Por eso es que el límite que impone la democracia es un límite ético de juego limpio. La situación es crucial. Harari, aunque nos describa no se refiere a la Argentina. Por el contrario, lo que se pregunta en su obra Nexus es si la democracia liberal tal como la conocimos puede sobrevivir en el siglo XXI (*). Pero Harari no se refiere en este caso a una situación en particular, o a varias. Lo que se plantea es la compatibilidad democrática con la estructura de las redes de información contemporáneas y los gobiernos autocráticos y reaccionarios. Ni más ni menos. Porque de la misma manera como Harari es enfático cuando dice que es imposible predecir el futuro político, introduce la conjetura de que “por primera vez en la historia, los ricos serán una especie distinta de los pobres”. En el mundo más desigual de la historia, donde un grupo de multimillonarios acumulan fortunas personales mayores que el PIB de muchas potencias, esa división tajante entre dos “especies” distintas en un modelo de acumulación cada vez más injusto no puede sostenerse sino en base a la violencia de estados o privados en defensa de la reproducción de esas condiciones de explotación impactará sobre las democracias, y particularmente trastocará la ética de las mismas. La represión reciente en la Argentina y el nuevo terrorismo de estado no pueden leerse en otra clave que las pulsiones por saldar estas contradicciones abismales. El diálogo, elemento nuclear de la democracia, parece dificultarse al extremo en estos escenarios. Si algo faltaba, este sistema de control global dispone de tecnologías de última generación capaces de secuestrar y abusar de la atención humana e incidir en sus decisiones, completa el pensador. Y nos ayuda a entender la barbarie.
Recibí todas las novedades de Derecho a Réplica