Por Eduardo Luis Aguirre
Estados Unidos ha intervenido mediante golpes de estado clásicos en países iberoamericanos tales como Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Cuba, Guatemala Haití, México, Nicaragua, Panamá, República Dominicana. La mayoría de las mismas se produjeron durante la guerra fría para intentar derrocar gobiernos que no le resultaban afines. También ha ensayado golpes blandos en países como Ecuador, Argentina, Venezuela y Uruguay. En esas irrupciones, incluyendo la reciente destitución de la peruana Dina Boluarte siempre los intereses estadounidenses resultaron una amenaza cierta para el resto de los países americanos. Las injerencias y presiones han evolucionado en su formato pero no en sus objetivos. Siempre se trató de sustituir gobiernos populares por expresiones de derecha. La derecha tiene estatura fundacional,cultural, ética y religiosa y es inamovible en el país del norte. Podríamos decir que se trata de la más clara encarnación de un imperialismo. Es la fase superior del capitalismo en su máxima expresión, que sintoniza el divorcio irreconciliable entre la democracia y el capitalismo que caracterizan al siglo XXI. Trump es un catalizador feroz de esas pulsiones mortíferas regionales y globales. El MAPA es la sintonía perfecta con las nuevas derechas y ha encontrado en este país austral a un hombrecillo menor cuyo rasgo distintivo es más la insensibilidad, la crueldad y el desapego a su patria que la locura. Detrás de él convergen piratas, inmorales, estafadores, entreguistas y salvajes ordas cuya respuesta ante una probable derrota en las urnas no imaginamos todavía. Tocó a este sujeto menor cambiar oro por baratijas. Lo hizo sin dudar, “acelerando en las curvas”, al más puro estilo Trump. Sólo que éste es el beneficiario y el nuestro nos hunde en lo peor de la colonialidad. Esta versión recargada de los republicanos ha traspasado incluso los límites dentro de su propio país. Cabe suponer que poco lo importará la insoportable levedad de un país austral e indefenso. El magnate ha desplegado la Guardia Nacional en cinco ciudades de tradición demócrata (Los Ángeles, Chicago, Portland. Washington y Memphis. “En cuestión de meses, Donald Trump ha transformado la Guardia Nacional en su brazo represor con el que castiga aquellas ciudades que considera rebeldes y persigue lo que él llama "el enemigo interno". En cuestión de meses, el presidente ha estrechado el cerco: ahora ya no solo hay que dar caza a las personas sin papeles –el eslabón más débil– sino todo aquel que no encaje en determinados estándares (se han autorizado a los agentes de inmigración practicar detenciones basándose en el perfil racial) o que no se alinee con el gobierno, es decir, antifascista. El mismo mandatario ha sido el que ha catalogado el movimiento antifascista y “la extrema izquierda” como “organizaciones terroristas”
Si un presidente avasalla y militariza los estados que gobiernan sus opositores políticos sería ilusorio pensar que guardaría un mínimo de recato respecto de un país excéntrico como la Argentina. Salvo que en esa nación austral se volviera a imponer en las elecciones de medio término el sujeto político maldito del país burgués. El movimiento nacional y popular no marxista más populoso de la tierra. Las elecciones del octavo mes del calendario romano son un eje demarcatorio en la Argentina. O se levanta a la faz de la tierra una rediviva y perenne vocación emancipatoria o dejaremos a nuestros hijos y nietos un país infinitamente peor que el que nos vió nacer.

Octubre, entrega de la nación o soberanía
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