Por Eduardo Luis Aguirre

 



Parece un eterno designio de nuestra América. En los últimos cinco siglos, los genocidios y epistemicidios de los conquistadores llegaron a modificar no solamente la demografía y la cultura, sino también el clima del continente. Esas prácticas predatorias incluían, en pleno Renacimiento europeo, la extracción a mansalva del oro y la plata.

Más de quinientos años después, la presión de las deudas públicas conmina a los estados a acelerar las industrias extractivas para poder sufragar compromisos que nunca contrajeron los pueblos sino los sectores que representan de una u otra manera al capital extranjero y los sectores dominantes locales. Pareciera que de cara a la asfixia conminatoria, la crítica situación económica y social obliga a emprender el camino de la aceleración de los procesos de extracción de hidrocarburos y minerales, con el riesgo consabido de un apocalipsis ambiental.

En un contexto donde se abaten sobre la Argentina situaciones problemáticas de las más diversas connotaciones, la discusión sobre lo que se asume como una alternativa inexorable aparece soterrada y no ocupa, por su intrínseca relevancia, los titulares de los principales medios del establishment. A lo sumo, algunos enfrentamientos retóricos aislados entre los clásicos grupos ambientalistas del progresismo y los defensores de una furiosa “realpolitik” parecerían completar periódicamente el escenario subalterno del debate conceptual.

Claudio Scaletta escribió hace unos días: “La economía que viene ya no estará concentrada y conducida por el sector agroexportador, sino que también tendrá dos nuevos fuertes polos generadores de divisas con gran efecto multiplicador sobre el agregado: los polos energético y minero”. “El mundo que viene necesitará con avidez los recursos que la economía local está en condiciones de proveer. La transición energética, indispensable para evitar el colapso climático planetario, demandará ingentes cantidades de hidrocarburos, especialmente gas, y minerales, como el cobre y el litio” (1). Un dato que se cuela en el último censo nacional parece fortalecer esta idea, al que podríamos denominar “efecto Vaca Muerta”: Neuquén acaba de revelar un crecimiento demográfico del 35% contra el 18% del promedio nacional. Aquella hipótesis parece admitir pocas alternativas en contrario dada la situación objetiva en la que nos encontramos y la posibilidad de que en determinadas condiciones el país pueda subirse al tren del desarrollo armónico .En ese caso, Argentina debería ir pensando en afianzar sistemas de control únicos en el mundo en materia ambiental. El extractivismo ha hecho verdaderos desastres en el Sur global sin que ningún estado pudiera ponerle coto a esas gigantescas violaciones a los derechos humanos. Por el contrario, los mecanismos institucionales de control social han facilitado, por complicidad o por manifiestas debilidades de todo tipo, esas catástrofes globales. Es más, si medimos contextualmente los vallados que la brutalidad del capital ha acelerado en los últimos tiempos, llego a pensar que fueron más eficientes, al menos en términos de visibilización del problema y sensibilización global, los tribunales de opinión que sus pares oficiales, sean estos internos o internacionales. El caso del Tribunal Permanente de los Pueblos es elocuente en ese sentido, como lo son también, por razones diametralmente opuestas, los foros internacionales empezando por la propia ONU, siguiendo por las anodinas cumbres y culminando con los sistemas jurisdiccionales internos.

Por lo tanto, Argentina debería prepararse para apelar a colectivos de semejante prestigio, alistar la potencia de sus académicos e investigadores, actualizar su legislación ambiental y recurrir a un contralor exhaustivo por parte de las agencias administrativas y organizaciones de la Comunidad de la que disponga, entre otras acciones posibles.

En 2019 murieron 9 millones de personas como consecuencia de la contaminación y los desastres ambientales. Más que las víctimas fatales del COVID sobreviniente. Las empresas contaminantes son siempre las mismas. Muy pocas. Hasta el diario La Nación publicó una lista de las 100 empresas que producen más del 70% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero desde 1988 (2). Los mismos datos podemos encontrar sin esfuerzo respecto de las que producen el mayor daño ambiental en nuestro país. Las empresas son de rubros muy diversos, pero perfectamente conocidas. No hay ninguna posibilidad de que los futuros polos energéticos y mineros no puedan ser rigurosamente vigilados. Se trata de una cuestión de decisión política y de claridad estratégica sobre el rumbo asumido.

