Como es mucho, muchísimo, lo que se ha escrito y se escribe, sobre los horrendos ataques terroristas que sacuden a Francia en clave aporética de "choque de civilizaciones", vamos intentar la búsqueda de motivaciones objetivas de esas masacres, alternativas a la intencionada explicación religiosa.
Algo más profundo subyace a la barbarie. Muchas de las razones que la explican, han sido reseñadas en diversos medios y a través de análisis más o menos originales. Reservamos a nuestros lectores el hallazgo y la valoración de esos aportes, que saturan por estos días las redes sociales.
Propongo, en este caso, reparar en una mirada intersticial, por ende subestimada, de la catástrofe. Francia, después del dolor inmenso, debería replantearse su rol colonial, pasado, presente y futuro. Sin un mea culpa en serio, será difícil prevenir nuevas locuras asesinas.
Tenemos en claro su responsabilidad en Argelia y sus actuales intervenciones en diversos países, llevando a los mismos la destrucción y el terror, y enmascarando sus crímenes tras la remanida fachada humanitaria.
Una coartada que le es perfectamente funcional, en cuanto integra una alianza estratégica que monopoliza la fuerza y el derecho internacional, ambas implicadas en un contexto de permanente emergencia. La historia del país republicano, democrático, "civilizado", tributario del siglo de las luces, está signada, en realidad, por la barbarie. Basta con recordar que el mismo día (exactamente el mismo) que París festejaba su liberación, festejando el desfile de las tropas aliadas, su ejército de ocupación perpetraba una represión desenfrenada contra manifestantes independentistas en Argel.
Por lo demás, la saga de atentados criminales franceses no se agota en los que habitualmente se menciona, ni tampoco se limita a enclaves geopolíticos "periféricos".
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Poco o nada han dicho los medios de comunicación sobre el decisivo rol del gobierno francés, tendiente a violar el embargo decretado por el Consejo de Seguridad de la ONU en los Balcanes, que permitió derivar una impresionante cantidad de armamentos a Croacia (para eso, no fue tan torpe como el gobierno menemista argentino, sino que habría utilizado los servicios de un traficante de armas belga), que no le deparara, como era de esperar, ningún tipo de sanción a nivel internacional (ver sobre el particular "Tráfico de armas: el caso Croacia", disponible en https://www.youtube.com/watch?v=43aFAtrAZmI), aunque impactara directamente en el resultado del conflicto y contribuyera a multiplicar las víctimas en el país de los eslavos del sur.
Mientras el derecho y la fuerza sean la misma cosa, mientras no haya derecho para "los condenados de la tierra", al inolvidable decir de Franz Fanon, campeará la idea de una justicia universal virtualmente inexistente que, seguramente, habrá de exacerbar las frustraciones. Los líderes de los países que han perpetrado en las últimas décadas las más brutales matanzas no han sido nunca perseguidos penalmente. Por el contrario, su condición de verdaderos sponsors de muchos tribunales internacionales les conceden una verdadera patente de corso que no hace más que diluir la idea de una justicia global legítima y democrática. Francia no ha sido la excepción a este conjunto de prácticas reproductoras de la relación de fuerzas mundiales imperante. Por el contrario, ha contribuido a fortalecer estas lógicas jurídicas profundamente selectivas y asimétricas. Si vamos a seguir poniendo la lupa en la problemática balcánica, además de la intervención criminal que de por sí supone la violación de un bloqueo, debemos incorporar al análisis la gravitación de un tribunal ad hoc destinado a juzgar los grandes crímenes cometidos en las guerras de desmembración de la ex- Yugoslavia, también patrocinado y subvencionado por el gobierno francés. Los resultados no pueden ser más preocupantes, y han puesto de manifiesto la burda criminalización de uno sólo de los bandos en pugna. En efecto, si analizamos las penas impuestas por el TPIY, veremos que a los serbios se les impusieron 1099 años y seis meses de prisión, y tres cadenas perpetuas. Al resto de los llevados a juicio, nacionales de los demás países intervinientes en el conflicto, solamente 258 años (en rigor, 257 años y diez meses, según nuestras cuentas). El mismo tribunal dictó 18 condenas absolutorias. Solamente 3, favorecieron a acusados serbios. Si la "comunidad internacional", que es como decir las grandes potencias, siguen dando este espectáculo en materia de derecho y justicia, tal vez allí deban buscarse también explicaciones sobre los rebrotes terroristas que hoy nos conmueven.