Por Eduardo Luis Aguirre

 

 

 

 

 

 “No tengo patria para dibujar sobre sus paredes / con una tiza de la infancia: ¡Que Viva! / No tengo patria que haya que aguantar cada mañana / tomando mi taza de café, / mientras me pule el sol. / No tengo patria, que me otorgue su pulmón  /  y yo lo otorgue el mío / ser su ruido y mía sea la voz  /  seré el travieso, el malévolo, el rebelde y el arduo / y seré el sabio, el intuitivo, el piadoso y el gran corazón. / No tengo patria para escribir /  sobre el cobre de una de sus casas: / bienvenidos amigos, / esta es la casa de Hussein Habasch. / No tengo patria donde me emborrache en sus tabernas / hasta el último aliento de la noche, / vagabundeando en sus caminos, / y donde mi corazón sea su terreno, / me abrigue y la abrigue / la escuche y me escuche / como buenos amigos. / Pero no tengo patria…”.  (“Desilusión”, de Husssein Habash, poeta kurdo exiliado en Alemania).

París vuelve estar convulsionada. No es la primera vez que los disturbios callejeros sacuden la capital gala. Tampoco se trata de un incidente racial aislado en un país de pasado colonial, profundamente racista, donde la ultraderecha y la derecha política se comportan como la excusa perfecta frente a un electorado que no logra sortear la hegemonía de esas propuestas regresivas. Hace pocas horas, un hombre de 69 años asesinó a tiros a 3 ciudadanos kurdos e hirió a varios otros. El propio agresor admitió que lo hizo por su sola condición de extranjeros y que el intento había significado una reincidencia propia. Laure Beccuau, el asesino, admitió que en la mañana del viernes fue a Saint-Denis, localidad del norte de París conocida por estar habitada por muchos inmigrantes, con la intención de aniquilar a la mayor cantidad posible de extranjeros. Allí había un sitio perteneciente a la comunidad kurda. Lo demás es historia conocida. Salvo la renuencia del estado francés a considerar un ataque terrorista a un aniquilamiento cometido por odio racial. El mismo estado que se muestra renuente para admitir lo que confiesa el propio perpetrador del ataque, nos sorprendió hace algunos días por sus quejas frente a las actitudes repudiables de un jugador argentino y los cánticos de hinchas que volaron a Qatar por obra y gracias de su prepotencia económica,  inversamente proorcional a su universo simbólico y su comprensión del mundo. Este país europeo rememora, con la actitud criminal de uno de sus habitantes a los incesantes procesos globales de criminalización de un otro desvalorizado. En este caso se trata, nuevamente de un extranjero, de un distinto. Y el ataque recae sobre un colectivo kurdo, uno de los pueblos más sufridos del mundo y uno de los que, paradójicamente, menos conocemos. Salvo, que fue la propia Francia, durante el siglo pasado, una de las potencias que contribuyó a reducirlos a ser una nación sin estado hasta el presente.


El pueblo kurdo tiene una población estimada de alrededor de 40 millones de habitantes, ocupa aproximadamente medio millón de kilómetros cuadrados y está considerada la mayor nación sin Estado del mundo. Sin embargo, el Kurdistán no figura en los mapas, y estas omisiones encuentran su explicación, según los autores militantes de la cuestión kurda, en su condición de “colonia internacional”[1], justamente porque ha sido la “comunidad internacional” la que ha despojado a esta nación de toda condición.

Los kurdos, que a lo largo de siglos han sufrido ocupaciones, persecuciones y genocidios, viven desde 1923 (fecha en que se suscribió el tratado de Lausana entre Inglaterra, Francia y otras potencias, que borraron del mapa a la nación kurda, dividiéndola en cuatro partes sin que se registrara una reacción medianamente sería y consistente de la comunidad internacional) en una situación particular de colonización. Los kurdos no son  aceptados como tales en ninguna parte. En Turquía se los considera turcos, en Irán, iraníes, y en  Irak y Siria, árabes. En todos los casos, son discriminados como ciudadanos de segunda clase[2].

Todavía en 1920, con el Tratado de Sévres se reconocía internacionalmente su existencia y su derecho a la independencia estatal[3].




Desde el punto de vista de su consideración por parte del Derecho internacional, los kurdos son, desde 1923, una “minoría” étnica repartida dentro de las fronteras de cuatro estados: Turquía, Irak, Siria e Irán, donde padece situaciones de dominación cultural, económica y política.

