Mario Ramírez Granados (*).
A veces el dolor es tan grande, que para nombrarlo, es necesario recurrir a la ficción. Es el caso de La llorona (2020) de Jayro Bustamante, que se sirve de la leyenda colonial para poder nombrar a la historia reciente de la sociedad guatemalteca.
La historia de Guatemala, como en tantas partes de América Latina se refiere al uso del terror como mecanismo para intentar socavar a los conflictos sociales, que se deben a la profunda desigualdad socioeconómica sobre la que se organizaron nuestras sociedades. La película recupera imágenes tristemente comunes en la región, como el tema de los desaparecidos, de aquellos que no están ni vivos ni muertos.
Como una forma de luchar contra ese pasado, muchas de nuestras sociedades han tratado de revisar ese pasado doloroso, mediante el uso de las comisiones de la verdad y el papel de los organismos de derechos humanos. Tal como indicaba uno de los personajes de la película, una forma de sanar a las heridas de una sociedad, es nombrarlas, como primer paso para su reparación.
Pero el trecho hacia la justicia se vuelve largo. El filme retrata a los perpetradores mediante el personaje del General Enrique Monteverde y la camarilla militar a su alrededor. A diferencia de muchas de las cintas a las que nos tiene acostumbrados Hollywood, no se trata de locos desequilibrados o villanos absolutos, como en la realidad, los perpetradores se esconden bajo el aspecto de patriarcas que viven con un aura de aparente respetabilidad. La mayoría de veces niegan la violencia, en otras culpan a las víctimas, dando a entender que no eran inocentes o incluso justifican que la violencia era un mal necesario. como parte de la lucha contra la amenaza revolucionaria, un conflicto en el que poblaciones indígenas y campesinas quedaban en el medio y terminaban siendo sacrificadas Muchos de estos personajes, por su parte, tratan de vivir sin responder, consideran al pasado como un lastre que quedar atrás, buscando escapar de su propia responsabilidad
Como muestra la película, un esquema de terror se refuerza en la dificultad de juzgar a las atrocidades, lo que permite que muchos de los que perpetraron la violencia, se cubran bajo el manto de la impunidad y se pasen libremente.
En una realidad tan insoportable ¿Qué remedios pueden encontrar nuestras sociedades? Recurrir a la ficción y a la tradición, desde la cual poder subvertir la realidad y darle voz a los vencidos. En las culturas prehispánicas, los muertos conviven con nosotros, y esta coexistencia se manifiesta en espacios como el Día de Muertos. Pero en la visión de Bustamante, se trata de muertos enojados, que buscan que se les haga justicia.
Bustamante recupera la belleza de la cultura maya desde aspectos tan cotidianos como los vestuarios de las mujeres o las comidas tradicionales, hasta aspectos como las purificaciones espirituales y en el uso sutil de símbolos (el Sapo), pero no se queda en reproducir este imaginario.
Es ahí donde reside la genialidad de La Llorona, que reinterpreta la historia del espectro que una vez fue una mujer celosa que ahogó sus hijos y como castigo fue condenada eternamente a vagar entre los ríos, buscándolos, para convertirse en un espíritu de venganza, que trata de resarcir lo que el sistema de justicia no pudo resolver. Desde esta condición, deja de ser un cuento que culpabiliza a la mujer para convertirse en una forma de reparación: los gemidos de la llorona los perciben aquellos que tienen cuentas pendientes, que se saben en el fondo, culpables. Es decir, que las lágrimas de la Llorona son desde esta lectura, las lágrimas de una memoria viva, que se sabe en disputa.
Los festivales internacionales han sabido reconocer la visión de Jayro Bustamante, reconociendo su riqueza convirtiéndola en la primera película guatemalteca en concursar para premios como los Globo de Oro. La llorona se inscribe en una tradición previa de filmes latinoamericanos como La teta asustada (Perú) o Roma (México), pero que brilla por luz propia. Ojalá que este reconocimiento permita que pueda volver a exhibirse en nuestro país, y que desde el espejo guatemalteco , podamos repensar nuestras propias miserias.
San José de Costa Rica.
(*) Abogado y sociólogo.