Por Eduardo Luis Aguirre 

La mayoría de las encuestas de opinión adelantan que el ultraderechista José Antonio Kast se impondría en el balotaje chileno de diciembre próximo. Si esos pronósticos fueran acertados, el mapa de la región quedaría fuertemente influenciado por una contexto reaccionario que exhibe singularidades inéditas. La primera de esas peculiaridades es que, a diferencia de lo que acontecía en la década del setenta, las derechas no debieron pagar el costo de cruentas dictaduras y violaciones masivas a los derechos humanos para alcanzar el poder. El dispositivo neoliberal, después del Consenso de Washington avanzó con un arsenal cultural que finalmente terminó logrando una hegemonía mundial y le permitió a las derechas acceder al gobierno mediante elecciones democráticas. Mediante democracias de baja intensidad, Hispanoamérica retrocedió a límites que parecían impensados en la primera década del nuevo milenio. Las lógicas globalizantes, las narrativas académicas, los golpes blandos, la intervención de nuevos factores de poder financiero y tecnológico le fueron torciendo el brazo a las incipientes democracias populares de nuestro Sur. El agotamiento de los populismos fue profundizado y acelerado por instrumentos novedosos que fueron logrando la adhesión de la población. Ya hemos hablado de la construcción de las nuevas subjetividades. Solamente queríamos recordar ahora que, entre aquellas nuevas tecnologías que contribuyeron a este retroceso, debemos necesariamente incorporar al derecho. Chile puede convertirse en la última imagen de la conquista pero fue también el punto de partida de los novedosos implementos de nuevas formas de considerar el derecho, nuevos esquemas de enjuiciamiento y persecución penal y drásticas aceleraciones en los procesos de prisionización de colectivos sociales vulnerables. El caso de los mapuches en Chile fue una cruenta prueba piloto de la potencia de las nuevas técnicas .Las codificaciones de raigambre anglosajona que se impusieron en las últimas décadas multiplicaron rápidamente la cantidad de presos y agudizaron la selectividad del sistema. El Lawfare es una consecuencia prevista en ese diagrama imperial. El pretexto fue dejar atrás los formatos inquisitivos hispánicos, aunque la inquisición no hubiera condenado nunca en la historia a un sudamericano. Aquel "yerro" histórico de soslayar al verdadero sujeto colonial histórico de estas tierras se reencontraba con un nuevo proyecto de penetración ideológica. Resonantes ONG´s que tuvieron su cabecera de playa originaria en el país trasandino trabajaron estratégicamente para alterar nuestros sistemas jurídicos históricos. La potencia cultural de esos experimentos vació de contenido humanitario a las antiguas formas jurídicas y transformó a los nuevos procesos penales en novedosas herramientas capaces de producir la criminalización a mansalva. En la Argentina, las escuelas de derecho fueron colonizadas por las jornadas de litigación, mientras la cantidad de reclusos se multiplicaban sin solución de continuidad. Esa irrupción de una técnica vertiginosa, capaz de disciplinar las prácticas y las conciencias hizo pie en Chile, y desde allí se expandió al resto de la región. La uniformidad no es casual ni significa un progreso. Al contrario, los operadores del sistema y una gran parte del estudiantado son cautivos intelectuales de esta gigantesca construcción imperialista. Derechos humanos institucionalizados, aborregados, fraguados en instituciones de tan merececido desprestigio como la OEA y reiterado hasta el cansancio -al igual que el pensamiento emancipatorio- en las facultades maniataron las posibilidades de que el derecho pudiera ser otra cosa que un arma de guerra o una forma de profundizar las asimetrías en el continente más desigual de la tierra.