Introducción
Los actuales conflictos
multiculturales en la región de Europa Oriental como consecuencia de los
sucesivos fraccionamientos producto de conflictos modernos parecen adquirir una
dimensión de relativa importancia en la actualidad, a pesar de constituir ellos
mismos una multiplicidad de realidades sumamente interesantes de abordar.
En este sentido,
resulta hondamente atractivo enfrentarse a la cuestión húngara, que no se agota
en una sola dimensión: Hungría ha sufrido, en los últimos cien años, la pérdida
de dos terceras partes de su territorio, situación que ha aparejado que casi
dos millones de húngaros queden fuera de su territorio nacional. A su vez, es
Hungría anfitriona de diversas etnias que habitan allí en carácter de grupos
minoritarios.
Se trata, a primera
vista, de una región multiétnica cuyos límites territoriales no se condicen con
las nacionalidades de las personas que allí habitan. Entre ellas encontramos
una que sobresale por los severos conflictos con los que se la relaciona: la
comunidad gitana. Se hará mención a ella en el marco que este trabajo propone
aunque, no obstante, constituye una materia cuya trama es tan intrincada como
fascinante.
El tópico a desarrollar en las páginas sucesivas conlleva numerosos
conflictos internos y externos que no han sido ampliamente difundidos, a su vez
que constituye una problemática digna de ser estudiada a fin de realizar un
intento de comprensión de un fenómeno poco abordado sobre multiculturalismo y
minorías más lejano que los latinoamericanos y europeos occidentales, a los
cuales accedemos con más facilidad diariamente.
La historia de
Hungría resume en sí misma el histórico multiculturalismo y la diversidad
cultural que caracterizan a la Europa de la modernidad tardía. Pocas regiones
como la magiar ponen en evidencia la multiplicidad cultural, el relativismo de
naciones, pueblos, etnias, lenguas, costumbres, sistemas de creencias y
practicas diversas.
Las bases del
antiguo estado húngaro fueron establecidas por Esteban I, coronado Rey por
Roma. La sucesión de Esteban generó dos siglos de inestabilidad, aunque Hungría
dominó al norte, hasta la cresta de los Cárpatos y Transilvania, y al sur, la
región entre los ríos Sava y Drava. Reinó además sobre Croacia, Bosnia y
Dalmacia del Norte (esta última como estado separado). En el siglo XIII Hungría
se vio afectada por la invasión mongola, de resultas de la cual perdió la mitad de su población.
Entonces el reino invitó a nuevos colonizadores, pero se vio obligado a hacer en ese trance diversas concesiones a los
grandes señores y a los inmigrantes cumeos, lo que derivó en nuevos efectos
disgregadores sobre el reino, hasta la consolidación de la corona con Carlos
Roberto de Anjou (1307-1342), que tuvo el favor del Papa. Fue en el siglo XIV
que Hungría experimentó su Edad de Oro.
Una Dieta húngara
avaló la aprobación de las leyes por medio de las cuales los impuestos recaían
sobre el campesinado, lo cual originó fuertes rebeliones en el norte y en
Transilvania. En 1458, Matías Corvino de Praga fue elegido Rey de Hungría y ejerció el poder con mano de hierro:
contuvo a sus enemigos internos y extendió su señorío sobre Bosnia, Serbia,
Valaquia, Moldavia, involucrándose en campañas contra Bohemia y Austria. Con la
muerte de Matías en 1490, el Ejército Negro (tropa mercenaria aliada) fue
disuelto y los campesinos explotados provocaron otra rebelión en 1514 que fue cruelmente aplastada. Austria recuperó
sus provincias del sur e instauró un patronazgo sobre Hungría.
Hungría fue
conquistada por el Imperio Otomano en 1526. El sultán apoyó a Zapolya. A su
muerte ocupó Budapest y retuvo gran parte del centro y el sur del país.
Croacia, la franja oeste y norte de Hungría quedaron en poder de Fernando de
Habsburgo, debiendo pagar tributo al imperio turco. Entre los siglos XVII y
XVIII, Hungría vivió bajo dos imperios cuyo único interés residió en ese
tributo.
