Por Eduardo Luis Aguirre
Con una sola jugada a tres bandas el gobierno argentino desató un escándalo internacional. Todo comenzó con la mentira pueril mediante la que se anunció que el presidente argentino iba a posponer su viaje a Estados Unidos por algunas horas "porque prefería quedarse a trabajar un día más en Buenos Aires". Algunos pensaron -y así fue publicado- que la demora obedecía a que en realidad la presidenta del FMI había cancelado o demorado la reunión bilateral prevista. Otros medios conjeturaron que quizás lo que había frenado a Milei se debía en realidad a que la administración estadounidense todavía no había decidido la forma de expedirse de cara al pedido de ayuda económica de uno de los gobiernos más endeudados del mundo. Inmediatamente antes de emprender su meneado viaje, el gobierno decidió eliminar las retenciones a la soja hasta pasadas las elecciones. Un guiño al campo, especularon muchos. Un medio de prensa afín llegó a filtrar la hipótesis, desmentida por el propio canciller, que Argentina fuera a recibir un préstamo de 30 mil millones de dólares. Eso es falso, aseguró de manera rotunda el jefe de la diplomacia nacional. En medio de la Asamblea Anual de las Naciones Unidas, Trump y el Secretario del Tesoro recibieron a la delegación argentina en una breve e informal reunión de pasillo. Allí aconteció otro desaguisado. Scott Besssen enumeró varias posibilidades de asistencia, desde un SWAP hasta la compra de bonos argentinos. Trump le obsequió a Milei un simpático texto encuadrado que daba cuenta de algunas expresiones laudatorias sobre el "funcionario" argentino, exteriorizó su convicción acerca de que Argentina “no necesitaba un salvataje”, le deseó "que fuera reelecto" en un hallazgo confusional y ambos dedicaron algunos párrafos, estos sí, significativos, a la importancia geopolítica de nuestro país para los Estados Unidos. En medio de la puesta en escena de apuro de semejante consumación del vasallaje, Bessen, subrogando de hecho a Caputo le ordenó terminar con las ventajas impositivas a los productores. La exigencia se hizo un día después de que éstas se hubieran anunciado, provocando así que un puñado de exportadores poderosos hicieran un pingue negocio, mientras los ruralistas que no llegaron a liquidar su soja comprobaron que habían sido literalmente estafados y estallaban de furia. La misma sensación afectó a los productores norteamericanos, indignados por la decisión de su país de ayudar en su perjuicio a un país conducido sin rumbo por un presidente respecto del cual no ahorraban adjetivos desvalorizantes. Una vez más, la inconsistencia colonial del gobierno argentino sorprendía a todos. Sin que se haya disipado todavía la inescrutabilidad de la supuesta ayuda (que, ya se sabe, vendría después de las elecciones de octubre), los funcionarios argentinos vieron diluir las expectativas creadas por ellos mismos en apenas dos días. Un país cada vez más endeudado sólo había añadido confusión política a su crisis económica. Se aproximan tiempos de grandes vencimientos y nadie imagina como haría nuestro país para honrar los compromisos asumidos y los que sigue contrayendo. “Qué otra cosa que gracias se puede decir, señor Secretario”, le dijo el inefable Caputo, mentor fundamental de un régimen servil a su superior estadounidense. Quizás el mago de las finanzas argentino no sepa que el país al que tributan se negó a pagar sendas deudas públicas en el siglo XIX con la módica excusa de que las mismas “habían sido contraídas por el Sur”, durante la guerra de secesión. Nadie reparó en que estas deudas (las que contrajeron los dos últimos gobiernos neoliberales) no habían pasado por el Congreso argentino, como lo prescribe expresamente la Constitución Nacional. Todo vale en el juego de las hipotecas cuando hay riquezas e intereses geopolíticos vitales en juego. Tenemos todo el derecho a pensar que si el Tesoro de Estados Unidos acude en ayuda de un país quebrado el costo no será menor. Quizás en octubre pueda comenzar a remontarse una cuesta enorme, inédita. Mientras tanto, vayamos observando de la manera más exhaustiva posible si en la gran confrontación mundial de bloques hemos elegido el lado correcto. Estamos entre el riesgo de la fragmentación y el ingenio del go. En esa confrontación irresuelta es imprescindible echar mano a la duda como método y a la política como arte.