Por Eduardo Luis Aguirre
Donald Trump mantiene al mundo en vilo. Su centralidad no asienta solamente en los interrogantes que generan su salud y su impronta brutal, sino en su capacidad de daño para profundizar un nuevo des-orden, un caos de letalidad ilimitada, inescrutable, prácticamente imposible de anticipar en su vertiginosidad y sus derivas impensables.
En principio, es difícil poder asegurar si el nuevo y precario orden de una multiplicidad de actores, potencias y bloques en plena conformación se tensan a partir de la ampulosidad de su presencia distópica o si su segundo acceso a la presidencia estadounidense  encarna un cierre que desarticula el mundo que conocíamos hasta hace unos años.
Lo cierto es que sus actitudes cotidianas, el desdén patronal de su estilo y sus frases que concitan una curiosidad política en torno a los famosos resultados -hasta ahora desconocidos- de sus estudios neurocognitivos  no pueden compararse a las consecuencias sísmicas que mantienen al mundo en vilo y catalizan la desembocadura en un mundo probable, acaso el peor de todos. Fluctuando entre sus amenazas de invadir a Venezuela y clausurar de manera policíaca su espacio aéreo, bombardear medio oriente, desdeñar a Europa o prometer desaprensivamente un acuerdo de paz inmediato en la guerra de Ucrania, sus arrebatos producen otro tipo de cimbronazos que nos conciernen directamente como nación.
En un momento en que los indicadores de aprobación a su gestión han bajado drásticamente en su país, en franco proceso de violenta fragmentación social, el gobierno argentino eligió atarse al carro de Trump, tomar parte apresuradamente en las arenas movedizas y la inestabilidad tectónica de la nueva política internacional e hipotecar su (nuestro) futuro a sus designios impredecibles.
El dúo Trump- Bessent (este último amenazado por su superior de ser “echado a patadas” si no cumplía rápidamente los objetivos presidenciales) salvó a Milei de un desastre electoral mediante la rimbombante promesa de una inédita asistencia económica. Cuando todo parecía en trance de concreción, el personaje de la Casa Blanca tradujo su enojo con el gobierno argentino por no haber cumplido con las tres condiciones que le habían sido impuestas como inmediatas. Le había pedido que desalojara al Ministro Francos, cosa que Milei cumplió. A que restaurara su relación con Mauricio Macri, algo que Milei trastocó en un intento de abducción del PRO. Finalmente, le exigió que Argentina cortara sus importantes vínculos económicos con China, mientras la prensa mundial constataba que el comercio bilateral entre  Buenos Aires y  Beijing alcanzaba cifras récords. Eso se tradujo de inmediato en una suspensión de la prometida  asistencia financiera, que hasta ahora no se ha concretado. Eso sin tener en cuenta la relación geopolítica, militar y colonial que Trump planea llevar a cabo en nuestro país, entre ejercicios militares conjuntos y la instalación de una base americana en Tierra del Fuego. La imposibilidad del gobierno de Milei de conocer y comprender el mundo lo (nos) puede sumir en el peor de los escenarios. El problema es que ni siquiera se lo plantea.
El periodista Alejandro Bercovich puso al aire recientemente en su programa "La ley de la selva" algunos fragmentos pronunciados por el magnate Paolo Rocca que resultan manifiestamente reveladores del mundo que piensan los poderosos después de la destrucción de la producción y el empleo y el avance de la robotización y la IA (*).  El dueño de Techint  señaló frente a una audiencia selecta y en una reunión secreta,  ciertas frases impactantes que ayudan a comprender lo que un poderoso alcanza a comprender sobre el mundo que viene. Rocca da allí  por sentado que la ilusión globalizadora, que muchos vaticinaban como el advenimiento de un mundo libre y con instituciones más fuertes ha colapsado. Que China se valió de este retroceso que ya lleva más de un cuarto de siglo y Trump acaba de cancelarlo con su veta proteccionista imperial. Que el mundo transita una época en la que puede diagnosticar su estado actual pero ignora las consecuencias y desenlaces futuros. Para graficar esta incógnita recurrió nada menos que a un concepto que Claus Von Clausewitz habría caracterizado como "niebla de  guerra", una idea que en realidad acuñó expresamente el Ministro de Guerra de los Estados Unidos Robert Mc Namara, protagonista del documental "The fog of war", para describir las decisiones, fricciones e incertidumbres de la  guerra de Vietnam. Soslayando el yerro,  Rocca cree, en definitiva,  que el mundo está en un punto donde no se auscultan “las referencias y las posiciones”. Esa pérdida en la capacidad de anticipación torna muy difícil visibilizar lo que está por venir. Si el mayor empresario argentino admite esta debilidad, es natural que a los sectores populares los invada también una desorientación frustrante. El autor del libro "De la guerra" sí había escrito dos frases coadyuvantes: “Nuestro conocimiento de las circunstancias ha mejorado, pero nuestra incertidumbre no ha disminuido por ello, sino que se ha intensificado” y “Esta determinación; que supera el eventual estado de duda, sólo puede ser llevada a la práctica por el entendimiento, y, de hecho, por una dirección de éste totalmente particular. Sostenemos que la mera unión de un raciocinio superior y de los sentimientos necesarios no basta para dar lugar a la determinación”.Vale decir que, incluso en la guerra, la incertidumbre y las fricciones o conflictos, lo mismo que los factores subjetivos, son siempre factores que podemos reconocer pero casi nunca prevenir. Ese desafío, como vemos, permea el drama sistémico de la época e impacta directamente en el presente desgraciado de los argentinos.

(*) Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=_8tpXyUEw8A
(**) Clausewitz: “ De la guerra”, páginas 34 y 35, disponible en https://centrodocumentacion.psicosocial.net/wp-content/uploads/2004/01/clausewitz-de-la-guerra.pdf