Por Eduardo Luis Aguirre
En esta provincia, a la vez verde y baya, ni las divisiones políticas que la originaron, ni el clima, ni las sequedades, ni la interminable soledad mediterránea nos han hecho la vida fácil. Sin embargo, sola, despoblada y desertificada, La Pampa resiste el embate de uno de los peores costados de la catástrofe elegida, el centralismo y la cerril discriminación. Ocupamos desde siempre el promedio de un país gigante por disposición unilateral del poder central. Las dos terceras partes de nuestra geografía -una superficie superior a la de Portugal- sufren un desierto duro provocado por la burguesía bodeguero viñatera mendocina. Es un sector social dominante y no un pueblo ni una provincia vecina la que ha ocasionado esta catástrofe ambiental que ha durado décadas y décadas, que ha provocado una gigantesca diáspora y postrado nuestra economía y nuestro medio ambiente. A tal punto que el desierto, inamovible a pesar de leyes, fallos y resoluciones, ha pasado a integrar la fisonomía, la filosofía y la geopolítica pampeana. Para los extraños, sólo puedo decirles que semejante desierto, del todo evitable en el medio de la geografía de un país del sur lo hace fatalmente vulnerable en su propia soberanía. Un estigma más en nuestra fragmentación.
La geopolítica es una disciplina que nació como un intento de valorar y pensar la ocupación de los espacios vitales en la búsqueda de un destino común en tiempos del avance de la consolidación de los estados nacionales y hasta bien entrado el siglo pasado. En un contexto de cambio de era, la geopolítica pasa a recuperar una relevancia diferente. Imagina alianzas y bloques, rediscute la globalización, acaso el paradigma más fugaz de la historia, revive los nacionalismos y también la integración, observa los cambios más significativos que se producen en tiempos históricos de máxima aceleración. En esa nueva imbricación, es imposible no pensar que hay mapas como el europeo o el euroasiático, por dar algunos ejemplos, han sido objeto de cambios y modificaciones sustanciales. Nada es ahora como lo conocimos. En esta nueva época, los sujetos de la política internacional no solamente son los países, las alianzas de naciones, los continentes, las instituciones y organizaciones internacionales y las regiones. La nueva geopolítica, a diferencia de las concepciones que rigieron la creación misma del neologismo, ya no hacen pie en el dominio de las vías marítimas o de extensas fronteras disuasivas. Distintas y sucesivas fragmentaciones catalizaron las dinámicas geoestratégicas y en ese contexto las comunidades autónomas, las regiones interiores y/o las provincias pasan a ser también sujetos de la política internacional. Nuevos protagonistas que son capaces por sí mismas de darse un perfil, una fisonomía propia frente al mundo, un estilo de vincularse más allá de las fronteras políticas nacionales, a partir de sus respectivas reservas espirituales y estilos. En el siglo XXI las relaciones entre estados naciones siguen reservando para ellos un rol primordial en cuestiones de conflictos, tratados de paz, seguridad, asunción de posiciones en ámbitos regionales o mundiales. Pero eso no impide, para nada, que un estado provincial articule y desentrañe un estilo de desarrollo basado en cuestiones económicas, culturales, idiosincráticas, comerciales, académicas, etc.
No voy a ingresar en la disputa acerca de la existencia (o no) de la sobreviniente “pampeanidad”. Sí está claro que, en general, nos sentimos orgullosa y culturalmente pampeanos. Que nos asumimos con la convicción inconmovible del bosque de caldén, que hacemos del arenal, el viento, el frío y los veranos tórridos un patrimonio que nos ha permitido ser y estar. O estar siendo. O ser lo que somos. Profundamente diversos, encontrados o enfrentados según la mirada del mundo y de la vida que cada uno profese (y procese). Nada nuevo en este mundo donde la convivencia, el lenguaje, el espacio vital y lo común se tensionan como nunca antes. Todo eso es parte de nuestro heartland existencial.
