Por Eduardo Luis AguirreEl concepto del eterno retorno ha atravesado, con dinámicas y matices diferentes, la historia completa de occidente. Quizás el resumen más acabado y actual es el de Nietzsche. El “loco de Turín” aventuraba en su revolucionaria brillantez que “todos los individuos deben vivir infinitas veces la misma vida”. Esta caracterización difiere, como vemos de las tesis antiguas según las cuales la historia es capaz de repetirse. Es importante destacar este punto de partida para aventar cualquier especulación mecanicista respecto del devenir universal. Una cosa es que la historia se repita en contextos epocales distintos y otra que los seres humanos se vean compelidos a vivir siempre una vida en la que algunos patrones se reediten con caracteres más o menos similares. Esas similitudes pueden estar convocadas y modeladas por las distintas formas del poder. Aceptemos que la historia de la humanidad es una historia de luchas y que el conflicto es un patrimonio social con una potencia capaz de motorizar en todos los tiempos los grandes cambios sociales. Allí si comienzan a explicarse las grandes transformaciones, las contradicciones y las antinomias. No hay Patria sin lucha. La patria es lo común que nos une pero siempre subyace en la misma una épica compartida. Esa matriz que se formatea al calor de esas pulsiones constituyen la base de la supervivencia y la emancipación de los pueblos. Cuando el 17 de octubre de 1945 se produjo la jornada histórica fundacional del movimiento de liberación nacional no marxista más grande de América, una turba de descamisados salió a la calle, recorrió a pie distancias y geografías, y pidió por la libertad del joven coronel algo estaba naciendo en la matriz de la Argentina profunda. Un hecho sin precedentes, una emulación de aquellos gauchos y caudillos que en la segunda década del siglo XIX anudaban en la urbe las riendas de sus caballos para hacer oir la voz del interior profundo, desdeñado y dinámico. El pueblo y la oligarquía vivieron en ambos casos situaciones análogas. Hoy, cuando el imperio vuelve a intentar, como Braden, instaurar un gobierno foráneo para eliminar un accidente colectivo absurdo y evitar un nuevo reverdecer “populista”, el mito retorna. En una semana el pueblo va a reconstruirse en las urnas y a explotar en una algarabía victoriosa. Ya no está aquel embajador regordete, a la sazón, demócrata y fervoroso colector de las “fuerzas vivas” de la especulación reaccionaria. Hoy los personajes adquieren otra fisonomía sin alterar sus objetivos oscuros. Esta fase del capitalismo neoliberal desbocado no solamente reproduce los escenarios sino también los antagonismos. Como en aquel 17 de octubre, hoy en día sabemos que solamente nosotros lo haremos. Con la fuerza colectiva de la argentinidad y el orgullo militante de las causas justas.
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