Por Eduardo Luis Aguirre

La pregunta es ociosa, marcadamente redundante. Quizás la porfiada demanda de iluminar los clásicos a la hora de intentar responderla, no lo sea tanto. Se trata de entender qué cosas fueron las que tocaron las fibras más sensibles de los votantes de Milei y conformaron un nuevo tipo de fidelidad política, cristalizada, aunque seguramente volátil, como todas.

Esta pregunta ha intentado ser respondida por infinidad de analistas, pensadores, comunicadores y académicos. Curiosamente, esas conclusiones, en la mayoría de los casos, han descartado la cuestión de clase como un factor significativo, capaz de explicar una transformación disruptiva y abrupta de la sociedad argentina. En general, las respuestas apuntaron a fenómenos similares que acontecen en el mundo, a factores generacionales o etarios, a la frustración o, más encendidamente, al “odio” como forma de iluminar la irrupción del fenómeno y la forma en que el mismo se relacionó con los distintos segmentos sociales a los que logró capturar. Si bien existen trabajos de campo e incluso textos que aplicadamente se ocuparon de dar cuenta del nuevo sentido que creaba el mileísmo, lo cierto es que ya estamos en los umbrales de las elecciones de medio término y la oposición argentina no logra articular los anticuerpos que le permitan aspirar a confrontar con la fuerza necesaria contra semejante pesadilla. En esa oscuridad, la falta de análisis de clase brilla por su ausencia injustificada y se remite a análisis fragmentarios, insulares, francamente minoritarios.

Por eso creo que algunas semblanzas podrían habilitar el desafío dialéctico de analizar la nueva composición de clase de los argentinos, su estructura y su superestructura. Hay algunos datos que quisiera compartir en ese sentido.

  1. Para el economista Martín Reydó, por ejemplo, habría una suerte de materialidad que determinaría la conciencia y que podría sintetizar la estrategia del actual gobierno de la manera: para los pobres baja inflación, para las clases medias dólar barato para viajar, para los ricos activos financieros valorizándose (1). Parece colarse una simplificación mecánica en esa caracterización, que exhibe sin embargo el mérito de reivindicar la importancia de la estabilidad monetaria entre los sectores populares. El equilibrio fiscal no es un patrimonio de la derecha. Al contrario, es el punto de partida para una economía popular planificada y la inflación es un calvario para los más vulnerables.
  2. Mercedes D'Alessandro, autora del libro “Motosierra y confusión: cómo recuperar la economía para salir de la crisis, en cambio, afirma que “Los que conceden a Milei haber ordenado la macro, tienen pereza intelectual” (2). La economista publicó meses atrás el libro “Motosierra y confusión: cómo recuperar la economía para salir de la crisis”. Allí analiza el primer año de gobierno de Milei y sus consecuencias: empobrecimiento social y concentración de la riqueza en un contexto de deriva del fenómeno pandémico: “La pandemia es uno de los factores más importantes que explican este período, no solo en Argentina. En América Latina, más del 75% de las elecciones las ganaron las oposiciones desde 2018 en adelante, sobre todo en la pospandemia. Los ciudadanos echaron a los oficialismos que estaban, fueran de derecha o de izquierda. La pandemia agravó la desigualdad, la puso a la vista de todos: desigualdad en términos de la vivienda que se habitaba durante el aislamiento obligatorio, en el acceso a Internet, a la infraestructura, el agua potable, a tener un trabajo formal o no. Todas esas cosas provocaron el deshilachamiento de una cantidad de sectores”. Rescato esta vinculación entre la pandemia, la nueva conformación de clases y la desigualdad que afloró con una virulencia inusitada y formateó una nueva subjetividad. Algo de eso señalábamos con Liliana Ottaviano en nuestro texto “Escritos urgentes desde la pandemia”, escrito en tiempos pandémicos reales, advirtiendo sobre las mutaciones sociales que sobrevendrían: “El paso del virus dejará huellas nada fáciles de imaginar en todo el planeta.  Por ende, es erróneo suponer que la pandemia implica solamente una pausa traumática entre un viejo orden y su futura reposición. Que será una mera situación disruptiva, pasajera, entre dos situaciones de equilibrio que derivarán en una misma continuidad que reconoceremos de inmediato. 
    El coronavirus va a producir consecuencias sin precedentes en la materialidad de las sociedades y de las existencia
    s” (3).
  3. Ese deshilachamiento que observa D'Alessandro es también una traducción límpida de los cambios y transformaciones de la estructura socioeconómica argentina, pero también atiende a un verdadero cimbronazo en la cultura y en las subjetividades de los ciudadanos. Por ende, es cierto que toda la macroeconomía está lejos de haber sido ordenada y la percepción sobre la ubicación social y sus perspectivas de futuro han cambiado drásticamente en el país. Sobre todo en los sectores juveniles y en esa masa anónima de argentinos que se autopercibía formando parte de una sólida e histórica clase media. Como en los Estados Unidos de principios del siglo XX, también en nuestro país existió una movilidad ascendente basada en el éxito económico y el ascenso social que moldeó las conciencias de varias generaciones. Julio Mafud, autor de “Sociología de la clase media argentina” estudió hace varias décadas ese sector profundamente mayoritario, convencido de su pertenencia y a la vez vacilante, dinámico, sacrificial, profundamente endogámico, donde la educación formal y la condición de propietario definía una condición que iba mucho más allá de lo numérico. Por el contrario, esas reglas no escritas en familias generalmente provenientes de la inmigración, marcaba a fuego los límites de su conformación futura y conservaba una invicta y rígida capacidad de veto para aceptar la incorporación de nuevos miembros al clan.
  4. Es claro que aquella familia nuclear de mediados del siglo pasado ya no existe en la Argentina ni tampoco el trabajo sindicalizado es un articulador de las vidas cotidianas. Lo que no sabemos es cuál ha sido su evolución y cuál es la cosmovisión actual de lo que queda en pie de aquella clase media robusta.
  5. Fernando Moiguer (4) hace un aporte muy interesante sobre la deriva de la clase media argentina. Rescata una medición de 2004, año en el que se pronuncia la salida de la gran crisis de principios de siglo, el 94% de los argentinos se autopercibía de clase media. Ese número, por supuesto, no respondía a la realidad. En él se agolpaban muchísimos ricos que tenía pudor de asumirse como tales y para los cuales identificarse como integrando la clase media les generaba una suerte de tranquilidad, y los pobres que auscultaban una probabilidad cierta de ascenso social que comenzaba ciertamente a producirse. Ahora bien, esa pesquisa volvió a hacerse en 2024, veinte años después de la primera. Moiguer destaca un dato impactante. En este presente tan singular, sólo el 46% de los argentinos siente que forma parte de la clase media. Es cierto que en esa baja tan pronunciada interviene la legitimación de la riqueza y por ende muchos de los que antes podían encubrirse como de clase media, hoy no sentían estigma ni pudor alguno para asumirse como ricos. Pero hay una gran mayoría de argentinos que podíamos definir como de clase media baja que se encuentra en una suerte de indefinición subjetiva. En tiempos de relativo equilibrio, aunque se trate de períodos muy cortos, vuelve a percibirse como integrante de la clase media. Pero una variación inflacionaria lo devuelve a la pobreza y comienza a descubrir que nunca va a crecer. Una especie de sueño americano al revés donde la inflación juega -como dijimos- un papel fundamental que incluye a empleados del estado, docentes, bomberos, policías, empleados de salud, entre otros, que están viviendo una caída de su salario que no creen que se revierta en los próximos años. Se trata de cientos de miles de personas que, siguiendo al investigador, tienen valores de clase media y bolsillos de pobre (sic).