La Dieta húngara de
1848 en París aprobó las Leyes de Abril. Se propuso reunificar el país y crear
una administración separada en Budapest. Tras la derrota de la revolución,
Austria anuló las reformas y, con ayuda de Rusia, reimplantó su poder en
Hungría. Viena subdividió el imperio y aceptó las Leyes de Abril. Una ley de
nacionalidades dio garantías a las minorías y así quedó constituido, en 1867,
el Imperio Austro-Húngaro. El Imperio de los Habsburgo cayó con la Primera
Guerra Mundial, tras casi cincuenta años que marcaron una situación de
equilibrio político, institucional y democrático cuyas huellas aún se perciben.
Un gobierno provisional asumió el poder y proclamó la República de Hungría,
pero serbios, checos y rumanos tomaron dos tercios del país y paralizaron el
Gobierno central. En 1919, una rebelión comunista anunció una “república de
soviets”. Los bolcheviques de Bela Kun huyeron debido al avance de tropas rumanas
en la capital. Las potencias europeas obligaron a Rumania a retirarse e
instalaron un gobierno provisorio. El Parlamento elegido en 1920 restauró la
monarquía y designó al almirante Miklos Horthy regente provisional.
Por el Tratado de
Trianón, las potencias triunfadoras de la Primera Guerra Mundial reconocieron
la independencia de Hungría, pero Yugoslavia, Rumania y Checoslovaquia se
quedaron con la mayor parte de su territorio y el 60 % de la población;
Austria, Polonia e Italia se beneficiaron también en el reparto. Hungría quedó
con la industria y la producción desorganizadas, obligada a pagar grandes
indemnizaciones de guerra; el desempleo llegó a índices sin precedentes.
Recibió casi 400 mil refugiados de los territorios perdidos.
Territorios húngaros
anexionados a otros países a consecuencia del tratado:
A Checoslovaquia: Toda Eslovaquia y la entonces llamada Rutenia
Transcarpática (en la actualidad la región de Transcarpatia en Ucrania occidental),
o sea un territorio de 63 mil kilómetros y más de 3,5 millones de habitantes
(de los cuales 1,7 millones eran eslovacos, 900 mil húngaros, 442 mil rutenos y
263 mil alemanes).
A Rumania: lo que se suele llamar Transilvania (aunque en realidad es
Transilvania y parte del Banato y del Partium), un territorio de 102 mil km2
y 5.250.0000 habitantes (2,8 millones rumanos, 1,7 millones húngaros, 560
mil alemanes y otros).
A Yugoslavia (Reino Serbo-Croata-Esloveno): el territorio de Bachea
y parte del Banato. 21 mil km2, 1 millón y medio de habitantes (459 mil húngaros, 378 mil serbios, 308 mil
alemanes, 92 mil croatas y otros).
A Austria: el Burgenland, zona de 4.000 km2, 293 mil
habitantes (216 mil alemanes, 26 mil húngaros, otros).
Además Hungría perdió
el territorio de Fiume o Rijeka, puerto dependiente de
Budapest, donde no había casi población húngara. Territorios totales
perdidos por Hungría: 190.263 km2, casi 11 millones de habitantes (de
ellos 3,3 millones de húngaros, casi 3 millones de rumanos, 1,8 millones de
eslovacos, 1,4 millones de alemanes, 463 mil rutenos, 435 mil serbios y otros).
Datos de la Hungría de Trianón (así se menciona a veces a la Hungría actual):
92 mil km2, 7,6 millones de habitantes (6,8 millones húngaros, 555
mil alemanes, 164 mil eslovacos y otros).
La posterior
alianza con Berlín permitió a Budapest recuperar parte de Eslovaquia, Rutenia y
el norte de Transilvania. Hungría colaboró en los ataques alemanes contra
Rumania, Yugoslavia y la URSS, pero no logró impedir la contraofensiva del
Ejército Rojo. Con el Tratado de París, Hungría volvió a los límites de
Trianón, pagó indemnizaciones y redujo su ejército. El 23 de octubre de 1989 se
declaró la República de Hungría.
En 2001, el
parlamento aprobó por amplia mayoría una controvertida Ley de Estatus que autorizaría a los descendientes de ciudadanos
húngaros que viven fuera de fronteras -en Rumania, Eslovaquia, Ucrania, Serbia,
Croacia y Eslovenia- a portar un documento especial de identidad que les
permitiera trabajar, estudiar, recibir asistencia en salud y beneficios para
viajes temporalmente en Hungría.
