Por Eduardo Luis AguirreUn proceso de hibridación social se produce cuando distintos grupos sociales se reconocen, se contactan, quizás establecen alianzas en miras de un objetivo común o contra otros grupos antagónicos que los agreden o pretenden someterlos.Más compleja todavía, pero igualmente antigua es la pregunta filosófica con la que se pretende contestar cómo se constituye un sujeto político. Una formación más compleja, heterogénea, activa y reactiva que, de manera colectiva, se expresa protagónicamente conjugando a propios y extraños para poner en tensión experiencias traumáticas que agobian la vida en común. Algo más que lo utilitario subyace en esa construcción. Algo que asienta en la necesidad de revertir un conjunto de circunstancias opresivas que atentan contra el buen vivir originario y colectivo. Una conjugación híbrida que se abre paso frente a la opresión y la explotación, cuya connotación singular es la decisión de una actuación contra la injusticia reinante. Reconocemos expresiones colectivas, como ya hemos dicho, desde el fondo de la historia, conflictos que lejos de significar un problema constituyen un patrimonio colectivo en términos de libertad de expresión y derecho a la protesta social y que muchas veces constituyeron movimientos políticos y sociales frente a determinados poderes antagónicos. Esa hibridación inicial conjugó, por ejemplo, a obreros y campesinos expoliados. Otras veces se han dado expresiones policlasistas que coaligaron a obreros, trabajadores rurales, clases medias, trabajadores sindicalizados, sectores de las Fuerzas Armadas, estudiantes y profesionales. El peronismo, por ejemplo, sigue la expresión movimentista no marxista más duradera y vigente de la historia moderna. Como expresión esencialmente frentista, supo coaligar a las demandas de las mujeres y las disidencias, sectores importantes de la izquierda nacional y el progresismo en una amalgama extravagante para la mirada de los observadores de otros lugares del mundo.Algo que hasta ahora no se había conocido, es que frente al atropello criminal contra los jubilados y pensionados irrumpiera en defensa de sus derechos un nuevo sujeto social, particularmente identificable en la Argentina, que logra acuerdos básicos y toma la calle junto a una singular y activa militancia de la tercera edad. Ese sujeto social son las hinchadas de fútbol. Algo impensable y original que el gobierno colonial de Milei consiguió a pura sinrazón. Esa hibridación entre ancianos que pelean contra el saqueo del que han sido víctimas y aquellos que el académico Pablo Alabarces denominara “barras bravas” o “hinchadas militantes” están en la calle y marchan juntos. La estupefacción se agiganta, porque todos suponíamos que quienes lideraran esas protestas fueran las centrales sindicales, pero no. Salen los hinchas en defensas de sus padres y abuelos, indignados, atravesados por una convicción que proviene, límpida, del subsuelo de la patria sublevada. Partidarios de decenas, centenares de clubes de todo el país se pronuncian contra la crueldad infinita del despotismo gubernamental, de su proverbial insensibilidad.Si bien Alabarces ha dividido en sus escritos a las barras bravas (a las que denuncia por su participación en entramados y hechos delictivo de diversa especie) de los “hinchas militantes” y los simples simpatizantes, es casi seguro que esos tabicados hayan cedido en la heterogeneidad plena de la multitud. De esa manera, haciendo frente a la policización y militarización preocupante con la que pretende dominar las demandas de este nuevo, hasta ahora desconocido pero potente sujeto social, se suscita una nueva articulación, una nueva conjunción de fuerzas contra un gobierno de pesadilla. Frente a esa irrupción sin precedentes, el gobierno recurre, una vez más, a la violencia institucional desmadrada. Una verdadera tragedia que augura un fin de época, una violación sistemática y brutal de los derechos humanos. Adentro del Congreso, la propia derecha agudiza por la vía de los hechos la endeblez de un armado fatídico en una sucesión de agresiones entre propios. La violencia se desmadra por el acotamiento esperable del horizonte de proyección libertario.
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