La prevención –hasta ahora- no funciona o no existe, casi nunca las sanciones acordes a los daños inferidos al medio ambiente y cada una de esas corporaciones atesora un historial devastador que ha afectado sin solución de continuidad a los países excéntricos del mundo. ¿Cómo incorporar a estos monstruos depredadores y controlarlos debidamente y con el cuchillo entre los dientes? La urgencia invocada sigue siendo difícil de compatibilizar con el desastre. Y hablo desde Bhopal hasta el presente. Aquel desastre ocurrió hace casi cuatro décadas en la India y se produjo por una fuga de isocianato de metilo producido por la fábrica de plaguicidas Union Carbide (que hoy es subsidiaria de propiedad total de Dow Chemical Company) causando más de 7000 muertos. A partir de allí, la perpetración de holocaustos en el medioambiente no cesó. Por el contrario, se multiplicaron y consolidaron en su impunidad. Esta es la cuestión que deberá resolverse con decisiones soberanas.La fina sensibilidad estratégica que demandaría conciliar ambas contradicciones no es tarea para improvisados. Cualquiera de las dos cosas que pueda resquebrajarse aún más (la crisis sin precedentes de la Nación o el cuidado imprescindible de la Madre Tierra) acarrearían un desastre y por lo tanto esa posibilidad debería ocupar a nuestros cuadros más formados en debates profundos y en la articulación de formas de contralor inmediata y drásticamente eficaces. De lo contrario, la coyuntura y las tensiones que se exhiben como una insalvable pugna (cuidado del medioambiente y desarrollo), nos conducirán a un escenario extremo.



(1)   https://www.eldestapeweb.com/opinion/frente-de-todos/internismo-y-desarrollo-202252820460

(2)   https://www.lanacion.com.ar/sociedad/el-ranking-de-las-cien-empresas-mas-contaminantes-del-mundo-nid2041389/

(*) En el Día Mundial del Ambiente





Dilemas políticos del medio ambiente (*)

Parece un eterno designio de nuestra América. En los últimos cinco siglos, los genocidios y epistemicidios de los conquistadores llegaron a modificar no solamente la demografía y la cultura, sino también el clima del continente. Esas prácticas predatorias incluían, en pleno Renacimiento europeo, la extracción a mansalva del oro y la plata. Más de quinientos años después, la presión de las deudas públicas conmina a los estados a acelerar las industrias extractivas para poder sufragar compromisos que nunca contrajeron los pueblos sino los sectores que representan de una u otra manera al capital extranjero y los sectores dominantes locales. Pareciera que de cara a la asfixia conminatoria, la crítica situación económica y social obliga a emprender el camino de la aceleración de los procesos de extracción de hidrocarburos y minerales, con el riesgo consabido de un apocalipsis ambiental.

En un contexto donde se abaten sobre la Argentina situaciones problemáticas de las más diversas connotaciones, la discusión sobre lo que se asume como una alternativa inexorable aparece soterrada y no ocupa, por su intrínseca relevancia, los titulares de los principales medios del establishment. A lo sumo, algunos enfrentamientos retóricos aislados entre los clásicos grupos ambientalistas del progresismo y los defensores de una furiosa “realpolitik” parecerían completar periódicamente el escenario subalterno del debate conceptual.