La Ley de
Estatus despertó una fuerte protesta en Eslovaquia y Rumania con
acusaciones a Hungría de injerencia en asuntos internos y de intentar ejercer
una influencia exterior injustificada; tanto en Rumania como en Eslovaquia se
han producido iniciativas legislativas para penalizar a los húngaros que
solicitaran el documento de identidad magiar que da derecho a los beneficios
previstos en la ley. Curiosamente, estos dos países tienen leyes para apoyar a
sus respectivas minorías dispersas en terceros países, lo cual demuestra que el
problema de fondo no son ni los derechos culturales ni el apoyo de otros países
a las minorías, sino el temor a la secesión de un territorio.
Por otra parte,
tanto Serbia como Ucrania o Rumania se encuentran en una situación económica
inferior a la húngara, lo que motiva una tendencia migratoria entre las
minorías, en buena parte destinada a Hungría, lo cual constituye una
preocupación para este país.
Cabe señalar el
conflicto que mantienen Eslovaquia y Hungría hasta el día de hoy por la
población húngara que habita en la región sur del primero: la dificultad en
torno a las minorías húngaras se expresa como una demanda de derechos
culturales -a la enseñanza en el idioma
magiar, a la utilización del idioma en los trámites administrativos locales, a
la presencia de toponímicos propios, etc.- y, en algunos casos, de autonomía
administrativa para la zona habitada por la minoría. En efecto, tal es la
raigambre magiar que numerosos periódicos húngaros de Eslovaquia se publican
con ayuda estatal; la radio pública Patria emite en tiempo ampliado durante
diez horas en húngaro (aunque en Bratislava ya no se puede escuchar); hay nueve
editoriales húngaras y dos teatros estatales que reciben financiación pública.
Más aún, la propia constitución remarca la importancia del aprendizaje de la
lengua oficial. El estado eslovaco (como así también el rumano) teme que la
concesión de derechos culturales y de autonomía sea un primer paso hacia la
secesión de los territorios que habitan y su posterior anexión a Hungría. En
este sentido, la autonomía para la minoría húngara resulta inaceptable. De
hecho, la ley de lenguas minoritarias para los manuales que había sido aprobada
por la mayoría del parlamento no fue firmada por el presidente de la República
Eslovaca, Ivan Gašparovič.
De esta situación
se desprende una permanente tensión entre los dos estados que, lejos de lograr
suavizar y atemperar este escenario, lo agravan con sucesivas declaraciones
públicas que vuelven a generar una crispación general aunque pacífica en torno
al tema.
Al hacer un
análisis de esta situación y de las que se mencionarán posteriormente, cabe
apuntar como reflexión acerca del Tratado del Trianón que el mismo no resultó
una mejora en las condiciones de las minorías étnicas, sino todo lo contrario.
Como intento de aferrarse a la idea de reino milenario húngaro y a sus
fronteras, culminó siendo un factor político de opresión de las minorías al
trazar nuevos límites territoriales arbitrarios sin considerar la
multietnicidad que caracterizaba al antiguo imperio.
Respecto a lo
referido a las minorías nacionales y étnicas en Hungría, se consideran como
tales a búlgaros, gitanos, griegos, croatas, polacos, alemanes, armenios,
rumanos, rutenos, serbios, eslovacos, eslovenos y ucranianos, según la Ley
de Minorías. La misma establece que se considerará una minoría nacional y
étnica, reconocida como factor constituyente del estado, “a todo grupo étnico,
establecido en el territorio de la República de Hungría, desde hace al menos un
siglo, que esté en minoría numérica respecto a la población del estado, cuyos
integrantes sean ciudadanos húngaros, que se diferencien de las demás partes de
la población por su idioma, cultura y tradiciones propias, a la vez que den
testimonio de una conciencia de cohesión que apunte a la conservación de todo
lo dicho, a la expresión y protección de los intereses de sus comunidades
establecidas a los largo de la historia“.[1]
Ésta se promulgó
debido a la prolongada convivencia histórica de dichos grupos, que llegaron al
territorio actual del país en los siglos XVII y XVIII con la excepción de la
población autóctona eslovena de la zona fronteriza occidental. Debido a su
pasado secular, transcurrido dentro del marco del Estado húngaro, se consideran
de conciencia dual, y su conciencia de ser húngaros es al menos tan fuerte como
su apego a sus respectivas minorías. La mayoría abandonó sus lugares de
procedencia y sus comunidades originales aún antes de que su respectivo
lenguaje literario regulado hubiese sido establecido, debido a lo cual su
idioma o los dialectos que usan aún en nuestros días son, por lo general,
variantes lingüísticas arcaicas.
