Por Eduardo Luis Aguirre
“Las características de la cultura dependen en cada etapa histórica de los sectores sociales hegemónicos que establecen una organización económica, política y social. Para ello reglamentan normas que se formalizan jurídicamente y que regulan las relaciones entre los miembros de la comunidad cuyo objetivo es reproducir las condiciones de dominación” (1)
Por Eduardo Luis Aguirre
En la convulsionada Francia de los años sesenta, Jean Paul Sartre fue un protagonista central de las protestas estudiantiles y obreras que se reproducían y crecían en un revulsivo social sin precedentes. En todo el mundo, el filósofo era conocido por su multifacética producción intelectual, pero también por su férrea toma de posición en la guerra de Argelia, por los viajes que hizo a Cuba a pocos años de haberse producido la Revolución, a la siempre atractiva Unión Soviética de esa época, a la fascinante Yugoslavia de Tito, epicentro de la fundación de los países No Alineados.
Según una serie de intelectuales de origen británico, al menos en su gran mayoría, el capitalismo en su etapa algorítmica y megaconectada financieramente ha producido un colapso antropológico donde los relatos simbólicos de la izquierda son anacrónicos. Carecen de una operatividad real y son el mero testimonio del peso de un legado que ya no nos dice nada del futuro. En esta perspectiva, la izquierda y los distintos relatos emnacipatorios como los movimientos nacionales y populares estarían anclados en un apego melancólico al pasado. De distintos modos, es lo que se deduce del “Manifiesto Aceleracionista”.
Los embates contra los distintos, la privación de derechos de los más vulnerables, la persecución política, el racismo, las lógicas de aniquilamiento, las violaciones a los derechos y garantías constitucionales que asedian a los ciudadanos que habitan la región (y buena parte del mundo occidental) no son un invento de última generación. No configuran una parte del acervo cultural de las nuevas derechas violentas del neoliberalismo del siglo XXI, ni implican un arrebato creativo que se cierne sobre los sufridos pueblos del mundo.
Por Eduardo Luis Aguirre
“Hay una frase que ha llenado de orgullo a varias generaciones de compatriotas y de vergüenza a otras: "Los argentinos descienden de los barcos". Este "aforismo" confirmaba la creencia tan difundida de que la Argentina no tuvo pasado indígena, lo que uno podía comprobar siguiendo los manuales de historia con los que se educaron la mayoría de los argentinos que hoy tienen más de 30 años” (1).