Por Eduardo Luis Aguirre"Estaba desesperado. El malnacido que me robó el perro no sabe cuánto daño me hizo" (Adol Hitler).Un libro recorre Europa. Su lectura llegó a ser sugerida por el Papa Francisco. Su autor, el filósofo turco Siegmund Ginzberg logra rearmar un impresionante deja vú dirigido a alertar ex ante sobre el advenimiento de nuevas derechas extremas capaces de destruir las democracias del mundo. Describe el clima de época alemán de 1933, la meticulosa estrategia de Hitler, un hombre del que poco se conocía, salvo su amor incondicional por los perros y su odio visceral contra las diferencias. No se trata de una apelación forzada al mito del eterno retorno. Concierne a similitudes históricas documentadas circunstanciadamente. Por ejemplo, el rol canallesco de los medios de prensa alemanes habilitando retóricas salvajes en aquel año aciago. "Der Sturmer", por ejemplo, dedicaba entonces un número especial a la salvaje fábula medieval según la cual los judíos secuestraban y decoraban a niños cristianos. "La patraña de los inmigrantes clandestinos de Ohio que roban perros y gatos y se los comen" fue la réplica en espejo del trumpismo de cara a las elecciones de 2024. Una mentira repetida una y otra vez, no se convierte en verdad ni lo explica todo, como pretendía Goebbels. Lo que importa de una mentira no es su verdad ni su verosimilitud, sino las emociones que despierta, reflexiona Ginzberg. Esas sensibilidades son siempre las peores. No hay más que mirar a nuestro alrededor para constatarlo.En ese juego de analogías el libro destaca por un párrafo, una suerte de recurrente fatalidad. "Al Hitler consagrado en1933 no lo vieron venir". Quienes lo advirtieron, alemanes derrotados, humillados y descreídos de una partidocracia rancia y anquilosada la irrupción del personaje fu vista como una posibilidad de cambio y de trasnsformación. La izquierda, mientras tanto, discutía acerca de la jornada laboral dominical. Los políticos del establishment aseguraban que el liderazgo de Hitler sería efímero. Permítanme concluir con otra de las analogías que el texto recupera: la filología del odio. "Insultos, obscenidades, trolls que diseminan denuncias y noticias falseadas. Casi todo lo peor de las redes sociales ya aparecía en las páginas del Sturmer. En la sección de cartas de los lectores se daba rienda suelta a,las quejas y las memeces, realmente "bagatelas para una masacre". La primera "megavendetta" del nuevo gobierno recae sobre los empleados de la administración pública, acompañada de una abstrusa nomenclatura para los que vamos a ser eliminados". Casi un siglo separa la prédica de aquel pasquín de las nuevas plataformas y tecnología. Ese recorrido histórico habilita un duda crucial, rotunda: es la política la que altera el lenguaje o es el lenguaje el que cambia la política?
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