Según los datos del
censo nacional de 1990, de la población del país, 10.374.823 habitantes,
232.751 personas admitieron pertenecer a alguna minoría. Según estimaciones de
los investigadores y de las organizaciones de las minorías, el número de
integrantes de las distintas minorías nacionales y étnicas es superior a la
cifra mencionada: la dimensión de los grupos va de algunos miles de personas a
casi medio millón.[2]
La diferencia entre los datos puede encontrar explicación en razones
históricas, sociales, y de psicología social que atañen las cuestiones de
minorías de los países de Europa Centro-oriental. También refleja el dilema de
las minorías de apego dual en lo afectivo y lo cultural: muchos se sienten
húngaros y minoría.
En referencia a la
autonomía de estos grupos minoritarios, dice la Embajada húngara en su sitio
web: “Anteriormente a 1993, las minorías podían asumir cargos en la vida
pública dentro del marco de las organizaciones civiles. Sin embargo, la ley
sobre los derechos de las minorías nacionales y étnicas establece que las
minorías tienen derecho a crear autonomías locales y nacionales propias. Las
autonomías de las minorías son organismos electos que representan los intereses
de la minoría nacional o étnica en cuestión, a nivel de poblado o nacional. A
diferencia de las organizaciones que funcionan en un marco de asociaciones, las
autonomías locales de las minorías no solamente representan a sus propios
miembros, sino a toda la comunidad minoritaria del poblado. Mediante el
establecimiento del sistema autonómico de las minorías, las minorías que
habitan en Hungría adquirieron el derecho a integrarse de manera legítima al
sistema municipal, con el fin de que, a lo largo de la gestión de los asuntos
públicos locales, prevalezcan los derechos de las minorías nacionales y étnicas
que viven en una población determinada. El objetivo de la creación de las
autonomías de las minorías es garantizar la autonomía cultural. De acuerdo con
ello, constituye un derecho asegurado por ley de las autonomías de las minorías
el poder decidir independientemente, dentro de su propia competencia, acerca de
la fundación, la toma y el mantenimiento de instituciones, especialmente en los
terrenos de la enseñanza pública local, de los medios de comunicación escritos
y electrónicos locales, de la conservación de las tradiciones y de la educación
general“.[3]
Es preciso hacer
aquí una referencia a la minoría gitana. Ya durante la Segunda Guerra, 3000
gitanos fueron exterminados en un sólo día (el 1 de agosto, día de la
conmemoración anual del holocausto gitano) por los nazis, marcando ya una
situación de discriminación y sojuzgamiento particularmente sensible. Este
grupo es, actualmente, el más afectado por la pobreza y constituye la minoría
más pobre y excluida de Hungría. De hecho, son catalogados como “los pobres del
país”: la franja más humilde -aunque no indigente- y marginalizada del país la
constituyen los gitanos. La tasa de desempleo supera cuatro o cinco veces el
promedio nacional y existen aldeas donde entre el 90 y 100 % de la población
gitana está sin empleo. El problema se agudiza aún más por el hecho de que los
gitanos viven en mayor número en regiones geográficas donde se redujeron sobremanera
las posibilidades de encontrar empleo en la industria pesada, a raíz de la
reconversión industrial posterior al cambio de sistema político, que ha puesto
en crisis no solamente a las capas socialmente más vulnerables del país sino a
las personas mayores, que evidenciaron comprensibles dificultades para
adaptarse a las lógicas competitivas de la "economía de mercado". Los
gitanos frecuentemente son objeto de discriminación en su trabajo y durante los
acontecimientos de su vida cotidiana. Además, existen múltiples factores
que influyen negativamente sobre su estado de salud. Por eso, las
expectativas de vida de la población gitana son 10 años menores que las de los
no gitanos. Viven aún de manera segregada, en colonias sin agua potable,
electricidad ni otras comodidades.
