Por Eduardo Luis Aguirre
A fines del siglo pasado, la imparable fugacidad de la autoproclamada posmodernidad, el fin de la historia y de las ideología, el Consenso de Washington y una aceleración de los adelantos tecnológicos caracterizaban un planeta que hacía pie de pronto en un solo paradigma totalizante. No había nada por fuera del capitalismo neoliberal, con excepción de una jerga aplicada y el oportunismo de las academias e instituciones dispuestas a utilizar y valerse de las ventajas de internet y las comunicaciones remotas.
La UOC lanzaba carreras -incluso un Doctorado- en Sociedad de la Información y el Conocimiento, el hombre nuevo del capital se abría paso en la batalla cultural con la inestimable ayuda de la cultura, las armas y la técnica.
La comunicación, particularmente lo que Habermas (1) denominara "acción comunicativa" fue un intento por democratizar los códigos de encuentro entre los seres humanos, la palabra, la proximidad, la existencia y el conocimiento, de cara al advenimiento de las nuevas sociedades. A esta altura del siglo XXI todas y todos tenemos claro que esa tentativa se encuentra en el mejor de los casos inconclusa y que en el peor de los supuestos ha fracasado. La comunicación es, especialmente, poder. Poder de las corporaciones, de las finanzas, de los estados, de las instituciones y organizaciones, de los sujetos. Poder como capacidad efectiva de imponer una voluntad. La comunicación estratégicamente concebida es un insumo de poder tan sensiblemente explícito que muchos países han decidido militarizar su conducción (2). La primitiva gestión comunicativa se ha verticalizado y hoy mismo es un territorio crucial en disputa. Por eso la acción comunicativa se piensa, se concibe estratégicamente. Poseer los dispositivos de comunicación y reducirlo a sus bordes gerenciales es una caricatura de las grandes tensiones que la comunicación genera. Lo que está en juego es una concepción de la realidad, de un país, de un sistema, del mundo, en definitiva. Lo estratégico y lo comunicativo no pueden caminar por aceras distintas en un mundo de semejante complejidad. Una de esas adversidades es la asimetría profunda que en materia tecnológica y cultural se ha abierto en los últimos años. Es necesario, tal vez imprescindible, que los países de este margen logremos acompañar esos cambios y precavernos de las debilidades de las democracias cooperativizando y democratizando la potencialidad inmensa de las comunicaciones. Una pandemia, inesperada y extrema, iluminó nuestras necesidades y debilidades. Las necesidades del común, de las mayorías que el estado debe equiparar articulando sus objetivos con las instituciones populares. Esto no es un capricho ni explica únicamente una mirada ideológica, que desde luego impregna todas las impresiones de los sujetos. El clamor puede encontrar razón en una anécdota que contaba Manuel Castells. El pensador evocaba que en su momento Koffi Annan, por entonces Secretario General de la ONU, lo convocó junto a otros intelectuales para avanzar en la democratización de la comunicación y la información. Eso explicaba su libro "Comunicación y poder". Rápidamente, la reacción de los propios estados los dejó sin asunto. Este hecho pone de relieve la importancia de la mirada anticipatoria habermasiana y de otros pensadores del denominado post- marxismo. Aunque ralas, estas patrullas perdidas del antiguo equilibrio bipolar advertían sobre lo que finalmente aconteció: un nuevo modelo de acumulación salvaje, un capitalismo para pocos y millones de desafiliados constituyendo el nuevo paisaje de las sociedades. Sobre esto reflexionaron Theodor W. Adorno y Max Horkheimer y fue Habermas quien a través de su modelo de racionalidad instrumental se animó a desafiar el pragmatismo gestivo conservador de la apropiación descarada de los nuevos recursos tecnológicos que hoy, más que nunca, siguen siendo motivo de conflictos de variada estirpe. Esa derrota los pueblos podrán evitarla si echan mano a la democratización profunda en materia de comunicaciones, que desde luego no se ciña a lo estatal y que habilite a las organizaciones del pueblo, a las cooperativas, a cumplir un rol de relevancia infinito que les es propio. Allí yace una fuerza popular capaz de eludir las perversiones modélicas que el neoliberalismo viene deparando a los estados de derecho en todo el mundo.(1) "Comunicación Estratégica: origen y evolución del concepto", por Enrique Silvela Díaz-Criado, disponible en dialnet El General de División Enrique Silvela Díaz-Criado fue promovido al empleo de General de Brigada el 18 de noviembre de 2019. Es Diplomado de Estado Mayor por los ejércitos de España y Estados Unidos y Doctor cum laude, especialidad en Paz y Seguridad Internacional, por la UNED. En su anterior empleo de coronel ejerció el mando de la Sección de Doctrina del Centro Conjunto de Desarrollo de Conceptos (en el Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional) entre diciembre de 2018 y diciembre de 2019 y del Regimiento de Artillería Antiaérea N.º 73 entre 2016 y 2018. Anteriormente, desempeñó sus servicios como profesor en la Academia de Artillería y en la Escuela de Guerra del Ejército.
Ha participado en diversas misiones internacionales en Bosnia y Herzegovina, en Afganistán y en El Líbano. Es autor de varios libros y artículos profesionales, entre los que destacan las publicaciones El Conflicto de India y Paquistán (Madrid, 2006) o El conflicto de Irak (Madrid, 2007).
El General D. Enrique Silvela Díaz-Criado ha sido galardonado, entre otros, con el primer premio Revista Ejército en el año 2013 y el segundo premio en el año 2009, así como con el tercer premio McArthur Leadership Essay Award en 2008