Por Liliana Ottaviano
Desde estas páginas hemos intentado en más de una oportunidad establecer puentes que nos permitan acercar algunas nociones o categorías del psicoanálisis a la política.
Hay fenómenos políticos que requieren para su análisis los aportes del discurso psicoanalítico. Un discurso para el que lo político está lejos de ser un exterior.
Este artículo intenta pensar el odio como una de las formas actuales del malestar en la política y para ello tomaremos dos categorías que Lacan y los psicoanalistas contemporáneos se esfuerzan en seguir profundizando, la teoría de la división del sujeto y la relación con el plus de goce.
“El odio no es una pasión nueva, es tan vieja como el mundo”, nos dice Anaëlle Levovits-Quenehen en su libro Actualidad del Odio. Una perspectiva Psicoanalítica[1]. Lo novedoso tal vez sea esta reactualización de algunas formas en las que se manifiesta, las que creíamos superadas.
Ni Freud ni Lacan eran optimistas ni se ilusionaban en que las relaciones intersubjetivas nos llevarían a la convivencia armónica entre los seres humanos. La autora se pregunta “¿es posible escapar del odio?”. Las respuestas hay que buscarlas más allá del propio texto.
Bajo el título del Retorno de la bestia inmunda, Levovits-Quenehen responde acerca de por qué una psicoanalista se ocupa de este asunto. Por tres razones importantes, dice ella.
- “El ejercicio del psicoanálisis exige el estado de derecho (donde la palabra se enuncia libremente) que el odio reinante pone en peligro.
- El discurso analítico -el de Freud y de Lacan especialmente- arroja sobre el odio una nueva luz mucho más eficaz -eso creemos-. Muchos discursos pretenden diluirlo, denunciarlo, aunque solo consiguen reforzarlo;
- finalmente, quienes se levantan hoy contra los discursos de odio, de la extrema derecha especialmente, no son muy numerosos como para que los psicoanalistas puedan abstenerse de combatir esos discursos absurdos. Lacan vio venir ese retorno del odio bajo la apariencia del aumento del racismo.”
En un texto escrito hace algún tiempo, afirmamos que “La pandemia en tanto acontecimiento excedió lo puramente sanitario para transformarse en un desastre civilizatorio sin precedentes con implicancias políticas y económicas devastadoras para los estados nacionales”. (Ottaviano. https://derechoareplica.org/secciones/filosofia/1349-el-acontecimiento-pandemico-en-nudo-pandemia-sujeto-politica)
En ese mismo texto, siguiendo a Jorge Alemán, nos interrogamos sobre las condiciones de posibilidad que existían en el escenario pandémico para que pueda advenir un sujeto político dispuesto a diferenciarse de la subjetividad capitalista producida por el dispositivo neoliberal.
A más de cuatro años de transitada la pandemia, podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que la misma produjo un acelerado proceso político que dio lugar al surgimiento de discursos de odio desembozados. Sin velos. A cielo abierto. Sin pudores. Los que no logran ser acallados ni por la opinión pública ni por argumentos antinegacionistas. Ni siquiera alcanza ya, traer a la memoria los grandes acontecimientos segregacionistas y de exterminio genocida del siglo XX.
La autora analiza la influencia de la posverdad como cómplice del odio. “La posverdad se torna entonces uno de los medios privilegiados del odio al Otro que pasa por la misología, ese odio al saber y el pensamiento que siempre cuenta con sus adeptos, pero que parece conocer un aumento inédito de su vehemencia”.
La actualidad del malestar en la cultura se manifiesta hoy por el odio al Otro, sus expresiones y manifestaciones se observan en el resurgimiento de nacionalismos, fanatismos religiosos, racismo y diversas formas de xenofobia, hacia todo aquello que se presenta como no-semejante produciendo un efecto de “amenaza” a la idea de universalidad que la globalización pretendía como modelo de uniformidad identitaria funcionando como obturación de la singularidad, especialmente del goce. (Ottaviano https://lacaneman.hypotheses.org/?s=)
En este contexto las derechas, de un lado y otro del mar, están produciendo su marca indeleble, pretendiendo producir sujetos que demandan mano dura y eliminación de toda diferencia. Que no respeta las diferentes formas del goce de cada uno. Que castiga el goce del otro. Es un odiar, un no soportar el goce del Otro. Y más aún, podríamos agregar se odia la manera particular en la que se imagina el goce del Otro. Al respecto Lebovits Quenehen afirma que “Es siempre la diferencia el objetivo del odio, ya sea una diferencia visible a simple vista, o identificada en un modo de goce más discreto y entonces, mucho más difícil de ser identificable.”
Anaëlle Levovits - Quenehen analiza los efectos del discurso capitalista y del discurso de la ciencia y se pregunta “¿Por qué el odio se intensifica, gana terreno días tras día? ¿Cómo informar acerca de esa fuerza que tiene? ¿Cuál es su verdadero sentido? ¿Cuál es la satisfacción para quién lo experimenta y lo fomenta? ¿Qué efecto tiene ese odio sobre la persona focalizada?”
El discurso capitalista, deja de lado las cosas del amor, tal como nos advirtiera Lacan en sus célebres conferencias tituladas "Hablo a las paredes”. Un rechazo forclusivo del amor, en palabras de la autora, a la vez que genera un ascenso del odio, rechaza la diferencia absoluta y nada quiere saber del goce que habita en cada sujeto.
Si el odio es una de las formas del malestar en la política ¿es posible hacerle frente con una profundización de la democracia? “Es verdad que la representación implica siempre una pérdida, en la medida en que no se está jamás perfectamente representado por otro que no sea uno mismo. Pero, la representación tiene el mérito de unificar cierta cantidad de reivindicaciones y de permitir definir la línea de un movimiento, línea desde la cual puede situarse”.
Profundizar la democracia es mucho más que ejercer ininterrumpidamente el derecho a votar. Profundizar la democracia como única opción para preservar el respeto y el alojamiento de las diferencias y pluralidad de opiniones. El odio se dirige a lo diferente. La autora lo precisa así “los objetos preferidos del odio resultan elegidos como tales a partir de su diferencia. Es siempre la diferencia el objetivo del odio.
Tomar del psicoanálisis la coordenada de su ética como nos señala Anaëlle “una posición ética que promueve la diferencia absoluta con el objetivo de utilizarla allí donde el odio sueña con un mundo sin diferencia”.
Es en “El malestar en la cultura“ donde Freud afirma que “El hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor, que sólo osaría defenderse si se le atacara, sino, por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo.”
De esto, tal vez, se debe ocupar la política. De poder hacer con el goce, con lo diferente, con lo singular. Alejándonos del Uno de la universalización para acercarnos a los matices y texturas de la subjetividad humana, esa que habita diferentes geografías y que goza de maneras singulares. Aceptar la imposibilidad de un consenso general o de una solución política final y universalizable.
[1] Lebovits-Quenehen, Anaëlle. Actualidad del odio Una perspectiva psicoanalítica. Grama Ediciones. 2024. Caba