¿Y qué somos, con todo este cúmulo de adversidades y diversidades? Somos, en primer lugar, una provincia apasionante. Un lugar trajinado y habitado por pueblos originarios, por militares del ejército nacional que participaron de la masacre del siglo XIX, por inmigraciones sucesivas, superpuestas y yuxtapuestas donde algunos ganaron y otros perdieron, por una multiculturalidad que resuena en una suerte de Babel de linajes. Y somos una Provincia joven que resiste ahora a la barbarie ultraderechista porque sus gobiernos nos permitieron acceder a una calidad de vida que es difícil explicar y porque somos un pueblo rígido y exigente con aparatos ideológicos y medios de control social informal con una potencia capaz de disciplinar al conjunto. Desde la prensa hasta el rumor, desde el asociacionismo hasta el aislamiento distancioso, desde la escuela pública hasta el disenso permanente que nos llevan a valorar la gracia trajinada, trabajosa, de tener lo que no abunda y discutirlo todo, sin prestar nunca a nadie nuestra obediente conformidad. Pero hay otras razones que hacen necesario pensar en una geopolítica de La Pampa. No solamente para atender de manera permanente y anticipar, como los avisadores de incendios que destacaban Walter Benjamin o Chesterton, los nuevos avatares y las novedosas complejidades que la técnica, sino también para afirmar una identidad. Es posible pensar que los cambios en el mundo se suceden con una vertiginosidad nunca antes vistas. Nos vemos tentados a conjeturar que en los últimos cien años se han sucedido acontecimientos tan relevantes para la humanidad que los que acaecieron en los últimos cinco siglos. Por un lado, observamos una puesta en crisis de la hegemonía de un mundo que ya no es unipolar, la consolidación de China como gran superpotencia, el resurgimiento del proteccionismo, los nacionalismos y los regionalismos, la guerra en Ucrania, la aceleración de la carrera armamentista, el retorno del espectro de un conflicto nuclear y las desigualdades sociales más terribles de la historia moderna. Por el otro lado, la deriva argentina hacia una autocracia y el consecuente deterioro de su democracia. La Universidad sueca de Gotemburgo ubicó a nuestro país en el grupo de naciones con "autocratización en curso". Perdimos, cito al estudio respectivo, calidad en participación, derechos y debate público. “El informe, titulado “Democracia 2025 – 25 años de Autocratización – ¿Democracia Trumpeada?, sitúa a Argentina en el grupo de las democracias electorales, un escalón por debajo de las democracias liberales (como Australia, Bélgica o los países nórdicos) y un paso antes de convertirse en una autocracia electoral, donde el voto existe, pero sin garantías de transparencia ni pluralismo” (1). No hay duda de que el mundo se ha vuelto más peligroso e incierto y nuestro país menos democrático y mucho más injusto y más pobre. En ese contexto disruptivo, La Pampa no es una isla ni tampoco el Jardín de las Hespérides. Nuestra democracia parece sólida, y algunos de sus actores han demostrado templanza en momentos de máxima dificultad. Pero otros están visiblemente atrasados. Menciono como ejemplo y como la burocracia judicial y la cultura de muchos de sus actores, no como una valoración sino como una mera aproximación enunciativa. Si algún poder estatal no logra comprender el mundo ni distinguir lo esencial de lo accesorio, el desafío geoestratégico se hace cuesta arriba. Para eso no hace falta bucear en el pensamiento de su precursor, el sueco Rudolf Kjellen ni en Henry Kissinger, ni en John Mackinder. Pero sí sería muy útil releer (o leer) el libro de Enrique Stieben “La Pampa. Su historia, su geografía, su realidad y su porvenir” (2). Stieben no escribió un tratado de geopolítica, pero completó un horizonte que sienta las bases para que los estudiosos prefiguren una geopolítica pampeana. Su historia y su prehistoria, sus luchas, sus particularidades geográficas, su proceso de población, sus autoridades y sus medios de prensa, son temas que el autor aborda de manera suficiente como para pensar a esta provincia reciente cuyo primer gobernador fue un uruguayo en otra clave. Ese objetivo, por demás relevante, debe surgir de la creatividad contingente del pensamiento y de la acción de los propios pampeanos. Todo territorio autonómico, toda región, toda provincia debe reservar para sí una bitácora de convicción democrática, comunitarismo, respeto de sus valores y tradiciones, de sus ancestros y de sus valores.
Hay comunidades autonómicas industriales como Euskal Herría (3) y otras que han preferido, como Salamanca o Bologna, transformarse en centros académicos de prestigio internacional. Eso exige una reflexión previa y decisiones políticas de fina gobernanza. En nuestro país, Jorge Fraga publicó en 1992 su trabajo “Características y condicionantes geopolíticos de la provincia de Buenos Aires en los ámbitos marítimos y fluvial (1ra y 2da. Parte” (4)”. Esta provincia ha creado recientemente la Subsecretaría de Relaciones Internacionales e interjurisdiccionales (5). Juan Martín Traverso es autor del texto “Patagonia, geopolítica y mapuches” (6), una obra seguramente muy interesante porque tal vez se detiene a analizar los objetivos que tanto Juan Manuel de Rosas como Calfucurá tenían de crear una Confederación. Una concepción jurídico política que todavía nos sigue interpelando, si pensamos lo que pudo haber sido y finalmente no fue.
(1) https://infocielo.com/politica-y-economia/segun-estudio-sueco-argentina-pierde-calidad-democratica-se-asemeja-a-regimenes-autoritarios
(2) Ediciones Peuser, Buenos Aires, 1946.
(3) Ruiz Olabuenaga, José Ignacio: “Geografía política de Euzkadi”, disponible en https://www.ingeba.org/lurralde/lurranet/lur03/olabu03/03olabu.htm
(5) Disponible en https://mapadelestado.gba.gob.ar/organismos/734
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