Claudio Scaletta escribió hace unos días: “La economía que viene ya no estará concentrada y conducida por el sector agroexportador, sino que también tendrá dos nuevos fuertes polos generadores de divisas con gran efecto multiplicador sobre el agregado: los polos energético y minero”. “El mundo que viene necesitará con avidez los recursos que la economía local está en condiciones de proveer. La transición energética, indispensable para evitar el colapso climático planetario, demandará ingentes cantidades de hidrocarburos, especialmente gas, y minerales, como el cobre y el litio” (1). Un dato que se cuela en el último censo nacional parece fortalecer esta idea, al que podríamos denominar “efecto Vaca Muerta”: Neuquén acaba de revelar un crecimiento demográfico del 35% contra el 18% del promedio nacional. Aquella hipótesis parece admitir pocas alternativas en contrario dada la situación objetiva en la que nos encontramos y la posibilidad de que en determinadas condiciones el país pueda subirse al tren del desarrollo armónico .En ese caso, Argentina debería ir pensando en afianzar sistemas de control únicos en el mundo en materia ambiental. El extractivismo ha hecho verdaderos desastres en el Sur global sin que ningún estado pudiera ponerle coto a esas gigantescas violaciones a los derechos humanos. Por el contrario, los mecanismos institucionales de control social han facilitado, por complicidad o por manifiestas debilidades de todo tipo, esas catástrofes globales. Es más, si medimos contextualmente los vallados que la brutalidad del capital ha acelerado en los últimos tiempos, llego a pensar que fueron más eficientes, al menos en términos de visibilización del problema y sensibilización global, los tribunales de opinión que sus pares oficiales, sean estos internos o internacionales. El caso del Tribunal Permanente de los Pueblos es elocuente en ese sentido, como lo son también, por razones diametralmente opuestas, los foros internacionales empezando por la propia ONU, siguiendo por las anodinas cumbres y culminando con los sistemas jurisdiccionales internos.

Por lo tanto, Argentina debería prepararse para apelar a colectivos de semejante prestigio, alistar la potencia de sus académicos e investigadores, actualizar su legislación ambiental y recurrir a un contralor exhaustivo por parte de las agencias administrativas y organizaciones de la Comunidad de la que disponga, entre otras acciones posibles.

En 2019 murieron 9 millones de personas como consecuencia de la contaminación y los desastres ambientales. Más que las víctimas fatales del COVID sobreviniente. Las empresas contaminantes son siempre las mismas. Muy pocas. Hasta el diario La Nación publicó una lista de las 100 empresas que producen más del 70% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero desde 1988 (2). Los mismos datos podemos encontrar sin esfuerzo respecto de las que producen el mayor daño ambiental en nuestro país. Las empresas son de rubros muy diversos, pero perfectamente conocidas. No hay ninguna posibilidad de que los futuros polos energéticos y mineros no puedan ser rigurosamente vigilados. Se trata de una cuestión de decisión política y de claridad estratégica sobre el rumbo asumido.

La prevención –hasta ahora- no funciona o no existe, casi nunca las sanciones acordes a los daños inferidos al medio ambiente y cada una de esas corporaciones atesora un historial devastador que ha afectado sin solución de continuidad a los países excéntricos del mundo. ¿Cómo incorporar a estos monstruos depredadores y controlarlos debidamente y con el cuchillo entre los dientes? La urgencia invocada sigue siendo difícil de compatibilizar con el desastre. Y hablo desde Bhopal hasta el presente. Aquel desastre ocurrió hace casi cuatro décadas en la India y se produjo por una fuga de isocianato de metilo producido por la fábrica de plaguicidas Union Carbide (que hoy es subsidiaria de propiedad total de Dow Chemical Company) causando más de 7000 muertos. A partir de allí, la perpetración de holocaustos en el medioambiente no cesó. Por el contrario, se multiplicaron y consolidaron en su impunidad. Esta es la cuestión que deberá resolverse con decisiones soberanas.La fina sensibilidad estratégica que demandaría conciliar ambas contradicciones no es tarea para improvisados. Cualquiera de las dos cosas que pueda resquebrajarse aún más (la crisis sin precedentes de la Nación o el cuidado imprescindible de la Madre Tierra) acarrearían un desastre y por lo tanto esa posibilidad debería ocupar a nuestros cuadros más formados en debates profundos y en la articulación de formas de contralor inmediata y drásticamente eficaces. De lo contrario, la coyuntura y las tensiones que se exhiben como una insalvable pugna (cuidado del medioambiente y desarrollo), nos conducirán a un escenario extremo.



(1)   https://www.eldestapeweb.com/opinion/frente-de-todos/internismo-y-desarrollo-202252820460

(2)   https://www.lanacion.com.ar/sociedad/el-ranking-de-las-cien-empresas-mas-contaminantes-del-mundo-nid2041389/

(*) En el Día Mundial del Ambiente