Por Eduardo Luis Aguirre
“Cuando su hija mayor, Jenny, partió a Francia con Charles Longuet e hijos en febrero de 1881, Marx entristeció profundamente por la separación de sus nietos: «A menudo corro a la ventana cuando oigo voces de niños […] sin darme cuenta, por un momento, de que están al otro lado del canal». La vida le deparó las perdidas más cercanas, dolorosas e inesperadas.Estos dolores insuperables precedieron a la bronquitis y la pleuresía que lo mataron en Londres el 14 de marzo de 1883, cuando falleció como apátrida a los 64 años.El 14 de marzo de 1883, Engels, como lo hacía habitualmente en los últimos meses, llegó a la casa de Marx a primeras horas de la tarde, y se encontró con la escena que ya por años temía: «la casa estaba en lágrimas, parecía que el fin había llegado […] La querida vieja Lenchen, que había cuidado a todos sus hijos desde la cuna, subió a verlo, volvió de inmediato y me invitó: ‹venga conmigo, está medio dormido›. Cuando entramos, estaba completamente dormido, pero para siempre. No se puede desear una muerte más tranquila que la que tuvo, sentado en su sillón».La mente más poderosa del mundo había dejado de pensar. Murió fiel en su desprecio a la sociedad burguesa, sin dejar testamento ni bienes; fue enterrado el 17 de marzo en el cementerio de Highgate, en un modesto sepulcro”.(1) Su tumba fue remodelada en 1956 gracias a una colecta realizada. Allí está enclavada su morada definitiva. Los turistas alienados pierden horas para ver el cambio de la guardia real en Buckingham, pero casi nadie visita la última morada del pensador enorme. Lo verdaderamente abrumador es que ese cambalache incline las varas de los méritos en las disciplinas sociales. Hay un fuerte mandato ético en las formas de ordenar la sociedad y lo común. En las universidades, donde se imparten conocimientos de honda raigambre social, hay un mandato que es, a la vez, un ejemplo. Los que imparten esas nociones deben ser militantes humanistas de un mundo mejor que hagan pie en el lugar que los abriga y los convoca. Allí deben medirse los verdaderos méritos. Durante la plenitud de la vida de esos luchadores, porque la muerte siempre habrá de sorprendernos y difuminarnos en la memoria colectiva y breve, en especial de las academias. Esas vidas consagradas deben ser señaladas en vida y en base al aporte realizado al suelo que pisan, al lugar en el que hacen pie, al que le entregaron todo. Por eso la única ética marxiana aceptable es aquella que busca la “buena vida”, el “buen vivir” que defendían nuestros hermanos los indios, pero no la del hombre en abstracto, mucho menos la del hombre que en sus genéricas membresías es funcional a los explotadores.Se trata de valorar el vivir bien del hombre concreto, en las situaciones históricas y sociales concretas y en condiciones económicas concretas, en donde el hombre se genera y se regenera permanentemente. Marx soñaba con una gran ciencia, la ciencia del hombre, la cual en el fondo; sería un conocimiento transformador profundamente ético, en ella el individuo, en una nueva sociedad, supera la alienación como fenómeno social y vive de una forma plenamente humana; como un “individuo social, con su dimensión ecuménica5, que es el desarrollo de su dimensión absolutamente humana, donde el pensar y el sentir se conjugan. Si dejamos que sigan prevaleciendo las máximas del dogmatismo en el conocimiento impartido, ya sabemos cuáles son las consecuencias. “. “La juventud universitaria, en particular, se ha asimilado los peores rasgos de una cultura antinacional por excelencia. Bajo esas condiciones históricas se formó nuestra “élite” intelectual. Su función es ser fideicomisaria de valores trasmitidos por sus mandantes europeos”, dice Jorge Abelardo Ramos (2).Eso sólo ha podido ocurrir por la injerencia dominante del dogmatismo y el burocratismo de los eruditos del derecho que reiteran textos iguales por dentro y por fuera. Se trata de una emulación de las aves parlantes que -en este caso con apariencia erudita- emulan la complejidad del lenguaje. La diferencia entre el pensamiento de la dependencia y el derecho de la liberación radica en que en este último caso el docente debe poder manejar con solvencia áreas afines a sus asignaturas. Me refiero a la economía, la política, la filosofía, la sociología y hasta la teología. El mejor docente, entonces, no es el que se abraza a las pompas del poder, sino el que demuestra la capacidad de influir en las conciencias de los futuros profesionales. Paulo Freire sostenía que “Enseñar no es (sólo) transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción”. Imposible hacerlo desde el rígido corcet de lo normativo. Me voy a permitir contar una anécdota. Hace muchos años, les pregunté a mis alumnos por qué razón entre los homicidios agravados por el parentesco no se encontraba la conducta de dar muerte a un hermano, pese al peso bíblico de la evocación de Caín y Abel. La respuesta, en la mayoría de los casos, fue el silencio; en otros la aporía de que se podía tratar de “un error del legislador”. Nadie pudo pensar que esa extraña excepción podía deberse al rol económico que la empresa de la familia tiene en el sistema capitalista y la previsión que los hermanos tal vez rompan ese acuerdo endogámico, se vayan cuando formen la propia familia y por ende no aporten a la subsistencia o crecimiento del nuevo clan. No en vano Engels advertía que “El orden social en que viven los hombres en una época o en un país dados, está condicionado por esas dos especies de producción: por el grado de desarrollo del trabajo, de una parte, y de la familia, de la otra” (3). Está claro que, para que algún alumno ( o muchos docentes) pudieran haber respondido correctamente esa pregunta no habrían existido insumos positivos que vinieran en su ayuda.Siempre sostuve e impulsé la idea de que la escuela de derecho deberían permitir que algún profesor pudiera tomar un punto de las distintas materias que integran la carrera y releerlo en clave crítica y con lógica crítica y humanista. Ese humanismo atraviesa los tiempos, supera al ser abstracto de raigambre grecorromana, recoge lo mejor de la ética semítica, bantú y nuestroamericana hasta encarnarse en las obras de Kusch o en las encíclicas franciscanas. Eso es un devenir ético que desplaza los cánones coloniales del pensamiento hegemónico y concibe al ser humano como un estar siendo para la marcha, que buena falta nos hace. .( 1) “Los últimos días de Karl Marx”, disponible en https://prensapcv.wordpress.com/2018/03/14/los-ultimos-dias-de-karl-marx/(2) Ramos, Jorge Abelardo: Crisis y resurrección de la literatura argentina, Buenos Aires, Indoamérica, 1954, p.(3) “El origen de la familia, la propiedad el estado”, p. 7, disponible en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/el_origen_de_la_familia.pdf
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