Por Eduardo Luis Aguirre
El reciente libro de Jorge Argüello “Las dos almas de Estados Unidos (*) es una suerte de generoso portal que, una vez abierto, ilumina singularmente la realidad política, social, militar y geopolítica de la primera potencia mundial. El texto, además, es convocante por la amenidad de la pluma, por el meticuloso detalle histórico que ofrece y la exuberancia de los datos que proporciona al lector. Es, en síntesis, uno de los libros libros más atrapantes que creo haber leído en mucho tiempo.
Argüello pinta un cuadro de situación que incluye el pesimismo y las contradicciones de la sociedad estadounidense como un elemento explicativo del presente histórico del país. Elige como punto de partida el primer ascenso de Trump al poder, enancado en una doble corriente de disconformidad de amplios sectores sociales, defraudados tanto de republicanos como de demócratas. La elección, como sabemos, fue un castigo histórico a la burocracia demócrata aplicado por blancos y trabajadores que eran parte de sus votantes desde y se veían amenazados por décadas de “globalización y multiculturalismo” que en la cotidianeidad se traducían en acuerdos de libre comercio y en la inmigración. Allí, en ese núcleo crítico hace pie el trumpismo y comienza a desarrollar un ideario conservador que aglutina a millones de voluntades y un estado de ánimo convergente. El mismo Trump que había sacado casi tres millones de votos menos que Hillary Clinton (a quien el magnate caracterizaba como “lo peor de establishment”), concitaba el favor de una parte significativa de la población estadounidense, especialmente la rural y la “más alejada de las costas de cultura cosmopolita”. Esa adhesión al outsider en 2016, despertaba al mismo tiempo un fundado temor en los sectores liberales frente al germen de discursos y prácticas de un posible gobierno autocrático. La cuestión en esos círculos pasó a ser si Donald Trump era o no un fascista. Varios elementos indiciarios elegían la respuesta afirmativa, tales como las lógicas binarias de amigo y enemigo, la virilidad jactanciosa, el deleite por la violencia y la naturalización de la desigualdad social. Allí aparecen por primera vez las amenazas arancelarias contra China, la bestia negra histórica del trumpismo.
Es muy interesante reparar en la sorprendente continuidad de algunas cuestiones geopolíticas. De hecho, la primera Estrategia Nacional de Defensa (NDS) de 2018 revelaba las prioridades estadounidenses en materia de defensa durante el primer gobierno de Trump. Primero “las regiones del Indopacífico, después a Europa y Medio Oriente y, por último, el Hemisferio Occidental (“América”). En todo el texto no se menciona a América Latina ni a ningún país de la región”. Aquí, Estados Unidos se limitaría a “competir, disuadir y ganar”. Todo está como era entonces.
La era Trump generó tres tipos de conservadores, dice Argüello, en un proceso de fragmentación social que excede el antagonismo clásico bipartidista. Los “aduladores” que por falta de alternativas políticas o por vergüenza terminaron adhiriendo al magnate; los “never Trump”, que siempre se opusieron al actual presidente y los nuevos pro Trump de pura cepa, los que califican a Bernie Sanders como un marxista salvaje. En todas partes se cuecen habas. Los que dudaban si una vez en el gobierno el magnate iba a cumplir con sus promesas conservadores pueden ahora constatar que está dispuesto a continuar (y profundizar) su tormenta política. El presidente sometido dos veces a un impeachment y cargar con decenas de imputaciones no tuvo inconvenientes en plegarse a quienes tomaron el Capitolio, algo que en una de las almas estadounidenses fue visto como una afrenta sin precedentes a la primera democracia del planeta.
Algo trascendente fue mutando en los últimos años en Estados Unidos. Algo que George Washington, el padre fundador definió de manera inquietante, a prueba de eufemismos: “El dominio alternado de una facción sobre la otra, agudizado por el espíritu de venganza propio del desacuerdo partidario, es en sí un despotismo aterrador”. La frase es de 1796.
