Por Eduardo Luis Aguirre
Pará, pará, vos estás contando la mitad de la historia, porque si bien 250 familias se van a quedar sin empleo, hay 850.000 que van a poder comprar lavarropas más baratos “ (Miguel Boggiano).
En política no existen las casualidades. Mucho menos cuando los procesos y las transformaciones se producen a una velocidad vertiginosa. Cuando el liberalismo se ceba en un triunfo autoproclamado es natural que la composición de clases de un país se transforme de manera drástica. Para un país que, como la Argentina, tiene un linaje y una tradición industrial significativa, el desmantelamiento de ese aparato histórico va a incidir prácticamente en un desguace y una fragmentación no solamente de la estructura productiva sino de la nación en general. La locura de un dogmatismo anarco liberal que habita únicamente en un puñado de cabezas traduce un liberalismo forzoso y violento que no trepida en llevar a la ruina a las manufacturas criollas. Paradójicamente, la destrucción del empresariado nacional es más difícil de entender cuando el numen protector de la Casa Blanca hace justamente una política económica proteccionista desde el mismo corazón imperial. Hace algunos días conversábamos con algunos compañeros y compañeras sobre las advertencias que nos depara. Hoy, La Nación prevé en la portada de su edición digital este cimbronazo que cambiará la estructura de clases (la clase media baja “superior” en el tercer trimestre debería tener ingresos equivalentes a $ 1,850.000 ), mientras cierran centenares de empresas y Trump ya ha adelantado a sus productores que podrá fundir fácilmente a la producción agropecuaria argentina, mientras se abrirá ilimitadamente la importación de todo tipo de productos. El magnate ha conseguido volver al antiguo artículo 16 de la Constitución Nacional por el que bregaron los ingleses. Se trataba del que consagraba la “libertad de navegación de nuestros ríos”, con los que Londres quería destruir las incipientes industrias del interior argentino a mediados del siglo XIX. Es el momento propicio para que un Milei que se cree omnipresente y super poderoso sueñe con la destrucción del peronismo.
Parece quedar claro que a este gobierno no le interesa la industrialización ni la producción nacional. Tampoco los miles de trabajadoras y trabajadores que subsisten en todo el país como complementos apendiculares de la industria y el campo. Especula solamente con juergas financieras, apuestas audaces en la relación con dos potencias, los posibles emiratos provinciales, las economías de las regiones favorecidas por los minerales, las tierras raras y los grandes exportadores. Vaya a saber si el resto de las provincias que no cuentan con esas peculiaridades serán nuevamente tildadas de “inviables”. Pero en cualquier caso la organización nacional planificada y equitativa podría transformarse en una rémora. Todos advertimos como cada vez con mayor asiduidad aparecen nuevas formas laborales remotas y no sindicalizadas, como proliferan y se publicitan las especulaciones de nuevas actividades con futuro para emprendedores y como se anticipa un apagón de otros sectores que incluyen a agentes de la administración pública, docentes e investigadores. Quizás marchamos a ser un nuevo estado asociado donde la exaltación de lo individual facilite el declive de la vocación patriótica y una ética común. Quebrar la sindicalización y sustituirla por un emprendedurismo de manual es una alternativa muy riesgosa y regresiva para el campo popular, que aspira a una armonización entre el capital productivo y los trabajadores organizados en un marco de justicia social. Comienza a despejarse la nube de confusión que trajo aparejada la reciente elección de medio término. Por eso es más fácil articular y entender las coordenadas que eran más difíciles de escrutar hace apenas un par de años.
Una nueva batalla cultural, una disputa por valores y por emociones, por el reconocimiento de las subjetividades y de las expectativas y percepciones nos espera como inexorable trabajo militante. Esa es la tarea: ir hacia la gente.