Por Lidia Ferrari
Escuchar algunas personas entrevistadas en la calle acerca de a quién votaron y por qué razón, nos conduce a pensar que la lógica en la que está fundado el pensamiento racional que estudiamos en la escuela ha dejado de existir. Ellos querían un cambio y un cambio lo tuvieron. No importa si es un cambio para mal. Recuerdo escuchar a una empleada de un banco en 2023 hablar con sus clientes de que quizás lo mejor que le podía pasar a la Argentina era que explotara todo. Acabo de leer un texto en el que se habla de gobiernos latinoamericanos que lograron aumentar el poder de consumo a las clases populares y estas clases no los vuelven a votar. Pero no se trata sólo de las clases populares. Se trata de un predominio globalizado de una cultura de la vida que sumerge a cada persona a la máquina del consumo. Le sucede a los africanos que pasan años tratando de llegar a Europa por la promesa del consumo, las mujeres de Europa oriental que vienen a cuidar ancianos a la europa occidental a cambio de un dinero que dedicarán al consumo. No hablo de los obligados a emigrar para un mejor destino. Pero ese mejor destino, muchas veces, tiene como ideal poder consumir electrodomésticos. Son los efectos de las narraciones hegemónicas que todo el tiempo están ofreciéndonos productos a consumir. De la misma manera los niños y adolescentes de casi todo el mundo están siendo bombardeados a través de esos dispositivos que los alejan de sus padres por propuestas de consumo. Hay dos grandes ideas que se imponen, obviamente una de la mano de la otra. Por un lado el prestigio que otorgan los bienes de consumo. Y, por otro lado, el prestigio de poseer dinero. Como dice Masotta, la sociedad enseña tipos de conducta que son contradictorios con lo que esa misma sociedad le exige al individuo. ¿Cuál es la contradicción actual en la Argentina? Los niños, jóvenes, adultos están siendo sometidos a una narrativa segregacionista de los pobres al tiempo que genera pobres a alta velocidad. Ahora bien, todos están expuestos al ideal del consumo que, precisamente, por las acciones del gobierno, se les sustrae. En el momento en el cual el dinero es un bien escaso es cuando lo único que parece ser deseado es el dinero. Pero no porque sea un bien escaso. Por el contrario, no son las condiciones materiales las que propulsan los ideales, sino las narraciones dominantes. Estas dicen que no vales nada si no tienes dinero, auto y casa lujosa. Hacia ese ideal se dirige una mayoría en un contexto donde eso anhelado es muy difícil de obtener. ¿Son los dólares los que enferman la sociedad argentina? ¿O lo que se ha logrado inscribir a fuego en el alma de los argentinos es que lo único que vale son los dólares para acceder a ese consumo? Los efectos son múltiples: Un casi exclusivo anhelo a realizar es obtener dinero, no importa cómo; el valor del dinero discrimina a las personas en relación al poder adquisitivo; un cuasi delirante rechazo de la pobreza como aquello que muestra lo ficticio de este universo; expulsar todo lo que desmienta ese anhelo singular de dar el golpe; el rechazo de valores de solidaridad o de salidas colectivas; etc.
Si han logrado imponer una narración que rechaza la justicia social, la salud y la educación públicas, también en aquellos a quienes beneficia, inquieta pensar cómo alcanzar con otros valores a quienes han sido bombardeados por dichas narrativas. Si la promesa de justicia social ha sido bastardeada, para que vuelva a ser un valor a procurar se deberá perforar esa narrativa ganadora. No sirve escandalizarse por ello sino comprender que las narraciones dominantes construyen subjetividad más que las condiciones concretas de existencia.