Por Lidia Ferrari 

La casa donde vivió la mayor parte del tiempo que pasó en Francia el General San Martín es hoy un convento de monjas. Hermosa casa en una zona residencial en las afueras de Paris, donde el general vivió hasta mudarse a Boulogne Sur Mer dos años antes de morir. Poco se nos enseña de San Martín en el exilio. Conducido por las circunstancias políticas, pasó más de 25 años fuera de su patria y del continente por los que luchó sin tregua. Poco se habla de esta historia. Y, sobre todo, de una historia que lo hermana a otro grande de la Argentina, sobre el cual pesa la infamia y la calumnia que hegemonizaron el relato de la historia argentina. Juan Manuel de Rosas será, en la historia oficial, un nombre con adjetivo inseparable. Será el tirano, el dictador, nunca Rosas a secas. La pregunta a hacerle a la historia oficial argentina es acerca de la razón por la que el Padre de la Patria, a quien no se lo quiere hacer entrar tomando parte por uno u otro bando en las guerras intestinas; la pregunta a hacerle a esa historia y a hacernos es por qué razón San Martín designó heredero testamentario de su sable a Juan Manuel de Rosas. Ese Rosas que también vivió exiliado, desterrado de su patria los últimos 26 años de su vida. Allí, en una finca de Southampton, pobre y viejo, fue custodio de esa gigantesca herencia, la del sable de San Martín. Ambos se podrían haber encontrado en sus destinos de exilio, ya que no los separaba más que el agitado Canal de la Mancha. Pero quiso la historia que San Martín falleciera dos años antes de la llegada de Rosas a Inglaterra. Las vicisitudes de la herencia del sable corvo de San Martín son emblema de una reescritura de la historia argentina.