Por Eduardo Luis Aguirre
La musa de la historia se propuso cambiar el rumbo de los acontecimientos, irrumpir en la era del enfrentamiento de la que habla Christian Salmon. En ese tiempo que debería preceder a otro donde los ricos serían una especia distinta de los pobres, como lo sostiene Harari.  En la temporalidad más injusta del devenir humano. Justo en ese momento, reaparece con ademán disruptivo el mismo sujeto social de siempre. Calma sus pasiones volcánicas, traga saliva frente a la más dura y cancerbera realidad e irrumpe como un tiempo bíblico. De la nada, inesperadamente, en un puñado de días se recompone el mito. Se asocia, marcha, se hace pueblo y se impone con la épica que caracteriza al subsuelo de la patria sublevada. Descabeza a los monstruos que habitan los suburbios de lo humano y derrama el amor sobre la crueldad infinita. Es la Argentina, la que alberga al peronismo, el sujeto social más dinámico de la modernidad, la que en un solo día es capaz de ponerle límites infranqueables al desquicio, cambiar la ecuación de la realidad y, como corolario de una saga victoriosa, encontrar un candidato. En una misma noche, se adivina un amanecer distinto. Una nueva oportunidad para remover las ruinas de la masacre y recomponer la lucha hasta terminarla. Hasta lograr una nueva síntesis enancada sobre la sensatez y los horizontes apocalípticos que delinea este país exhausto. Nada será fácil de aquí en más. Lo importante es que nada será igual. La magnitud de las dificultades proporciona la medida del logro. En la unidad pacífica del pueblo pugnarán por reencontrarse los habitantes de este suelo estragado. Esa pulsión de vida es el intento iniciático pero rotundo de conmover la barbarie.