Por Eduardo Luis Aguirre
El 15 de enero del año pasado, Estados Unidos envió a Taiwán una delegación informal, dos días después de la elección que había consagrado al oficialista presidente Lai Ching-te. En una reunión celebrada en Taipéi, el presidente electo agradeció en ese momento a Washington su "firme apoyo a la democracia taiwanesa". Tiempo antes, se había verificado la resonante visita de Nancy Pelossi a Taiwán, en lo que significó un desafío a Beijing en lo que podríamos considerar una de las áreas más sensibles de la conflictividad mundial. Nos ocupamos expresamente de aquella visita en este mismo portal, para dar cuenta de una decisión que, al abarcar en su visita a los demás países aliados de Washington en el sudeste asiático, no hacía más que acelerar las rispideces en la región. Pero el punto nodal de la recorrida era Taiwán, como no podía ser de otra manera. La otrora “china nacionalista” es, desde hace décadas, un punto de quiebre en las grandes diferencias entre las dos grandes potencias en pugna. Pero además, ese estrépito se multiplicó cuando un columnista de China Popular, independiente del gobierno, habría publicado una frase inquietante en su sitio personal: «Si un avión estadounidense escolta el avión de Pelosi hacia Taiwán, es una invasión. El [ejército chino] tiene el derecho de disipar a la fuerza el avión de Pelosi y los aviones de guerra estadounidenses, incluyendo con el uso de disparos de advertencia y haciendo movimientos tácticos de obstrucción. Si son inefectivos, entonces derríbenlos”. Esa publicación, hasta ahora no aclarada, ni verificada ni desmentida, daba la pauta de la profunda tensión que existe entre Pekín y su vecino insular. Pelossi pudo aterrizar tranquilamente en Taipei y luego seguir con su gira por los países amigos de esas latitudes. Nada pareció haberse modificado en la materialidad de la realidad preexistente. Hasta que el 26 de julio de 2025, los gobiernos del Reino Unido y Australia firmaron el Tratado de Geelong, un acuerdo de defensa bilateral de 50 años para facilitar la cooperación bilateral en la construcción de los submarinos SSN-AUKUS de Australia, un país al que Estados Unidos y el Reino Unido armaron hasta los dientes para la ocasión. La cercanía estratégica de Oceanía con China torna mucho más clara la finalidad militar de la nueva entente, consolidada por el rearme de Japón. Ahora sí, la modificación objetiva de la realidad material es evidente e inquietante y la República China (o Taiwán) sigue estando en el centro de las polémicas. A partir del fenomenal crecimiento de China Popular, la preocupación de su gobierno por el papel geopolítico de adhesión incondicional a occidente por parte de la isla fue motivo de decisiones trascendentes en el gigante asiático. Beijing se vio obligado a ratificar su objetivo de una definitiva “reunificación”, una reivindicación, que, aunque anunciada en los años 90 para 2004, nunca se concretó. Quizás por ese motivo, en 2005 la República Popular China aprobó la Ley Antisecesión, que autoriza explícitamente el uso de la fuerza para recuperar el control de un territorio sublevado, ley hecha «a la medida» para el caso de Taiwán, considerado como un territorio rebelde desde que el comunismo tomó el poder en la zona continental en 1949. Por estas razones, la situación de Taiwán desde el punto de vista diplomático es de sumo aislamiento. Sólo 7 estados en América, 1 en África, 1 en Europa (el Vaticano) y 3 menores en Oceanía reconocen a Taiwán. Todos los demás saben que un reconocimiento al gobierno pro estadounidense traería como inmediata consecuencia dejar de ser reconocido como nación por la República Popular China, un riesgo abismal que nadie quiere afrontar y que a casi nadie le conviene. Argentina es una de los tantos países que adhieren a la doctrina de la “única China”. Con sólidos vínculos bilaterales económicos, financieros y tecnológicos, el gobierno de Ji Jinping ha sido una palanca fundamental para el sostenimiento argento. Hasta la llegada al gobierno de Javier Milei. Sus diatribas iniciales contra el comunismo chino se diluyeron en la ácida sustancia de las necesidades económicas. Sus necedades ideológicas no pueden disociarse de la importancia de China no solamente en el país, sino en toda la región. Quizás el último gesto inamistoso haya sido comprar aviones de guerra inapropiados de origen estadounidense desechando una oferta china superadora. Pero nunca nuestro país reconoció a Taiwán. Por supuesto que la derecha argentina esperaría que la realidad fuera la inversa, pero lo real es que los taiwaneses solamente tienen en el país una oficina encargada de la cultura y los negocios de un territorio enfrentado a una potencia con la que Argentina tiene una vinculación estrecha. Por eso causa extrañeza que en la visita de la Directora General de esa oficina, Florencia Miao-hung Hsie, la misma haya sido presentada por toda la prensa lugareña como “embajadora” y no con su cargo verdadero, que no es lo mismo, como todos sabemos (https://www.roc-taiwan.org/ar_es/post/8529.html). Máxime cuando es sabido que funcionarios de primer nivel de la Provincia han concurrido a variadas actividades realizadas en China y a interesantes foros de sinólogos. Mucho más extraño es que el rectorado de nuestra Universidad no haya aclarado debidamente una cuestión que excede en mucho, como se observa, lo meramente formal.
De hecho, China ya ha hecho saber su malestar con la foto de nuestra visitante con un diputado libertario, advirtiendo que la cuestón de Taiwán es una "línea roja" para China (imagen).