables económicas y financieras y las nuevas dinámicas sociales que han transformado al riesgo en la categoría conceptual que sintetiza y torna inteligible la realidad global; a la incertidumbre como un dato objetivo de las nuevas sociedades, al miedo (al delito y al “otro”) en un articulador de la vida cotidiana y al Derecho penal en un fabuloso instrumento de control y dominación de esas tensiones sociales cada vez más profundas.
No solamente el terrorismo (especialmente a partir del trágico 11-S y sus réplicas ulteriores ocurridas en distintas naciones), sino asimismo los desastres medioambientales, el multiculturalismo, el crimen organizado, la diversidad y la violencia de subsistencia o de calle, serán las consecuencias más inmediatas del estatus de quiebra.
También habrá que ocuparse de las grandes crisis por la que atraviesan las sociedades contemporáneas, las demandas de soberanía de los países emergentes, la protesta social y la debilidad de los liderazgos, asentados en consensos precarios y fugaces, articulados éstos por la desconfianza como valor fundante de una sociedad nihilista en la que los ciudadanos  se vinculan con sus pares (“los otros”) a través de un escrutinio permanente y cotidiano[17] y hasta ahora sin vocación de coaligarse detrás de proyectos colectivos.
Esa desconfianza alcanza también, y muy especialmente, a los que encarnan el rol de gobernar la penalidad, sus instituciones, sus narrativas y prácticas colectivas, e influye decididamente en la construcción de las nuevas relaciones sociales, explicando, entre otras cosas, el peligro, el riesgo y el auge de nuevas formas de control punitivo.
Las sociedades de riesgo son, precisamente, aquellas donde la producción de riqueza va acompañada  de una creciente producción social de riesgos[18].
El aumento de los riesgos está produciendo consecuencias trascendentales en el ámbito de la política, el biopoder y la gubernamentalidad de los agregados sociales actuales.
El primer efecto lo constituye la necesariedad de la implementación de políticas públicas tendientes a gestionar, esto es, a controlar los riesgos, cada vez más visibilizados por la opinión pública, e internalizados por la multitud como los nuevos miedos derivados de la modernidad tardía.
El “riesgo” termina completando, entonces, un nuevo metarrelato cuya densidad sería capaz de sustituir y recomponer los paradigmas totalizantes en aparente retirada, cohesionar los discursos y los sistemas de creencias e imponer políticas públicas defensistas.
Estas características se observan, particularmente, en lo que atañe a las respuestas institucionales que se adoptan en materia de conflictividad social en todo el mundo, ya sea adelantando la punición, inocuizando a los especialmente peligrosos y propiciando estrategias de control que recurrentemente menoscaban las libertades públicas y las garantías individuales decimonónicas, adoptadas siempre en aras de una mayor “seguridad”, una suerte de “concepto estrella” del Derecho penal actual[19], al que todo le está permitido, sencillamente porque “todos estamos en peligro”. Y todos lo estamos, porque el riesgo está identificado como riesgo de daño o de peligro.
Se trata de un riesgo “negativo”, que el Estado debe gestionar como fin primordial que dota de sentido su razón de ser postmoderna, dejando de lado las expectativas asegurativas que caracterizaron al Estado de Bienestar; por ejemplo, la justicia distributiva y la igualdad, la seguridad social, la estabilidad en el empleo, los miedos a los malestares de clase, etcétera[20].
El riesgo, de tal suerte, opera como una forma de gobierno de los (nuevos) problemas “a través de la predicción y la previsión. Se trata de una tecnología que es común y familiar en el campo de la salud pública”, pero que se extiende especialmente a la justicia penal, “un campo en el que el riesgo se ha vuelto cada vez más importante como una técnica para ocuparse de aquellos condenados por delitos, pero también para la prevención del delito”. (…) “El lugar central ocupado por el riesgo en el gobierno contemporáneo es un reflejo de un cambio epocal en la modernidad. Este desplazamiento epocal desde la “modernidad industrial” hacia la “modernidad reflexiva” es vinculado  con la aparición de los “riesgos de la modernización”, tales como el calentamiento y el terrorismo globales. Producto del despliegue de las contradicciones del modernismo industrial -especialmente del rápido y autodestructivo desarrollo del cambio tecnológico conducido por el capitalismo- estos riesgos amenazan a la existencia humana y crean una nueva “conciencia del riesgo” que, a su vez, se torna el rasgo organizador central de la emergente “sociedad del riesgo”. (…).. En otras palabras, aunque las divisiones sociales tales como la clase y el género no desaparecen, son reconstituidas en comunidades de seguridad y protección, unidas más por los riesgos compartidos que por las necesidades materiales en común. En esta era, las instituciones y concepciones centrales de la modernidad son puestas en cuestión: hasta el progreso en sí mismo se vuelve algo que es puesto en duda y sobre lo que se reflexiona críticamente”[21].
Esa conciencia de los riesgos presentes, parte fundamental de una cultura  postmoderna hegemónica unidimensional, se vale de un retribucionismo y un prevencionismo extremos para confirmar la vigencia de las normas sociales y anticiparse a “riesgos futuros” ocasionados por los peligrosos, mediante un “derecho” (interno y supranacional) en estado de permanente excepción[22].
A estas decisiones draconianas recurrentes, conduce el segundo efecto de la gubernamentalidad de las sociedades de riesgo, que está dado por el fracaso de las políticas públicas en la gestión de administración y control de los peligros, y la necesidad de los gestores institucionales de apelar a un urgente populismo punitivo como única forma de conservar sus precarios y efímeros consensos.
El Derecho penal establece, de esta manera, formas específicas de reacción punitiva no sólo contra infractores incidentales de la ley, sino también contra quienes frontalmente desafían el ordenamiento jurídico con el que se identifica la Sociedad y a los que la dogmática funcionalista denomina enemigos, en cuanto conculcan las normas de flanqueo que constitucionalmente configuran la Sociedad, revelan singular peligrosidad y no pueden garantizar que van a comportarse como personas en Derecho, esto es, como titulares de derechos y deberes[23]. Con ellos el Estado no dialoga, sino que los amenaza y conmina con una sanción en clave prospectiva, no retrospectiva, esto es, no tanto por el delito ya cometido cuanto para que no se cometa un ulterior delito de especial gravedad (v.gr., la configuración típica de la tenencia de armas o explosivos o actos de favorecimiento del terrorismo, como delitos autónomamente incriminados, para evitar la comisión de un atentado terrorista de gran magnitud destructiva).
Se ha afirmado al respecto que “… el Derecho penal del enemigo es, tal y como lo concibe Jakobs, un ordenamiento de combate excepcional contra manifestaciones exteriores de peligro, desvaloradas por el legislador y que éste considera necesario reprimir de manera más agravada que en el resto de supuestos (Derecho penal del ciudadano). La razón de ser de este combate más agravado estriba en que dichos sujetos (“enemigos”) comprometen la vigencia del ordenamiento jurídico y dificultan que los ciudadanos fieles a la norma o que normalmente se guían por ella (“personas en Derecho”) puedan vincular al ordenamiento jurídico su confianza en el desarrollo de su personalidad. Esa explicación se basa en el reconocimiento básico de que toda institución normativa requiere de un mínimo de corroboración cognitiva para poder orientar la comunicació en el mundo real. De la misma se deriva, no sólo un derecho a la seguridad (Recht auf Sicherheit), sino un verdadero derecho fundamental a la seguridad (Grundrecht auf Sicherheit)”[24].
Es necesario, no obstante, establecer algún tipo de precisiones con respecto al Derecho penal de enemigo, toda vez que la noción ha sido simplificada, muchas veces descontextualizada y desinterpretada en lo que tiene que ver con su filiación histórica, sociológica y política.
La guerra ha sido el medio, tan eficaz como brutal, mediante el cual  el sistema capitalista mundial ha superado sus crisis cíclicas, reconvertido su economía de paz, disputado mercados coloniales y atravesado las grandes depresiones y las dificultades que se plantearon a los procesos de acumulación y expansión del capital.
Se ha afirmado: “En la etapa imperialista todos los territorios coloniales ya se han repartido, lo mismo que las zonas de influencia. Más necesitado aun de territorios económicos que en su afable ciclo anterior, el imperialismo procede a una redistribución periódica del mundo colonial. La penetrante observación de Clausewitz cobra aquí pleno valor: “la guerra es la continuación de la política, pero por otros medios. El apetito de materias primas, combustibles y mano de obra barata, una irrefrenable necesidad de nuevas zonas para la inversión de capitales, el control de las comunicaciones y la disputa feroz por los mercados mundiales, son otros tantos signos distintivos del imperialismo contemporáneo. (…) Las guerras devastadoras entre las potencias imperialistas rivales o el “talón de Aquiles” fascista contra el proletariado llegan a ser las armas primordiales en la lucha moderna por la plusvalía mundial”[25].
A través de la historia, el capitalismo  ha superado sus crisis mediante la apelación recurrente a la guerra. Los períodos de pacificación  han permitido, en cada caso, una reconversión de su economía y posibilitado nuevas etapas cíclicas de recomposición del sistema a escala planetaria.
La guerra ha implicado además, desde siempre (en la psicología, las representaciones y las intuiciones de las multitudes), un elemento de galvanización social que, como denominador común de los Estados soberanos durante la modernidad temprana, ha desatado enormes reacciones de patriotismo y una necesaria coalición entre los partidos liberales y las burguesías de los países centrales, que apelaron a las conflagraciones como forma de hacer frente a las crisis sistémicas del capitalismo financiero[26].
Sin embargo, la guerra ha experimentado también importantes transformaciones conceptuales y simbólicas. Desde los albores de la Modernidad, y hasta comienzos del siglo pasado, la guerra era una cuestión que incumbía únicamente a los Estados y se dirimía exclusivamente entre ellos.
Los enemigos, integrantes de los ejércitos regulares de potencias extranjeras, eran reconocidos “como iustus hostis (esto es, como enemigo justo en el sentido, no de ‘bueno’, sino de igual y, en tanto que igual, apropiado) y distinguido tajantemente del rebelde, el criminal y el pirata. Además, la guerra carecía de carácter penal y punitivo, y se limitaba a una cuestión militar dilucidada entre los ejércitos estatalmente organizados de los contendientes, en escenarios de guerra concretos que finalizaba mediante la concertación de tratados de paz que incluían el intercambio de prisioneros y cláusulas de amnistía”[27].
Ya en la Primera Guerra imperialista, se advirtió una modificación cualitativa y cuantitativa en las formas de concebir y llevar a cabo los enfrentamientos armados. Los cambios en la táctica y la estrategia bélica acompañaban la evolución tecnológica y los progresos científicos, que eran a su vez los emergentes de nuevas formas de articulación y ordenamiento del poder mundial, el derecho internacional, la soberanía y los Estados.
Si bien la contienda quedaba ahora limitada a los ejércitos, las nuevas tecnologías de la muerte y las formas masivas de eliminación del enemigo, constituyeron el prólogo de la masacre que durante la Segunda Guerra enlutó al planeta, con la devastación sin precedentes de la población civil, ciudades arrasadas, la utilización de armas atómicas, y el juzgamiento final de los vencidos por parte de los primeros tribunales competentes para entender respecto de la comisión de crímenes contra la Humanidad. Esa fue la última gran confrontación entre naciones, entendido el concepto con arreglo a las pautas tradicionales mediante las que hemos incorporado culturalmente el concepto de guerra.
Las guerras actuales, en cambio, ya no son cruzadas expansionistas tendientes a anexar territorios, ni a imponer una determinada voluntad o ganar espacios en la disputa por mercados internacionales.
Por el contrario,  representan hoy en día una disputa cultural, se llevan a cabo con la pretensión de imponer valores, formas de gobierno y estilos de vida, que coinciden con un sistema económico y político determinado: la democracia capitalista impulsada por el Imperio, una novedosa figura supranacional de poder político[28] .
Por lo tanto, a partir del desmembramiento de la ex Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín, el Imperio fue el encargado de administrar el aniquilamiento de los enemigos, en una confrontación que debe acabar necesariamente con la colonización cultural, territorial y económica de los “distintos” -generalmente estigmatizados como “terroristas”- en un mundo unipolar.
Estas características se exacerbaron, indudablemente, a partir del 11-S y el incremento del riesgo que surge del primer ataque sufrido por los Estados Unidos en su propio territorio, aunque habían formado también parte del arsenal ideológico y cultural de los genocidios reorganizadores perpetrados luego de la segunda guerra mundial.
La inmediata decisión de enfrentar al terrorismo apelando a cualquier tipo de medios, adquirió una renovada significación de “guerra justa”, en la que no era valorada positivamente la condición pacífica de la neutralidad que caracterizó al derecho de gentes hasta el siglo XIX.
En cambio, la participación en este tipo de conflictos pasa a ser exhibida  como una obligación moral, asumida para contrarrestar o neutralizar  los riesgos que supone la supervivencia de los enemigos. Cualquier medio, entonces, es válido para eliminar a los enemigos, incluso antes de que éstos hayan llevado a cabo conducta de agresión u ofensa alguna[29]
Todo es legítimo si lo que quiere preservarse es un determinado orden global, liderado de manera unilateral. Precisamente, para que ese poder único alcance los fines proclamados de la paz y la democracia, “se le concede la fuerza indispensable a los efectos de librar -cuando sea necesario- guerras justas en las fronteras, contra los bárbaros y, en el interior, contra los rebeldes”[30].
La censurable noción de “guerra justa” -vale señalarlo- estuvo vinculada a las representaciones políticas de los antiguos órdenes imperiales, y había intentado ser erradicada, al parecer infructuosamente, de la tradición medieval por el secularismo moderno.
Entonces -y también ahora- supuso una banalización de la guerra y una banalización y absolutización del enemigo en cuanto sujeto político. A este último se le banaliza como objeto de represión, y se lo absolutiza como una amenaza al orden ético que intenta restaurar o reproducir la guerra, a través de la legitimidad del aparato militar y la efectividad de las operaciones bélicas para lograr los objetivos explícitos de la paz, el orden y la democracia[31].
El caso testigo de esta nueva impronta de la guerra lo configura la política exterior de los Estados Unidos, que pese al cambio de su administración y el padecimiento de una fenomenal crisis financiera y política interna, podría igualmente emprender en el futuro una nueva cruzada ética contra Irán o Corea del Norte, cuando no ha logrado todavía saldar decorosamente sus cruentas intervenciones policiales  en Irak y Afganistán.
Al respecto, se ha entenido que el 11 de septiembre ha cambiado nuestra subjetividad de ciudadanos de occidente, ha puesto al descubierto la falsa conciencia de nuestra invulnerabilidad, la ilusión inconsistente de nuestra seguridad eterna, el miedo a que “nosotros” engrosemos la lista de víctimas que, durante otras catástrofes terribles de la segunda mitad del siglo XX, afectaban a un mundo que considerábamos exterior,  habitado por otros, de cuya existencia y padecimientos el primer mundo tomaba conocimiento a través de las plácidas lecturas de los periódicos o mirando en la televisión programas informativos que relataban guerras sin muertos, heridos ni destrucción masiva[32].
Nosotros creemos que desde la reformulación del rol de la OTAN, puesto de manifiesto con el ataque a Yugoslavia, se construyó un nuevo control global punitivo, que ahora se expresa en distintas latitudes, regiones y continentes.
Ese control no solamente se expresa con las ingentes rovocaciones a una Rusia de nuevo y decisivo protagonismo en el contexto global, sino también en una multiplicidad de intervenciones policiales de alta intensidad y guerras de baja intensidad asociadas a golpes de mercados y “primaveras” que se diseminan por todo el mundo, incluyendo, desde luego, a América Latina.
Todas esas intervenciones van precedidas de gigantescas campañas propagandísticas destinadas a manipular la opinión pública mediante los grandes medios de comunicación afines. Las guerras, ahora, no comienzan con bombas, sino con mentiras, ha señalado Michel Collon.
También, ese proceso ha ganado un generoso espacio en materia cultural, fascistizando las relaciones internacionales y legitimando el derecho penal de emergencia a través de retóricas vindicativas y utilitaristas, que se han insertado exitosamente en las lógicas de los ciudadanos de la aldea global.
 “En los quince años transcurridos desde entonces, el mundo imperialista no aprendió nada ni olvidó nada. Sus contradicciones internas se agudizaron. La crisis actual revela una terrible desintegración social de la civilización capitalista, con señales evidentes de que la gangrena avanza”, decía León Trotsky en 1932[33] , en un trabajo que describía las crisis cíclicas del capitalismo y su imbricación con las guerras. La cita conserva una dramática actualidad y se asemeja demasiado a una profecía autocumplida.
Puesto en marcha, desde hace décadas, como hemos visto, un sistema penal global de indudable rigor y verificada selectividad en materia de gravísimas infracciones contra los Derechos Humanos de importantes colectivos de víctimas, se hizo necesario poner al descubierto algunas particularidades que plantea la realidad mundial contemporánea, absolutamente distinta de la que existía hace apenas unos años.
La profundidad de la crisis capitalista, desatada hace apenas un lustro, ha influido de manera directa en el Derecho penal internacional actual.
En efecto, el impacto de la crisis sobre los estados nacionales, su economía y su cultura, no reconoce precedentes cercanos en el tiempo.
Por un lado, las medidas adoptadas a todo nivel por los países centrales no han dado los resultados esperados. Más bien, en algunos casos, han profundizado la zozobra y acrecentado los temores de amplias capas de las sociedades occidentales.
La sensación generalizada de estar frente a una crisis de cualidades diferentes, la emergencia de un mundo multipolar en materia de desarrollo económico, que a la vez conserva vigente la figura de un gigantesco gendarme imperial, en materia militar, han acrecentado la apelación a la categoría de las sociedades “de riesgo”.
Las incertidumbres abismales configuran el nuevo organizador de las vidas cotidianas, a la sazón, el nuevo nombre del miedo, consustancial a las sociedades tardomodernas.
Las demandas de mayor soberanía de los bloques emergentes, la protesta social universal, la fugacidad de los liderazgos de todo orden, en el marco de una crisis estructural, ayudan a construir sociedades globales nihilistas, articuladas por la desconfianza, los miedos  y la percepción de que el futuro se ha vuelto indudablemente más complejo.
 Los encargados de gobernar la penalidad en el mundo, han sido también alcanzados por esa desconfianza, y su reacción recurrente ha sido crear formas regresivas de control punitivo de los distintos, considerados a priori peligrosos. Para constatar la verosimilitud de esta afirmación no hay más que hacer un seguimiento de la evolución de los nuevos paradigmas del penalismo contemporáneo.
El incremento de los nuevos riesgos ha operado cambios trascendentales en la forma de concebir el biopoder, gestionar la gubernamentalidad y establecer la política criminal de los Estados y de la Comunidad Internacional, que se expresan actualmente mediante un deterioro sostenido de los derechos y garantías de las personas criminalizadas, y en un prevencionismo y un retribucionismo penal de perfiles inéditos, que han transformado al derecho en un insumo en estado de excepción permanente.
El Derecho penal interno de los Estados, opera en la actualidad con las mismas categorías que el sistema penal internacional, acercando, como nunca antes, sus lógicas, a la de la guerra.
La analogía no es azarosa: el capitalismo ha saldado sus crisis cíclicas recurriendo invariablemente a las guerras. La guerra, expresada como gigantescas operaciones de limpieza de clase dirigidas contra los “enemigos”, condiciona indudablemente al Derecho Penal Internacional contemporáneo.
Si bien el neoliberalismo, que hace menos de tres décadas se autoerigía como el relato único que ponía fin de la historia, ha resultado ser el paradigma más corto de la historia humana. 
El Consenso de Washington y sus recetas han colapsado estructuralmente, y buena parte de la supervivencia del capitalismo global depende de su eficacia para encubrir su política de control, bajo el pretexto de un combate sostenido contra nuevas amenazas como el terrorismo, las dictaduras populistas, o las difusas y nunca comprobadas amenazas nucleares.








