Por Eduardo Luis Aguirre

      La reciente victoria en primera vuelta en las elecciones bolivianas del demócrata cristiano Rodrigo Paz constituyó una gran sorpresa entre la mayoría los observadores y analistas. Con la obtención de un 32% de los sufragios emitidos, el hijo del ex presidente Jaime Paz Zamora conmocionó por diversas razones a la región en su conjunto. Vamos a compartir con ustedes un breve decálogo que pretende iluminar algunos aspectos del resultado de la primera vuelta en los comicios del país hermano.
1.    Una semana antes de los comicios, los pronósticos hablaban de un empate técnico entre los dos candidatos de la derecha, Samuel Doria Medina y el más extremo Jorge “Tuto” Quiroga. Esas especulaciones daban cuenta de una pelea muy pareja por el tercer puesto entre Paz, el izquierdista Andrónico Rodríguez y Manfred Reyes, en medio de una gran cantidad de indecisos y una perceptible volatilidad del sufragio. Casi nadie pensó que el consenso creciente del joven Paz, legislador y ex intendente de Tarija le alcanzaría para liderar los guarismos finales de la primera vuelta. Primera y necesaria pregunta: ¿en qué momento y en base a qué coordenadas el ciudadano común determina su propio voto?
2.    En el próximo balotaje, Paz deberá enfrentar a Jorge Quiroga, un derechista extremo vinculado a los sectores más reaccionarios en un país que tiene una historia jalonada por golpes de estado, intentos de quebrantamiento institucional y tentativas secesionistas, generalmente protagonizados por las clases dominantes cruceñas. Quiroga fue a votar acompañado por Branko Marinkovic, efímero ministro de economía de Jeanine Áñez, la ex presidenta que purga una condena por complicidad con el terrorismo. Un sujeto al que se sindica como uno de los líderes de las pulsiones que instaban la fragmentación territorial de Bolivia. Un supuesto aliado de militares derechistas argentinos que se refugiaron en ese país cuando comenzaron en nuestro país los juicios por la verdad al que algunos sindican como un pro ustacha. 
3.    Paz, cabe aclararlo, no es un outsider. Como lo señalamos anteriormente, aquilata una carrera política reconocida. Es más bien un emergente de una dicotomía que abrumó al pueblo boliviano entre los partidarios de un MAS desvencijado, presa de sus internas y del fracaso de sus últimos años de gestión y los enconados adversarios del socialismo. Desde el fallido intento de reelección de Evo Morales y la asunción de Luis Arce, el país -que había vivido una etapa de promisorio crecimiento y justicia social durante los primeros años del evismo- se encontró con nuevos problemas tales como la inflación, el desabastecimiento y el retroceso de sus variables económicas y sociales. En ese marco, Paz surge como una síntesis simbólica del descontento y la frustración colectiva. Cierra el ciclo populista con la posibilidad de intentar una democracia cristiana y pacífica.
4.    La supera con una apostura y un discurso aplomado, capaz de contener a la mayoría de sus conciudadanos. Si se lo observa en sus discursos y declaraciones públicas se advertirá que es una suerte de ícono de una nueva normalidad política. ¿Recuerdos del futuro para los argentinos? Otra indagación necesaria para el pensamiento generoso de las masas populares.

5.    Paz tiene grandes posibilidades de ganar en la segunda vuelta, ya que Samuel Doria Medina ha solicitado a sus seguidores que voten al democristiano en la segunda vuelta. De imponerse, Paz deberá circunscribirse al programa electoral conciso que anunció, compuesto de cinco ideas fuerza: renovación, reunificación, integración nacional, religión y capitalismo popular. 

6.    En un país donde también han caducado los grandes liderazgos y la representación política, la democracia le ha dado una oportunidad a un candidato “de centro”, que si bien puede llegar a adoptar medidas de raigambre neoliberal no tiene un ADN político de esa filiación. La reunificación nacional que invoca Paz incluye en primer lugar la sutura del racismo y la discriminación: “Vamos a reunificar la patria”, señaló. Imaginen la potencia que esa voluntad podría adquirir en la Argentina de hoy, atravesada por el encono y convertida por la ultraderecha en una sociedad de la enemistad.

7.     El candidato adelanta que el equilibrio de las cuentas públicas habrá de ser un soporte fundamental de la recuperación boliviana. Pero anuncia un “capitalismo para todos, no para unos cuantos”. Así, se posiciona como un árbitro entre los sectores dominantes y el pueblo, y promete atender a una Bolivia “a la que no se la toma en cuenta”. Ciudadanos comunes, de todas las latitudes, incluso de las regiones más alejadas deberían ser oídos en paridad, sean obreros o campesinos. Todos ellos conforman un estado plurinacional, presidencialista, unitario, descentralizado y con autonomías.

8.    Paz no recurrió a la antipolítica para capturar un voto volátil y descreído. Por el contrario, su enunciado es un programa grabado en piedra que echa por la borda la violencia insensible de las nuevas expresiones de la derecha anarcocapitalista. Hay una convocatoria moral por el buen vivir que seguramente no puede dejar de lado el peso espiritual de los sentires y cosmovisiones ancestrales de un pueblo cuya mayoría es indígena. Lo mismo pasa, vale recordarlo, en la Argentina real, aunque algunos argentinos sostengan la idea de que descendemos de los barcos.

9.    Paz no es un candidato de izquierda, ni mucho menos. Seguramente asistiremos a medidas privatizadoras y al ingreso del capital extranjero en el país hermano. De todas maneras, los bolivianos cansados de tanta frustración no buscaron su salida por “el cambio” sino que a ese cambio le puso un límite, un “cordón sanitario” a la ultraderecha.

10.    Ese reflejo de autoprotección democrática de la sociedad boliviana debe ser motivo de un especial análisis. A diferencia de lo que acontece en otros países, frente al declive de una alternativa popular que se mantuvo durante veinte años en el poder, no abrazó un cambio inexplicable a ideas capaces de destruir y fragmentar el país, como aconteció en la Argentina. En esa decisión mesurada, que opta por una derecha a la cual no le concede un cheque en blanco, seguramente anida una memoria democrática en la que el MAS ha dejado una huella difícil de olvidar. Pero quizás los bolivianos no dejen de memorar un pasado no tan remoto. Así como el candidato ultra fue vicepresidente del dictador Hugo Banzer Suárez, el pueblo debe recordar una derecha neonazi, separatista y profundamente racista. Compuesta por los sectores blancos dominantes, núcleos reaccionarios de ascendencia balcánica que actuaron en complicidad con militares procesistas argentinos. Estoy seguro que los bolivianos son más conscientes que nosotros a la hora de recordar estas alianzas históricas. En esta hoja, hace varios años, analizamos el enclave territorial separatista y sus protagonistas. Incluso recordamos que, según estimaciones de la época, durante la guerra de los Balcanes la Argentina no solamente le proporcionó armas a Croacia sino que alrededor de 400 militares argentinos fueron a combatir en ese bando y algunos alcanzaron grado militar en el sobreviniente país europeo, una vez fragmentada Yugoslavia. La idea del separatismo no es nueva. Nunca falta un impulso foráneo que profundiza las pasiones tristes. En todos los lugares del mundo.