En 2023, las encuestas explicaban un cambio rotundo en la escala de valores de los estadounidenses. En 1998, el porcentaje de ciudadanos para quienes el patriotismo era un valor muy importante ascendía al 70%. El año pasado ese porcentaje se redujo al 38%. “Algo parecido pasó con la religión (de 62% a 39%), con tener hijos (59% a 30%) y con el compromiso dentro de la propia comunidad (47% a 27%)”. En aquella medición que comparaba valores entre 1998 y 2023, sólo uno subía en la valoración: el dinero. De un 35% hace un cuarto de siglo al 43% actual. Sí se acentúa la brecha política. Entre 1952 y 1980, los indecisos, ambivalentes o swing voters eran un 12% de la población. En 2022 cayeron a un 3%. Sin perjuicio de ello, un estudio del Instituto Pew Research reveló que al 38% de los votantes le gustaría mucho que hubiera más partidos para elegir. Imposible no tener en cuenta este dato en un país en el que en las elecciones de 2022 votó un 45,1% de los ciudadanos habilitados para sufragar. Ese porcentaje ascendió en las últimas elecciones de 2024 al 63,6%.
Más allá de los guarismos, hay otras pesquisas que el libro recupera y que nos conciernen directamente en nuestras latitudes. Tiene que ver con la valoración de la democracia, el interrogante final del tercer milenio. A finales de 2022 la consultora Ipsos publicó un estudio que arrojó resultados impactantes. Uno de cada tres estadounidenses (33%) prefería líderes fuertes no elegidos sobre líderes débiles surgidos de las urnas. Los presidentes, opinaba demás un 35% deberían poder destituir a los jueces ante determinados fallos. “Los resultados de estas encuestas echan por tierra el mito de que los estadounidenses coinciden abrumadoramente en un conjunto común de valores democráticos en torno al control y equilibrio de poderes de los líderes electos, la protección de los derechos de las minorías y la libertad de expresión”, concluyó el estudio publicado por Axios. Según el sondeo, un 35% de republicanos y demócratas apoyaban formas “no democráticas” en porcentajes casi iguales.
Muchos estadounidenses (38%) creían que el gobierno debía seguir la voluntad de las mayorías, incluso, a expensas de los derechos de las minorías étnicas y religiosas, y un tercio dijo que el gobierno federal debería poder perseguir a los medios de comunicación que propalaran noticias consideradas ofensivas o anti-patrióticas. Esa laxitud es particularmente grave en un país que históricamente hizo de la libertad de expresión una bandera. Hay otros datos que avalan la idea de las dos almas. Los encuestado menores de 35 años o con ingresos familiares inferiores a 75.000 dólares anuales eran más propensos a favorecer la existencia de líderes fuertes no elegidos.
El sociólogo alemán Norbert Elías echa manos a la categoría de “descivilización” para definir el retroceso democrático, y describe de esa manera un contexto donde “los ciudadanos de a pie no logran encontrar puntos en común y pierden la fe en las instituciones y en los dirigentes electos. El conocimiento compartido se erosiona y los lazos de solidaridad comunitaria se deshilachan sin solución de continuidad. Inevitablemente, surge una corriente imparable de violencia y odio, que hacen pensar que estas democracias, tal como las conocemos desde hace dos siglos, han llegado a un límite infranqueable. Es más, mucho piensan que esta corriente “descivilizadora” permite establecer denominadores comunes entre el asalto bolsonarista a la sede de los tres poderes en 2023 y el j-6 estadounidense. De ser así, Estados Unidos, el faro de la democracia en occidente, podría convertirse en el propagador de un virus antidemocrático.
Con Trump lanzado a su segundo intento de reelección, Jorge Argüello rescata un tramo de uno de sus discursos desbocados: “Erradicaremos a los comunistas, marxistas, fascistas y a los matones de izquierda radical que viven como alimañas en nuestro país”. De esta manera el trabajo, un verdadero prodigio de conceptualidad, concluye apelando a la sutileza indicativa de un dejavú.
(*) Argüello, Jorge: “Las dos almas de Estados Unidos. Viaje al corazón de una sociedad fracturada”, Capital Intelectual, Argentina, 2024.