Por Lidia Ferrari
Lo que está ocurriendo en contra del genocidio de Israel sobre Palestina, con las manifestaciones que se multiplican en todo tiempo y lugar; con la acción política de la Flotilla, más bien de las Flotillas prontas a zarpar que se multiplican, parece una fuerza irresistible que nos conduce a protagonizar las calles, el mar, las redes sociales. Se extiende de forma imparable una manifestación solidaria que no para de crecer y de adquirir formas inéditas. Unos se contagian con otros. Aquí me detengo. La palabra contagio proviene de las escuelas que, desde el siglo XIX, lo emparentan con la hipnosis, la sugestión, etc. Todas formas para decir que el individuo se pierde en la masa. Así, la psicología de las masas -como lo he trabajado- es un sintagma para destituir toda aventura lúcida y transformadora de los colectivos humanos. Como he dicho en mi texto ¿Quién inventó la psicología de las masas? ella fue fraguada por un nutrido grupo de pensadores que tenían en frente el peligro de la avanzada de las ‘masas’, para ellos las multitudes de trabajadores que abrazaban el marxismo, el socialismo, el anarquismo. Ese peligro, el de las clases populares reclamando derechos y transformando el mundo, los asustaba. He planteado que ese sintagma se debería borrar de todo léxico que intente pensar lo colectivo desde una perspectiva emancipatoria. De ninguna manera lo utilizaré para pensar lo que está ocurriendo con los movimientos populares en apoyo a Gaza. Más bien lo utilizaré para confirmar mi tesis de que se trata de un sintagma, con toda la narrativa que lo acompaña, para hacernos creer que en lo colectivo rigen lógicas de homogeneización, de identificación (mal empleada) y de pérdida de la individualidad. Hasta las teorías de Freud al respecto se ven comprometidas en esto. Es preciso depurar en Freud ese sesgo que lo hace repetir las premisas de pensadores que, como Le Bon, sólo practican la denigración de las clases populares y la degradación de los fenómenos colectivos. El movimiento global imparable de solidaridad con Gaza y de denuncia del Genocidio israelí se podría metaforizar con esa cantidad de luz y fenómenos energéticos que se producen por colisión de neutrones y que producen elementos nuevos y preciosos. Los individuos no sólo no se pierden en este gigantesco vórtice de solidaridades, sino que se potencian y volvemos al Freud, este sí, cuando dice que toda psicología individual es simultáneamente psicología social. Se potencia lo colectivo y también cada singular individuo se encuentra con otros entretejiendo una trama de hilos densos, dispares, que se dirigen a un objetivo: parar un genocidio y que han encontrado un significante que los une: Gaza.