                                                     







[1]  Zolo, Danilo: “La Justicia de los vencedores. De Nuremberg a Bagdad”, Editorial Trotta, Madrid, 2007, pp. 13 y 14.
[2]  Ambos, Kai: “Sobre los fines de la pena al nivel nacional y supranacional”, Revista de derecho penal y criminología, ISSN 1132-9955, Nº. 12, 2003, págs. 191-212.
[3]  Hardt, Michael - Negri, Antonio: “Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio”, Ed. Debate, Buenos Aires, 2004, p. 35.
[4]  Albright, Madeleine, The Today Show, entrevista de la NBC con Marr Lauerr, 19 de febrero de 1998, citada por Hardt, Michael - Negri, Antonio: “Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio”, Ed. Debate, Buenos Aires, 2004, p. 29.
[5] Agamben, Giorgio: “Estado de Excepción”, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2007, p. 58.
[6]   Hardt, Michael - Negri, Antonio: “Imperio”, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2002, p. 33.
[7]  Hardt, Michael - Negri, Antonio: “Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio”, Ed. Debate, Buenos Aires, 2004, p. 35.
[8]  Hardt, Michael - Negri, Antonio: “Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio”, Ed. Debate, Buenos Aires, 2004, p. 39.
[9]  Lyotard, Jean-Francois: “La condición postmoderna”, Editorial Cátedra, Madrid, 2000, p. 36.
[10] Aguirre, Eduardo Luis: “Elementos de control social en las naciones sin Estado”, que se encuentra disponible en www.derecho-a-replica.blogspot.com
[11] Pinto, Mónica: “El Derecho internacional. Vigencia y desafíos de un escenario globalizado”, Editorial Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008,  p. 163.
[12] Pinto, Mónica: “El Derecho internacional. Vigencia y desafíos de un escenario globalizado”, Editorial Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008,  163 y 164. También en este caso, resultan como mínimo cuestionables las remanidas “operaciones para el mantenimiento de la paz”, que no han sido sino agresiones deliberadas, que costaron la vida de centenares de miles de personas en la Ex Yugoslavia, Irak, Afganistán, Libia, etcétera.
[13] Pinto, Mónica: “El Derecho internacional. Vigencia y desafíos de un escenario globalizado”, Editorial Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008,  164.
[14] Delors, Jacques y Santer, Jacquees, ex presidentes de la Comisión Europea; Helmut Schmiidt, ex canciller aleman; Máximo d'Alema, Lionel Jospin, Pavvo Lipponen, Goran Persson, Poul Rasmussen, Michel Rocard, Daniel Daianu, Hans Eichel, Par Nuder, Ruairi Quinn y Otto Graf Lambsdorf: “La crisis no es el fruto del azar”, disponible en http://www.lainsignia.org/2008/junio/int_002.htm
[15]   Strauss-Kahn, Dominique, edición del día  23 de septiembre de 2008 del diario “La Nación”, disponible en http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1052547
[16]  Torrero Mañas, Antonio:  “La crisis financiera internacional”, Instituto Universitario de Análisis Económico y Social”, Universidad de Alcalá, texto que aparece como disponible en http://www.iaes.es/publicaciones/DT_08_08_esp.pdf
[17]  Rosanvallon, Pierre: “La contrademocracia”, Editorial Manantial, Buenos Aires, 2007.
[18]  Climent San Juan, Víctor: “Sociedad del Riesgo: Producción y Sostenibilidad”, Revista de Sociología, N°. 82, 2006, p. 121, disponible en http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2263896.
[19]  Polaino Navarrete, Miguel: “La controvertida legitimación del Derecho penal en las sociedades modernas: ¿más Derecho penal?”, en “El Derecho penal ante las sociedades modernas”, Editorial Jurídica Grijley, Lima, 2006, p.76.
[20]    O´Malley, Pat: “Riesgo, Neoliberalismo y Justicia Penal”, Editorial Ad-Hoc, Buenos Aires, 2006, pp. 168 y 169.
[21]    O´ Malley, Pat: “Riesgo, Neoliberalismo y Justicia Penal”, Editorial Ad-Hoc, Buenos Aires, 2006, pp. 21 y 22.
[22]  Agamben, Giorgio: “Estado de excepción”, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2007, p. 6.
[23]  Polaino Navarrete, Miguel: “La controvertida legitimación del Derecho penal en las sociedades modernas: ¿más Derecho penal?”, en “El Derecho penal ante las sociedades modernas”, Editorial Jurídica Grijley, Lima, 2006, p. 76.
[24]  Polaino-Orts, Miguel: “Verdades y mentiras en el Derecho penal del enemigo”, en Revista de l Facultad de Derecho y Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), nueva serie, año 5, nº 9, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2011, pp. 426 s.
[25] Ramos, Jorge Abelardo: “América Latina: un país”, Ediciones Octubre, Buenos Aires, 1949,  p. 16.
[26] Aguirre, Eduardo Luis: “Inseguridades globales y sociedades contrademocráticas. La desconfianza como articulador del nuevo orden y como enmascaramiento de las contradicciones Fundamentales”, en “Elementos de Política Criminal. Un abordaje de la Seguridad en clave democrática”, Universidad de Sevilla, trabajo de investigación presentado para la obtención del DEA, Programa de Doctorado “Derecho Penal y Procesal”, Universidad de Sevilla, 2010.
[27]    Frade, Carlos: “La nueva naturaleza de la guerra en el capitalismo global”, Le Monde Diplomatique en español, septiembre de 2002, disponible en http://www.sindominio.net/afe/dos_guerra/naturaleza.pdf
[28] Hardt, Michael- Negri, Antonio: “Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio”, Ed. Debate, Buenos Aires, 2004, p 41.
[29] Hardt, Michael - Negri, Antonio: “Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio”, Ed. Debate, Buenos Aires, 2004, p 30.
[30]  Hardt, Michael - Negri, Antonio: “Imperio”, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2002, p. 27. En este caso, lo ocurrido en Irak importa un ejemplo por demás elocuente. Los invasores (la denominada “Autoridad Provisional de Coalición Iraquí”) fueron  habilitados para “colaborar” en la creación  de un Consejo de Gobierno, compuesto fundamentalmente por “notables” afines a los intereses norteamericanos, durante cuya “administración” entraría en vigencia originariamente, desde el 10 de diciembre de 2003,  el Alto Tribunal Penal Iraquí, que debería juzgar (ratione materiae) las graves violaciones a los derechos humanos (crímenes de guerra, delitos de lesa humanidad y demás delitos considerados en la legislación interna iraquí),cometidas entre el 17 de julio de 1968 y el 1° de mayo de 2003 (ratione temporis, según artículos 1 y 10 del Estatuto), abarcando los crímenes cometidos en Irak, pero también en la guerra contra Irán y la Invasión de Kuwait (ratione loci). El Tribunal de Irak, en cuyas conformación y decisiones tvieron activa participación juristas estadounidenses e igleses, debió ser constituido con la participación de la ONU, por tratarse de la persecución de crímenes contra el derecho internacional, que no hubieran sido juzgados libremente por las autoridades iraquíes (al menos de esta manera) si no hubiera mediado la invasión; contó con jueces de “identidad reservada”, con la excepción de su presidente, que dimitió a los 4 meses de comenzada su gestión denunciando presiones del gobierno provisional; violó las garantías básicas del debido proceso, y fue un ejemplo de conversión ex post facto de la guerra en “derecho”.
[31]  Hardt, Michael - Negri, Antonio: “Imperio”, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2002, p. 29.
[32] Ferrajoli, Luigi: “Las razones del pacifismo”, http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=174865. El recuerdo de las sórdidas imágenes televisivas de la Guerra del Golfo y la invasión ulterior de Irak remiten a esta nueva versión de guerras sin consecuencias visibles, que reflejan contradicciones políticas de por sí difícilmente inteligibles, de manera direccionada y tendenciosa.
[33] “Declaración al Congreso contra la guerra de Ámsterdam”, que se halla disponible en http://www.ceip.org.ar/escritos/Libro2/ContextHelp.htm, 2008.
Los invitamos a una nueva experiencia horizontal de intercambio. Un espacio de pensamiento crítico sobre los grandes conflictos humanitarios, las guerras y las formas de control y dominación globales durante la modernidad tardía.
A lo largo del mismo analizaremos y problematizaremos las nuevas formas de violencia y coerción imperiales, desde una perspectiva marginal y emancipatoria, contemplando las nuevas formas de intervenciòn, pero también -y muy especialmente- las singularidades de los nuevos bloques de poder internacional (en particular, la experiencia de América Latina), Para eso, es necesario poner en cuestión las nociones complacientes de los Derechos Humanos occidentocéntricos, enhebrados con apego a la lógica del amo e intentar indagar dialógicamente sobre el futuro de nuestra región en el mundo y sobre el propio porvenir planetario en este escenario de máxima conflictividad.
El curso es gratuito, con cupo abierto para todo público. Es más, estamos seguros que la experiencia habrá de enriquecerse con el aporte de asistentes que provengan de espacios no académicos, de distintas experiencias militantes o diferentes campos del saber.
Está compuesto de  siete unidades que, como todo programa, será meramente  tentativo y formal.
Está pensado para cinco encuentros de tres horas cada uno, con sus respectivos breaks.
Se entregaran certificados de asistencia y de aprobación. Este último se otorgará a quienes completaren un trabajo sobre alguno de los temas del curso, consistente en un ensayo de 8 a 10 páginas.
Las fechas del dictado de los encuentros, todos durante el segundo cuatrimestre de año en curso, serán fijadas de acuerdo con las autoridades de la Facultad.



