El modelo del sistema internacional de conquista imperial, se legitima en un derecho creado de manera unilateral y antidemocrática, tendiente a reproducir las relaciones de poder mundiales, funcional a los intereses del imperialismo. Éste expresa la fase superior del capitalismo, la disputa por los mercados del mundo, y, por ende, un derecho de esas características legitima la utilización de la fuerza con un criterio hobbesiano, reivindica el "realismo jurídico" y "político" con el que, contemporáneamente, han venido amenazando a la Humanidad Zbigniew Brzezinski, Henry Kissinger, Condoleezza Rice y Hillary Clinton, remitiendo a la vieja categoría del "vacío de poder" para ejercer su poder punitivo sobre el resto del planeta.
Para Estados Unidos, en consecuencia, el sistema internacional es un sistema de control internacional donde prima únicamente la relación de fuerzas.
Si, como sabemos, hace cuatro décadas, el pacto de Varsovia había advertido acerca de la matriz extraordinariamente vertical y antidemocrática de la concepción imperialista en materia de relaciones internacionales, podemos decir que la misma mantiene todavía una entera vigencia. Sólo que, en vez de construir como enemigos a los países socialistas (aunque también lo sigue haciendo todavía con alguno de ellos, como es el caso de la República Popular de Corea, Cuba, Bielorrusia o Venezuela), lo hace fundamentalmente con aquellos pueblos indóciles o poseedores de riquezas o recursos estratégicos escasos.
Eso explica que, pese a las profundas transformaciones que en materia de bloques de poder económico ha sufrido el mundo en los últimos años, la principal potencia militar siguen siendo los EEUU de Norteamérica.
Y lo es en base a un derecho portador de enunciados tales como la democracia, la paz, la civilización, etcétera, mediante los cuales se sienten habilitados para emprender operaciones policiales de alta intensidad o guerras de baja intensidad a lo largo y a lo ancho del planeta, casi todas ellas con la misma matriz ideológica.
En realidad, la propiedad privada y la explotación del hombre por el hombre, cuyo principal estímulo de producción es la obtención de la ganancia, adquiere centralidad absoluta para el capitalismo y su forma de concebir las relaciones y el derecho internacional.
Para lograr esos objetivos, la fuerza se constituye en un elemento excluyente de la política internacional y de la diplomacia imperial.
Esto implica una legitimación de las disputas violentas por la hegemonía, que como exteriorización del poder, supone someter la voluntad de los pueblos militarmente más débiles a los designios unilaterales del más fuerte.
Esta praxis se sostiene en base a los postulados teóricos del denominado "realismo político", un hallazgo conceptual norteamericano de la época de la segunda posguerra, de resultas de la cual la política de fuerza es concebida como una verdadera ley de la historia y por consiguiente, como la única política posible para el Estado. Su principal mentor fue el profesor de la Universidad de Chicago, Hans J. Morgenthau, que en 1948 editó el libro “Politics among Nations?”, en el cual se desarrolló la idea de la imposición de la fuerza en las relaciones internacionales, lo que resultó absolutamente funcional al contexto histórico que se vivía con la aparición de la obra: la guerra fría.
Morgenthau consideraba que “la política internacional, como cualquier política, es una guerra por el poder. Dado que la tendencia por el poder es una característica que diferencia a la política internacional, como a cualquier política, la política internacional es inevitablemente política de fuerza".
Eso explica que, pese a las profundas transformaciones que en materia de bloques de poder económico ha sufrido el mundo en los últimos años, la principal potencia militar siguen siendo los EEUU de Norteamérica.
Y lo es en base a un derecho portador de enunciados tales como la democracia, la paz, la civilización, etcétera, mediante los cuales se sienten habilitados para emprender operaciones policiales de alta intensidad o guerras de baja intensidad a lo largo y a lo ancho del planeta, casi todas ellas con la misma matriz ideológica.
En realidad, la propiedad privada y la explotación del hombre por el hombre, cuyo principal estímulo de producción es la obtención de la ganancia, adquiere centralidad absoluta para el capitalismo y su forma de concebir las relaciones y el derecho internacional.
Para lograr esos objetivos, la fuerza se constituye en un elemento excluyente de la política internacional y de la diplomacia imperial.
Esto implica una legitimación de las disputas violentas por la hegemonía, que como exteriorización del poder, supone someter la voluntad de los pueblos militarmente más débiles a los designios unilaterales del más fuerte.
Esta praxis se sostiene en base a los postulados teóricos del denominado "realismo político", un hallazgo conceptual norteamericano de la época de la segunda posguerra, de resultas de la cual la política de fuerza es concebida como una verdadera ley de la historia y por consiguiente, como la única política posible para el Estado. Su principal mentor fue el profesor de la Universidad de Chicago, Hans J. Morgenthau, que en 1948 editó el libro “Politics among Nations?”, en el cual se desarrolló la idea de la imposición de la fuerza en las relaciones internacionales, lo que resultó absolutamente funcional al contexto histórico que se vivía con la aparición de la obra: la guerra fría.
Morgenthau consideraba que “la política internacional, como cualquier política, es una guerra por el poder. Dado que la tendencia por el poder es una característica que diferencia a la política internacional, como a cualquier política, la política internacional es inevitablemente política de fuerza".
Los gobernantes de los Estados imperialistas, sobre todo de Estados Unidos, continuamente violan el derecho internacional e intentan al mismo tiempo encubrir sus actividades ilegales jurando fidelidad al derecho internacional, en tanto y en cuanto los organismos en los que ejercen una influencia decisiva se presten a sus maniobras o decisiones a nivel global. O sea, convaliden aquel derecho sostenido únicamente por la fuerza y la vocación de control universal.
Esto hace que el sistema internacional encuentre en el derecho internacional una suerte de superestructura mundial que reproduce las relaciones de fuerzas entre los Estados. Ni siquiera la CPI ha logrado sustraerse de este sistema de disciplinamiento y control. Con mucha mayor razón, podemos decir que tampoco lo han hecho la ONU o los tribunales internacionales especiales, creados de manera ad-hoc y ex post facto, generalmente para juzgar la conducta de los vencidos en las guerras.
Sin embargo, los teóricos del modelo imperialista del sistema internacional se encuentran en una posición mucho más difícil. Como científicos que apoyan el predominio de la fuerza en las relaciones internacionales, están forzados a desconocer o en general a ignorar el derecho internacional, o bien a afirmar que éste no puede influir en la conducta de los Estados, y que se encuentra al servicio de la fuerza.
Con ello se intenta eliminar el derecho internacional, al que se considera un obstáculo para la política de fuerza. Es decir, no pueden a esta altura de la historia soportar la legalidad formal que ellos mismos han creado.