Por Eduardo Luis Aguirre
Las ultraderechas están dedicadas a actualizar un nuevo bagaje teórico y epistémico. Si los pueblos caen en el error de la subestimación y la caricaturización de ese adversario, prestando atención únicamente a su colección distópica y a las tropelías en la gestión y los disparates políticos que nutren sus discursos cotidianos probablemente estaremos en problemas. Las derechas en boga están intentando definir la batalla cultural con el aporte de un renovado biologicismo, darwiniano, positivista, definitivamente racista y socialmente violento. El evolucionismo positivista del siglo XXI sigue queriendo ajustar cuentas con las ciencias sociales contemporáneas, a quienes adjudican haber propiciado e impulsado microrrelatos tan temibles como el garantismo penal, el ecologismo, el feminismo, el indigenismo, el ecologismo, el veganismo y el pensamiento decolonial. Sus cultores, todos ellos formados en universidades y disciplinas que tienden a actualizar académicamente el positivismo evolucionista, se autoperciben nacionalistas, trumpistas, orbanistas, proteccionistas, antiglobalistas y en algunos casos peronistas. Y están entre nosotros. Lo singular es que en este caso achacan una gran responsabilidad respecto de la propagación de la cultura woke, el progresismo y el pensamiento emancipatorio a la antropología cultural (en particular a los aportes de Franz Boas) y a las demás corrientes de pensamiento post darwinianas que pusieron en tensión las calamidades raciales y los genocidios reorganizadores perpetrados por las potencias coloniales durante la modernidad. La segunda cuestión a tener en cuenta es que al menos dos de esas cabezas operan directa o indirectamente en la Argentina.
El progresismo, en cada una de sus facetas, siempre fue un esfuerzo inorgánico, un camino de individuación seguramente insustancial pero igualmente militante, que se expresó construyendo microrrelatos cuando uno de los dos grandes relatos que compensaban la relación de fuerzas mundiales colapsó. Nunca el progresismo pudo construir una mirada holística del mundo, pero eso no debe impedirnos recordar de qué lado estamos frente a fenómenos tales como la colonización, la degradación ambiental o la violencia contra las mujeres. Claro que el progresismo de los países del Sur integra el campo popular a partir de su visión individualista, naif, ingenua y políticamente superficial. Por supuesto que, cuando son empoderados al punto de ocupar lugares de poder institucional su protagonismo ha sido desastroso. Pero eso no autoriza a considerarlos adversarios ni mucho menos enemigos. Sus militancias y luchas han sido decisivas en la argentina, al menos por su masividad, su presencia callejera rumorosa y la razonabilidad de sus reclamos. Resta al campo popular y a su militancia nacional dedicar una tarea civilizatoria que no habrá de ser para nada distinta. Pero eso está muy lejos de anatemizarlos, como hace, por ejemplo, quien se asume como el primer asesor del presidente Milei desde marcos teóricos tan singulares como la sociobiología. Lo llamativo de los desarrollos del personaje es su reivindicación a libro cerrado de las concepciones de un peronismo supuestamente “doctrinario” cuyos principales cultores enarbolan la doctrina Monroe o se sitúan a favor de Trump en su diferendo con Lula, porque consideran extrañamente al magnate un proteccionista nacionalista. Sería bueno recordar de qué manera el Colorado Ramos diferenciaba el nacionalismo de los países opresores del que se genera en los países oprimidos.
Otro personaje análogo es el docente argentino que fue presentado por nuestra prensa complaciente como un investigador censurado por la comunidad académica francesa por no adherir a la “ideología de género”. Pueden constatar sus propias aseveraciones en la red. Observarán que su negativa ideológica en la materia es explícita y también responden a la influencia de los estudios posdoctorales en Ciencias Cognitivas y Psicología Evolucionista que terminaron de formatear una ideología de ultraderecha de base. A tal punto que, al no poder permanecer en París, eligió dictar sus clases en la Universidad de Budapest, la capital de la Hungría de Orban y prestarse a entrevistas en los canales de youtube derechistas que pululan en nuestro país.
No estoy desvalorizando sus aportes. Por el contrario, lo que intento es explorar nuevas narrativas y epistemes que ayuden a conocer el patrimonio cultural de las derechas por fuera de las simplificaciones que apelan al odio, los discursos de odio, la crueldad y otros lugares comunes que nos impiden conocer la matriz profunda de estas ideologías. Sólo se trata de investigar y leer, ambas tareas impostergables. Ellos trabajan en eso. Lo han demostrado. Resta al campo popular afianzar un desarrollo teórico que se sostenga en base a su propia consistencia y su arraigo en la realidad objetiva comprendiendo el sesgo de las nuevas subjetividades de la patria.

Las ultraderechas y su nuevo bagaje teórico
- Detalles