De parte de los dos Estados mencionados en primer término, ha sido víctima de dos procesos genocidas, cualidad ésta que distingue y condiciona la historia misma del pueblo kurdo, lo mismo que el gigantesco proceso de silenciamiento y desinformación existente acerca de la cuestión kurda, que hizo que gran parte del planeta escuchara hablar de este sufrido pueblo recién durante la guerra del Golfo.

Este proceso intencional de silenciamiento debe atribuirse a la disputa interimperialista que desde antaño han llevado a cabo las grandes potencias del mundo, atento a que el Kurdistán es una regíón extremadamente rica, con grandes reservas petroleras y acuíferas y un clima excepcionalmente apto para las actividades agropecuarias.

En realidad, este proceso de negación de la cuestión nacional y cultural kurda ha recorrido exitosamente siglos y, en el caso de la política oficial turca sobre el tema, se sostiene todavía la inexistencia lisa y llana de una “minoría” kurda que representa, por ejemplo, el 25% de la población turca (hay 15 millones de kurdos en ese país)[4].

A esto debe agregarse, de parte de las autoridades turcas, una represión sostenida en el tiempo que adoptó finalmente la forma de un genocidio. En efecto, desde 1924, cuando se tomaron medidas estrictas en aras de la “occidentalización” de Turquía, la política de ese país avanzó sistemáticamente en la destrucción de edificios históricos, de aquellos textos fundamentales escritos en lengua kurda, e incluso la propia palabra “kurdo” fue eliminada de los textos oficiales, prohibiéndose hablar y escribir en kurdo, a quienes se denominaba “turcos que han olvidado su lengua”[5].

Esta negación sistemática de una minoría por parte de un Estado dominante, produjo entre 1925 y 1938 una multiplicidad de conflictos resueltos por Turquía de manera unilateral y violenta, dejando a los kurdos en situación de pueblos vencidos o en posiciones políticamente comprometidas, como cuando algunos de sus referentes, leales al régimen turco,  fueron acusados de consentir o avalar el genocidio armenio.

Sin  perjuicio de ese episodio histórico estigmatizante, las fases de una rebelión progresiva de los kurdos contra el dominio turco se sucedieron. La primera de ellas tuvo lugar cuando el jeque Saïd se alzó contra las autoridades de Ankara, por lo que fue llevado a la horca cuando tenía 80 años. La rebelión fue la respuesta a la política de “turquización” kemalista. El jeque logró inicialmente la rápida adhesión de muchas comunidades, hasta liberar una zona determinada del territorio. Toda la región al oeste del Lago de Van, un tercio del Kurdistán turco, llegó a estar en manos rebeldes en 1925[6].

Esta situación llevó a que Turquía reclamara la ayuda de Francia para aplastar el levantamiento. Con la captura de Saïd, Atataurk apeló a medidas radicales de represión, mediante la creación en la zona de los llamados “Tribunales de Independencia”, que rubricaron el triunfo militar turco con sentencias sumarias dictadas tras juicios sumarios, a partir de las cuales se ejecutaron, encarcelaron o desterraron a todos los kurdos sospechosos de apoyar el levantamiento. Luego, siguieron las primeras medidas de deportaciones, aplicadas especialmente a los jeques y demás referentes políticos y religiosos, que obligaron a que miles de refugiados huyeran a la parte iraquí[7].

En 1927 estalló un nuevo levantamiento,  a la que se conoce como “la sublevación del  Monte Ararat” o del Agri Dagh (“La montaña de Fuego”, en kurdo). Fue la resultante de un comité denominado Khoyboun, que agrupaba a varias organizaciones kurdas, y estuvo liderado por Ishsan Nouri, que había formado parte de los ejércitos turcos y poseía una vasta experiencia militar. Nouri logró en 1928 afirmar la pequeña república kurda del Ararat, y con el agregado de una gran cantidad de tribus y guerreros kurdos infligió al ejército turco varias derrotas al principio del conflicto, derribando incluso aviones de combate enemigos[8].

Finalmente, las fuerzas turcas, superiores en número y armamento, derrotaron a los kurdos en 1930. La réplica fue tremenda. El diario turco Milliyet publicó un dibujo que representaba dos montes Ararat con la leyenda “Aquí está enterrado el sueño de un Kurdistán libre”. Varios meses después de la derrota, los aviones turcos continuaban arrasando las aldeas kurdas, y entre 1925 y 1928, un millón de kurdos fueron deportados. En 1932 se sanciona la ley de deportación, que directamente desplaza a centenares de miles de kurdos a Anatolia[9].

