Por Eduardo Luis Aguirre



Los años que signaron el esplendor y la debacle de Portugal y España en su relación con los territorios de ultramar muestran algunas similitudes, pero también permiten advertir diferencias ostensibles. Una vez firmado el Tratado de Tordesillas (Valladolid) en 1494 entre Fernando de Aragón e Isabel de Castilla y Juan III, se saldan las disputas esenciales sobre los territorios “descubiertos” en el Nuevo Mundo después de un año de arduas tratativas y hasta la posibilidad concreta de llegar a un enfrentamiento militar entre ambas potencias al momento de dividir los nuevos territorios.

Después del Tratado, que se conserva en el Archivo General de Indias de Sevilla (imagen), las relaciones bilaterales cambiaron sustancialmente. “La zona conocida a principios del siglo XVII como Maranhão abarcaba la práctica totalidad de la Amazonia. Famosa en la Europa renacentista por ser una región de múltiples mitos y leyendas, comenzó a materializarse como un atractivo territorio para diferentes sociedades europeas interesadas en la expansión y colonización de los territorios de ultramar. A medida que estas iniciativas se iban concretando, la doble corona hispano-lusa fue organizando una respuesta frente a ellas que a partir de 1618 se convirtió en un gran proyecto militar, religioso, administrativo y de colonización para una región que lejos de ser motivo de confrontación entre los sistemas políticos portugués y español, sirvió como gran plataforma para un objetivo integrador dentro de la Unión Ibérica. Fue durante este periodo que se pusieron las bases para la posterior colonización efectiva europea del territorio, tarea que se dilató más de dos siglos” (1).

Nada parecía estar tan claro en esa época. Las dos potencias supieron de míticos “traidores”, descalificación discutida en ambos casos, que casi siempre provino de los cenáculos del poder. Lope de Aguirre entre los españoles, Fernão de Maglhâes entre los portugueses.

El Tratado no solamente disciplinó esas disidencias trascendentales. Ordenó las regiones que de ahí en más hablarían castellano y las que conservarían el portugués como lengua, de acuerdo a la repartición de los dominios. Varios saberes se ocuparon de la importancia de la lengua, que incluso precede a los sujetos. Esas identidades idiomáticas se forjaron en la desconfianza propia de las incipientes naciones y se aplacaron, por así decirlo, después de Tordesillas.

La idea de “Unión Ibérica”, por la que se inclinó también José Saramago, le deparó al premio Nobel muchas críticas que partieron de sus compatriotas, que se sentían menoscabados en su orgullo patriótico. Lo cierto es una encuesta del Real Instituto Elcano hecha pública en 2016 concluyó que un 78 por ciento cree que ambos países deberían avanzar de alguna forma hacia una unión política ibérica común (2). “Iberia” era el nombre que proponía para esa unión de pueblos el formidable escritor de Azhinaga.



En el caso español, la historia admite como mínimo dos relatos contrapuestos que se denominan de manera categórica “leyenda rosa” y “leyenda negra” para caracterizar la conquista. En líneas generales, nos hemos ocupado de manera insistente en este espacio sobre la presencia española en América y es posible encontrar en este mismo portal una generosa cantidad de documentos y voces que se expiden en los dos sentidos, e incluso otras que adoptan una posición más ecléctica, cuestionando incluso que la corona española hubiera establecido colonias en las tierras de este Sur que se estuvieron bajo sus dominios durante más de tres siglos.

El caso de Portugal es bastante menos conocido. Quizás lo que mejor nos permita adentrarnos en el debate y las circunstancias que pueden sorprendernos respecto del despliegue colonial de los portugueses sea comenzar por el final. Por la caída de un imperio que se produce finalmente en la segunda posguerra, en plena guerra fría. Portugal ya era un país de segundo orden entre las potencias europeas, la dictadura de Salazar estaba políticamente aislada en el mundo de esa época y el mantenimiento de las colonias africanas demandaba erogaciones impagables para la pequeña metrópoli. Las revueltas intestinas en Angola, Mozambique y Guinea (las dos primeras tenían una superficie 25 veces más grande que la de Portugal) se transformaron rápidamente en guerras de liberación nacional. Los pueblos africanos tenían a su favor los vientos anticolonialistas que dominaban el clima de esa época, entre los años sesenta y setenta, incluyendo la aparición de los países no alineados. Hasta Cuba y La Unión Soviética participaron en los conflictos armados y ese apoyo más la necesidad de mantener tres frentes de conflictos casi concomitantes fueron demasiado para el pequeño ejército portugués, proporcional al tamaño de su demografía nacional. Con la caída de la tiranía de Salazar (un período oprobioso de violación de los derechos de sus habitantes que expulsó al exilio a una multitud de opositores (El diario Página 12 acaba de publicar la historia de dos intelectuales lusos que buscaron curioso refugio en Bahía Blanca https://www.pagina12.com.ar/743137-matematica-marxista) y la Revolución de los claveles el proceso colonial llegó a su fin y centenares de miles de portugueses debieron volver a su país, en muchos casos en una situación de enorme incertidumbre y privación.

Portugal había ocupado grandes extensiones de territorio en África, pero también en América, donde Brasil había alcanzado su independencia en 1822. El primero en llegar al país vecino fue Pedro Álvares Cabral en el año 1500. Cabral era un noble sin experiencia relevante como marino que fue enviado porque era el único que inspiraba confianza al Rey de Portugal. Exactamente lo contrario de lo que hizo España, que asignó a Cristóbal Colón, acaso el mejor navegante de la época para iniciar la más grande epopeya humana.

Pero más allá de la ocupación efectiva de grandes territorios, la singularidad del colonialismo portugués consistió también en el dominio puntual de puertos estratégicos que llegaron hasta el extremo oriente. Uno de esos casos, quizás el que más prontamente venga a nuestra memoria, fue nada menos que Nagasaki.



(1)         https://revistas.usal.es/cuatro/index.php/2386-4540/article/view/reb20196113347

(2)        

(3)         https://www.lavanguardia.com/internacional/20160716/403264938104/78-portugueses-quiere-union-espana.html