Por Eduardo Luis Aguirre
Desde hace algunas décadas observamos el tránsito del capitalismo industrial a otras formas de acumulación que maximizan la tasa de ganancia. Lo productivo cede ante la prepotencia de un sistema financiero que no solamente influye en la economía y los mercados sino también en las sociedades y en los sujetos implicados en esas transformaciones drásticas e impiadosas. Algo (o mucho) de esto denunciaba Vladimir Putin en un discurso de ineludible lectura pronunciado en el último encuentro de Davos. El capital no ha dejado de tocar las subjetividades sino también las sociedades. Entre ellas, por supuesto, al fútbol, convertido en su faceta profesional en un espacio de explotación, negociados y multiplicación de circulante dinerario sin precedentes en la historia. Por supuesto, este hiperprofesionalismo ha desnaturalizado al fútbol. Desde la apropiación de los clubes por grandes capitales de cualquier lugar del mundo, hasta el rol de los “representantes” de jugadores, el papel de operadores primitivos y brutales que cumplen todos los días y a toda hora la gran mayoría de los “periodistas” especializados y la instrumentalización de los jugadores, paradójicamente los principales protagonistas de este juego, entre otras calamidades. También los clubes “privatizados” y las empresas que consiguen camouflarse legalmente como clubes y participan en los distintos torneos de ligas. Alguna noticia todos tenemos sobre eso, seguramente.
La tragedia del “Morro” García (y no personalizo sino para ejemplificar, porque no conozco en particular su caso) devuelve -seguramente de manera efímera- al primer plano de responsabilidad a los clubes. A los profesionales y también a las instituciones sin fines de lucro a las que reivindicamos como clubes sociales. Pero debemos recordar que hubo hechos similares anteriores, seguramente con particularidades diferenciales que también desconocemos.
Me vienen a la memoria un gran mediocampista y un arquero en ascenso que no pudieron soportar la presión salvaje naturalizada.
Las lógicas que imperan al interior del fútbol tienen una marcialidad, un sistema de creencias brutal donde “lo físico” pasa a ser lo más importante en un fútbol que, en el caso argentino, cada vez es menos atractivo desde lo lúdico y lo estético. Los sacrificados jugadores amateurs (también los profesionales, desde luego) padecen pretemporadas a temperaturas extremas, son sometidos a esfuerzos inhumanos y ostensiblemente anodinos, los entrenamientos tienen una exigencia tan impensada como inútil y los clubes, al mismo tiempo, ignoran olímpicamente lo que a esos jugadores les pasa. Sobran los PF y los entrenadores, que en muchos casos y por sus escasas herramientas simbólicas son parte esencial del problema. En cambio, no se conocen demasiadas trabajadoras sociales que observen la realidad en la que viven estos deportistas ni tantos psicólogos que aborden a los futbolistas (y no trabajen para sus empleadores, diferencia que es crucial) ni sociólogos que brinden elementos conceptuales a los dirigentes. Entonces, no debe sorprendernos el espanto de que la vocación se transforme en obligación sacrificial, la ilusión en frustración, la juventud en una edad perdida donde se veta la sociabilidad natural de los jóvenes, el juego en un muestrario de violencia y atletismo y la belleza en una ensalada intragable donde el correr y lo táctico disuaden al hincha más pasional. Mientras tanto, no hay nada nuevo futbolístico bajo el sol. Alguien, una vez, ensayó un verdadero decálogo de extraordinaria vigencia y simpleza, que pone en evidencia que nada ha cambiado y coloca al desnudo los estragos que este fútbol actual provoca a todo nivel: "1) Tener siempre la posesión de la pelota. 2) La desmarcación es una necesidad permanente. 3) La habilidad individual debe aplicarse al toque y a la gambeta. Si puedo, elijo el toque. 4) Entre un pase largo y dudoso, me quedo con tres pases cortos. 5) La defensa se hace con once y el ataque también. 6) Toda táctica es buena o mala según los jugadores que se tengan. 7) Con mayoría de buenos jugadores, cualquier plan táctico se hace más fácil. 8) Los planes defensivos no son difíciles de imaginar, por eso como técnico les doy preferencia a los planes ofensivos, cuya esencia es la creación del fútbol. 9) Un principio fundamental de un ataque es empezarlo por afuera y terminarlo por dentro y 10) Contar con buenos punteros sigue siendo una necesidad imprescindible". Quien lo ensayó fue “Pepe” Minella, conductor de la selección argentina campeona de la Copa América 1964, ganando el torneo de punta a punta y superando incluso al Brasil de Pelé. Volvamos a Minella. Por favor.