El ministro turco Mahmut Bozhurt había anunciado en 1930: “Vivimos en el país más libre del mundo, que se llama Turquía. (…) El turco es el único señor, el único dueño de este país. Quienes no son de puro origen turco tienen en este país un solo derecho: el derecho de ser servidores, el derecho de ser esclavos”[10].

En 1936, el gobierno turco aplasta la sublevación de Dersim, que culmina en 1938 con una salvaje matanza de kurdos. Las informaciones más confiables señalan que en la represión se produjeron alrededor de cincuenta mil muertes y el ajusticiamiento de su líder Seyit Riza  el 5 de septiembre de 1937[11]

A partir de la década del 70´ del siglo pasado, los militantes kurdos comenzaron a proyectar una estrategia de liberación nacional revolucionaria. Esta iniciativa gestó el mayotitario Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK en 1978), que impulsó con posterioridad una estrategia insurreccional, liderado por Abdulláh Ocalan, que ha organizado en Frente de Liberación y un Parlamento Kurdo en el exilio[12].

La lucha armada anticolonialista se inició en 1984. La guerrilla evolucionó hasta encarnar el Ejército de Liberación del Pueblo del Kurdistán en 1986 (argk), siendo su brazo político el Frente de Liberación Nacional (ernk), cuya misión fundamental era la dirección política de la Revolución y la cohesión de las diferencias de las distintas tribus que confluían en el proceso revolucionario. En 1990 comenzaron los levantamientos masivos contra el poder turco[13].

La política de avasallamiento de que fueron sistemáticamente objeto los kurdos por parte de los estados turco, iraní, iraquí y sirio, con la complacencia o complicidad de otras potencias con intereses en la región, dieron como resultado que en 1988, la ciudad de Halabcha, ubicada en el kurdistán meridional, fuera conquistada por guerrilleros kurdos apoyados por el ejército iraní[14].

La respuesta del gobierno iraquí, cuyos efectivos fueron obligados a abandonar la ciudad, fue un ataque salvaje  llevado a cabo con armas químicas. Las agencias oficiales de occidentes hablaron siempre de cifras escalofriantes: más de cinco mil muertos y diez mil heridos, en el que perdieron la vida niños, mujeres y ancianos. Para los kurdos, estas cifras no terminan de reflejar la verdadera magnitud del etnocidio[15].

La prensa turca guardó un oprobioso silencio respecto de una masacre, en la que se utilizaron armas que ni siquiera las grandes potencias usaron en sus conflictos armados neocolonialistas o imperialistas.

Entre 1981 y 1984, cuarenta mil prisioneros kurdos ya habían sido torturados y asesinados bajo las órdenes de Saddam Hussein, sencillamente porque  se negaron a renunciar a su identidad, cosa que ya había ocurrido frente a un intento análogo de los turcos. “Asimismo, las reseñas oficiales datan en cien mil los muertos kurdos en manos de las fuerzas militares de Saddam Hussein. Los muertos civiles durante el régimen de Hussein son incalculables. Muchos fueron torturados hasta morir. Tenían formas tan atroces de ejecutar a disidentes iraquíes como colocarles 100 gramos de explosivos en el estómago para después hacerles explotar por los aires. Las cifras de muertos pueden rondar los sesenta mil si excluimos a los cien mil desaparecidos. En total casi 2 millones de kurdos exterminados”[16].

Como ocurre en todas las prácticas sociales genocidas, terminaremos preguntándonos cómo pudo suceder esto; cómo pudo llevarse a cabo un proceso de semejante brutalidad.

En el caso del genocidio kurdo, el aniquilamiento múltiple constituye un dato saliente que merece ser analizado. Y, por primera vez, surge la necesidad de ahondar en la conducta de los perpetradores y las  condiciones previas que hicieron posible la masacre.

Turquía, como potencia vencida, obviamente, había sido acusada de graves violaciones a los Derechos Humanos en perjuicio del pueblo armenio al finalizar la Primera Guerra Mundial: “Con respecto a Turquía, la promesa de castigo que le hicieron los Aliados al comienzo de la guerra cuando denunciaron el genocidio del pueblo armenio como crimen contra la humanidad y la civilización, no fue mantenida cuando finalizó el conflicto. El nuevo gobierno turco en abril de 1919 instauró una corte marcial para juzgar los hechos, pero la primera condena a muerte dictada contra uno de los autores de la masacre movilizó demostraciones por las calles que impidieron que el tribunal turco continuara su labor”[17].