Dentro de las
políticas del Gobierno Húngaro, se aprobó un nuevo conjunto de medidas (Decreto
gubernamental 1047/1999.(V:5.)). La realización concreta de las medidas a
mediano plazo se lleva a cabo mediante la elaboración de planes de acción
anuales gubernamentales. El paquete de medidas, que emplea una aproximación
integral, establece tareas en los ámbitos de la enseñanza, la cultura, el
empleo, la economía agrícola, el desarrollo regional, los asuntos sociales, la
salud pública, la situación habitacional, la lucha contra la discriminación y
el trabajo de comunicación relacionado con la gitanería. El objetivo de las
medidas es, por un lado, atenuar la desigualdad de oportunidades en la
sociedad, prevenir y disminuir los prejuicios y la discriminación, y por el
otro, fortalecer la identidad y la cultura de las comunidades gitanas. En la
visión del gobierno, la integración social de los gitanos es al mismo tiempo
una cuestión de política de minorías y de política social. Esto delata la
gravedad del problema, ya que estas comunidades son víctimas de múltiples actos
de discriminación y violencia.
El concepto de
"multitud" sustituye a ideas totalizantes tales como la del pueblo,
la raza o la misma nación. "Con el concepto de multitud, pues, se quiere
significar, en un primer momento, que una teoría de la clase económica no tiene
por qué elegir entre unidad y pluralidad. La multitud es una multiplicidad
irreductible; las diferencias sociales singulares que constituyen la multitud han de hallar siempre su expresión, y nunca
nivelarse en la uniformidad, la unidad, la identidad o la indiferencia. Sin
embargo, la multitud no es una mera multiplicidad fragmentada y dispersa. Es
cierto, desde luego, que las viejas identidades se han fragmentado y alejado en
nuestra vida posmoderna. [...] La fractura de las identidades modernas, sin
embargo, no es óbice para que las singularidades actúen en común. Esa era,
precisamente, la definición de multitud que adelantábamos al comienzo: unas
singularidades que actúan en común. La clave de esa definición es el hecho de
que no existe contradicción conceptual ni real entre singularidad y
comunalidad"[4]. Ambas conviven dinámicamente en el "unidimensionalismo
cultural" a que alude Nils Christie[5].
Tratándose de fenómenos
tan multiétnicos y transculturales, resulta imprescindible apuntar un concepto
de “identidad” que, en este contexto, se dibuja y desdibuja permanentemente:
“La identidad es un dato, una constatación, una realidad, es un
<>. Por otra parte y simultáneamente, la identidad también es
un proyecto, un devenir, un <>. En la medida que
realcemos el primer aspecto, estático, estaremos construyendo una fortaleza que
dificultará toda ósmosis y reciprocidad; en la misma medida alargaremos el horizonte,
la porosidad y la elasticidad identitarias cuando afirmemos el segundo aspecto
más dinámico.
Una concepción
adecuada de la identidad tendría que albergar esas dos dimensiones señaladas.
[...] Cuando se considera sólo lo que es, lo real, la identidad se atrinchera
haciendo imposible toda reciprocidad; pero además, y esto es lo más
problemático, incurre en un determinismo irreductible, se vuelve solipsista,
autista. La identidad, cualquiera, sólo puede ser integrable desde su vertiente
abierta de posibilidad de devenir; así puede haber reciprocidad. Nuestro ser,
nuestra identidad, no es sólo la que es, sino también la que es posible. Somos
lo que somos más lo que podemos llegar a ser. La realidad de lo que somos es un
punto de partida de un proceso de realización que va más lejos; ella no puede
determinar de modo mecánico lo que podemos llegar a ser; es un condicionante
abierto. De no ser así, <> se convierte en un búnker
impenetrable. Para que el hombre no sea un ser despreciable (en el sentido
sartreano) debe amar en sus semejantes tanto lo que son como lo que pueden
llegar a ser“.[6]
En cuanto a la
integración de diferentes grupos étnicos, “la verdadera cuestión de toda
integración está en que el futuro hay que construirlo desde la realidad
identitaria que se tiene, sin renunciar a ella, guardándola, como un
potenciador, un catalizador de una nueva dimensión más enriquecedora. [...] La
voluntad de excluir se aprende y los comportamientos discriminatorios son el
resultado de un hábito socialmente reforzado. Nacen irracionalmente por el
temor a perder lo propio, por un miedo defensivo injustificado, sin base real.