“Usos y abusos del pronóstico en Salud Mental” 
Primer encuentro de experiencia conjunta entre Salud Mental y la Defensa Pública

9hs Introducción:
“Diez años de conversación con el poder judicial, antes de la nueva ley. ” Lic. Roberto Álvarez. 
“Actualidad del trabajo interdisciplinario Salud Mental- Defensa Pública, en el marco de la nueva ley de Salud Mental” Lic. Marcos Pelizzari. 
“El pronóstico en Salud Mental: evaluación del riesgo cierto e inminente” Dr. Roberto Travaini. 
10hs. Conversación con asistentes

Cierre y conclusión:
11hs. Dr. Eduardo Luis Aguirre 
“Después de Foucault: hacia el control global de los anormales”
11.30hs. Lic. Bertuchelli

Lugar:
SUM Departamento de Salud Mental 
Establecimiento Asistencial Dr. Lucio Molas.
Santa Rosa (La Pampa)

Fecha: 
Jueves 11 de junio de 9 a 12hs.
por Aitor Álvarez Fernández (*)

Se pretende explicar a qué se debe el continuo incremento de neurocientíficos en el tratamiento de cuestiones psicológicas y delimitar la Psicología frente a las «Neurociencias». 

1. Planteamiento de la cuestión En los últimos tiempos la presencia e influencia de neurólogos, biólogos, psiquiatras y profesionales de diferentes gremios (todos los cuales se presentan bajo el rótulo genérico de «neurocientíficos») en los debates acerca de las cuestiones psicológicas ha experimentado un considerable aumento. Bajo el pretexto de estudiar «científicamente» la conducta humana todos estos profesionales tratan de aportar sus conocimientos especializados, en nombre de la tan pretendida «interdisciplinariedad», en pro de un mayor avance de «la» ciencia. Sin embargo, esta pretensión, en último término, se encuentra sustentada por una falta de delimitación gnoseológica del campo de la Psicología que da pie a que en sus discusiones y planteamientos prácticamente «todo el mundo tenga algo importante que decir y, principalmente, que aportar». Ahora bien, ¿acaso un físico, un matemático o un economista no pueden estudiar «científicamente» la conducta humana? De ser así, ¿por qué en los textos, facultades y discusiones sobre Psicología su presencia es prácticamente inexistente? 2. La concepción de la Filosofía de los neurocientíficos En líneas generales, los neurocientíficos, amparados por el fundamentalismo científico tan en auge en nuestros días, consideran que el desarrollo de las ciencias contemporáneas ha puesto fin a la especulación filosófica que, a diferencia de ellas, no permitía conocer nada con seguridad, lo cual ya lleva implícita, necesariamente, una posición filosófica. La Filosofía es un saber sustantivo que se ocupa de una serie de cuestiones de índole «especulativa» que se alejarían de nuestra realidad más inmediata (dominada por la ciencia) y, por tanto, de escasa importancia para nuestros problemas cotidianos. En todo caso, cabría agradecer a la Filosofía el planteamiento de ciertos problemas que han abierto la vía para fructíferas investigaciones científicas.


