Por Eduardo Luis Aguirre

Complicada la situación del mundo por estos días. Más intricada después de la asunción de Trump y el inicio desencajado de la guerra por otros medios. El presidente encausado que reemplazó en la Casa Blanca a otro presidente sospechado, desecha a quien fuera el pretexto estadounidense para intentar asfixiar a Rusia y a Europa, lo desprecia y lo expone frente al mundo. Alemania, víctima del estallido del gasoducto Nord Stream, quizás a manos de los demócratas, no retrocede. Por el contrario, amenaza con un rearme histórico. La vacilante locomotora europea, una potencia no nuclear, insta a sus pares de la UE a seguir desangrándose con su ayuda a Kiev, que al parecer no es suficiente todavía. Los ucranianos están tramitando la perdida de su país, al menos como lo conocieron. Trump les exige una devolución de favores por 500000 millones de dólares en tierras raras. A un país que seguramente quedará definitivamente segmentado entre el Maidán y las regiones pro rusas del este, en una vuelta a la Constitución leninista de principios del siglo pasado. Comienza a escucharse del propio Zelensky, uno de los grandes monigotes desquiciados, un señor de la muerte euroasiático, la posibilidad de renunciar. Si decidiera declinar, en medio de las ruinas de un país destruido y un futuro arduo, o incluso si no lo hiciera, los ánimos se exaltarán entre los ucranianos, piensen como piensen. Y la síntesis, la cara visible de esa desesperación será el antiguo cómico que, por obra y gracia de esta difícil convivencia entre democracia y capitalismo llegó a presidir los destinos de su país. Zelensky nunca fue Berlusconi, fallecido a una edad tardía en un confortable hospital milanés. También había sido cantante y cómico, antes de hacerse multimillonario y acaparar un poder indiscutido y blindado que lo llevó a ser cuatro veces primer ministro de su país. Zelensky tiene un pronóstico político reservado. El bufón ya casi no tiene quién le escriba, salvo la vieja Europa empecinada en una guerra contra Rusia mientras el trumpismo imagina sus propias batallas bastante más al oriente y se retira de las trincheras ásperas del viejo continente. Así como llegó, se va, y seguramente-en ese caso- nadie podrá decirle nada ni se animará a hacerlo. No importa que Macron discuta pour la galerie con el nuevo ocupante de la Casa Blanca. Todo el mundo recuerda su furia primigenia contra Moscú. El futuro de un Zelensky encerrado entre una Polonia reaccionaria, la ruina militar, económica, política y ética, remite como un déja vu a Nicolae Ceausescu y su esposa Elena. Un juicio y luego el final que todos conocemos. Ojalá que no. Que la violencia no se suture con más violencia.
Este mundo es tan extrepitosamente complejo que no sabemos cómo van a saldarse los casi 30 conflictos vigentes, ni cuáles serán los viejos y nuevos bloques, en los que algunas potencias emergentes militan en los BRIC´s pero siguen ligados umbilicalmente a sus metrópolis. El extremo oriente es un potencial enclave de disidencias y allí ubica Trump a su enemigo, no en las duras estepas de la Madre Rusia. Es China la obsesión verdadera del imperio de las dos almas, como lo ha caracterizado Jorge Argüello.
Aquí, en el Sur, con la irrupción ridícula de un presidente increíble, una criatura parida por la frustración que deparó la democracia partidocrática neoliberal que supimos conseguir, la cuestión no es menos delicada. Y, por su fuera poco, la estupefacción del lumpenaje en la Rosada plantea un dilema respetuoso, pero dilema al fin: ¿terminará Milei mejor que Zelensky? No lo sabemos. Ni siquiera podemos saber cuándo terminará nuestra pesadilla ni cómo. Porque detrás de nuestro Dniéper tampoco despunta un amanecer alternativo y superador. Hay que reconstruirlo, conducirlo y convencerlo a cruzar el Mar Rojo, que no sabemos si se abrirá o no. Una encuesta en ciernes, que vamos articulando con rigurosa dedicación, comienza a inclinarse rotundamente hacia el miedo al futuro como la principal preocupación de los argentinos de (nuestra) tierra adentro. Si esa tendencia se consolidara, si todo cediera frente al temor al desastre propio, a la desconfianza en las posibilidades de realización personal o en la de sus hijos ya sabemos que lo que viene será duro y prolongado. Los tendremos al tanto del resultado de la pesquisa ni bien la terminemos. Por ahora trabajamos tan tranquilos como podemos. Como ya lo dijo el zar del mundo, ni siquiera tenemos peso específico propio. Los necesitamos nosotros más a ellos que ellos a nosotros. Por qué apurarnos entonces.