Creo que la exigencia que impongan leyes democráticas profundamente morales y
justas, así como los frutos de una educación abierta, podrán evitar actitudes
de discriminación”.[7]
Conclusión
Justamente ésta
parece ser la paradoja de la modernidad tardía de Europa. La coexistencia de
particularismos nacionalistas, insularizados y a veces exacerbados, concebidos
en clave binaria a partir de sistemas de creencias superpuestos y yuxtapuestos,
que han dado como resultado que el mapa político de la región mutara justamente
en contextos donde se creó la nación como categoría histórica.
Por otro lado, un
multiculturalismo y una diversidad cultural que obliga a ejercicios de síntesis
basados en una convivencia plural. Nacionalismos subalternos que desde antaño
pueden leerse en clave progresista[8],
donde la presencia contemporánea de la multitud sacude los paradigmas
decimonónicos totalizantes del "pueblo" y la "nación"
burguesa, y los resignifica con una impronta cargada de diversidad.
De hecho, es
paradójico que estas minorías étnicas que no se consideran a sí mismas como
nación posean un sentimiento de pertenencia tan fuerte como para permanecer
como tales y, a la vez, vivir dentro de un Estado-Nación. Esta dualidad es
sumamente interesante desde el punto de vista histórico-político por el lugar
en el que se producen estos fenómenos, como así también desde el punto de vista
de la construcción de una identidad dual de la que ya se habló anteriormente.
Al observar un
fenómeno de estas características, podría decirse que la identidad no siempre
reviste el carácter de restrictiva y unidimensional, sino que, por el
contrario, es posible construir una con múltiples facetas que no impide el
desarrollo del ser.
Esta situación
también implica un replanteo en torno al “otro”: la discriminación y la
desconfianza que suscita una persona con hábitos y costumbres “diferentes” ya
no constituiría una dificultad si, en realidad, su conformación como persona es
completamente entendible y abordable, por más que sea multidimensional.
Quedaría como tarea pendiente quitarse el preconcepto de que “el otro” viene a
quitarme algo propio o a modificarlo, para terminar así con los juicios
discriminatorios que afectan a la sociedad actual tan profundamente que
culminan en una disgregación social que suscitan un miedo irracional.
Bibliografía
CHRISTIE, Nils, "Una sensata cantidad de
delito", Editores del Puerto, 2004.
HARDT, Michael; NEGRI, Antonio,
"Multitud", Ed. Debate, 2004.
HOXHA, Enver, "Obras
Escogidas", Tomo III, Ed. 8 Nentori, Tirana, 1980.
MILLÁN PLANELLES, Ángel,
“Sobre la identidad y la alteridad”, en “Literatura y pateras” de Dolores
Soler-Espiauba (coord.), Akal Ediciones, Universidad Internacional de
Andalucía.
Ley LXXVII del año 1993
acerca de los derechos de las minorías nacionales y étnicas.
www.embajada-hungria.org
www.cronicashungaras.blogspot.com
distensiones.wordpress.com
www.realinstitutoelcano.org
www.elmundo.es
www.guiadelmundo.org.uy
[1] Ley LXXVII del año 1993
acerca de los derechos de las minorías nacionales y étnicas, Capítulo 1, inciso
2.
[3] Datos extraídos de
www.embajada-hungria.org, artículo “Minorías nacionales y étnicas en Hungría”.
[4] HARDT, Michael; NEGRI, Antonio,
"Multitud", Ed. Debate, 2004, p. 133.
[5] CHRISTIE, Nils, "Una sensata cantidad de
delito", Editores del Puerto, 2004.
[6] MILLÁN PLANELLES,
Ángel, “Sobre la identidad y la alteridad”, en “Literatura y pateras” de
Dolores Soler-Espiauba (coord.), Akal Ediciones, Universidad Internacional de
Andalucía, 2004, p. 11.
[7] Op. cit, p. 11.
[8] HOXHA, Enver,
"Obras Escogidas", Tomo III, Ed. 8 Nentori, Tirana, 1980, p. 800.