Por Diego Tatián
Al menos en dos lugares de su obra, Borges hace de la voz baja y el habla calma una potencia o una virtud o una capacidad. La encuentra en seres anónimos, plebeyos y solitarios, siempre vinculada a una ausencia de queja y a una valentía de vivir. Uno de ellos es un cuchillero: la “Milonga de Jacinto Chiclana” atesora ese verso inolvidable que encripta una ética entera: “capaz de no alzar la voz y de jugarse la vida”. El otro es alguien de quien Borges hablaba ya en pasado: el gaucho, quien -dice- “cantaba sin premura, porque el alba tarda en clarear, y no alzaba la voz”. Ese estilo perdido de enunciar sin atropello las cosas más importantes resulta anacrónico en un mundo donde todos gritan y alzar la voz por sobre la de los demás es condición para ser escuchado, o para tener razón.
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