 Los tradicionales problemas filosóficos (mente/cuerpo, naturaleza del Alma, &c.) encontrarán, por fin, una solución definitiva desde el campo de «la ciencia»{1}. La filosofía, en último término, quedará reducida a biología, fisiología o neurociencia; muestra de ello sería el nuevo «híbrido» sacado de la manga por un grupo de «prestigiosos neurocientíficos» como Patricia y Paul Churchland, Antonio y Hanna Damasio, Daniel Denett, Pablo Argibay, &c. y cuyo nombre («neurofilosofía») refleja inequívocamente la situación que estamos presentando. Veamos, como ejemplo, la manera en que Damasio «soluciona definitivamente» algunos de los problemas que considera definitorios de la tradición cartesiana y que en la actualidad seguirían vigentes: Antonio Damasio, en su intento por «superar de una vez por todas» el dualismo cartesiano trata de elaborar una concepción de las actividades psicológicas en la que el cerebro tomaría el relevo de su antecesor, el cógito cartesiano (a pesar de las reticencias que presenta contra él). Considera Damasio que: «y puesto que sabemos que Descartes imaginó que el pensar es una actividad muy separada del cuerpo, celebra la separación de la mente, la cosa pensante (res cogitans) del cuerpo no pensante, el que tiene extensión y partes mecánicas (res extensa)»(Damasio, 2001, pág. 261). Sin embargo, llega a afirmar cosas tales como: «el cuerpo contribuye al cerebro con algo más que el soporte vital y los efectos moduladores», «el cerebro del lector ha detectado una gran amenaza (...) e inicia varias cadenas complicadas de reacciones bioquímicas y neurales», «pero usted no diferencia claramente entre lo que ocurre en su cerebro y lo que ocurre en su cuerpo»(Damasio, 2001, pág.261), ¡en un capítulo titulado El cerebro centrado en el cuerpo! ¿Qué tipo de sujeto es ese «usted»? ¿Una nueva modalidad del cógito, un «individuo flotante» o algo por el estilo? No es difícil percatarse de que nuestro Premio Príncipe de Asturias es presa de una concepción cerebrista según la cual el cerebro poseería un estatuto ontológico diferente al resto del cuerpo. Es obvio que el cerebro no puede considerarse como algo distinto y al margen del cuerpo a pesar de que ello sirva, entre otras cosas, para beneficio económico de muchas editoriales (a este respecto no hay más que recordar el inmenso éxito editorial de obras como El alma está en el cerebro). Una cuidadosa lectura de las Meditaciones metafísicas y del Discurso del método permitirá advertir al lector el grado de «precisión» en la interpretación de Damasio acerca de lo que él considera el error de Descartes: «la separación abismal entre el cuerpo y la mente, entre el material del que está hecho el cuerpo, medible, dimensionado, operado mecánicamente, infinitamente divisible, por un lado, y la esencia de la mente, que no se puede medir, no tiene dimensiones, es asimétrica, no divisible; la sugerencia de que el razonamiento, y el juicio moral, y el sufrimiento que proviene del dolor físico o de la conmoción emocional pueden existir separados del cuerpo. Más específicamente: que las operaciones más refinadas de la mente están separadas de la estructura y funcionamiento de un organismo biológico» (Damasio, 2001, pág. 286). El famoso cogito ergo sum en que Damasio fundamenta este planteamiento forma parte de una «concepción práctica de la filosofía» (primum vivere) donde la importancia del cuerpo no es inferior a la de la conciencia. Además, Descartes parte de esta expresión para construir los cimientos de un racionalismo crítico en el que se establezcan las condiciones y límites de nuestro conocimiento (de lo que, por cierto, nada dice Damasio). Por otro lado, un análisis comparativo de las cuatro reglas del método y de las cuatro reglas de la moral pone de manifiesto que las actividades propias del terreno metódico (que Damasio atribuye al cógito) y las del terreno moral (que Damasio deja del lado del cuerpo) obedecen a principios, si bien materialmente diferentes, formalmente semejantes. No podemos extendernos ahora en el tratamiento de estas cuestiones pero recomendamos al lector interesado consultar los textos de Vidal Peña. Por otro lado, este error de Descartes (cuya corrección, al parecer, hubo de esperar a los importantes avances de la ciencia de finales del siglo pasado) ya había sido advertido y corregido por Espinosa (casi cuatro siglos atrás) quien defendió la existencia de una única Sustancia con infinitos atributos y que produce infinitas cosas de infinitos modos y no sólo en el ámbito del pensamiento y de la extensión. En otro orden de cosas, Damasio «descubre la pólvora» (ante el gran reconocimiento y admiración por parte de muchos de sus colegas) al considerar que los sentimientos y las pasiones son el motor de nuestras actuaciones, las cuales no solo se deberían a los cálculos de una supuesta razón «fría» y abstracta; más aún, dicha racionalidad no funcionaría por sí sola sino que continuamente se vería influida por los sentimientos, pasiones y emociones. Ahora bien, en toda la Historia de la Filosofía se pueden encontrar numerosos ejemplos que ya han enfatizado esta cuestión pero que la falta de espacio nos impide presentar (Heráclito, Platón, Aristóteles, las escuelas helenísticas, San Agustín, Santo Tomás, &c.). ¿A qué viene entonces esta reivindicación? ¿No podría acaso estar motivada, en último término, por el desprecio a los planteamientos ofrecidos por la Historia de la Filosofía tan de moda en los científicos actuales{2} (y de lo que, incluso, algunos se llegan a vanagloriar)? Sin embargo, llegados a este punto, quisiéramos reivindicar, dialécticamente, desde el materialismo, la «teoría del marcador somático» ofrecida por Damasio (aun teniendo en cuenta su carácter metafísico) como una oposición a las teorías dualistas y mentalistas (que contaminan buena parte de los planteamientos psicológicos actuales) en defensa de una concepción unitaria del organismo. La importancia de la posición de Damasio, pues, se encontraría, a nuestro juicio, no ya tanto en sus aspectos positivos (de cuyo reduccionismo metafísico y carácter cerebrista hemos venimos advirtiendo) sino en su oposición a otras posiciones cuasi-místicas o metafísicas (la mente como algo inmaterial, aparatajes cognitivos sustantivados, &c.) En este sentido dialéctico, no podemos sino reconocer a Damasio su enorme acierto (independientemente de que sus implicaciones pudieran circunscribirse al plano del ejercicio o de la representación) en la reivindicación de un filósofo materialista como Espinosa frente a un filósofo de cuño metafísico como Descartes para los debates sobre Psicología en nuestro presente. 3. La concepción de la Ciencia de los neurocientíficos Todo neurocientífico (biólogos, neurólogos, fisiólogos, &c.) posee, necesariamente, una concepción acerca de la ciencia (con independencia de la génesis por la que haya llegado a ella o de que sea consciente de sus implicaciones); de ahí que, necesariamente, estén ejercitando una filosofía de la ciencia a pesar de que no sean capaces de representársela y que, por tanto, no sean conscientes de ello. La posición predominante de los neurocientíficos obedece a esquemas positivistas de índole descripcionista según los cuales el objetivo último de sus investigaciones consistirá en describir los hechos que ocurren en el sistema nervioso ante diferentes situaciones. Esta concepción supone que los «hechos» se le aparecen al investigador por sí mismos, al margen de sus operaciones, con lo que quedarán exentos de toda posible «contaminación» derivada de las actividades del científico pudiendo, por ende, presentarse como la verdad indiscutible (dado que «lo ha dicho la ciencia» o, mejor aún, «nos hemos limitado a contemplar cómo la ciencia ha hecho que la verdad aflorase ante nuestra atónita mirada»). En el terreno psicológico, la actividad de los neurocientíficos se caracteriza por atenerse a los «hechos», los cuales no serán otra cosa que conexiones neuronales o reacciones químicas a partir de las cuales la conducta humana quedará explicada en todas sus vertientes. Muestra de ello sería la posición de Damasio en El error de Descartes quien, tomando la problemática en torno a los sentimientos como hilo conductor, los acaba reduciendo a circuitos nerviosos: «Empezaré considerando los sentimientos de las emociones (...). Todos los cambios que un observador externo puede identificar y muchos otros que un observador no puede, como el pulso acelerado del corazón o el tubo digestivo contraído, el lector los percibió internamente. Todos estos cambios están siendo señalados continuamente al cerebro a través de terminales nerviosos que le aportan impulsos procedentes de la piel, los vasos sanguíneos, las vísceras, los músculos voluntarios, las articulaciones, etcétera. En términos neurales, el trecho de retorno de este recorrido depende de circuitos que se originan en la cabeza, cuello, tronco y extremidades, atraviesan la médula espinal y el bulbo raquídeo hacia la formación reticular y el tálamo, y siguen viajando hacia el hipotálamo, las estructuras límbicas y varias cortezas somatosensoriales distintas en las regiones insular y parietales. Estas últimas cortezas, en particular, reciben una relación de lo que está ocurriendo en nuestro cuerpo, momento a momento, lo que significa que obtienen un «panorama» del paisaje siempre cambiante de nuestro cuerpo durante una emoción»(Damasio, 2001). 4. Crítica a la concepción de la Filosofía de los neurocientíficos La filosofía no es un saber sustantivo con un campo de fenómenos propio, antes bien, es un saber de segundo grado cuyo alimento constante se encuentra en los materiales que le proporcionan las diferentes ciencias positivas o saberes de primer grado. Los importantes resultados arrojados por la investigación científica en los últimos tiempos plantean problemas filosóficos que no se pueden responder desde la inmanencia de las propias categorías científicas. El importante desarrollo de la neurociencia, en este sentido, producirá efectos sobre la filosofía bien distintos a los pronosticados por el nuevo gremio de «neurofilósofos». La labor de la filosofía será, pues, más importante que nunca pues más complicados serán los problemas derivados de la prolija investigación científica (aborto, anticoncepción, clonación, implantes tisulares, transplantes, &c.). La misión de la filosofía consistirá, principalmente, en frenar o demoler, haciendo uso de un sistema (y no de manera gratuita), las pretensiones fundamentalistas e ideológicas emanadas del gremio de científicos. De lo contrario, de no ser por la crítica filosófica, la dualidad cerebro/cuerpo (a la que aludíamos más arriba) o la consideración de que «todo es genética» o «todo es química» pasarían desapercibidas para el gran público, amparadas por la autoridad científica de sus defensores; en efecto, ¿cómo sostener que el cerebro es una entidad ontológicamente diferente al cuerpo? ¿Acaso no es un órgano, como pudiera serlo el hígado o el corazón, con unas funciones de integración bien delimitadas en el conjunto del organismo? ¿Cómo afirmar que todo es genético? Si todo fuera genético, los resultados de las elecciones podrían anticiparse mediante un análisis del genoma de los votantes de tal manera que los miembros de los partidos con menor intención de voto no dudarían en solicitar una modificación del mismo. En caso de que todo fuera química, como Gustavo Bueno le respondió a Severo Ochoa, habría que determinar si las palabras de un texto se unen por enlace iónico o por enlace covalente. ¿Existe acaso alguna diferencia significativa entre estos dos tipos de monismos (genético y químico) y la filosofía de los milesios (el argé como agua, apeiron o aire)? Tal es, pues, el nivel filosófico de muchos de los científicos más prestigiosos de la actualidad. 5. Crítica a la concepción de la Ciencia de los neurocientíficos Su teoría de la ciencia general asume que los hechos se presentan de forma intuitiva al científico cuya labor se limitará a describirlos e integrarlos en un corpus de datos y observaciones. La verdad sería entendida como aletheia, desvelamiento. Sin embargo, los «hechos» no existen por sí mismos dado que no son nada al margen de las operaciones, interpretaciones, &c. de los sujetos (en este caso, los neurocientíficos). Los mecanismos de comunicación neuronal, por ejemplo, no son un «hecho» que se hizo evidente por sí mismo sino que su verdad es resultado de la integración de variados cursos operatorios{3} en una identidad sintética. Así ocurre en las demás ciencias como, por ejemplo, en la Física donde el número de Rydberg (tomado por Bohr para la construcción de su modelo atómico) no resulta de observaciones empíricas sino de manipulaciones sutiles por parte de los investigadores. Su teoría acerca de la ciencia psicológica, en particular, adolecería, como hemos ejemplificado anteriormente, de un reduccionismo mediante el cual se pretendería explicar el comportamiento de los sujetos operatorios, exclusivamente, en base a mecanismos biológicos, reacciones químicas, &c. Tomando como punto de partida las operaciones de los sujetos se pretenderá efectuar un regressus hacia mecanismos no-operatorios (sinapsis neuronales, niveles de neurotransmisores, &c.) que se considerarán en términos aliorrelativos (de causa-efecto) respecto a nuestras operaciones. Esta reducción del sujeto nos conduciría a un mundo absurdo caracterizado por unos esquemas de causalidad que impiden la imputación de responsabilidad a las actuaciones de los sujetos. Ni que decir tiene que muchos sujetos tratarían de aprovecharse de las ventajas jurídicas que les confiere este tipo de ideología alegando (como trató de hacer, mutatis mutandis, el esclavo de Zenón) que su actuación criminal se debe a un repentino y «misterioso» desequilibrio en sus niveles de neurotransmisores ante lo cual no les quedaba otra opción. Claro que siempre quedará la posibilidad de que el juez les imponga una fuerte condena justificada en que una mayor activación de su formación reticular durante el juicio le ha determinado a hacerlo. Con todo ello no estamos negando que el sujeto operatorio sea un sujeto biológico (¿qué iba a ser si no?) sino las pretensiones de muchos neurocientíficos de reducir la Psicología a sus correlatos biológicos. Cuando alguien se siente triste o padece «depresión», tendrá un déficit serotoninérgico. Ahora bien, lo que pretendemos constatar es que no se sentirá triste a consecuencia de presentar un déficit serotoninérgico sino que este último será consecuencia de las circunstancias que le han conducido al estado de tristeza. Todas nuestras acciones y sentimientos deben tener un correlato biológico dado que, en caso contrario, no podrían ser positivas. Pero su explicación deberá acudir a otro tipo de consideraciones (objetivos del sujeto, circunstancias biográficas y contextuales &c.). 6. Propuesta de una alternativa desde el materialismo filosófico Hasta aquí hemos insistido en la necesidad de evitar cualquier tipo de reducción de la Psicología a Biología. Ahora bien, ¿cuál es nuestra propuesta para delimitar los fenómenos psicológicos de los fenómenos biológicos? Para ello nos serviremos de dos distinciones propuestas por Gustavo Bueno en su Teoría del cierre categorial, a saber, la distinción entre relaciones apotéticas y paratéticas y entre situaciones α y β operatorias. 6. 1. La distinción apotético/paratético. Implicaciones: «Apotético designa la posición fenomenológica característica de los objetos que percibimos en nuestro mundo entorno en tanto se nos ofrecen a distancia, con evacuación de las cosas interpuestas (que, sin embargo, hay que admitir para dar cuenta de las cadenas causales, supuesto el rechazo de las acciones a distancia)» (García, 2001). El término «paratético» es el correlativo de «apotético» y hace referencia a lo que se encuentra en contigüidad. Las operaciones de un sujeto son siempre apotéticas mientras que sus correlatos biológicos siempre serán paratéticos. En el primer caso estaríamos hablando de Psicología, en el segundo caso de fisiología. Veamos un ejemplo para aclarar la cuestión. Cuando un chico llora porque se le ha metido una pequeña piedra en el ojo estaríamos hablando de fisiología dado que existe una contigüidad física entre el ojo del que brotan las lágrimas y la piedra que provoca dicha reacción. Por el contrario, cuando ese mismo chico llora al contemplar que la chica de la que se encuentra enamorado se está besando con otro chico estaríamos hablando de Psicología dado que la situación que provoca su conducta de llorar no se encuentra en contigüidad con él. Este par de conceptos nos permite evitar la dualidad «dentro/fuera» derivada de una Psicología en primera persona (introspeccionista) lo cual, dicho sea de paso, impediría su consideración científica. Lo apotético no debe ser identificado a secas con lo distal (que se opone a proximal). Las terminaciones nerviosas que llegan hasta nuestros pies son distales respecto del encéfalo sin que por ello quepa decir que son apotéticas. En cambio, el mesencéfalo sería una división básica del Sistema Nervioso Central proximal al diencéfalo. El criterio de las relaciones apotéticas goza de gran potencia en la delimitación del campo de la Psicología frente al campo de la Biología. Ninguna ciencia puede establecer su campo en torno a un único término u objeto dado que, en caso contrario, no se podrían realizar operaciones. No cabrá decir, por tanto, que la Biología sea la Ciencia de la Vida dado que, ¿cómo se iba a operar con la Vida tomada en abstracto? Los biólogos operarán con células, ácidos nucleicos, &c. que serán los términos del campo de la Biología a partir de los cuales se establecerán diferentes relaciones. Otro tanto de lo mismo ocurrirá en el caso de la Psicología. No podremos sostener que la Psicología sea, como etimológicamente pudiera parecer, la Ciencia del Alma, dado que nos encontraríamos ante el mismo e irresoluble problema que en el caso anterior. Otro tanto de lo mismo ocurriría al defender que la Psicología es la Ciencia de la conducta o que su objeto es la conducta dado que ¿cómo operar sobre la conducta? En la aplicación de las técnicas de modificación de conducta, por ejemplo, el psicólogo no operará sobre la conducta sino sobre los términos que participan en su ejecución a fin de que la conducta del sujeto pueda moldearse en la dirección deseada. El campo de la Psicología deberá contar, pues, con al menos dos clases de términos (con sus correspondientes subclases), a saber, los términos subjetuales y los términos objetuales presentados de manera conjunta y dialéctica, esto es, los sujetos psicológicos serán términos en la medida en que vayan referidos a un objeto apotético el cual, a su vez, cobrará estatuto de término en caso de que vaya referido a un sujeto psicológico. «Cada sujeto psicológico lo concebiremos como asociado internamente, por estructura, a un sistema de objetos apotéticos» (Bueno, 1995) lo cual nos permitirá reconstruir las conductas teleológicas, muy presentes en la Psicología, de manera no-mentalista. De este modo, la finalidad de las operaciones de los sujetos formalmente considerados, lejos de atribuirse a supuestas y misteriosas planificaciones mentales, se explicará a partir de los objetos apotéticos correspondientes a los sujetos psicológicos. Cuando estos términos subjetuales (los sujetos psicológicos) se consideran materialmente (atendiendo a circuitos y conexiones nerviosas, producción de hormonas y neurotransmisores, reacciones inmunológicas, &c.) pasarán a pertenecer al campo de la Biología. Por otro lado, en el momento en que los objetos no se consideren en relación a los sujetos psicológicos y, por tanto, no sean apotéticos, pasarán a formar parte de los campos de otras Ciencias como la Geometría, la Geología, la Física, &c. 6. 2. La distinción entre situaciones α y β operatorias Las situaciones α operatorias son propias «de aquellas ciencias en cuyos campos no aparezca, formalmente, entre sus términos, el sujeto gnoseológico o, también, un análogo suyo riguroso» (Bueno, 1992). Las situaciones β operatorias son propias «de aquellas ciencias en cuyos campos aparezcan (entre sus términos) los sujetos gnoseológicos o análogos suyos rigurosos» (Bueno, 1992). Esta distinción nos permite considerar el peculiar estatuto gnoseológico que caracteriza a la Psiquiatría dentro del marco de discusión que venimos planteando acerca de las relaciones gnoseológicas entre la Psicología y las disciplinas englobadas bajo el rótulo de «Neurociencias»{4}. ¿Cuáles son los términos del campo de la Psiquiatría (en caso de que existiese)? ¿Los circuitos y conexiones neuronales que, a consecuencia de su mal funcionamiento, son los responsables de la situación del paciente? ¿Las operaciones desadaptativas de los pacientes que acaban por producir desequilibrios químicos en el cerebro? En el primer caso, nos encontraríamos ante una situación α operatoria donde las operaciones de los sujetos se explicarían a partir de conexiones nerviosas y reacciones químicas. En el segundo caso, nos encontraríamos ante una situación β operatoria donde las operaciones de los sujetos se explicarían a partir de la consideración formal de este. Teniendo presente que la Neurología es la Ciencia cuyo campo estaría constituido por los elementos del Sistema Nervioso y que se encargaría del tratamiento de las posibles alteraciones que pudieran surgir en él y que la Psicología es la Ciencia encargada, como dijimos anteriormente, de analizar las operaciones de los sujetos (previa consideración formal de los mismos) en relación a los objetos apotéticos, ¿qué lugar le queda a la Psiquiatría? ¿O es que acaso nos la pretenden vender, por decirlo al modo hegeliano, como una síntesis superadora de la Neurología y de la Psicología? Desde la Teoría del cierre categorial la Psiquiatría carecería de campo gnoseológico propio encontrándose en una permanente situación de indefinición gnoseológica. En primer lugar, no tendría unos términos propios y nítidamente definidos con los que realizar operaciones mientras que, en segundo lugar, se encontraría en un «eterno» medio camino entre las situaciones α y β operatorias{5}. En esta situación de clara indefinición gnoseológica (a medio camino entre la Neurología y la Psicología o entre las metodologías α y β operatorias) la Psiquiatría se encontraría en una situación similar a la del asno de Buridán quien, teniendo a un lado varios montones de avena y al otro lado varios cubos llenos de agua, acabó muriendo por desnutrición dado que nunca fue capaz de saber si tenía hambre o sed y, por consiguiente, si debía decidirse por comer la avena o por beber el agua (en este sentido, podríamos decir, para terminar, que los autores de La invención de trastornos mentales han realizado frente a la Psiquiatría una actuación semejante a la que la diosa Némesis, mutatis mutandis, llevó a cabo frente a Narciso quien, incapaz de dejar de mirar atónitamente su propia imagen{6}, acabó falleciendo). Referencias bibliográficas Bueno, G. (1992), Teoría del cierre categorial, vol. 1. Oviedo: Pentalfa. Bueno, G. (1994), Consideraciones relativas a la estructura y a la génesis del campo de las «Ciencias Psicológicas» desde la perspectiva de la teoría del cierre categorial. En Simposium de Metodología de las Ciencias Sociales y del Comportamiento (págs. 17-56). Universidad de Santiago de Compostela. Bueno, G .(1995), ¿Qué es la ciencia?. Oviedo: Pentalfa. Bueno, G. (1995), ¿Qué es la filosofía?. Oviedo: Pentalfa. Damasio, A. (2001), El error de Descartes. Barcelona: Crítica (orig. 1994). Damasio, A. (2005), En busca de Spinoza. Barcelona: Crítica. Dawkins, R. (2002), El gen egoísta. Barcelona. Salvat. Descartes, R. (1980), Discurso del método. Barcelona: Orbis (orig. 1637). Descartes, R. (2005), Meditaciones metafísicas. Oviedo: KRK (orig. 1642). Espinosa, B. (2003), Ética. Madrid: Alianza (orig. 1677). García, P. (2001), Diccionario filosófico. Biblioteca filosofía en español. González Pardo, H., Pérez Álvarez, M. (2007), La invención de trastornos mentales. Madrid: Alianza. Pérez Álvarez, M. (2003), Las cuatro causas de los trastornos psicológicos. Madrid: Universitas. Peña García, V. (1981), «Descartes, razón y metáfora», Arbor, 53, 27-35. Peña García, V. (1982), «Acerca de la razón en Descartes: reglas de la moral y reglas del método», Arbor, 52, 23-39. Punset, E. (2006), El alma está en el cerebro. Madrid. Santillana. Notas {1} Muchos psicólogos consideran su escisión gremial respecto a los filósofos como algo sumamente beneficioso para su nueva ciencia dado que, una vez liberada de las garras del pensamiento «teórico-especulativo», podrá ocuparse enteramente de los problemas «prácticos» (prescindiendo de vanas disquisiciones filosóficas) que realmente interesan a la gente y permiten ayudarle (¿?). {2} ¿Quién no ha oído a ningún fundamentalista científico afirmar cosas tales como «bueno, pero eso ya es filosofía», «nada nada, eso son cuestiones e ideas filosóficas, sin embargo lo que la ciencia dice es esto»? {3} Descubrimiento de las dendritas por Otto Deiters, introducción del carmín, el añil y el cloruro de oro como medios de tinción por parte de Von Gerlach, descubrimiento de la reacción negra por Golgi, crítica a su reticularismo por Ramón y Cajal, estudios sobre la conducción de la electricidad en animales como los efectuados por Moruzzi y Magoun, &c.. {4} Las reacciones que la publicación de La invención de trastornos mentales (escrito por Héctor González y Marino Pérez) ha suscitado por parte de una Sociedad de Psiquiatría da buena cuenta de la necesidad del tratamiento de estas cuestiones (véase La Nueva España del pasado 2 de Diciembre); en efecto, la falta de argumentos para rebatir las propuestas de los autores ha llevado a algunos miembros de dicha Sociedad a replicar de la siguiente manera: «Hablar de la invención de las enfermedades mentales en un país donde hay más de 400.000 personas que sufren esquizofrenia no sólo es frívolo, es inmoral. Seguramente es una mezcla de ignorancia-se trata de personas que no tienen contacto alguno con los miles de afectados que en Asturias sufren un trastorno mental severo-y de intereses espurios, bien personales o corporativos». En primer lugar, diremos que los autores de este libro nunca hablan de una invención propiamente dicha (ex nihilo) sino de la construcción operatoria de una suerte de cultura clínica que envolverá las operaciones de los sujetos (pacientes e, incluso, clínicos tanto psicólogos como psiquiatras). Este contexto clínico determinará el estatuto asignado a nuestras vivencias y operaciones. Aunque podamos partir de la praxis clínica (situación β2) es necesario regresar hacia una situación II–β1, propia de la teoría de juegos. De este modo, podremos explicar, en el progressus hacia las circunstancias en que se desenvuelve la praxis clínica, por qué las multinacionales farmacéuticas y ciertos clínicos influyen sobre la población y no a la inversa (en la misma situación nos encontraríamos cuando esta influencia se ejerce por parte de las multinacionales farmacéuticas sobre los clínicos). Es decir, se necesitará un sistema operatorio más potente para conducir las operaciones de los sujetos en la dirección deseada (para que, en último término, ello redunde en un aumento de las ventas de psicofármacos, en la proliferación de consultas clínicas, &c.). Sin embargo, no es este el lugar apropiado para exponer con el debido detenimiento los planteamientos que se presentan en este libro. Un estado de bajo ánimo, apatía y tristeza, por ejemplo, bien podría ser interpretado en la Edad Media como una crisis de fe motivada por la actuación del demonio (dentro de un contexto marcadamente teológico- también construido, obviamente, por las operaciones de los sujetos-) mientras que en nuestras sociedades del bienestar, donde cualquier atisbo de incomodidad habrá de proscribirse (en lo que tanto se apoya la construcción operatoria de esta nueva cultura clínica), la interpretación se hará a partir de este nuevo contexto envolvente. ¿Cómo explicar sino la diferente concepción de la melancolía en tiempos de Aristóteles y la existente en nuestros días? En segundo lugar, al atribuir esta explicación operatoria a «una mezcla de ignorancia» alegando que «se trata de personas que no tienen contacto alguno con los miles de afectados (...)» se está ignorando la distinción entre los planos emic/etic. En efecto, en la anterior afirmación se sostiene que para poder comprender bien un determinado fenómeno (en este caso, los trastornos mentales) es necesario estar cerca de alguien que lo padece. De ser así, cualquier allegado a uno de estos pacientes podría proporcionarnos una sólida explicación acerca del estatuto ontológico y antropológico de estos trastornos. No obstante, la mayor potencia en la explicación y comprensión de un fenómeno vendrá dada mediante la adopción de un plano etic a partir del cual podamos reconstruir la situación desde un sistema de coordenadas mucho más potente que el poseído por los sujetos inmersos en el plano emic (en caso, claro está, de que lo tuviesen). José Smith fundador del movimiento mormón, desde un punto de vista emic (reivindicado por esta Sociedad), habría visto separados a Dios Padre y a Jesucristo quienes le habrían encargado la sublime misión de restaurar y liderar la nueva y verdadera Iglesia de Jesucristo. Ahora bien, desde el punto de vista etic ni que decir tiene que son los intereses económicos y de poder de este individuo los parámetros que hemos de adoptar para explicar sus «visiones». Sin embargo, según lo que se desprende de las declaraciones «...es una mezcla de ignorancia», mutatis mutandis, seríamos nosotros quienes estaríamos equivocados, y no José Smith, cuando analizamos la verdadera génesis del movimiento mormón. {5} Resulta curioso, pues, que desde la Sociedad de Psiquiatría a la que hacíamos mención, se llegue a analogar los argumentos ofrecidos por los autores de La invención de trastornos mentales con la Iglesia de la Cienciología cuando la verdad apuntaría en una dirección bien distinta, a saber, es la Psiquiatría la que, en todo caso, debería ser analogada con la Cienciología dado que, careciendo de campo gnoseológico propio, trata de imponer o vender su ideología por encima de cualquier análisis riguroso con las peligrosas implicaciones que ello supone de cara a la consideración y el tratamiento de las diferentes psicopatologías. {6} Desde esta Sociedad se afirmó que «todo el mundo quiere ser médico» a pesar de que muchos de nosotros no hemos tenido la oportunidad de rellenar «la encuesta utilizada» para llegar a esa conclusión.

