Por Liliana Ottaviano

*Pintura Desesperanza de Adrián Cosentino

En este sitio publicamos, anteriormente, un artículo bajo el mismo título (https://derechoareplica.org/secciones/actualidad/1858-reactualizacion-de-el-latino-indolente-en-clave-neoliberal?highlight=WyJyZWFjdHVhbGl6YWNpXHUwMGYzbiJd) en el que analizamos los efectos que la época actual produce sobre la subjetividad. Inmersos en la vivencia de un presente continuo, los sujetos vivimos hoy una imagen que evoca, inevitablemente, cierta atmósfera de las novelas de Gabriel García Márquez.

Sin embargo, no vivimos en Macondo -el mítico pueblo creado por el célebre escritor colombiano- atravesado por una lógica temporal diferente. En ese pueblo los hechos se repiten, las generaciones llevan los mismos nombres y cometen los mismos errores. El pasado, el presente y el futuro se entrelazan, borrando la linealidad del tiempo moderno. El final de la novela revela que todo ya estaba escrito, la historia de Macondo es una profecía autocumplida.

En el artículo anterior, que citamos al comienzo, decíamos que “cuando el horizonte de proyección de nuestras vidas y de nuestros sueños se hace cada vez más pequeño, hasta desaparecer por completo, somos condenados a vivir en un presente continuo.” Este es nuestro Macondo.

En este marco, reaparece con fuerza el concepto de latino indolente, categoría utilizada en la década de los ´80  por Ignacio Martín-Baró,  para describir a los sujetos cuyas vidas son concebidas como un destino ineludible, marcado por la resignación frente a condiciones de existencia atravesadas por la opresión y la injusticia. Esta figura trágica transforma el sufrimiento en estado habitual y reduce el horizonte vital a un eterno presente.  El sufrimiento pasa a ser “estado normal” de la existencia y la visión de futuro se deteriora, tornándose en un eterno presente sin perspectivas de transformación.

Así como el capitalismo industrial nos quería esclavos, el neoliberalismo nos quiere resignados, apáticos y desesperanzados.

Hoy, en el orden neoliberal, este tipo de subjetividad resurge con renovada fuerza, pero bajo lógicas distintas. No se trata de una aceptación pasiva del sufrimiento, sino de una adaptación a la precariedad. El sujeto resignado ya no cree en horizontes posibles y tampoco alberga esperanzas de cambio.

La figura del “latino indolente” no es una reliquia histórica, reaparece en nuestra época neoliberal, pero con nuevos rostros. Esta figura del sujeto resignado no solo se sostiene por estructuras económicas y políticas, sino también por discursos culturales y terapéuticos que refuerzan la idea de que todo cambio verdadero es individual. Ciertas filosofías y psicologías del yo, promovidas desde corrientes New Age o discursos de autoayuda, terminan funcionando como dispositivos de adaptación subjetiva. Ofrecen alivio momentáneo, pero desarman toda capacidad de imaginar salidas colectivas que problematicen  las causas del sufrimiento subjetivo.

Así, el neoliberalismo no solo nos quiere resignados, sino además “espiritualmente autogestionados”. Encerrados en la autorreflexión y desprovistos de herramientas simbólicas y políticas para pensar el mundo más allá de nosotros mismos.

En este contexto, la pregunta que se nos impone con creciente urgencia es cómo articular narrativas colectivas de esperanza y transformación. Es decir, cómo reconstruir el lazo social, el deseo de transformación y la imaginación política que nos permitan salir del eterno presente neoliberal para recuperar una dimensión histórica compartida y transformadora de la vida.