La clase media argentina, la clásica, se definía por el nivel de educación, la condición propietaria, la posibilidad de realizar algún viaje, de poder salir a comer afuera, de acceder al crédito, de poseer elementos tecnológicos de determinada calificación, etc. Todo eso se perdió. Estos nuevos sectores de salarios aplanados comienzan a ver que “no hay futuro” y sin futuro es muy difícil construir un país. El 40% de los jóvenes tiene mayor educación que sus padres, pero no viven mejor que ellos.

En lo que hace a la economía privada, hay una nueva conformación de la matriz productiva, lo que llamamos economías extractivas, que carece de un modelo de distribución de dividendos más justos. Esto se ve particularmente en el interior. Se forman nuevos conurbanos de clase medias bajas o bajas que viven de esas economías vinculadas al litio, el gas, la minería, el gas, el petróleo, etc. Y no hay una sola experiencia en el mundo donde se haya logrado reformular un conurbano una vez constituido. Ni en la India, ni en Brasil ni en el gran Buenos Aires. Esos sectores que se van a asentar en las provincias atraídos por estas posibilidades laborales están compuestas, generalmente, por jóvenes desparametrizados de la antigua clase media que rompieron con los mandatos ancestrales y no creen que el estudio o los trabajos estatales les permitan asomar la cabeza. La salida de muchos de estos jóvenes que no quieren estado ni sindicalización y que no conocen prácticamente la vida en común, producen transformaciones espectaculares. En 2020 había 400000 personas inscriptas en la bolsa de valores. Hoy hay 12 millones. ¿Saldrá de allí una nueva clase media? No lo sabemos, pero de producirse esa conversión podemos intuir los valores y la psicología de esos nuevos sectores. Una marcha hacia un individualismo extremo, una concepción selvática de la realidad, un aumento comprensible pero alarmante de la codicia. Se trate de grandes o medianos operadores o del chiquitaje que día a día compra y vende moneda extranjera, a la cultura de las cripto, etc.

Llegado a este punto, podríamos especular con una conclusión tan impactante como demoledora. Somos parte de un mundo que, como decía Pepe Mujica en su despedida, la humanidad nunca antes conoció. La pereza intelectual no deviene de negar la evidencia, sino de capitular en la tarea de pensar en aquello que nos ha sido vedado pensar. Como enunciaba Heidegger. José Martí ya lo anticipaba: si la nueva lucha es a pensamiento, démosla entonces a puro pensamiento.

 

1. https://www.youtube.com/watch?v=7zyY5FTv1fY

2. https://www.tiempoar.com.ar/ta_article/mercedes-dalessandro-los-que-conceden-a-milei-haber-ordenado-la-macro-tienen-pereza-intelectual/

3. Editorial Servicop, La Plata, 2020.

4. https://www.youtube.com/watch?v=WoemqeCfHJI