En distintas oportunidades, desde este mismo espacio, hemos analizado el rol de los grandes medios de comunicación y sus actuales potencialidades, capaces de falsear la realidad histórica, participar de operaciones concertadas, legitimar guerras y gigantescas masacres, desestabilizar gobiernos y aupar candidatos, entre otros ejemplos recientes ocurridos en todo el mundo.
La influencia devastadora del “periodismo de guerra” utilizado contra las experiencias populistas latinoamericanas, provoca naturalmente que en nuestro país acotemos el horizonte de proyección de nuestra mirada a lo que acontece en nuestra región con estos nuevos y fenomenales medios de control social. Esa observación de corto alcance deja de lado el análisis de la gravitación que la prensa dominante adquiere en el concierto internacional, incluso, respecto de las grandes potencias consideradas “amenazas” hacia el orden global imperante..
Desde la guerra fría, la Unión Soviética fue objeto de una campaña sistemática de los aparatos ideológicos de los estados de occidente. Rusia, en la actualidad, ha heredado también, después de su resurgimiento, esa descomunal prédica de desprestigio y demonización por parte de la prensa occidental. En la mayoría de los medios del mundo hay una predisposición permanente a desvalorar la experiencia política rusa, y a presentar al país como un enemigo de los valores que pretende encarnar el occidente civilizatorio. La libertad, la tolerancia, la paz y la civilización unidimensional a la que nos tienen acostumbrados, sin demasiadas explicitaciones conceptuales, los países que reclaman la legitimación de un rol de gendarme del mundo. El recorrido ruso de los últimos años, sus resonantes victorias en el campo diplomático, su ascendente protagonismo en el plano internacional y su cada vez más consolidada alianza con China y otros bloques y países considerados más o menos díscolos, ha multiplicado las retóricas y las prédicas rusófobas por parte de muchos e importantes medios de comunicación, que presentan a la potencia euroasiática como atrasada, antidemocrática y agresiva.
La salida de Rusia de la crisis, y su posterior e inmediata revalidación como referente mundial, fue exhibida como una refundación a medias en la que subsistían, en la organización política del país, grupos fácticos ligados al pasado, oscuros millonarios y una estructura de poder incompatible con formas “democráticas”, entendida ésta con los patrones conocidos del capital financiero transnacionalizado y el nuevo sistema de control global punitivo encarnado por la OTAN.
Poco o ningún interés existió en occidente por tratar de entender el complejo proceso de acumulación a que debió apelar Rusia, urgida en su adaptación a los nuevos códigos de la “economía de mercado”.
A la pesadilla de la postración y la privación de los primeros años, le siguió un intento de fortalecimiento de su economía, su potencial militar y su capital social que en buena medida se trató de explicar junto con una nueva categoría política que no nos resulta para nada extraña a los latinoamericanos. Se trata de la denominada “democracia soberana”, un ejercicio de respeto de la voluntad democrática centralizada del estado que se repite casi siempre cuando las respuestas de las naciones no imperiales es acuciada por los tiempos históricos. Sobran los ejemplos en América Latina. Sólo que aquí, a esas experiencias autonómicas las denominamos bonapartismo, socialismo nacional, populismo, caudillismo, etcétera. En esos ismos se esconden las críticas a la supuesta inadecuación de estas formas de expresión popular no siempre adecuadas a los discursos –no a las prácticas- eurocéntricas o norteamericanocéntricas. Curiosos ejemplos, estos últimos, de democracia.
La democracia soberana supone, en primer lugar, el respeto de la voluntad de la mayoría del pueblo y, en segundo término, de las especificidades que caracterizan a todo agregado humano, por más que se trate, en este caso, de la nación geográficamente más extensa del planeta, diametralmente diversa y multicultural. Los liderazgos, en muchas de estas experiencias políticas antiimperialistas, asumen formas unipersonales que no implican otra cosa que una síntesis de las expectativas y percepciones del conjunto y suponen formas de rápida reacción frente a las afrentas externas e internas. Sobre todo cuando sus fronteras están rodeadas por la alianza militar más importante de la historia.
Por estos motivos, Rusia, y su Estado, deben permanecer “libres de cualquier presión o injerencia ajena en asuntos externos e internos. Esto es, por ejemplo, de la presión de actores internos que actúen representando a fuerzas externas” (*). Esto supone una vocación de reconquista del terreno perdido durante la debacle, que incluye la protección de sus fronteras, de su economía, su población y su cultura. Es lógico que, en este marco, el país seguramente ejercerá influencia sobre sus vecinos, por su volumen y potencialidades. Son muchos los casos de este tipo de gravitación regional asimétrica, que no han merecido ni merecen las críticas que soporta el Kremlin en ese sentido. Nicolás Mironov menciona, entre muchos otros casos, la influencia de EE.UU., la Unión Europea, China, Brasil, Sudáfrica e India.
En otros términos: “Al poner sobre la mesa el concepto dedemocracia soberana, Rusia trata de demostrar su derecho a definir los conceptos de democracia y derechos humanos a la luz de sus características históricas y nacionales. La democracia, pero especialmente nuestra democracia, es la base de esta aproximación. El problema en cuestión guarda escasa relación con la democracia como concepto filosófico, político o legal. Rusia trata simplemente de mostrar que, con o sin la confianza ideológica de Occidente, es capaz de establecer por su cuenta su propia forma de responder a las realidades modernas.
La necesidad de autoidentificarse como estado democrático está conectada, aparentemente, con el siguiente paradigma: para que un Estado pueda declararse soberano, debe ser democrático. Eso significa que (1) representa legítimamente al pueblo y (2) se guía por ciertos valores universales; es decir, no representa una amenaza para la comunidad internacional y no es un agresor en potencia, una fuente de terrorismo, etc. Ser reconocido como un miembro de pleno derecho en la comunidad internacional de las democracias y ser reconocida en estos términos se está convirtiendo en un problema para el futuro de Rusia, lo que está conectado con su aspiración a resurgir como líder regional y mundial” (**).
(*) (**) Estado y soberanía popular en la Rusia moderna, disponible en http://www.pabloveyrat.com/lamiradaaleste/2009/03/02/estado-y-soberania-popular-en-la-rusia-moderna-por-nicolas-mironov-moscu/