(*) Publicada originariamente en el "El Catoblepas", disponible en http://www.nodulo.org/ec/2008/n076p13.htm
Un libro de Franco Rotelli
Prólogo de Vicente Galli
La clave teórico pragmática de las raíces y el desarrollo de la Reforma Psiquiátrica italiana fue la descomposición, el desmontaje, el desenmascaramiento y el cierre del manicomio. Que realizaron simultáneamente con el desenmascaramiento y transformación de la psiquiatría, que plasmó su estructura disciplinaria junto con la del manicomio y con la simultánea concepción de la “locura” como “enfermedad” y “peligrosidad”, sin conexiones con los contextos institucionales y culturales. Manicomios y psiquiatría arcaica “que pueden y deben terminar a causa de su ineficacia terapéutica, su rol de prescripción de la custodia y la exclusión, la lesión grave a los derechos de ciudadanía, su inequidad social”.
Procesando el desmontaje, los gestores de la reforma salieron del manicomio de Trieste hacia el territorio junto con los pacientes que fueron externando y lo cubrieron de servicios. Inventaron nuevas instituciones, aptas para ocuparse de las personas sin excluirlas ni tutelarlas. Atendiendo a los que salían y también a los que nunca habían tenido disponibilidad de servicios para sus problemáticas. Con lo que fueron dando sustento fáctico a lo que es para ello el objeto de la psiquiatría epistemológicamente congruente con la negación de la enfermedad como algo que está sólo en el cuerpo y/o en la psique (concepción simplificadora, lineal, reduccionista): el objeto fue siempre para ellos “la existencia sufriente de los pacientes y sus relaciones con el cuerpo social”. “Existencias enfermas” y re-enfermadas desde las institucionalizaciones oriundas del paradigma enfermedad-peligrosidad-exclusión.

Con la misma cantidad de personal que tenía el manicomio y con el mismo presupuesto, cubrieron entonces y cubren ahora todas las necesidades de Salud Mental de la población de la ciudad y sus alrededores. Porque no es sólo un cambio de perspectivas y gestiones, es una transformación monumental de la utilización de las energías humanas momificadas en el manicomio. Las de los internados y las de los integrantes del equipo tratante, al mismo tiempo que para la sociedad configurada en su imaginario en la modelización estigmatizante enfermedad-peligrosidad-exclusión.

Trieste fue el centro de irradiación hacia toda Italia y el mundo occidental de las transformaciones que posibilitaron el pasaje de la psiquiatría  arcaico-manicomial hacia las estrategias para la Salud Mental Comunitaria, Colectiva y Territorial. Mostraron que se puede hacer. Sigue siendo la experiencia referencial que contiene los despliegues conceptuales esenciales para dar cuenta de lo que hicieron y hacen; lo que facilita poder hacer comparaciones con otros desarrollos. Muchos de los cuales, por no haber incluido todos los componentes de la reforma  o haber banalizado la importancia fundamental del cambio de paradigma clínico en el que se asienta la experiencia triestina, terminaron sin entender las causas de sus propios fracasos en superar los manicomios y en haber logrado servicios de salud mental territoriales que funcionan adecuadamente sólo de manera parcial para un porcentaje de los que atienden, ya al mismo tiempo que se siguen manteniendo como circuitos que reproducen la exclusión y el abandono de personas.

Este libro surge de la conjunción de la oferta de textos elegidos para nosotros por Franco Rotelli con nuestra necesidad de disponer en nuestro medio de acceso directo y amplio al conocimiento de la Reforma Psiquiátrica Italiana.
Por nuestro lado, el agradecimiento por disponer de materiales que nos ayuden a comprender y gestionar nuestra propia situación nacional en el campo de la Salud Mental. Que tiene a la Ley 26.657 del año 2010 como mandato para las políticas y la gestión de las imprescindibles transformaciones en los sistemas de atención a las personas con sufrimientos o situaciones de riesgo vinculados con la salud  mental. Que implican cambios de fondo en la comprensión de esos sufrimientos y en las maneras de abordarlos con variedades de acciones que den cuenta de las complejidades constitutivas de las personas en sus “existencias-sufrimiento y su relaciones con el cuerpo social”. Lo que debe forjarse en multiplicidad de dispositivos dinámicos que respeten esas complejidades.
Nadie mejor que Franco Rotelli como fuente para ese objetivo. Sus trabajos son como su “manera de ser en el mundo”: directos, sinceros, testimoniales, agudos, coherentes con la complejidad de las que se ocupa, sensatamente apasionados, provocadores, sin circunloquios, críticos, esperanzadores, éticos. Con grandes temas-ejes que va retomando y engarzando en espirales progresivas, integrando dialécticamente saberes prácticos con reflexiones conceptuales y categorías epistemológicas. Lo que lo lleva a marcar y unir los grandes objetivos políticos con la importancia de los pequeños acontecimientos cotidianos, que imprescindiblemente hay que atender para que aquellos objetivos tengan alguna posibilidad de plasmarse en realidades nuevas, en realidades inventadas que dejan burladas a las que hasta ese momento se consideraban inamovibles.

Franco Rotelli es médico psiquiatra. Trabajó en la Clínica Universitaria de la Universidad de Parma y en el Hospital  Psiquiátrico Judiciario, en Castiglione delle Stivere. Desde 1970 hasta 1980 estuvo codo a codo con Franco Basaglia, primero en Emilia y luego en la exitosa experiencia de Trieste. Quedando en la Dirección de los Servicios Psiquiátricos de Trieste - cuando Basaglia pasó a Roma llevando la Reforma Psiquiátrica -, desde 1980 hasta 1995.
Fue Asesor de la OMS en Brasil, Argentina y República Dominicana y responsable de varios proyectos de Cooperación para Cuba, Grecia, Eslovenia y Argentina.[1]
Desde 1998 a 2001 fue Director General de los Servicios de Salud de Trieste. Luego volvió a serlo desde 2004 hasta 2010. Desde el 2010 preside la Conferencia Permanente para la Salud Mental en el Mundo.
Referente internacional y viajero militante, visita, opina, gestiona, explicita y ofrece todo lo que tiene, siempre.

Los escritos
Los trabajos que componen este libro son producto de distintos objetivos cuando sus versiones originales y tienen distintas estructuras. Se ha mantenido su ordenación cronológica porque mantienen actualidad de “clásicos”, con grandes temas-ejes reapareciendo de distintas maneras en todos ellos. 
Tanto para los que conocen como para los que no tiene familiaridad con los textos de la Reforma Psiquiátrica Italiana, es conveniente comenzar por el primero de la secuencia. Porque da un panorama completo de todo lo que hay que conocer y elaborar, en paneo topográfico y fundamentado. Después, con los trabajos siguientes, es posible tomar distintos caminos. Cronológico, o el que marquen las atracciones temáticas del lector. De cualquier manera son todos imprescindibles. El escrito “8 + 8 Principios”, ubicado en el medio de los siete trabajos, llama a utilizarlo de múltiples maneras. Es posible aprovecharlo como autoevaluación de lo comprendido luego de terminar el libro; también es útil para quienes quieren preguntarse por el propio lugar de trabajo y/o la parte del sistema de servicios de Salud Mental en el que está incluido; o puede ser útil como guía de referencia para auditar funcionamientos de los dispositivos que otros desarrollan. El texto contiene la  condensación de los principios esenciales y la síntesis de las estrategias para desarrollarlos.


