Por Diego Hernando Gomez*
Cuando Dijana Hrka, 1 de noviembre del año pasado, recibió la noticia de que su hijo fue asesinado, junto a otras 15 personas, por la caída de la marquesina de la Estación de Novi Sad el pueblo serbio, silenciosamente primero y públicamente después, dijo basta. Los 16 muertos no fueron los únicos sino la última masacre de una serie de asesinatos que comenzó con la llegada al poder del Partido Progresista Serbio, liderado por el actual presidente del país Aleksandar Vučić, hace 13 años.
Los estudiantes universitarios primero, los secundarios después, comenzaron a marchar y mostrar el camino que rápidamente fue seguido por la ciudadanía serbia. Centenares de manifestaciones, que han incluido marchas de encuentro de estudiantes de una ciudad a otra; tomas de universidades; verdaderas puebladas, en cada rincón del país, contra la putrefacta clase política del régimen; presentaciones ante el Tribunal de la Unión Europea en Bruselas y el de las Naciones Unidas en Ginebra; el mayor acto político de la historia del país, cuando el 15 de marzo un millón de personas se manifestaron en la capital Belgrado, contra el régimen perverso, corrupto y asesino del Partido Progresista Serbio; las decenas de miles de personas que se congregaron el pasado 1 de noviembre frente a la marquesina para conmemorar a las víctimas de la masacre son los sucesos más destacados de un alzamiento popular que ya lleva un año y que tanto la Unión Europea, Los Estados Unidos de América, la Federación Rusa y la República Popular de China hacen todo lo posible por ignorar. Cada uno de ellos, a su manera, tienen negocios con Vučić y su maquinaría autocrática.
Justo hace un año de la masacre, 7 días atrás, Dijana Hrka comunicó que iba a comenzar una huelga de hambre. Y que la iba a realizar en el centro político del país: justo al lado del Parlamento y enfrente de la Casa de Gobierno. Así es que le comunicó al gobierno, y expresamente a su presidente, que para detener su huelga exigía tres requisitos: 1) que se liberen a todos los estudiantes y ciudadanos presos por el gobierno, 2) que las instituciones hagan su trabajo y se juzgue y castigue a los responsables de la masacre y 3) que se realice un urgente llamado a elecciones. De no cumplirse alguno de estos tres requisitos iba a llegar hasta las últimas consecuencias con la huelga.
Dijana, una madre que perdió a su hijo, está desde el domingo durmiendo en una tienda de plástico, pero no está sola, está acompañada de miles y miles de serbios y serbias que le dan su apoyo y cariño. Alrededor de ella se ha formado una especie de concentración, permanente, de gente que la cuida. ¿Y de quien la cuidan? Enfrente, a escasos 100 metros, desde marzo de este año, justo frente de la casa de gobierno en un parque que se llama Pionirski Park, se ha instalado una suerte de asentamiento paramilitar al que los ciudadanos serbios denominan Ćaciland. Esta base de defensa que el gobierno ha levantado, de manera absolutamente ilegal, está llena de partidarios del régimen, incluidos criminales que han sido dejados en libertad para ser utilizados como fuerza de choque, hooligans y todo tipo de gente de esa calaña.
Pero Dijana no teme, o más bien teme pero su coraje la empuja a luchar contra la barbarie de Vučić y toda su troupe de mafiosos y asesinos que han destrozado la vida social, cultural y, en un tiempo cercano, económica, como consecuencia de todos los negociados llevados adelante. Ella ha dado su cuerpo en holocausto y el pueblo se ha encolumnado detrás.
Una madre que ha perdido lo que más ama se ha convertido en el emblema de aquellos que luchan por un mundo mejor. A la mente me viene Pelagia Vlasova, la madre de Pavel Vlasov en la novela de Maximo Gorki “La Madre”, pero sobre todo la escena final del incomparable film “Cuando pasan las Cigueñas”, de Mijaíl Kalatazov, cuando Tatiana Samoilova se da cuenta de que su novio no bajará del tren con los soldados que vuelven del frente, se da cuenta que, además, nunca más volverá y la atrapa una desesperación y una tristeza infinita que, al mirar a su alrededor, se van transformando en amor hacia el pueblo, hacia el pueblo soviético que ha dado su vida, como la de Boris, para frenar barbarie capitalista representada por el nazismo. Dijana lleva en su corazón, en su cuerpo y alma la lucha por su hijo, y todos los niños, y no está sola, con ella millones de almas que la acompañan.
*Artículo publicado en Nueva Revolución https://nuevarevolucion.es/dijana-hrka-y-el-levantamiento-del-pueblo-serbio/