No obstante esas amonestaciones internacionales, llevadas a cabo por las potencias vencedoras, no solamente no impidieron sino que toleraron y hasta estimularon el inicio de otro genocidio perpetrado por el Estado turco respecto de otro pueblo sometido, a partir de la suscripción del ya referido tratado de Lausana.

El sistema internacional no pudo prever, ni perseguir, ni sancionar  dos genocidios seguidos perpetrados contra un mismo pueblo, que fue víctima no de una agresión genocida, sino al menos de dos, si consideramos las incursiones homicidas del Gobierno de Saddam, que -vale recordarlo- fue perseguido únicamente cuando contradijo o amenazó los intereses imperiales, siendo en ese caso la respuesta de la justicia penal, cuanto menos, deleznable, por retrógrada, selectiva y brutal.

En aquellas preguntas iniciales acerca de cómo pueden ocurrir este tipo de prácticas genocidas, va implícita la necesidad de analizar las respuestas de las instituciones políticas y jurídicas nacionales y globales y las perspectivas de los perpetradores al momento de decidir y poner en práctica los genocidios.

¿Qué insumos discursivos y culturales, qué consensos sociales y qué contexto internacional deben coincidir para la sucesión -hasta ahora ininterrumpida- de semejantes procesos de aniquilamiento y ulterior silenciamiento? Intentaremos, a partir de los próximos capítulos de este trabajo, despejar estas incógnitas fundamentales.




[1] Besikci, Ismail: “Kurdistán: una colonia internacional”, Editorial Iepala, Madrid, 1992, p. 5, disponible en http://books.google.com.ar/books?id=N0iytIPVegAC&pg=PA49&lpg=PA49&dq=Kurdist%C3%A1n:+una+colonia+internacional&source=bl&ots=zHKsZIiX8F&sig=pmByzmWaYOyIcAv-2xkVpvm7EJM&hl=es#v=onepage&q&f=false



[2] Besikci, Ismail: “Kurdistán: una colonia internacional”, Editorial Iepala, Madrid, 1992, p. 16, en http:// books.google.com.ar/books?id=N0iytIPVegAC&pg=PA49&lpg=PA49&dq=Kurdist%C3%A1n:+una+colonia+internacional&source=bl&ots=zHKsZIiX8F&sig=pmByzmWaYOyIcAv2xkVpvm7EJM&hl=es#v=onepage&q&f=false



[3] Sammali, Jacqueline: “Ser kurdo ¿es un delito?”, Editorial Txalaparta, Navarra, 1995, pp. 112, 264 y 284.



[4] Sammali, Jacqueline: “Ser kurdo ¿es un delito?”, Editorial Txalaparta, Navarra, 1995, p. 18.



[5] Sammali, Jacqueline: “Ser kurdo ¿es un delito?”, Editorial Txalaparta, Navarra, 1995, p.59.



[6] Sammali, Jacqueline: “Ser kurdo ¿es un delito?”, Editorial Txalaparta, Navarra, 1995, p. 116 y 117.



[7] Sammali, Jacqueline: “Ser kurdo ¿es un delito?”, Editorial Txalaparta, Navarra, 1995, p. 117.



[8] Sammali, Jacqueline: “Ser kurdo ¿es un delito?”, Editorial Txalaparta, Navarra, 1995, p.118.



[9] Sammali, Jacqueline: “Ser kurdo ¿es un delito?”, Editorial Txalaparta, Navarra, 1995, pp. 117 y 118.



[10] Sammali, Jacqueline: “Ser kurdo ¿es un delito?”, Editorial Txalaparta, Navarra, 1995, p. 122.



[11] centro de estudios y documentación del kurdistán, disponible en http://www.centrokurdistan.org/ documentos/conflicto.PDF



[12] centro de estudios y documentación del kurdistán, disponible en http://www.centrokurdistan.org/ documentos/conflicto.PDF



[13] Sammali, Jacqueline: “Ser kurdo ¿es un delito?”, Editorial Txalaparta, Navarra, 1995, p. 132.



[14] centro de estudios y documentación del kurdistán, disponible en http://www.centrokurdistan.org/ documentos/conflicto.PDF



[15] http://www.organizacionislam.org.ar/articulos/genocidio.htm



[16] -http://www.organizacionislam.org.ar/articulos/genocidio.htm



[17] Zuppi, Alberto Luis: “Jurisdicción Universal para crímenes contra el derecho internacional”, Editorial Ad-Hoc, Buenos Aires, 2002, p. 47.

 

 

Imagen: diario Público.