1.- “Desinstitucionalización: otra vía”. Es un texto de 1986, publicado en 1987. Es el único trabajo compartido, producido en conjunto con Ota De Leonardis y Diana Mauri. El estilo escriturario, organizado con lógica isomórfica con las de una Revista de Sociedad de Neuropsiquiatría, no lo es tal en los contenidos que alberga en ella. El ordenamiento pedagógico permite al lector tener una visión completa y organizada; una maqueta dinámica de la desinstitucionalización iniciada en Trieste. Van los componentes prácticos, los fundamentos conceptuales, epistemológicos y políticos, sus procesamientos, los descubrimientos e inventos que pudieron que ir haciendo en el transcurso de ellos; los aprendizajes desde los errores. También las interpretaciones equivocadas que otros grupos  hicieron de lo que ellos postulan desde sus prácticas.
La desinstitucionalización es proceso social complejo, con modificaciones en todas las relaciones de poder. Lo que se hizo más evidente al mantener el cuidado de todas las personas que venían de estar internadas albergándolas fuera del manicomio de una manera distinta. Cubriendo el territorio con Centros de Salud Mental y Servicios, ampliando así la cobertura también hacia todos los ciudadanos con problemas,  que antes no tenían ninguna. Todo llevado a cabo con el mismo costo y la misma cantidad de operadores que había en la planta del manicomio. Lo que marca  diferencias absolutas con programas de “deshospitalización” y/o de “psiquiatría reformada”, que abandonan personas o mantienen las internaciones, construyen sistemas de atención fragmentarios, en los que los “nuevos crónicos” van rotando de un lugar a otro. Es lo que hace la gran diferencia entre la Reforma Psiquiátrica Italiana y aquello que corresponde denominar “psiquiatría reformada”, que es la que logra esos resultados gatopardistas.
Es importante seguir minuciosamente la descripción de la experiencia italiana, para lo que reconstruyen los 20 años de recorrido hasta el  momento de escribir el trabajo. Desde los cuestionamientos al paradigma racionalista problema-solución de la psiquiatría, que con el “mal  oscuro” de haber separado a la “enfermedad” de la existencia global de los pacientes y del cuerpo o tejido social, centrando todo en la enfermedad como objetivo ficticio. Sobre los que se crearon una concatenación de respuestas científicas, organizativas, terapéuticas y normativas que se autolegitiman, reproduciendo el problema a su propia imagen y semejanza. Es esto justamente la institucionalización que hay que deconstruir inventado otras, sin manicomio y con respeto a las personas. La desinstitucionalización del manicomio como lugar de descarga y ocultamiento de sufrimientos, miserias o disturbios, lugar de lo residual. En conjunto con el manicomio, la psiquiatría misma como institución ella misma residual, con identidad asentada en ser los efectores del control social, a la que también hay que desinstitucionalizar.
Lo cual no se hace sin la movilización de todos los participantes implicados, transformando las relaciones de poder -por ejemplo, descubriendo la dimensión y el compromiso afectivo con las personas atendidas en la tarea, lo que implica intercambios distintos, simetrías nuevas y otros grados de compromiso personal-, trabajando desde adentro del manicomio para llevar afuera todas las energías en él retenidas, construyendo servicios completamente alternativos. Que deben responder a todas las necesidades de Salud Mental de una población determinada. Con los Centro barriales como bisagra, pocas camas en el Hospital general como complemento para emergencias muy cortas y las Cooperativas de trabajo que son componente imprescindible. Cambian las condiciones de trabajo de los operadores, que se incrementa, se hace más complejo y más vital. Cambia la cultura. La administración local ya no gasta recursos en sostener el Hospital, que medía sus costos por cama; los recursos pasan a ser utilizados para ofrecer servicios directos a las personas.
Con todo lo cual la desinstitucionalización se puede sostener; porque se ha inventado una institucionalización distinta, con dispositivos que deben ser reinventados y recreados permanentemente para que sigan siendo vitales y adaptables a necesidades de los ciudadanos; y no las personas adaptadas a la fijeza de dispositivos estereotipados y perfiles profesionales estandarizados.
En el texto son fundamentales seguir los desarrollos constitutivos de la trama de la desinstitucionalización, referidos a las concepciones complejas tanto del enfermar como de los procesos ya no de curación sino de “invención de la salud” y de “reproducción social del paciente”. Porque el enfermar y la invención de salud son entendidos como institucionales. El manicomio agrega su propio contagio al sufriente que allí es internado, las “curas” intentan cambios en el sujeto sin tomar en cuenta sus contextos de existencias, con sus exclusiones y sus carencias. Las invenciones institucionales derivadas de las nuevas perspectivas no imaginan psicopatología ni clínica que no incorpore en el análisis y en la práctica terapéutica a las estructuras existentes, a los profesionales, al campo situacional global. Buscando por lo tanto modificaciones en los modos del vivir y el sentir tramitando transformaciones concretas y cotidianas que activen los recursos de las personas.

2.- “Prevenir la Prevención” muestra ya desde el oximoron de su título los juegos de Rotelli integrando paradojas, contradicciones y creaciones de sentidos, para desmontar y desenmascarar conceptos y prácticas imbuidas de las lógicas manicomiales. Es este caso, lo que critica son las prácticas preventivas convencionales como formas de etiquetar, de secuestrar, de producir  dependencia y cronicidad.  En continuidad con la contaminación del manicomio de la que constituyen parte de la institucionalización que hay que desmontar.
Escrito en la misma época que el trabajo anterior, la prosodia del texto es distinta. Es un trabajo individual, aunque hace hablar a muchos “invitados” en su desarrollo. Los contenidos se enhebran vertiginosamente, las citas son amplias y variadas, proteiformes, imprescindibles para dar cuenta de la usina vigorosa que da lugar el aprovechamiento de las energías encerradas en el manicomio cuando se las pone a trabajar de otras maneras, estratégicamente elegidas y luego descubiertas en su propio crecimiento poético.
Partiendo de la reiterada necesidad de recorrer las raíces , la historia y los contenidos de la psiquiatría alternativa italiana - necesidad porque siempre busca apoyarse en lo concreto y real realizado, con sus causas, efectos y derivaciones, evitando las abstracciones - retoma la semántica de Basaglia de “destruir” el manicomio (Basaglia hablaba de “destruir el manicomio como lugar de institucionalización”, “…en la que el internado que ha perdido individualidad y libertad primero con la enfermedad” y luego “con la perdida de si mismo en el manicomio”). Destrucción que se hace buscando su descomposición, su desmontaje, su desenmascaramiento. Lo que da la posibilidad de una “profunda inversión óptica”, para poder vislumbrar que la enfermedad mental no es otra cosa distinta a la misma institución que la define y la organiza. Sobre los padecimientos personales la institución manicomial produce otra enfermedad mayor, que genera sufrimientos y alienaciones, secuestros, expropiaciones de identidad, producción de cronicidad. Es para oponerse a todo eso que hay que hacer Prevención en el nuevo sentido que planten. Allí comienza el tránsito de los pacientes hacia el exterior, para abandonar esa casa “inhabitable” y reconstruir sus fragmentos afuera, con lo que le ayudan a encontrar y le proveen los servicios territoriales. Allí van apareciendo los intercambios sociales y materiales, de recuperación de libertades, de derechos,  de deseos. Así salieron del hospicio los pacientes y los operadores, crearon nuevos dispositivos, se metieron en la ciudad. Luchando a partir de ese momento contra los mecanismos de control de  las políticas sociales y la ritualización de la vida que es equivalente a la ritualización propias de las instituciones cerradas. También hay que desmontar los poderes y los saberes en el territorio, otro tanto con los roles profesionales, para desenmascarar la normatividad codificada de los especialistas, sus complicidades con las continuidad de las miserias. Allí aparecen nuevamente los Centros de Salud Mental como los que buscan lo opuesto: microcosmos elaboradores de lenguajes, con intercambio de afectos, éticas, símbolos, modos distintos de vivir e interpretar la propia vida. Buscando permanentemente la adecuación a las necesidades de los propios usuarios, para que hagan sus recorridos reconstituyéndose, creando complejidad. Lo que abre una cantidad de preguntas sobre curar, curarse, prevenir y sobre que son las dimensiones humanas a las que se debe apuntar a llegar.

3.- “Para una empresa social” entra de lleno en el desarrollo de una de las estrategias básicas de la Reforma Psiquiátrica Italiana. Desde el comienzo se ocuparon de la creación de cooperativas de trabajo, como manera de asegurar lo que consideraron indispensable para la integración social de los usuarios: trabajar. Como modo de valoración, existencia, identidad e intercambios. Esa es la fundamentación. La noción de empresa social amplió la apuesta, es realizar “emprendimientos que produzcan lo social”, que generen valor social agregado. El presupuesto central es preguntarse y demostrar como puede ser una asistencia que se convierte en emprendimiento, que invierte en las personas que son el único capital que tienen. Para lo cual tienen que incluirse en el mercado en sus aspectos positivos: el mercado crea sujetos si se lo utiliza como instrumento imperfecto, de democracia y civilización. Porque alimenta intercambios, encuentros, emociones.  Son experiencias institucionalizadoras que han ido creando en los límites entre, por un lado, el mundo de la empresa y de la producción y por otro, el mundo de la asistencia y de los costos sociales. Franco Rotelli entra de lleno en esta ponencia en la radical fractura instituida entre esos dos mundos, entre el mundo del trabajo y el mundo de la asistencia; con un despilfarro enorme de recursos económicos, y sobre todo, despilfarro de posibilidades humanas. Describe y critica la manera habitual del trabajo de las agencias y los operadores de la asistencia, como maneras de destinar recursos enormes a invalidar, en vez de valorizar y emprender. Son formas de opresión instituida, contra las que viene reclamando que los usuarios no sólo tienen derecho a hacerse asistir, sino a producir, a tener casa, actividades, medios económicos. Ya habla aquí de lo que será luego será título de otro de los trabajos “Rehabilitar la rehabilitación”, para pedirles a los otros que puedan ayudar - profesionales , intelectuales, artistas, emprendedores etc. - para que la asistencia comience a producir recursos, vender, construir, intercambiar, inventar.
Caracteriza  satíricamente lo que hace habitualmente la sociedad con estas posibilidades. Discute las cuestiones de vulnerabilidad, reclusión, exclusión, inclusión, reinserción e integración, vinculándola a  la ferocidad de los debates y de las luchas para sostener estos emprendimientos en el espacio del mercado en que transcurren ese tipo pujas. A los “talleres protegidos” nadie les teme, no reintegran derechos, no compiten en el mercado ni crean ciudadanos, no exigen transformaciones en los operadores que se dedican a los pacientes que realizan ese trabajo esclavo. Marca la sorpresa cínica de que los psiquiatras hablen de empresa social y se ocupen de ingenierías sociales,  que den sustancia a los derechos de ciudadanía de los usuarios. Cínica, porque los psiquiatras ya ocupan un lugar importante en la ingeniería social; aunque en sentido inverso, sancionando exclusiones del mercado, legitimando violentas sistemas de selección de fuerza de trabajo, certificando en términos médicos la imposibilidad productiva.
El manicomio y sus derivados como lugar cero de intercambio social. Como condición para el derecho a la asistencia, la invalidez como acceso a ella. Por eso la necesidad de luchar contra un mundo de asistencia ineficaz y destructivo dirigiéndose hacia el mundo del emprendimiento social. Para lo que es necesario encarar  múltiples planos convergentes de acciones antes nunca creídas posibles con las personas consideradas improductivas en la contaminante institucionalización de las culturas manicomiales.

4.- “8 + 8 Principios” es un trabajo de integración y síntesis, en el que Franco Rotelli condensa los principios e identifica las estrategias que posibilitaron el pasaje de un sistema psiquiátrico arcaico a un sistema que participa en las políticas de salud mental, no sólo en Trieste e Italia sino en un numeroso grupo de regiones y países; derivando de ello la observación crítica sobre como fracasaron y fracasan las experiencias que no incluyen todos esos principios y/o no se despliegan con planificación estratégica para procesar las transformaciones buscadas. Logra un escrito contundente, de gran valor instrumental. Que queda como marco de referencia para evaluar planificaciones, gestiones, prácticas y resultados. Por ello, brújula orientadora para todas las acciones y a la que se puede volver cuando las incertidumbres se hacen dolorosas y urge revisar las claves fundacionales.
Antes de desarrollar los Principios - que son 8 + 8 porque en el tercer principio, referido a la mutación hacia las acciones colectivas y no individuales frente a los pacientes y sus contextos, contiene a su vez 8 componentes - el autor repasa las problemáticas comunes a todos los países con ese 1% poblacional que en algún momento necesitan ayudas importantes por sus malestares psíquicos. Hay una parte de ellos que nunca reciben ayuda alguna. Hay una parte de ellos que reciben ayudas inapropiadas o ineficaces. A otra parte se le responde con el manicomio. Postula que allí donde se han desarrollado transformaciones sustanciales en el campo psiquiátrico, se han encarado simultáneamente las soluciones a los tres grupos de respuestas inadecuadas que se le daban a ese 1 %. Con el importante agregado que simultáneamente se genera servicios territoriales que atienden la mayoría de las necesidades de salud mental de todos los ciudadanos.
Marca lo vicioso del circuito de interdependencia y potenciación entre el manicomio, los servicios territoriales inadecuados y  el abandono. El manicomio existe porque las otras prácticas en el sistema son inapropiadas; esas prácticas se mantienen porque no se confrontan con su fracaso ya que eso va a parar al manicomio que utilizan como depósito; con lo que el abandono no es enfrentado.
Enfatiza que junto con el manicomio debe repensarse radicalmente la psiquiatría, sus mitos y sus rituales, desde sus prácticas más pequeñas y cotidianas hasta sus fundamentos epistemológicos.
De la misma manera, marca que los servicios que se constituyeron como alternativas al manicomio si no tienen una base de radical refundación de todos sus valores y procedimientos, también llevan al fracaso.
La importancia de no desperdiciar el inmenso capital económico y humano que se utiliza de mala manera en la legitimación de la psiquiatría arcaica y en el funcionamiento manicomial es agudamente destacada. Toda esa riqueza puede ser reintroducida en prácticas que no sean de custodia sino de cura, para el intercambio social y no para abandonar, para que se pueda vivir fuera de los muros y no para el encierro.
Los manicomios son iguales y funcionan con las mismas lógicas en lugares  lejanos entre si y con grandes diferencias económicas y culturales. Es congruente pensar que para llevar a cabo en ellos procesos de desinstitucionalización, sean necesarios principios iguales aún para lugares muy diferentes.  Por supuesto que el  reconocimiento de los contextos distintos,  lleva a variaciones locales imprescindibles en las maneras de inventar los caminos para el cumplimiento de esos principios y estrategias. Que aún en las mismas regiones no se espera que sean todos ellos normativamente idénticos.
Realizado el recorrido introductorio por todo lo mencionado desarrolla los Ocho principios para la organización de servicios para la salud mental, el núcleo de la presentación. Es importante recorrerlos minuciosamente. En la secuencia y la trama que los ubica, con sus notas y ejemplos con los que los acompaña. Después, verlos individualmente, en orden aleatorio. Hasta comprobar como integran un conjunto armónico de componentes imprescindibles e interdependientes que funcionan sinérgicamente; ninguno de ellos puede faltar. Los ocho principios dan cuenta testimonial del recorrido verazmente realizado en el espesor de la complejidad de lo humano, cuando se encaran las prácticas de salud mental con mirada compleja y crítica, de la que derivan acciones coherentes con esa mirada. Como pasó en Trieste y en otros lugares

