Por Eduardo Luis Aguirre

La causa del individualismo exacerbado actual es, precisamente, el liberalismo. La afirmación, categórica, recrudece la tensión entre el capitalismo liberal y los valores de la democracia clásica. La formulación explícita del fracaso del liberalismo es una evidencia que viene siendo observada cada vez con mayor meticulosidad y  desde las más variadas perspectivas ideológicas. Un polítólogo conservador como Patrick Deneen es el autor de un libro(*) del que abreva nada menos que el vicepresidente de Trump, J.D. Vance (imagen). Lo más a mano que tenemos sobre el pensamiento de Vance es su libro “Hillbilly, una elegía rural. Memorias de una familia y una cultura en crisis” (**) y una película basada en el mismo texto que encontramos en una de las plataformas actualmente más conocidas. Sin embargo, una crítica análoga del liberalismo parte del epígono de la Escuela de Frankfurt, Axel Honneth, y entonces ya no es posible pasar por alto dos perspectivas que en principio, deberían colisionar, pero que sorpresivamente convergen.

Los dos analistas arriban, desde sus matrices ideológicas opuestas a la conclusión de que el liberalismo presenta contradicciones internas desde su propia formulación, que se hacen absolutamente más visibles en nuestra época, y concitan a comprender los complejos fenómenos sociales a los que asistimos en este presente interminable. Ambos autores, por ejemplo, proponen una reconsideración integral de las democracias liberales en el contexto global poniendo énfasis en lo que observan en la cotidianeidad: el quiebre de los vínculos humanos, la falta del reconocimiento de la dignidad humana y la pérdida de las comunidades (***). También el patriotismo, añado. Esta necesaria pregunta sobre la compatibilidad entre el liberalismo y la democracia ha cobrado un arraigo especialmente vigente en los últimos años, cuando la primavera de las socialdemocracias europeas de posguerra entró en un cono de dudas del que no solamente no ha salido, sino que esa sensación de frustración permanente se ha venido profundizando.

Hasta ese momento, casi no se discutía el axioma de que el liberalismo era el proyecto político más perfecto creado por el ser humano. El que ponía en el centro de la política la igualdad (formal) de todos los seres humanos, el único capaz de defender su libertad y sus derechos, la convivencia armónica y el respeto de la representatividad política de aquellos que se impusieran en comicios universales. Sin embargo, y tal como lo señala el mencionado artículo de Cecilia Gallardo, en la actualidad se hace imprescindible revalorizar críticamente las advertencias de Deneen y Honneth: el hombre actual se relaciona con los otros de manera impersonal y meramente instrumental, se han fragmentado las ideas de comunidad, de familia, de patria y se han volatilizado las tradiciones y todo aquello que los seres humano han conseguido en la construcción en la construcción ardua y sucesiva de utopías colectivas y solidarias. El hombre nuevo del liberalismo tardío sólo espera que el estado cumpla funciones esenciales porque en muchos casos cree que el mercado es capaz de organizar y articular el resto de las coordenadas vitales. Hay un presente permanente que se encarga de destruir el pasado y la cultura y aniquilar la idea de futuro. La única libertad que parece conservar una vigencia plena es la que instrumentaliza a los ciudadanos, de manera puramente individual. Frente a la destrucción sistemática del capitalismo, conservar lo que sigue en pie se transforma en una misión paradójicamente revolucionaria. Las instituciones, los paradigmas centrales de la modernidad han ido perdiendo, cada uno a su tiempo, el consenso social del que gozaban, entendiendo al consenso como la capacidad de generar tendencias que se arraiguen en las masas. Es muy poco lo que en términos de dinámica y transformación social se espera de los poderes instituidos de los estados. Es como si el propio liberalismo hubiera malinterpretado o circunscripto las libertades a su mínima expresión. El hombre nuevo que paradójicamente ha creado el capitalismo es un sujeto dócil, acrítico, descreído de la política y de la potencia de lo colectivo, un consumidor endeudado que sueña con el horizonte chato del empresario de sí mismo, que no puede convivir con la frustración y que todo es posible, aquí y ahora. Es curioso tener que recurrir a pensadores que provienen de matrices intelectuales tan diversas para poder sacar a la superficie la evidencia de una convivencia cada vez más ardua entre capitalismo y democracia, a partir de poner en tensión al propio liberalismo. Hasta ahora creíamos que el resurgimiento de las nuevas derechas no iba a poner en riesgo los derechos conquistados. Pensábamos que sería imposible retrotraer aquella primera victoria cultural que asomaba en la primera década del tercer milenio, sobre todo en nuestra región. Fue un craso error. Estamos en medio de una segunda batalla cultural que admite relatos, gramáticas, lógicas y valores que espantan. Ahora, la pregunta vuelve a ser aquella que se planteaba en los albores del socialismo científico: ¿qué hacer?.

(*) " ¿Por qué ha fracaso el liberalismo?", Ediciones Rialp S.A, Madrid, 2018.

(**) https://proassetspdlcom.cdnstatics2.com/usuaris/libros_contenido/arxius/36/35191_Hillbilly_UNA_ELEGIA_RURAL.pdf

(***) Gallardo, Cecilia: Individualismo en las sociedades contemporáneas: un diagnóstico en común de Patrick Deneen y Axel Honneth, disponible en http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0124-61272023000100121