5.- “Re-habilitar la re-habilitación” y re-habilitar la psiquiatría junto con llevar a cabo la re-habilitación de los usuarios del sistema. Re-habilitación que es parte de la cura y no un agregado posterior y disociado.
Este escrito es también un manifiesto de integración de niveles, de unión sensata de lo que siempre debió estar unido y fue despedazado, simultáneamente con el despedazamiento de lo humano en el reduccionismo violento de la anomia manicomial y de la invalidación social de los que por necesitar ayuda  deben demostrar que siguen siendo incapaces para poder recibirla. Oximoron fáctico de efectos negativos de la organización social que Rotelli lleva al título vitalizante de de este texto que está en su libro  “Apuntes de un psiquiatra en los años de la gran reforma”.
Re-habilitar como construir (reconstruir) acceso a los derechos de ciudadanía, el progreso en su ejercicio, la posibilidad de verlos reconocidos y de practicarlos. Porque la carencia de todo eso no es consecuencia de la enfermedad mental, es parte significativa de su aparición como tal.
Re-habilitación que debe darse en tres niveles de integración inseparables: modificando legislaciones, liberando recursos económicos y humanos existentes que están siendo utilizados para invalidar y, por último, produciendo capacidad de acceso al valor. A través de procesos que en su propia existencia ya son rehabilitadores, procesos que busquen información, que den  formación, que permitan autonomías personales, capacitaciones profesionales, capacitaciones sociales, posibilidades de expresarse. El listado de las prácticas de re-habilitación en el concreto cotidiano que realiza es minucioso, delicado y profundamente afectuoso en el respeto por las personas.
Diferencia, y se burla, de las prácticas re-habilitadoras que son para “llenar” el tiempo, o son exclusivamente tutelares y no generan capacidades. Más todavía las que intercambian trabajo por libertad, muestran dramáticamente las desventajas derivadas del rol de enfermo y del estatuto del asistido como causa de inhabilidad. Por ello la psiquiatría debe actuar desde el principio sobre aquello que son aparentemente los efectos de la enfermedad cuando son más bien parte de las causas.  Allí es donde se comprueba que la predicción de recuperación con pacientes graves tiene poco que ver con el diagnóstico y mucho que ver con motivaciones y expectativas de la propia persona, del contexto y de los operadores.
Las prácticas de construcción material del ejercicio de derechos, las prácticas de intercambios interpersonales y sociales y las prácticas de cooperación buscando la empresa social, son fundamentales.
La empresarialidad social aparece así como lo que puede dar mayor cuenta de las estrategias operativas que se necesitan. Para los que necesitan asistencia, pero también para los que la brindan y para las organizaciones que se van creando.  Se hace posible de esa manera re-habilitar instituciones y hasta a la misma psiquiatría.
Cerca del final del escrito hace interesantes observaciones sobre la Ley 180; recordando los principios operativos que fundaron el movimiento de la reforma psiquiátrica, porque son fáciles de olvidar y perder; para luego hacer una prieta síntesis sobre lo que es poner en acto la ley 180, señalando “cuatro cosas elementales, necesarias.” Re-habilitadoras. Nuevamente, una muy prieta síntesis de 4 elementos que no pueden faltar.

6.- “El intercambio social” es un dialogo-reportaje con Giovanna Gallio que le plantea preguntas y reflexiones sobre el tema. Rotelli aparece en su perfil de notable gestionador-conceptualizador del armado de la vida en sociedad para aquellos a los que les ha costado encontrar ese camino o han sido ayudados a discapacitarse por los sistemas que los tutelaron para eso.
A la preocupación por el derecho y la necesidad de conseguir trabajo para los pacientes psiquiátricos, presente desde los comienzos de la reforma psiquiátrica, se fue integrando y ampliando la perspectiva más amplia de la “empresa social”. Con lo que se busca llenar el concepto de “derechos de ciudadanía” de esas personas con sus articulaciones concretas: escuela, casa, trabajo, sociabilidad, afectividad, relaciones diversas. Para conectarlos con los mundo productivos normales y los modelos de profesionalidad existentes.
Los psiquiatras trabajando concretamente, pedazo a pedazo, para construir derechos ciudadanía, junto con los derechos a la salud y al de sentirse bien. Articulados con los servicios públicos de asistencia social convertidos en laboratorios de producción  de relaciones y conexiones, donde no se expropia a los sujetos sino que los pone en circulación en la dinámica social.
Lo que se pone en discusión es la línea de demarcación entre mercado de trabajo y los lugares de asistencia. En paralelo con poner en discusión la lógica del despilfarro  que esta en la base de la eterna escasez de lo público. Que transmite violencia, prepotencia y cultura de invalidación. Es la cultura asistencialista, el mercado de la invalidación; que debe trocar a ser una asistencia que active otros recursos humanos y financieros. Configurar un mercado de la validación saliendo al mercado real, activando energías, creando recursos y proyectos. Que por supuesto deben ser ayudados para conjugar instancias de rehabilitación, producciones de bienes y servicios, innovaciones culturales, formaciones diversas. Compitiendo en el mercado habitual con producciones de calidad y cualidades estéticas. Eso hace que las personas, recuperando derechos de ciudadanía, hagan “fructificar su inteligencia y sea estimuladas a haberlo, para dar lo que puede dar y para recibir lo que más sea posible.”
Aclara y amplia consideraciones sobre las formas del funcionamiento de las cooperativas, remarcando las maneras de las que son alentadoras de las búsquedas y que ponen en juego inteligencias, voluntades, energías y aptitudes de las personas, multiplicando el intercambio social. Estimulando perfiles de “socios emprendedores” mas que de “socios trabajadores”.
Relata que las empresas sociales también fueron vía de acceso para jóvenes desvalidos de proyectos, con dificultades en sus hogares, que desconocían el mundo del trabajo y/o tenían formas más o menos graves de malestares psíquicos, con patologías indefinidas, en el borde de la toxico-dependencia. Todos en estado de deprivación cultural.
La tarea es constante y difícil. Es también tarea de des-institucionalización  de la rehabilitación tradicional, hacia la apertura de espacios y construcción de nuevos ámbitos de libertad en los que la personas puedan adquirir nuevas prácticas y adquirir nuevos instrumentos de intercambio.
Ya en los finales del escrito, plantea cuestiones significativas sobre relaciones entre los centros de salud mental y la empresa social y sobre las maneras de evaluar resultados. Redondeando la propuesta y la experiencia con formulaciones de gran prospección, como lo de “…la empresa social que, en el  fondo, no es sino la empresa de darle existencia a lo social, de darle energía y materia” para que entre los individuos exista comercio (…)  y nuestro objetivo consiste en vivificar la escena, erigir las “plazas del Mercado”. Si no lo hacemos, no nos quedará otra cosa que gestionar un residuo inerte: la enfermedad, la incapacidad.”

7.- “Foucault, Trieste y Toto”, es un trabajo clave, que retroactivamente intensifica sentidos a cantidad de aseveraciones de los escritos anteriores, relanzando creativamente núcleos centrales de las realizaciones triestinas en una versión que amalgama ingredientes filosóficos, antropológicos, políticos y estratégicos. Escrito pasional y condensado, que invita a varias lecturas para abarcar mejor sus riquezas y la importancia clave para reflexiones y acciones.
La clásica frase “la libertad es terapéutica” puso el énfasis en lo que fue la tarea en el interior del hospital psiquiátrico: producir una escuela concreta de libertad que no podía menos que realizar y exigir la destrucción del mismo hospital. La ampliación de libertades y la producción de simetrías como palanca de transformación de la cultura del miedo que es axial en la institucionalización psiquiátrico-manicomial. En la estereotipada relación con el loco esta siempre la realidad y la ideología del miedo. Discute con Foucault que se ocupa de los saberes como herramientas del poder, marcando que no se dio cuenta que todos los saberes que están en juego en los dispositivos manicomiales son esclavos del miedo.
Después utiliza las búsquedas de Foucault sobre el trabajo del saber en la formulación de instrumentos del poder, para dar cuenta que la jugada triestina rompe radicalmente con eso, cuando formulan que ellos asumen que “no saben lo que es la locura” en cuanto eso sería presunción de dominio sobre lo que por definición no puede ser dominado. Trieste sale de la trampa  ubicándose en el registro de  los derechos. Buscando restituirles a todos el derecho a sus peculiaridades, de “restituir dignidad a lo peculiar”. Con lo que utilizaron el poder que la sociedad otorga a los psiquiatras para conseguir “tiempo y modos a los internados para que salgan de su condición de oprimidos”,… “a fin de activar las estrategias de su emancipación”… “a fin de acompañarlos de nuevo dentro del cuerpo social”. Por eso el complejo camino de ocuparse de los pacientes a través del camino de la desinstitucionalización y la invención de otras instituciones, creadoras de otras subjetividades para pacientes y psiquiatras, sin amedrentamientos. Lo que no excluye el uso simultáneo de psicofármacos, psicoterapias de distinta índole y otros tipos de aproximaciones terapéuticas; pero cuida de hacer de sus marcos referenciales concepciones universalistas sobre la complejidad de las personas.
Es una manera de utilizar el mantenimiento del estatuto de la medicina por encima del enfermo, aunque no como abuso de poder sino como forma de garantía dada por quienes no pretenden tutelar, sino cuidar condiciones concretas para que las personas con dificultades para eso “ingresen al contrato social”.
En Trieste y en los lugares donde se han logrado resultados semejantes, la locura se vuelve relativa, permite que los sujetos se muevan, metabolicen subjetivaciones en variados tipos de intercambios, vivan sus peculiaridades sin estar sometidos a los universos arrogantes de saberes, clasificaciones y sobremedicaciones.


Los Escritos de Rotelli y la situación argentina en Salud Mental

Todos de los escritos de Franco Rotelli incluidos en este libro son de absoluta oportunidad y actualidad para la situación de las políticas y las prácticas de Salud Mental en nuestro país.
Entrar aquí en la historia de los desarrollos, obstáculos y arrasamientos que hacen a la existencia del campo de la Salud Mental en la Argentina no es pertinente, así como tampoco lo es detallar los es destacable es marcar que eso se ha dado sobre un fondo doctrinario en crecimiento desde sus comienzos en los 50 del siglo pasado. Que ha mantenido sus objetivos y formulaciones fundacionales  enriquecidas con los avances en las experiencias de sus realizaciones y del afinamiento conceptual y doctrinario en las varias disciplinas y perspectivas que se integran en el campo de la Salud Mental. Entre ellas las que han tenido significativo desarrollo en estas décadas son  las que vienen impulsadas por las jurisprudencias y las políticas que tienen que ver con  los Derechos Humanos y SocialesSi bien desde los principios de Salud Mental se denunciaba y luchaba contra la segregación y la violencia ejercida sobre los “locos” y sus familias, o sobre las personas alcohólicas o con problemas de drogas, es simultáneamente con el incremento mundial y nacional de las luchas por esos derechos que se comienza a visibilizar las problemáticas del sufrimiento mental y sus maneras culturales de trato inhumano como un problema que necesariamente debe ser visibilizados como violación a derechos fundamentales. Con lo que se fueron produciendo marcos legales en consonancia con numerosos Principios, Acuerdos, Declaraciones internacionales y recomendaciones de organismos internacionales. A los que nuestro país adhirió y que en algunos colaboró en redactar, comprometiéndose a utilizarlos como orientadores para la planificación de políticas públicas.
Es así que a  fin del año 2010, el Congreso de la Nación promulgó con el Nº 26657 la Ley Nacional de Salud Mental; y, trabajosamente, el Decreto Reglamentario Nº 603 apareció en el 2013. Ambos producto del trabajo colectivo en debates y aportes de muchos actores sociales, aprovechando y comparando experiencias en curso, con otras que quedaron truncas y otras que están comenzando; decantando años de recorridos y evaluando los principales obstáculos; también tomando referencia en legislaciones internacionales y provinciales de los últimos 20 años. La ley del Congreso de la Nación queda estratégicamente ubicada como faro y mandato para las políticas públicas sociales, de salud y de salud mental como uno de sus componentes. Instaurar por Ley Nacional los valores y principios de la Salud Mental era una necesidad; como lo han sido y viene dando resultados, a veces muy lentamente, otras leyes fundamentales que en estos años permitieron abrir cuestiones que aparecían muy cerradas por los efectos del genocidio y del neoliberalismo tanto en el imaginario social como en concepciones sobre la vida. Ahora están vivamente planteadas y se hacen más visibles brutales contradicciones en el escenario social, con sus luchas de poderes, sus negociaciones y sus distintos escalones de resultados actuales y de prospectivas de continuidad de evoluciones  necesariamente sostenidas con conflictos y oscilaciones.
Es necesario insistir que la Ley Nacional de Salud Mental se fundamenta en derechos “…a la protección de la salud mental de todas las personas, y el pleno goce de los derechos humanos de aquellas con padecimientos mental…” (Art. 1). Al mismo tiempo que  “…se reconoce a la salud mental como un proceso determinado por componentes históricos, socio-económicos, culturales, biológicos y psicológicos, cuya preservación y mejoramientos implica una dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los derechos humanos y sociales de toda persona.”(Art. 3). En ninguna parte del texto de la Ley se habla de enfermedad mental, sino de “personas con padecimiento mental”. No se habla de tratamientos sino de “procesos de atención”. Que deben realizar sus objetivos tomando en cuenta todos los componentes marcados en el Art. 3.-, lo que implicaacciones complejas para atender los derechos (Todos los subrayados son míos), desde la de tener atención inmediata a los padecimientos como todos los otros derechos civiles y sociales, incluidos los de tener casa, trabajo, ayuda social y protección. Es total la coincidencia con las formulaciones de la reforma triestina en las que Rotelli describe como fueron construyendo la mirada y el accionar en la defensa de los derechos de las personas, zafando así de la concepción de enfermedad de la psiquiatría arcaica.
Vale redundar en que es evidencia de que los problemas sociales van junto con los problemas mentales y la atención en salud mental debe ir entramada  con procesos de inclusión social y ubicación laboral desde el comienzo. Porque se está hablando de sujetos humanos complejos y no de objetos clasificables por listados de síntomas. Lo que en la  ley y su Reglamentación se menciona como “diagnósticos interdisciplinarios y complejos”. El Capitulo V de la Ley, tiene un articulado muy explícito en la prioridad de los abordajes interdisciplinarios e intersectoriales, basados en los principios de la atención primaria de la Salud; las coordinaciones intersectoriales para incluir la cobertura de todos los derechos enumerados, y la nominación de cantidad de dispositivos que deben crearse y activarse en todas las jurisdicciones. El Decreto Reglamentario de estos artículos los completa y detalla minuciosamente, originando en esa suma una clara definición de objetivos y los dispositivos estratégicos con los que se los puede gestionar.
Lo que sumado al plazo para el cierre de los hospitales monovalentes, la indicación de que cuando sea necesaria una internación sea realizada en el hospital general, sin aislamiento social y con retorno inmediato a su lugar de residencia para que allí se siga la asistencia, configuran un proyecto con equivalencias de objetivos político-valorativos y un panorama operativo similar a la arquitectura utilizada con éxito por la Reforma Psiquiátrica Italiana para el camino que recorrieron desde el Hospital monovalente hacia un sistema de Salud Mental Comunitaria, Colectiva y Territorial; desde la psiquiatría arcaica hacia la interdisciplinariedad pujante del campo de la Salud Mental en acción.
Es por todo eso que lo de la conjunción que mencionaba al principio de esta introducción entre los textos ofrecidos por Rotelli y nuestras necesidades cobra más sentido y valor. Nuestra Ley antecede al desarrollo de masa crítica  de experiencias que lo hagan visible en su realización mientras que la ley 180 italiana se promulgó cuando ya estaba prácticamente cerrado el hospital psiquiátrico de Trieste que había tenido 1000 pacientes internados, el territorio estaba cubierto de servicios y en toda Italia se esparcían experiencias semejantes. Aquí tenemos la experiencia de desmanicomialización de la Provincia de Río Negro, a la que desde las grandes ciudades y las jurisdicciones con muchos hospitales psiquiátricos injustamente se la descalifica no adjudicándosele eficacia de ejemplaridad por las dimensiones del hospital psiquiátrico que desmontaron, abriendo maneras de atención en todo el territorio. También multiplicidad de buenas prácticas en Salud Mental; que aunque logran muy buenos resultados, cuantitativamente no llegan a conmover las estructuras manicomiales.
Hay necesidad de conocer experiencias y maneras posibles de ejercicio de las artesanías profesionales en Salud Mental para llegar a moverse de otras maneras que las habitualmente protocolizadas para poder integrarse en colectivos distintos de acciones compartidas y no en el ejercicio solipsista y fragmentado habitual. La interdisciplinariedad es uno de los aspectos más resistidos por  la corporación médica y las perspectivas judiciales centradas en la tutela y en el control de la “peligrosidad” de “los enfermos”. Las responsabilidades interdisciplinarias no ponen en juego las incumbencias pero si las hegemonías de algunas profesiones; no borran las especificidades ni diluyen responsabilidades, sino que suman aportes con perspectivas integradoras que permiten atender servicios y sostener dispositivos durante día y noche, en la multiplicidad de formas de atención que se necesitan para lograr recuperaciones sostenibles. En esas formas de atención, imprescindiblemente también deben ser reconocidos, aceptados y estimulados los recursos sociales y culturales que se puedan convocar, incluyendo el protagonismo de las familiares y vecinos. En estas tramas, se entiende mejor que por equipos interdisciplinarios se entienden a formas de agrupamiento que potencian las capacidades y habilidades, enriqueciéndose con otras disciplinas y también “saberes no disciplinables”, socializando conocimientos para llegar a las mejores destrezas posibles para atender a las personas y movilizar sus propios recursos.
La Ley argentina compromete a los Ministerios de Salud, Educación, Desarrollo Social y Trabajo, Empleo y Seguridad Social.; a la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y a la Defensoría General de la Nación. Es justamente en este sector jurisdiccional, mencionado en último término, donde se hicieron visibles desde el comienzo, aún antes del decreto Reglamentario, efectivas y activas transformaciones y despliegue de acciones eficaces en el cumplimiento de la Ley.
Cultural e ideológicamente las mayorías corporativas de psiquiatras están en desacuerdo con la Ley, aún cuando aparezcan colaborando en lugares estratégicos vinculados a la Autoridad de Aplicación de la Ley. Otros muchos grupos de profesionales, que entienden y aceptan la Ley tienen concepciones y experiencias, pero entendiendo la Ley como desafío para ir más allá de los límites  habituales también están en la búsqueda de guiones para imaginar y hacer. Para todos ellos, para los que quieran conocer comprometidamente los desafíos y las posibilidades contenidas en lo que se denominan desinstitucionalización e invención de sistemas alternativos, los escritos que aporta este libro son de inmensa utilidad. Claro que no es necesario que haya que hacer todo igual, ni tampoco pensar que en nuestro propio país debería ser todo homogéneo en sus estructuras alternativas a las lógicas manicomiales. Lo clave está en respetar la totalidad de los principios básicos se los lleve a cabo sea por el camino que sea: El cambio de eje desde las intervenciones centradas en el hospital a las intervenciones desde y en la comunidad, lugar donde se realizan las prácticas de mayor complejidad y efectividad; la mutación del centro de interés en la enfermedad, a la persona y a la discapacidad social; las mutaciones desde las acciones individuales a estrategias de trabajo colectivo en los equipos tratantes; el diseño, las dimensiones y la responsabilización territorial de las acciones colectivas; las dimensiones práctico-afectivas de las acciones; la búsqueda de un corpus de derechos formales y de normas jurídicas y administrativas en defensa de los derechos de los pacientes; la activación de políticas sociales relativas a la vivienda, el empleo, la formación profesional, la socialización, la calidad de vida, la conquista de habilidades; la articulación con instancias administrativas, capitalizando las acciones de los técnicos y la organización de nuevos servicios.[2]
En Canadá, Brasil, Turquía, Gran Bretaña, Australia y otros países hay modos propios de metabolización y aplicación de la experiencia italiana; que están logrando buenos resultados. En algunos lugares con políticas publicas nacionales, en otros regionales, en otros mezclando los dos; en algunos lugares sólo en municipios. En algunos lugares comenzando en un sólo hospital y/o región. Y las experiencias se van expandiendo. Hacen falta decisión política genuina, recursos a buscar o inventar, líderes que movilicen grupos de trabajadores de la salud, usuarios, familiares, opinión pública.

Vicente A. Galli
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, marzo de 2014


En los últimos días, Ezequiel Kostenwein defendió exitosamente su tesis doctoral en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. La pesquisa, titulada “La cuestión cautelar. La prisión preventiva en la Provincia de Buenos Aires a partir de la Ley 11922 (1998-2013)”, es una extraordinaria mixtura de indagaciones cuantitativas y cualitativas, que aborda no solamente el fenómeno de la prisión preventiva, sino también la incidencia que en las tasas de encarcelamiento han tenido instituciones tales como la flagrancia. Si a estos dos elementos agregáramos, por ejemplo, el juicio abreviado, habríamos dibujado nuestro propio reino. La Pampa también está atravesada por las formas indiscriminadas y aluvionales de utilización de la prisión preventiva y la aceleración de las condenas de cumplimiento efectivo. Algo más que problemas de “implementación” parecen interpelar a los nuevos sistemas adversariales y sus consecuencias en términos de prisionizacón sin límites. Con alrededor de 120 presos condenados firmes en comisarías y alcaidías provinciales, y alrededor de 130 presos cautelares en esos mismos espacios, los estándares de secuestro institucional tienden a reproducirse en una proporción casi idéntica a la que demuestra Kostenwein en la Provincia de Buenos Aires y mediante lógicas de las resoluciones judiciales que apelan a razonamientos que el investigador escruta y desmenuza incluso en lo que hace a las formas que esas decisiones se explicitan. Lo que Kostenwein (dirigido por Gabriel Kessler) denomina “los modos de argumentación de los actores judiciales en la práctica,examinando las justificaciones” mediante las que se adoptan esas decisiones cautelares. Más allá del hallazgo de las argumentaciones mediante las que son impuestas, Kostenwein apela a la etnografía para determinar, por ejemplo, que el 90% de las prisiones preventivas solicitadas por las fiscalías en un Departamento Judicial bonaerense son otorgadas y casi todas las que se solicitan son otorgadas en otro. Las analogías no pueden ser más inquietantes, si recordamos que en una circunscripción judicial de La Pampa, entre enero y febrero de este año, se hizo lugar, por parte de los jueces de control, a alrededor del 90% de las prisiones preventivas solicitadas. La tesis, desde luego, no termina allí. Pero para nosotros, estas regularidades de hecho constituyen un llamado de atención imposible de soslayar. Por supuesto, también nosotros contamos con muchos más datos que confirman las analogías y, sobre todo, explican las consecuencias de la utilización desmedida del encierro estatal. Hasta la próxima.



Como es mucho, muchísimo, lo que se ha escrito y se escribe, sobre los horrendos ataques terroristas que sacuden a Francia en clave aporética  de "choque de civilizaciones", vamos intentar la búsqueda de motivaciones objetivas de esas masacres, alternativas a la intencionada explicación religiosa. 

Algo más profundo subyace a la barbarie. Muchas de las razones que la explican, han sido reseñadas en diversos medios y a través de análisis más o menos originales. Reservamos a nuestros lectores el hallazgo y la valoración de esos aportes, que saturan por estos días las redes sociales.
Propongo, en este caso, reparar en una mirada intersticial, por ende subestimada, de la catástrofe. Francia, después del dolor inmenso, debería replantearse su rol colonial, pasado, presente y futuro. Sin un mea culpa en serio, será difícil prevenir nuevas locuras asesinas.
Tenemos en claro su responsabilidad en Argelia y sus actuales intervenciones en diversos países, llevando a los mismos la destrucción y el terror, y enmascarando sus crímenes tras la remanida fachada humanitaria.

Una coartada que le es perfectamente funcional, en cuanto integra una alianza estratégica que monopoliza la fuerza y el derecho internacional, ambas implicadas en un contexto de permanente emergencia. La historia del país republicano, democrático, "civilizado", tributario del siglo de las luces, está signada, en realidad,  por la barbarie. Basta con recordar que el mismo día (exactamente el mismo)  que París festejaba su liberación, festejando el desfile de las tropas aliadas, su ejército de ocupación perpetraba una represión desenfrenada contra manifestantes independentistas en Argel. 
Por lo demás, la saga de atentados criminales franceses no se agota en los que habitualmente se menciona, ni tampoco se limita a enclaves geopolíticos "periféricos". 
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Poco o nada han dicho los medios de comunicación sobre el decisivo rol del gobierno francés, tendiente a violar el embargo decretado por el Consejo de Seguridad de la ONU  en los Balcanes, que permitió derivar una impresionante cantidad de armamentos a Croacia (para eso, no fue tan torpe como el gobierno menemista argentino, sino que habría utilizado los servicios de un traficante de armas belga), que no le deparara, como era de esperar, ningún tipo de sanción a nivel internacional (ver sobre el particular "Tráfico de armas: el caso Croacia", disponible en  https://www.youtube.com/watch?v=43aFAtrAZmI), aunque impactara directamente en el resultado del conflicto y contribuyera a multiplicar las víctimas en el país de los eslavos del sur. 
Mientras el derecho y la fuerza sean la misma cosa, mientras no haya derecho para "los condenados de la tierra", al inolvidable decir de Franz Fanon, campeará la idea de una justicia universal virtualmente inexistente que, seguramente, habrá de exacerbar las frustraciones. Los líderes de los países que han perpetrado en las últimas décadas las más brutales matanzas no han sido nunca perseguidos penalmente. Por el contrario, su condición de verdaderos sponsors de muchos tribunales internacionales les conceden una verdadera patente de corso que no hace más que diluir la idea de una justicia global legítima y democrática. Francia no ha sido la excepción a este conjunto de prácticas reproductoras de la relación de fuerzas mundiales imperante. Por el contrario, ha contribuido a fortalecer estas lógicas jurídicas profundamente selectivas y asimétricas. Si vamos a seguir poniendo la lupa en la problemática balcánica, además de la intervención criminal que de por sí supone la violación de un bloqueo, debemos incorporar al análisis la gravitación de un tribunal ad hoc destinado a juzgar los grandes crímenes cometidos en las guerras de desmembración de la ex- Yugoslavia, también patrocinado y subvencionado por el gobierno francés. Los resultados no pueden ser más preocupantes, y han puesto de manifiesto la burda criminalización de uno sólo de los bandos en pugna. En efecto, si analizamos las penas impuestas por el TPIY, veremos que a los serbios se les impusieron 1099 años y seis meses de prisión, y tres cadenas perpetuas. Al resto de los llevados a juicio, nacionales de los demás países intervinientes en el conflicto, solamente 258 años (en rigor, 257 años y diez meses, según nuestras cuentas). El mismo tribunal dictó 18 condenas absolutorias. Solamente 3, favorecieron a acusados serbios. Si la "comunidad internacional", que es como decir las grandes potencias, siguen dando este espectáculo en materia de derecho y justicia, tal vez allí deban buscarse también explicaciones sobre los rebrotes terroristas que hoy nos conmueven.